martes, 1 de mayo de 2012

LA BAYADERA EN EL TEATRO ARGENTINO DE LA PLATA


Entre el 26 y el 29 de abril 2012 se repuso en la sala lírica platense el trágico ballet La Bayadera, que había sido originalmente producido en 2007, con coreografía de Luis Ortigoza. En ambas oportunidades contó con las mismas interpretaciones en los roles protagónicos, salvo los bailarines invitados, y con estrenos simultáneos a ambos lados de la cordillera.

2012 parece ser el año consagrado a estas legendarias bailarinas de los templos religiosos indios y nuestra ciudad no podía quedarse detrás: en marzo revivió la obra en la Ópera de París con la versión de Nureyev, a mediados de abril se montó en Chile, con el Ballet de Santiago a cargo de Ortigoza y en Montevideo con el Ballet del SODRE, en la reposicón de Natalia Makarova y producción del Swedish National Ballet; recientemente se vio en La Plata y en mayo le tocará el turno a España, con una gira del Bolshoi y a Rosario, con una presentación del ballet estable del Teatro Argentino.

Con mucha gente joven entre el público, la estética oriental de la historia, exótica, con tantos brillos y colores, transporta al espectador desde el primer minuto a una atmósfera de cuento vivo que fascina y entretiene.

Capta. Atrae.

Las caracterizaciones de los guardias, los guerreros, el rajá y los fakires fueron perfectas y eso contribuyó en gran medida a generar la sensación. 

El primer momento fuerte de la función, muy romántico y logrado, fue el pas de deux ante el fuego sagrado, en el que Solor y Nikiya se juran amor. 

Julieta Paul dio vida a una Nikiya etérea, ágil, romántica y enamorada (en el estreno del 26 de abril el rol fue encarnado por Eleonora Cassano en su gira de despedida); y Thiago Soares lució su imponente presencia escénica y un buen trabajo como partenaire, pendiente y cuidadoso de su compañera.

Luego, hacia el final del primer acto, la trágica escena de la muerte de Nikiya ofreció lo mejor de todos los personajes. La variación fue excelente, con impecables souplesses y precisas posturas propias de la danza clásica de la India, sin perder gracia ni expresividad. 

También se transmitió muy claramente la grandeza en el espíritu del gran brahmín, al intentar salvar a su enamorada, la turbación de Solor al comprobar el ardid de Gamzatti y su padre, y el intento de disimulo de esta última al quedar tan expuestas sus intenciones espúr espúreas. Fue uno de los momentos más destacados de la noche.

El baile de las sombras que abrió el segundo acto transcurrió bien nebuloso, blanco y simétrico.

Las figuras parecían ser infinitas, inundaban el escenario de personajes del más allá y desdibujaban los límites marcados y hasta la noción del tiempo. El trabajo del cuerpo de baile realmente generaba la sensación de estar frente a una visión extraña, como de otro mundo, y uno podía desde la butaca tener una sensación similar a la que perturbaba al príncipe guerrero.

Hacia el final, el cuadro dramático en el que todos mueren, con la ayuda de la tecnología lumínica que aportó cierto modernismo a la estética, dejó una impronta fuerte entre el público, que llegó a suavizarse con el encuentro en el paraíso de Solor y Nikiya, para aliviar el espíritu.

Fuente: http://www.quehayendanza.com.ar/MAYO2012.pdf

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