domingo, 5 de diciembre de 2010

Marilina Ross: "La Raulito es lo mejor que he hecho en la vida"

Por Martín Artigas

María Celina Parrondo, actriz, cantautora, artista versátil, mujer valiente y con convicciones, nació en el barrio porteño de Liniers, el 16 de febrero de 1943. Fueron sus padres quienes la llevaron a estudiar teatro apenas cumplió 8 años: era una niña inquieta y ocurrente. Ella accedió sin chistar. Y, aunque en su adolescencia intentó, en un acto de rebeldía, virar el rumbo –se metió a estudiar taquigrafía, "como para ser una de esas secretarías triunfadoras de los afiches"–, el destino pudo más, y así se convirtió en Marilina Ross. 

Comenzó a trabajar con la gran Luisa Vehil, enamoró al público interpretando a la Margarita Reyes de La nena, formó parte del recordado Clan Stivel –o "Gente de Teatro", como sus integrantes siempre prefirieron que los llamaran–, se puso en la piel de "La Raulito" para la pantalla grande… Y se tuvo que exiliar. Volvió de España cargada de canciones, a mostrarse en su faceta de cantautora y salió más que airosa. Sin embargo, poco a poco Marilina Ross se fue retirando de la escena, en silencio. Un silencio que se rompió el 18 de noviembre pasado, cuando fue nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y aprovechó para anunciar su retiro definitivo.

—¿Por qué decidió alejarse de los escenarios?

—Hacía varios años que lo estaba definiendo, pero no lo traducía hacia afuera. Antes del último disco, Más que un sueño (2000), por ejemplo, pensaba que ya no iba a grabar más. Pero bueno, apareció la posibilidad de trabajar con una serie de compañeros, artistas, amigos (Norma Aleandro, Sandra Mihanovich, Alberto Cortéz, Alejandro Lerner) y lo hice, sin que ellos supieran que ese iba a ser mi último trabajo. Solo yo lo sabía, porque se me estaba haciendo dificultoso hacer las cosas bien, me quedaba sin aire… Entonces preferí dejar antes que tener que hacerlo mal.

—¿Cómo se madura una decisión semejante?

—No fue fácil y me costó varios años, como verán (risas). Pero siempre me moví por el entusiasmo y el disfrute, ese fue mi motor, aún cuando me moría de miedo antes de cada estreno. Y últimamente me estaba pasando que más que disfrutarlo era un sufrimiento por no poder hacer las cosas como me gusta hacerlas y entonces dije: "Bueno, vamos a ir dejando...". Y recordé una frase de Osvaldo Miranda cuando levantaron La nena y al principio él decía: "¡Pero cómo vamos a dejar de hacer La nena!", y después llegó un momento en que lo aceptó y dijo: "Bueno, está bien, vamos a dejar porque es mejor que la gente sienta pena porque se terminó el programa a que sienta alivio". Así que no trabajo más, ni como actriz ni como nada. Ahora empiezan mis vacaciones... Bah, no empiezan, siguen, porque hace rato que empezaron.

—¿Por qué se hizo esperar tanto la cantautora?

—La música siempre estuvo en mí, solo que no dejaba que saliera a fuera. Por eso, primero llegó la actriz. Empecé a trabajar en teatro a los 16 o 17 años, y recuerdo que con el primer sueldo que tuve, trabajando con Luisa Vehil, me compré una guitarra. Ahí empecé a componer, pero solo lo hacía para mí, no lo compartía con nadie.

—¿Qué recuerda de esas primeras composiciones?

—Bueno, "Carta a papá" fue la primera. Me gustaba mucho como escribía Cristina Banegas, y entonces le robé la letra y le puse música. Al principio no me animaba a escribir, entonces le ponía música a poemas que me gustaban o a lo que escribía otra gente. Lo que me costó más fue animarme a contar historias mías. Creo que una de las primeras que hice fue "Canción de cuna para despertar a un niño dormido", una canción que estaba dirigida a mi panza. Curiosamente esa canción de cuna salió publicada en un libro de nanas en España que recopilaba un montón de autores, desde Federico García Lorca y Gabriela Mistral, y ahí estoy yo también.

—Ahí habrá sentido que tan mal no lo hacía entonces...

—Es verdad, solo que en aquél momento no lo sabía. Era algo que tenía que decir, porque era algo que me estaba pasando a mí, no era algo que se podía tomar prestado. Eso es lo que me dio más coraje para escribir.

—¿Cómo fue la época de "Gente de Teatro"?

—Fue la época de mayor crecimiento que tuve. Tener la oportunidad de trabajar con Norma Aleandro, Federico Luppi... Yo era como una especie de esponja que aprendía y absorbía todo lo que podían darme los demás.

—¿Cómo llegó a juntarse un grupo así hacia fines de los 60?

—La idea en un comienzo fue de quien era mi marido, Emilio Alfaro. Por esa época, éramos muy amigos de David Stivel y Bárbara Mujica, pasábamos mucho tiempo juntos. Ellos habían trabajado con Norma Aleandro, después convocamos a Federico Luppi, a Carlos Carella, y así se armó.

—¿Qué tenían en mente? ¿Qué creían que era necesario cambiar?

—Fue una época de una gran trascendencia actoral, la mayoría de nosotros teníamos éxito en televisión. Entonces la idea, el objetivo era juntar el éxito que nos daba la televisión para hacer cosas que tuvieran un contenido un poco más profundo. 

—Hay una mirada de mucha nostalgia hacia esa época ¿usted coincide con eso?

—Claro, pero el mundo era otro, la historia era otra. Justamente, corría el año '68, cuando el Mayo Francés, la ebullición de los cantautores en todo el mundo, desde los Beatles hasta Silvio Rodríguez... Era como una explosión de crecimiento a nivel mundial. Y aquí se dio lo mismo, en distintos niveles. Y creo que la experiencia de "Gente de Teatro" coincide con eso, con las ganas de ser un poco mejores, más solidarios, más justos, pensar que el que está al lado es igual a mí y podemos hacer algo juntos. Ahora estamos en tiempos más individualistas, tiempos en los que solo importo yo y el de atrás que se arregle.

—¿Sintió mucho prejuicio cuando pasó de hacer programas como Cosa juzgada a una telenovela como Piel naranja?

—Si, claro. La telenovela estaba mal vista, era como un género menor. Menor hasta que leí los libros y vi de qué trataba y no veía la hora de tener el siguiente libreto para saber cómo seguía esa historia. Fui la primera fanática de Piel naranja, así que ahí me mandé a guardar y me sentí contentísima de hacer esa novela, con esa gente, con ese autor...

—¿Qué aprendió de Alberto Migré?

—La pasión. Era un hombre manejado por la pasión a todo nivel, todo era al mango. Nos hicimos muy buenos amigos.

—También tuvo un guiño suyo cuando la invitó a incluir algunas de sus canciones en Piel naranja, ¿no?
—Si. Por entonces ya había sacado mi primer disco y no pasaba nada, no lo compraba nadie. Era un bochorno. Hasta que lo escuchó Migré, le gustó, me contrató para protagonizar la novela y me pidió permiso para usar las canciones de mi disco. "Pero como no, encantadísima", le dije. Y él las fue metiendo dentro de la historia, no como fondo para los títulos, sino acompañando la historia. A partir de eso, se empezó a vender, así que él es gran responsable del éxito de ese disco.

—¿Cómo llegó a filmar La Raulito, esa película por la que tanto luchó?

—En realidad, la idea surgió en Cosa juzgada. Ahí se presentó el caso de "La Raulito" y me tocó interpretar a mí al personaje. El capítulo se llamó "Nadie" y lo hice con el pelo largo -porque todavía no me lo cortaba-, escondido dentro de una gorra. Y desde que lo hice, se me puso en la cabeza que eso tenía que convertirse en una película, porque me parecía tan rica la historia, tan sabroso el personaje y que daba para tanto, que le dije a Juan Carlos Gené que escribiera un guión de cine. Y después yo me fui con ese guión a ver a cuanto director se interesara y le dejaba el proyecto. Me llevó cinco años esta lucha, hasta que finalmente se filmó en el '74. Yo sabía que iba a ser un éxito.

—¿Cómo la recuerda actoralmente?

—Creo que es mi mejor trabajo, lo mejor que he hecho en la vida. Al punto que después me costaba hacer otros trabajos porque siempre pensaba que estaba lejísimos de llegar al tope que había alcanzado en La Raulito. Es un milagro que uno pueda lograr un personaje así, creo que en parte de debió a la tenacidad que puse para que se hiciera realidad el proyecto.

—Esa película fue también, una de las últimas cosas buenas que le pasó antes de tener que exiliarse, ¿no?
—Claro. Y además le agradezco enormemente a esa película que me haya abierto las puertas en España. Allá llegó a tener más espectadores que Tiburón, fue un éxito arrollador. Entonces llegué a España y era conocida. De hecho, me fui con un contrato para hacer dos películas, hice televisión, teatro... Era un personaje muy querido allá.

—Igual usted no podía sentirse feliz, lejos de su país...

—No, yo estaba muy mal. Extrañaba muchísimo, no lograba adaptarme. Mi familia estaba acá... Y el dolor de estar lejos de la Patria es tremendo. Al menos para mí fue insoportable. Fueron cuatro años de exilio.

—¿Cómo fue el regreso?

—Volví en el '80, con Videla aún el poder. Llegué muerta de miedo, porque no sabía que iba a pasar conmigo. No pasó nada felizmente, sobreviví, y sobreviví a mis miedos también, pude trabajar... Lo que no podían era nombrarme en los medios de comunicación en esa época, estaba prohibida. Pero hice teatro y empecé a hacer mis recitales. Así empezó mi carrera como cantautora, con todo lo que había compuesto en España con el dolor que me había producido el exilio. Entonces empecé a encontrarme con mis canciones, con la gente que le gustaba lo que hacía, y eso fue creciendo hasta que se destapó en el año '82 con la guerra de Malvinas, como se prohibió la música en inglés de repente pasé de estar prohibida a que tres sellos se pelearan por mi trabajo. Gracias a una guerra. No se podía creer la escena.

—¿Y la gente cómo se comportaba con usted cuando volvió al país?

—La verdad, las muestra de afecto y de apoyo de la gente estuvieron siempre, desde que recuerdo. Entré en el corazón de la gente. Cuando hice Piel naranja no podía salir a la calle, con La Raulito pasó lo mismo... La gente me abraza como si fuera de la familia. En realidad, siento que soy como de la familia.

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