sábado, 24 de diciembre de 2022

Teatro 2022: un balance más que positivo en CABA

Con el regreso del público, se reactivó la escena local

El circuito comercial tuvo títulos que lideraron la taquilla y las salas oficiales también repuntaron con clásicos de Lorca, Ibsen y Shakespeare. El teatro independiente, sin embargo, sufrió la falta de inversiones y subsidios que no se actualizaron al ritmo de la inflación. 

Por Candela Gomes Diez

Elena Roger en "Piaf", uno de los éxitos de la temporada.

Un año de reactivación definitiva. Para las artes escénicas, el balance anual de rigor señala que la actividad repuntó con creces luego de dos años de pérdidas y contramarchas. A pesar de la crisis económica, el teatro mostró una estabilidad y una convocatoria que sorprenden al propio sector. Y aunque todavía el panorama no es el más deseable, lo que deja el 2022 deja un piso auspicioso de cara a lo que viene.

“No podemos no estar felices, porque hace menos de un año estábamos con limitaciones de aforo. Entonces, desde esa perspectiva, el 2022 fue un muy buen año donde volvimos a trabajar con normalidad y se volvió a activar el sistema de producción”, señala Sebastián Blutrach, productor y dueño de El Picadero, en diálogo con Página/12. “A nivel de público, recuperamos los números de un 2019 que no fue bueno, pero aun así lo evaluamos como algo positivo porque en los años posteriores casi no hubo actividad”, agrega.

El impacto de la inflación en el bolsillo no evitó que el público volviera a las salas. Distintas variables explican ese fenómeno, según Blutrach. “Hay una necesidad por parte de la gente de satisfacción inmediata y eso se encuentra en el espectáculo en vivo. La pandemia nos conectó con la finitud, y por eso hoy necesitamos disfrutar acá y ahora. Por ese motivo, la música tuvo también un año récord con entradas mucho más caras que las nuestras. No obstante, el consumo se paró un poco a partir de agosto. Y como siempre ocurre en tiempos de crisis, se dio una gran polarización donde pocos espectáculos concentraron la mayoría de los espectadores. Ese es el caso de Inmaduros, Drácula o Piaf”, analiza el productor.

En la misma línea, se expresa Carlos Rottemberg, empresario teatral y presidente de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales y Musicales (AADET): “Durante el 2022 quedó demostrado que el público nos dio un crédito porque la actividad teatral y musical en vivo hizo bien los deberes. En el caso del teatro, desde abril se recuperó la audiencia prepandémica, y lo más sorprendente es lo que pasó con la música, que ha superado niveles históricos. En este sentido, el año termina de forma muy positiva, con mejor pronóstico para el 2023”.

El circuito comercial tuvo algunos títulos que lideraron la taquilla. Fue el caso de Inmaduros, la comedia que encabezó el ranking de las obras más vistas a nivel nacional. Con la dirección de Mauricio Dayub y los protagónicos de Adrián Suar y Diego Peretti, fue de lo más convocante en una propuesta que puso el foco en la amistad. Con ese tenor, pero para hablar de la complicidad entre mujeres, tuvo lugar el estreno de Las irresponsables, pieza escrita y dirigida por Javier Daulte y protagonizada por Julieta Díaz, Gloria Carrá y Paola Krum. Y siguiendo con esa temática, Dayub volvió a poner en cartel, en El Chacarerean, El amateur, segunda vuelta, obra de su autoría y donde se lució junto con Gustavo Luppi y con la dirección de Luis Romero, para hablar de sueños individuales y colectivos.

Entre las novedades, se destacó el estreno de Inferno, de Rafael Spregelburd, en el renovado Teatro Astros. El Bosco fue el disparador de esta pieza en la que el autor, actor y director tomó temas teologales para traerlos a la experiencia argentina. Junto al mismo autor, subieron a escena Andrea Garrote, Violeta Urtizberea y Guido Losantos para interpretar 16 personajes. Y, por otro lado, en formato de reposición, pisó fuerte El método Grönholm, comedia ácida acerca de las miserias del mundo laboral con una nueva versión bajo la dirección de Ciro Zorzoli, y las actuaciones de Benjamín Vicuña, Laurita Fernández, Rafael Ferro y Julián Cabrera.

Como todos los años, los clásicos comerciales volvieron a mostrar su eficacia. La calle Corrientes apostó fuerte a dos tanques teatrales como Brujas, dirigida por Luis Agustoni, con Thelma Biral, Nora Cárpena, Moria Casán, María Leal y Sandra Mihanovich, y Art, con puesta dirigida por Ricardo Darín y Germán Palacios e interpretada por Pablo Echarri, Fernán Mirás y Mike Amigorena-.

El Picadero celebró sus diez años con una programación variada. Con dirección de Nelson Valente, se estrenaron dos comedias con eje en los conflictos familiares: Los perros, con Claudio Rissi, María Fiorentino, Patricio Aramburu y Melina Petriella, y Laponia, con Jorge Suárez, Laura Oliva, Héctor Díaz y Paula Ransenberg.

Un año de reactivación definitiva. Para las artes escénicas, el balance anual de rigor señala que la actividad repuntó con creces luego de dos años de pérdidas y contramarchas. A pesar de la crisis económica, el teatro mostró una estabilidad y una convocatoria que sorprenden al propio sector. Y aunque todavía el panorama no es el más deseable, lo que deja el 2022 deja un piso auspicioso de cara a lo que viene.

“No podemos no estar felices, porque hace menos de un año estábamos con limitaciones de aforo. Entonces, desde esa perspectiva, el 2022 fue un muy buen año donde volvimos a trabajar con normalidad y se volvió a activar el sistema de producción”, señala Sebastián Blutrach, productor y dueño de El Picadero, en diálogo con Página/12. “A nivel de público, recuperamos los números de un 2019 que no fue bueno, pero aun así lo evaluamos como algo positivo porque en los años posteriores casi no hubo actividad”, agrega.


El impacto de la inflación en el bolsillo no evitó que el público volviera a las salas. Distintas variables explican ese fenómeno, según Blutrach. “Hay una necesidad por parte de la gente de satisfacción inmediata y eso se encuentra en el espectáculo en vivo. La pandemia nos conectó con la finitud, y por eso hoy necesitamos disfrutar acá y ahora. Por ese motivo, la música tuvo también un año récord con entradas mucho más caras que las nuestras. No obstante, el consumo se paró un poco a partir de agosto. Y como siempre ocurre en tiempos de crisis, se dio una gran polarización donde pocos espectáculos concentraron la mayoría de los espectadores. Ese es el caso de Inmaduros, Drácula o Piaf”, analiza el productor.

En la misma línea, se expresa Carlos Rottemberg, empresario teatral y presidente de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales y Musicales (AADET): “Durante el 2022 quedó demostrado que el público nos dio un crédito porque la actividad teatral y musical en vivo hizo bien los deberes. En el caso del teatro, desde abril se recuperó la audiencia prepandémica, y lo más sorprendente es lo que pasó con la música, que ha superado niveles históricos. En este sentido, el año termina de forma muy positiva, con mejor pronóstico para el 2023”.

El circuito comercial tuvo algunos títulos que lideraron la taquilla. Fue el caso de Inmaduros, la comedia que encabezó el ranking de las obras más vistas a nivel nacional. Con la dirección de Mauricio Dayub y los protagónicos de Adrián Suar y Diego Peretti, fue de lo más convocante en una propuesta que puso el foco en la amistad. Con ese tenor, pero para hablar de la complicidad entre mujeres, tuvo lugar el estreno de Las irresponsables, pieza escrita y dirigida por Javier Daulte y protagonizada por Julieta Díaz, Gloria Carrá y Paola Krum. Y siguiendo con esa temática, Dayub volvió a poner en cartel, en El Chacarerean, El amateur, segunda vuelta, obra de su autoría y donde se lució junto con Gustavo Luppi y con la dirección de Luis Romero, para hablar de sueños individuales y colectivos.

Entre las novedades, se destacó el estreno de Inferno, de Rafael Spregelburd, en el renovado Teatro Astros. El Bosco fue el disparador de esta pieza en la que el autor, actor y director tomó temas teologales para traerlos a la experiencia argentina. Junto al mismo autor, subieron a escena Andrea Garrote, Violeta Urtizberea y Guido Losantos para interpretar 16 personajes. Y, por otro lado, en formato de reposición, pisó fuerte El método Grönholm, comedia ácida acerca de las miserias del mundo laboral con una nueva versión bajo la dirección de Ciro Zorzoli, y las actuaciones de Benjamín Vicuña, Laurita Fernández, Rafael Ferro y Julián Cabrera.

Como todos los años, los clásicos comerciales volvieron a mostrar su eficacia. La calle Corrientes apostó fuerte a dos tanques teatrales como Brujas, dirigida por Luis Agustoni, con Thelma Biral, Nora Cárpena, Moria Casán, María Leal y Sandra Mihanovich, y Art, con puesta dirigida por Ricardo Darín y Germán Palacios e interpretada por Pablo Echarri, Fernán Mirás y Mike Amigorena-.

El Picadero celebró sus diez años con una programación variada. Con dirección de Nelson Valente, se estrenaron dos comedias con eje en los conflictos familiares: Los perros, con Claudio Rissi, María Fiorentino, Patricio Aramburu y Melina Petriella, y Laponia, con Jorge Suárez, Laura Oliva, Héctor Díaz y Paula Ransenberg.

Por su parte, Emilio García Wehbi montó su versión del mito de Medea, con Medea meditativa, y sumó así una propuesta con perspectiva feminista, y Cristian Drut dirigió Las manos de Eduviges al momento de nacer, puesta basada en el libro del autor líbano-canadiense Wajdi Mouawad y que en Argentina tuvo sus propias resonancias dado que la historia giraba en torno a un ataúd vacío y a un funeral sin cuerpo.

“Buscamos la excelencia teatral y la multiplicidad de poéticas, la inclusión de las mujeres, las infancias y las disidencias, y favorecer la accesibilidad. Pensamos que el TNC debe construir un público lo más amplio posible, entre tradición e innovación, de las infancias a las/los adultos mayores, para estimular en todas y todos el goce estético, la emoción, la reflexión social y los trabajos de la memoria”, sintetizan Dubatti y Contreras.

El Complejo Teatral de Buenos Aires, a su vez, tuvo importantes estrenos. Bodas de sangre, de Federico García Lorca, contó con la dirección de Vivi Tellas y el rol protagónico a cargo de María Onetto, y Julio César, de William Shakespeare, tuvo su propia versión con el sello de José María Muscari y la interpretación de Moria Casán.

Las hermanas María y Paula Marull presentaron Lo que el río hace en el triple rol de dramaturgas, directoras y actrices. Con momentos de humor, pero también de ternura, las teatristas, que ya se ganaron un lugar reconocido en la escena local, ofrecieron una historia que invitó a pensar acerca de la valorización del tiempo. Y el director, dramaturgo y actor Lisandro Fiks estrenó La gran renuncia, una relectura de La Fiaca, de Ricardo Talesnik, protagonizada por Gastón Cocchiarale, quien encarnó a un hombre que se rebela contra el sistema que lo obliga a estar disponible todo el día para la empresa en la que trabaja.

En El Cultural San Martín también hubo piezas innovadoras que buscaron interpelar. ¿Una y mil?, escrita por Sebastián Suñé y Jimena del Pozo Peñalva, puso en escena a mujeres cis y trans, de distintas edades, orientaciones sexuales y clases sociales, para abrir el debate acerca de la violencia machista. Y La Pathétique, obra creada por el trío creativo de Diego Vila, Fabián Luca y Alejandra Radano, se propuso explorar el vínculo entre teatro y política en la era de las fake news.

En el teatro independiente, el panorama también fue positivo aunque con una cartelera en la que las reposiciones superaron a los nuevos materiales. “El público quiso volver a las salas, así que eso no fue un problema esta temporada. Pero lo que sí vimos como algo grave es lo que tiene que ver con las producciones de las obras, porque notamos que hubo pocos estrenos en el circuito, y parece que esa tendencia va a seguir en 2023, por lo cual esto es bastante desalentador y preocupante”, evalúa Alejandra Carpineti, presidenta de la Asociación Argentina del Teatro Independiente (ARTEI), que nuclea a 110 salas de la Ciudad de Buenos Aires, y una de las productoras de La Carpintería. “No hay capital para invertir, y los subsidios quedan cada vez más chicos. Creo que hay una necesidad de pensar nuevas formas de producción, donde el vínculo entre las salas, los elencos y las cooperativas tiene que empezar a cambiar”, agrega.

La perspectiva de género fue una temática en la que, precisamente, se destacó lo nuevo del off. Uno de los títulos más convocantes fue el de Rota, unipersonal que abordó la violencia patriarcal desde la óptica de la madre de un femicida. Con texto de Natalia Villamil, dirección de Mariano Stolkiner y la actuación de Raquel Ameri, la obra se vio en El Extranjero.

Con distintas miradas, pero siempre apuntando a deconstruir la maternidad entendida como mandato, se presentaron No tengo tiempo, basada en la novela homónima de María Pia López -dirigida por Cintia Miraglia, con Leticia Torres y Carolina Guevara-; La débil mental, basada en la novela de Ariana Harwicz -con dirección de Carmen Baliero, y la actuación de Ingrid Pelicori y Claudia Cantero- y Cartón pintado, de Victoria Hladilo -con Julieta Petruchi, Mercedes Quinteros y Hladilo-. Y en una línea similar de repensar el mundo femenino, el público pudo reencontrarse con un clásico del circuito: La mujer puerca, que celebró sus 10 años en el Estudio Los Vidrios. Con autoría de Santiago Loza, dirección de Lisandro Rodríguez y la actuación de Valeria Lois, el unipersonal está protagonizado por una mujer que siempre soñó con ser santa, un proyecto que no logra porque tiene “naturaleza puerca”.

El universo shakesperiano volvió a demostrar que es inagotable y sumó más versiones de sus clásicos. En el Centro Cultural de la Cooperación, pudo verse Habitación Macbeth, donde Pompeyo Audivert se lució con la interpretación de múltiples personajes, y en Espacio Callejón se presentó Los finales felices son para otros, reescritura de Ricardo III en clave contemporánea, a cargo del dramaturgo Mariano Saba, en una puesta que contó con la dirección de Ignacio Gómez Bustamante y Nelson Valente, y las actuaciones de Martín Gallo, Augusto Ghirardelli, Mariana Mayoraz, Sofía Nemirovsky, Matías Pellegrini Sánchez y Julián Ponce Campos.

En La Carpintería, se impuso el estreno de Gaspet, de Marcelo Katz, en la cual el actor dio vida a un artesano constructor de máscaras, un oficio que heredó por tradición familiar. Y en un homenaje conmovedor, apelando también al artificio de la máscara, se lo pudo ver a Daniel Casablanca, quien subió a escena en el Espacio Experimental Leónidas Barletta para ponerse en la piel de Enrique Santos Discépolo en Discepolín, fanático arlequín, espectáculo dirigido por Guadalupe Bervih.

Caras y caretas

Durante 2022, la sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037) renovó el contrato con su público y repuso platos fuertes de su programación. Así, pudo verse Othelo (termina mal), la tragedia de William Shakespeare adaptada y dirigida por Gabriel Chamé Buendía, y Terrenal, pequeño misterio ácrata, la obra de Mauricio Kartun que estrenó su novena temporada y celebró sus mil funciones.

Interpretada por Claudio Da Passano, Tony Lestingi y Claudio Martínez Bel, la pieza (joya imbatible de las tablas) reconstruye, bajo el imaginario del campo argentino y la gauchesca, el destino entre Abel, Caín y Dios, en una lectura político-teatral del "Génesis" bíblico y que su autor define como un "conflicto patronal de origen". Del mismo Kartun, Caras y Caretas sumó La vis cómica, una historia hilarante que analiza el vínculo entre los artistas y el poder en el marco de la Buenos Ayres virreinal, con Luis Campos, Cutuli, Stella Galazzi y Horacio Roca.

“Este 2022 significó, de alguna manera, la salida de la pandemia, y por eso a la programación que veníamos sosteniendo le incorporamos más días con más obras realizadas por hacedores de reconocimiento en el circuito teatral”, comenta Marcelo Melingo, actor y director artístico de la sala. 

Precisamente, esa iniciativa motivó la creación del ciclo “Teatro de miércoles”, que tuvo como objetivo presentar, una vez por semana, una obra diferente de alta calidad y a precios accesibles. El tentador menú incluyó títulos consagrados en el circuito alternativo como El mar de noche, de Santiago Loza, con Luis Machín; Encuentros breves con hombres repulsivos, de David Foster Wallace, con Luis Ziembrowski y Marcelo Subiotto; Turba, de Laura Sbdar, con Iride Mockert; La casa oscura, escrita e interpretada por Maruja Bustamante y Mariela Asensio, y Algo de Ricardo, escrita por Gabriel Calderón e interpretada por Osmar Núñez. “El ciclo resultó ser una muy buena opción para que a mitad de semana se pueda asistir a más y mejor teatro. Por eso en 2023, seguiremos con la propuesta. Además, se vienen más sorpresas", anticipa Melingo.  

martes, 13 de diciembre de 2022

PABLO PAWLOWICZ DIRECTOR DEL TALLER DE TEATRO UNLP



OBJETIVO UNIVERSIDAD PABLO PAWLOWICZ DIRECTOR TEATRO UNLP. CIUDAD DE LA PLATA, PROVINCIA DE BUENOS AIRES.

 #TVU es el canal de la Universidad Nacional de La Plata (#UNLP) 

 Fuente:UNLP TV

domingo, 4 de diciembre de 2022

El Boulevard del Sol, el bar que hizo historia en una casa fundacional de La Plata

BOHEMIA Y CULTURA PLATENSE

En la década del 80 la impronta del Boulevard del Sol dio vida a una propuesta cultural que aún subsiste en el recuerdo de los platenses.


0221.com.ar / Begum

Por María Soledad Vampa

“No había nada igual en la ciudad”. Es la definición que se repite entre los que conocieron el lugar. La música, el ambiente, el edificio y su entorno. Su ubicación privilegiada en las puertas del Bosque, en 53 entre 1 y 2, hizo que esa casona levantada en la época de la fundación terminara siendo el edificio lindero a la famosa Casa Curutchet en los ’50 y que, en los ’80, fuera escenario de dos proyectos que explotaron en el lugar y contuvieron noches de jazz y de rock, casamientos y rupturas, cuentos de amor y de muerte, de encuentro, de arte, de fiesta y también de reviente. El Boulevard del Sol apareció y creció en el momento justo y con el pulso de la música, al ritmo del perfil emprendedor, bohemio y cultural de La Plata.  

Apretaba el verano y el agobio del calor en La Plata, y un par de amigos salieron de la ciudad en un auto prestado hacia San Telmo. Sonaba Génesis en el pasacasete. Pararon en un bar sobre una plaza, luego entraron y mirando el lugar desde la planta alta, cerveza en mano, lo planearon. “Carlos, hay que poner en La Plata un lugar como éste”, le dijo entonces Marcelo Canel a Carlos Marra.

Fue más que un sueño de bar. Al día siguiente salieron a caminar buscando el lugar, bajaron por 53 hasta el boulevard y la vieron: “Esta es la casa”, coincidieron. Joven estudiante y profesor de tenis, Canel tenía en ese momento todo lo que se necesitaba para lograr lo que se proponían: ímpetu emprendedor y una buena agenda de contactos y conocidos en la ciudad.

El staff casi completo de El Boulevard del Sol a la derecha con camisas celestes Marra y Canel

La casa era una de las pocas edificaciones fundacionales que aún quedan en La Plata. Perteneció a la familia Hardoy -los cristales del hall de acceso tenían grabada la letra H- y el lote originalmente tenía una salida de carruajes por calle 54. Ya llevaba un tiempo deshabitada cuando la compró el arquitecto David Soprano Galea con la idea de demolerla y construir ahí un edificio. El profesional había erigido en 1979 el edificio al que llamó "Palacio del Bosque" al que la gente llama como Mirabosque. Los problemas económicos del país postergaron el proyecto y luego, fue la normativa de la ciudad la que impidió echar a bajo la casona declarada por la comuna como patrimonio cultural de la ciudad.

"Intenté mirar a través de uno de los vidrios y se rompía. Nos asomamos y más nos convencíamos, vimos los pisos de pinotea, al fondo se veía un parque", se entusiasma Canel al recordar. Preguntando a una vecina supo cuál era la inmobiliaria que tenía el alquiler del lugar. Entre sus alumnas de tenis estaban las hijas del martillero y se fue allanando el camino para conseguir las llaves. 

Sumaron un tercer socio y trabajando ellos mismos junto a un albañil iniciaron las obras para poner el bar. De esa forma, el Boulevard del Sol tomaba cuerpo. Cada amigo que pasaba a curiosear o cebar un mate daba una mano, “así que el lugar ya empezó a juntar gente, se creó la onda antes de que abriera”. Alguien pensó en imitar firmas de pintores en las paredes, las aberturas se pintaron de rojo, la iluminación la resolvieron con tubos de PVC, llevaron cuadros viejos de sus casas, y así se fue definiendo la decoración, el mobiliario y el estilo. 

"El nombre respondió a su ubicación en el boulevard que está exactamente en el comienzo del eje fundacional de la ciudad y ‘Del sol’ porque era algo que se usaba mucho en ese momento”, resume Canel. “El ambiente era de mucha alegría. Para mí, el nombre del bar era buenísimo, porque era una casa, no dejaba de ser una casa con lo que tiene eso de contenedor. No era un boliche o un bar oscuro, tenía ventanas amplias, yo hacia el turno de la tarde y cuando empezaba a caer el sol era hermoso”, recuerda una de sus trabajadoras. 

“El lugar era acogedor, siempre lleno de gente, había que ir temprano para conseguir una mesa, el escenario estaba puesto de espaldas al bosque y obviamente todo el entorno tenía una magia especial con la casa de Le Corbusier al lado, deshabitada obviamente. Atravesábamos la 51, la 53, pasábamos por ese ignominioso edificio que es el Ministerio de Seguridad ¿no? que tan oscuros recuerdos nos traía de la dictadura que no estaba muy lejos en el tiempo. Y de pronto caíamos en el boulevard que era un lugar absolutamente amigable”, recuerda el historiador platense Sergio Pujol. 

“Y el día de la apertura, sin que hubiéramos hecho una sola invitación. había cola en la puerta”, dice Canel. Era el 6 de febrero del ‘86. “Para mí fue un espacio vinculado a un símbolo de esa época, como una síntesis de un momento de la ciudad, también del país y de una generación. Se mezclaba gente de distinta condición social: estudiantes que por ahí no tenían un mango y gente más de la ciudad con otro nivel, y otros más bohemios, como los de teatro con quienes jugaban al rugby, y convivían. Había un cruce, de distintas edades y ámbitos”, recuerda Sandra Di Luca, que trabajó ahí como moza.

En la cocina Canel trabajaba junto a un ayudante, y en el salón había un barman y las mozas, “todas mujeres y muy lindas, con mucha onda”, recuerdan los habitués. Al llegar se servía un cuenco con maní y las cáscaras al piso; en la carta, opciones para todos los bolsillos: desde un menú estudiantil a sus famosas tablas de picadas o la copa “Don torito” de champagne con helado de limón bautizada bajo el apodo de uno de los dueños. Y la música. La buena música. "Quienes trabajábamos ahí disfrutábamos de la música, porque había todo el tiempo y muy variada, desde temas de María Elena Walsh hasta música brasilera, y esa era la onda”, repasa Di Luca y recuerda el éxito de un trago de la casa: la copa "Don Torito".

“Era un lugar donde se escuchó, por ejemplo, por primera vez en La Plata a Los Chunguitos; se implementaron también los miércoles de jazz con el bar a oscuras sólo iluminado por velas en las mesas”, cuenta Canel. Y el lugar explotaba. “Los días de mucha gente eran sobre todo de jueves a sábado. Se llenaba, tenías que salir de la cocina con la bandeja y hacer equilibrio entre un mar de gente, especialmente cuando tocaban grupos, me acuerdo mucho de Cordal Swing. Fue un momento lindo para La Plata, para la juventud”, dice Di Luca.

Una noche cualquiera el Bule encendido con sus ventanas pintadas de rojo

La casa, sus grandes ventanales y el patio interno, invitaban a entrar y permanecer. “Recuerdo que ni bien entrabas te encontrabas con el patio y los árboles, eran árboles bien de La Plata. Había como dos alas, la planta alta no se usaba todavía y estaba todo rodeado de una galería con las piezas que miraban hacia el patio. Primero tocamos ahí, después hicieron un escenario en el fondo del patio”, señala Gustavo Astarita, el artista líder de Míster América, una de las primeras bandas de perfil más rockero que tocó en el Boulevard.

Entre el ’87 y el ’88 el escenario comenzó a cambiar para quienes gestionaban el lugar: Canel se lanzó en paralelo a la aventura de otro bar, con otro perfil, y se fue Carlos Marra, que vendió su parte. La energía puesta en el Boulevard se fue agotando. “Fueron momentos de mucha exposición para mí”, dice Canel. “Una noche me llama el encargado de la barra y me cuenta que alguien había caído con un cuchillo y había querido lastimar a otro, ése fue el detonante que nos definió el cierre. Estuvimos un mes cerrados viendo qué hacer hasta que empezamos a hablar con Marcelo Mamblona y su grupo, que estaban interesados en la compra”.

El Bule, como lo llamaban ya había plantado los mojones centrales en la memoria platense para volverse mito, en esos años donde buena parte de la historia se agitaba al ritmo de la música: diez discos fundamentales del rock argentino se grabaron en 1986, incluidos "Vivo" de Virus y "Oktubre" de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.  El ‘89 llegó con otro proyecto ambicioso para el lugar y el bar fue concebido como un centro cultural durante el día, que ocupaba las habitaciones del piso superior, y un espacio donde pudieran tocar bandas en vivo a la noche.

“Algo similar a los de Buenos Aires, tipo La Trastienda, pero tampoco porque no se parecía a nada en realidad”, dice Marcelo Mamblona, que asumió desde ese momento la administración del Boulevard. “Y le pusimos más música, un poco el blues y el jazz ya estaban, pero empezamos con más música en vivo y de a poco a meternos con el rock, que se le tenía más miedo”.

QUE SEA ROCK 

El periodista Oscar Jalil fue parte del grupo que comenzó a instalar la agenda rockera en el lugar. “Fue un bar cultural que no existía, había otros pero no a este nivel. Tenía ese halo de bohemia platense, de prestigio cultural, y era además un espacio cómodo en un lindo lugar”, define. Con ese perfil claro Mamblona convocó también al Mono Cohen, Rocambole, para que le hiciera el cartel del lugar, al que le mantuvo el nombre. “Quise mantener también el staff, algunos se quedaron otros no –cuenta Mamblona sobre esos primeros pasos para una nueva etapa del Boulevard-. Había mozas que eran de la escuela de teatro, entonces por ahí hacían alguna performance, arreglamos toda la parte de arriba que subías por una escalera hermosa, de mármol y ahí funcionaban los talleres. Había un grupo de poesía, ensayos de teatro y empezamos a pasar más rock también y a traer gente de Buenos Aires”.

Muestras, clases de danza, presentación de revistas y exposiciones de artistas plásticos locales iban completando la escena que se nutría de la variedad de público que ya convocaba el lugar. Jalil, Mamblona y Cohen sumaron a Horacio Fiebelkorn, periodista y poeta, y terminaron haciendo del Boulevard el centro de operaciones de La conspiración “una productora destinada al fracaso -se ríe Jalil – que agotaba su interés en producir más que en ganar plata” y que le sumó las bandas en vivo a las noches. “Nadie sabía muy bien quiénes integraban La Conspiración, y hacíamos por el placer de hacer. Y eso estaba bien”, añade Fiebelkorn. 

A las noches de jazz donde ya tocaban figuras como Waldo Brandwajnman, fundador de la escuela de música EMU en la ciudad, se sumaron jornadas de “blues y lentejas”, o la fecha fija de los jueves en los que el escenario pertenecía a Míster América. El link con la capital a través de Rocambole y su vínculo con los Redondos fueron vasos comunicantes entre el underground platense y las bandas en ascenso en CABA. 

“El Boulevard fue un lugar muy especial, Mamblona era un tipo muy especial en ese sentido, muy receptivo a las propuestas artísticas, principalmente musicales. Aunque en esa casona se hicieron exposiciones de artes visuales lo que nos convocaba sin duda era la música, y la música a diferencia quizás de lo que pasaba en el Tinto Bar u otros boliches rockeros y de música pop, estaba abierta también al jazz”, apunta Pujol que por ese entonces ya trabajaba en la radio y escribía una columna en el Diario El Día y era especialmente convocado por Mamblona lo que le dio, junto con Jalil, proyección periodística a la propuesta. 

“Ese mismo año yo viajaba a Europa y me voy con una lista de discos para buscar, cosas que me había sugerido Jalil. En ese momento desde que salían y pegaban las bandas allá hasta que llegaban acá pasaban unos seis meses y yo traje música para poner en el bar, discos, que acá no habían salido: Nick Cave, Pixies, Faith no more, y Oscar empezó a ir a poner esa música, pasamos los discos a cassettes y la gente empezó a ir a escuchar eso, fue variando el público, a ir más gente del rock sónico también”, agrega Mamblona. Una noche, casi accidentalmente porque les cerraron el lugar donde iban a tocar en La Plata, sonó en el escenario del Boulevard la banda Babasónicos, pero también supieron tocar Pantera, Miguel Cantilo o Mex Urtizberea. 

“En principio era un bar como cualquier otro, con las historias de cualquier otro bar, pero fue uno de los casi primeros en una seguidilla de bares de gente que llevaba alguien a tocar. Lo que aunó fue el movimiento moderno que había en ese momento, la cultura emergente underground que siempre es la que trae la novedad”, apunta Astarita. 

“En la ciudad no existe la figura del artista alejado del común de las personas, es un artista de cercanía que te cruzás en la farmacia, en el almacén y también en el bar. Y este lugar ofrecía algo distinto de lo que ofrecía la noche de la ciudad a sus habitantes más jóvenes o no tanto. Pensá en una ciudad que el destino que te ofrece es estudiar una carrera, o ir a bailar a lugares, boliches, como Siddharta. Pero había gente que no encajaba en ese plan y acá lo que predominaba era otro tipo de interés y sensibilidad en un contexto donde eso no era común: ya iniciaban los ‘90”, dice Fiebelkorn.

Un nombre lleva al otro y la máquina de anécdotas sobre el lugar es inagotable. “Íbamos a Buenos Aires a ver cosas, entre las que estaban, por ejemplo, Las Pelotas, que recién empezaban, y los trajimos. Ese día el flaco de Las Pelotas vendía las entradas a través de la ventana. O nos íbamos al Samovar de Rasputín donde se tocaba blues, y tocaban Otero, Kleiman, Pettinato, así fue como vino con Pachuco Cadáver. Esa vez la negra Poli me dice ´en Buenos Aires tocan para 20 personas´ y acá se llenó y no lo podían creer, pero era el lugar que convocaba. Entre los jazzeros Fats Fernández, que tocaba allá para 100 personas,  vino y metimos 300”, enumera Mamblona. 

Y la gente seguía convocándose en el lugar renovando y sumando público. “Es que no era un lugar de cofradía, no era un espacio cerrado, encriptado, para un grupo de entendidos. Y eso era para mí lo más atractivo del Boulevard: la posibilidad de que se cruzaran géneros, centralmente vinculados a lo musical, al rock y al jazz, en un momento muy pródigo. Muchos de los que veníamos de una formación rockera encontramos allí un espacio de intercambio, una especie de espacio multicultural que no tenía límite de horarios lo que no pasaba en otros boliches”, describe Pujol. 

“Al ser La Plata tan juntable, una persona se junta con otra en poco tiempo, las facultades, la afluencia riquísima de pibas y pibes de otros lados, que son los que terminan floreciendo. Se crea un despertar a través de la cultura y ése fue un lugar que le dio espacio a eso”, analiza Astarita. 

La explosión fue con el famoso concurso de bandas: el Festival La Plata Rock en el ‘91. La convocatoria superó incluso las expectativas de los organizadores y se anotó medio centenar de bandas, de forma tal que tuvieron que extenderlo por días y apelar al salón Lozano para la final. Frente a un jurado conformado por Mamblona, Rocambole, Pujol, Puky Martínez, Jalil, Sergio Martínez y Marcelo Montolivo. Aunque los Peligrosos Gorriones encabezaban las bandas favoritas, en la cocina de la casa de Mamblona se definieron como ganadores Los Peregrinos, la formación con Manuel Moretti que antecedió a Estelares. Todos recuerdan que hubo sorpresa y algunos enojos. 

“Fue casi un último estertor”, resume Astarita. “Creo que junto al público más bohemio aparecen personajes oscuros de la noche de la ciudad y eso lo fue hundiendo”, apunta Fiebelkorn.  Poco después del festival, Mamblona dejó en manos de un socio el lugar, que terminó cerrando sin demasiadas objeciones y resistencias. Y el mito echó a rodar a través de quienes recuerdan esas mesas que supieron reunir entre su público a la Negra Poli y al Indio, a rugbiers, músicos y estudiantes universitarios, actores y actrices, artistas plásticos, al Negro Jose Luis, líder de la barra brava de gimnasia, y a policías que se cruzaban de la departamental a tomar una cerveza cuando terminaban el servicio. 

La casona donde funcionó el Bule hoy se encuentra nuevamente cerrada. Tras la experiencia como sitio comercial gastronómico, el lugar fue alquilado por algún tiempo por el Colegio de Arquitectos. Ahora un grupo de emprendedores sueña con reabrirlo para instalar una cervecería aunque los trámites de habilitación aún están pendientes.  

Fuente: 0221.com.ar / Begum

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