lunes, 26 de septiembre de 2011

Armando, el otro Discépolo

Fue un autodidacta que empezó como actor y se volcó a escribir por sugerencia de su madre

En el mes de su 124º cumpleaños

26.09.2011 | Diagonales / Autor de clásicos como Mateo y Babilonia, fue un padre para Enrique, su hermano que se llevó la fama

Desde Caín y Abel hasta hoy en las historias de hermanos famosos se cuentan rivalidades, enfrentamientos, traumas, distanciamientos eternos, celos y hasta violencia extrema. Las diferencias suelen ser denominadores comunes como la política, el arte, el dinero, la fama y el amor.

El caso de Armando y Enrique Discépolo no fue diferente. A pesar de que Enrique Santos –el más famoso– nació 14 después que Armando (que lo hizo el 18 de septiembre de 1887), la historia entre ellos transitó, la mayor parte de sus vidas, por carriles que los mantuvieron a una distancia prudencial.

“Armando fue el dramaturgo argentino más importante de la primera mitad del siglo XX”, dice el historiador y escritor Sergio Pujol, autor de Discépolo (Emecé), la biografía de Enrique.

Nacido el 18 de septiembre de 1887, Armando se crió en los conventillos porteños hablando italiano y escuchando las anécdotas de los miles de inmigrantes llegados a Buenos Aires después de la segunda mitad del siglo XIX, material que luego utilizó para su producción dramática. Armando fue el creador y máximo representante del “grotesco criollo”, género nacido a partir del sainete, que ahonda en los problemas de los inmigrantes.

Criando a Discepolín. Cuando Enrique tenía 8 años murió su padre, el músico napolitano y director de orquestas, Santos Discépolo. A partir de ese día Armando pasó a ser el hombre de la casa, el que paraba la olla y le llevaba el mango a doña Luisa De Luchi.

Para ese entonces el nombre de Armando ya contaba con prestigio dentro de la escena teatral porteña, cuando con apenas 18 años, Pepe Podestá, director de una de las principales companías de teatro de la Argentina, estrenó con éxito una obra de su autoría: Entre el hierro.

La historia cuenta que se convirtió en escritor cuando, en 1909, su madre encontró una libreta en la cual había escrito algunos diálogos y le sugirió dedicarse al teatro. Así empezó a escribir obras cortas que actuaba y dirigía.

Por esos años formó la Compañía Teatral de Aficionados que representaba sus obras en localidades porteñas y suburbanas. Continuó escribiendo y a lo largo de su carrera estrenó más de treinta obras. “Empecé a escribir porque me aturdía más el drama ajeno que el mío”, solía decir este hombre al que se le atribuía un carácter duro, contestaciones secas e irónicas.

Desde ese momento cuando se hablaba de Discépolo se hacía referencia al autor que escribía continuamente estrenando una obra tras otra.

Armando fue quien lo introdujo a Enrique en el mundo del teatro, le presentó a sus amistades y le dio el primer papel de reparto en una obra de su autoría cuando su hermano todavía era un niño.

“La influencia artística de Armando fue decisiva en Enrique. Se nota en sus letras de tangos teatralizados como Yira, yira o Chorra, con esos giros del habla propios del lenguaje que manejaba Armando”, cuenta Pujol.

A medida que Enrique iba cobrando notoriedad y reconocimiento entre sus pares, la relación entre ambos se iba desgastando. Tras escribir juntos la obra El Organito (1925), nunca más volvieron a reunirse para la creación artística.

“Armando no tenía una buena relación con Tania, la compañera de su hermano, y la llegada del peronismo al poder y la identificación de Enrique con el movimiento hicieron que los últimos años de vida de Discepolín y su hermano, ese que había sido como su padre, los encontrara separados”, relata el historiador platense.

Amanda y Eduardo (1931) fue la única obra de Armando Discépolo que indagó en la psicología femenina y se apartó de la problemática de los inmigrantes para poner en escena situaciones conflictivas y problemas universales. Su estreno, con gran éxito, fue en Barcelona, España, en ese mismo año.

En 1934 Armando escribió Relojero, su última producción teatral. La radio fue su refugio y los radioteatros su ocupación. Cuando alguien le preguntaba por qué no volvía a escribir obras de teatro, el ponía su peor cara y respondía: “no me queda más que decir como dramaturgo”. Murió en Buenos Aires, el 8 de enero de 1971, a los 83 años.

Fuente: http://www.elargentino.com/nota-159460-Armando-el-otro-Discepolo.html

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