Con dirección del platense Suárez Marzal se estrenó la obra de teatro La gran magia

Cartelera porteña

07-06-2010 / Está protagonizada por Laplace y Garzón

Víctor Laplace y Gustavo Garzón protagonizan La gran magia, la obra de Eduardo de Filippo, traducida y dirigida por el platense Daniel Suárez Marzal, que se presenta de miércoles a sábados a las 21 y los domingos a las 19.30 en el porteño teatro Presidente Alvear (Corrientes 1659).

En los primeros papeles femeninos están Sandra Ballesteros y Karina K y el reparto lo completan Rubén Ballester, María Alejandra Bonetto, Ana María Castel, Pedro Ferraro, Guillermo Kuchen, Luis Longhi, Coni Marino, Valentin Pauls, Gabriel Rosas, Diana Santini, Anabella Simonetti, Carlos Weber y Marcelo Xicarts.

Es una pieza "popular e inteligente, con trama y contenido y un lenguaje accesible", describió Garzón. "Es una obra para adultos, pero tampoco mis chicos van a quedar afuera porque hay una cosa con la magia muy atractiva. Por ahí un chico se perderá alguna profundidad que tiene, pero igual puede llegar a disfrutarla", reflexionó el actor.

La gran magia observa a un marido (Garzón) que prácticamente ve desvanecer en el aire a su esposa (Ballesteros) por obra de un mago de mala muerte (Laplace), con un dejo "pirandelliano" en el que se confunden la realidad y la imaginación.

–¿Por qué hacer una pieza de 1948?

Víctor Laplace: –Hay una sola obra que suele representarse de De Filippo, Filomena Marturano, pero él tiene más de 40 escritas. Lo llamativo es que cuando (Giorgio) Strehler estrenó La gran magia en París se propuso demostrar que después de Luigi Pirandello De Filippo era el más grande autor italiano.
Gustavo Garzón: –Aquí se dan las condiciones ideales para que salga bien, porque sólo en un teatro oficial se puede hacer la obra tal como la escribió el autor, que ya plantea desde el libro una serie de desafíos escenográficos que te indican que en el teatro no todo es imaginación.

–Son obras que ya no se escriben...

G.G.: –Un teatro privado no puede sostener a 15 actores, la escenografía de un hotel real, una iluminación importante que se puede lucir en este espacio.
V.L.: –Desde que la leí sentí que era una obra muy popular, que asocié con nuestro Armando Discépolo.

–¿Se acerca al grotesco?

V.L.: –Se cuestiona mucho. Hay una primera instancia donde están los pasajeros del hotel dedicados a la nada, hasta que aparece este mago Otto Marvuglia cuestionando la idea del tiempo y la realidad. Y proponiendo desde el vamos tomar la vida como un juego, no demasiado en serio, a la vez que hace una relativización del tiempo.

–¿Cómo es eso?
V.L.: –Todo puedo pasar en un segundo; de hecho en una hora y media pasan cuatro años para atrás y para adelante. Es una obra muy surrealista aunque su tratamiento es realista: lo que vemos son personajes sombríos y a la vez alegres, gente más o menos golpeada, que aparentemente no espera nada de la vida y a pesar de todo se ríe.

–¿Cuál creen que puede ser el rol del teatro en estos momentos?

G.G.: –Hoy en día el noticiero de TV pasó a ser la crónica de toda la podredumbre que antes no tenía lugar. Es difícil ganarle con el arte a la noticia tal como se la hace hoy. Antes, el teatro podía revelar cierta cosa que ahora se puede ver en Policías en acción, donde está todo a la vista. Hay cámaras en todos lados y todo se ve en todos lados, por lo que me parece que el camino del teatro es recurrir a la forma artística, metafórica, de contar una realidad. Pero la realidad en sí está tan contada, tan analizada y tan hablada, que qué más podés decir.
V.L.: –Creo que ahora lo artístico se ha puesto muy farandulesco, por eso cuando lo artístico pega es formidable.
G.G.: –Cuando fui a ver Evita me llamó la atención que al final toda la sala estaba parada aplaudiendo cinco minutos. Vi a Nacha Guevara y le comenté: "Che, hasta los gorilas aplauden parados". Y ella me dijo: "La belleza los puede". Es que la belleza del arte los puede a todos y los une, porque en toda esa sala no todos serían peronistas, supuse, algunos odiarán a Evita, pero no pudieron sino pararse a aplaudir.

Fuente: Diagonales