
Un coreógrafo talentoso, cinco jóvenes de González Catán, dos bailarines y un baterista en busca de una identidad artística
Jueves 10 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa
Alejandro Cruz
LA NACION
Casi diez de la mañana. Esquina de avenida 9 de Julio y Av. de Mayo. El Pola, Alejandro, Jhonny, El Dani y Lucas se bajan del colectivo que los trae de González Catán. El Dani está machucado. Una piedra, digamos, le pegó en la cabeza. Eso fue hace dos días. El apenas se queja. A lo sumo, tiene algún mareo, una molestia recurrente y la remera manchada. Un superficial relato sobre lo sucedido se interrumpe porque hay que subir a otro colectivo que nos dejará en La Plata. Allí ensayan Km 29 , el trabajo de Juan Onofri Barbato.
Onofri es el mismo coreógrafo que impactó con Taulet . Es el mismo que está llamando a Marina para que nos espere con gasas para El Dani. Es el mismo que cuando me encuentro con él, a las nueve de la mañana, ya había hecho 16 llamadas a los celulares para que los pibes se tomaran El Truchito, el colectivo que los traslada hasta una rotonda de la ruta y, de ahí en más colectivos hasta la ciudad de las diagonales.
Teatro Argentino de La Plata. Gasa y desinfectante para El Dani y suculentos sándwiches para todos. Otros tres artistas se suman al elenco: Ramiro Cairo (batero experimental a cargo de la música en vivo) y dos bailarines profesionales. Uno, llamado Pablo "Kun" Castro, también doble de riesgo. El otro, Alfonso Barón, el que la rompe en La idea fija, trabajo de Pablo Rotemberg (El Portón de Sánchez).
Desde hace tiempo, año y medio, Juan Onofri tiene su propia idea fija: encontrar el movimiento puro de estos cinco intérpretes que vienen de tierras duras y fértiles del conurbano. Lo de la dureza no hace falta explicarlo demasiado. Pensemos que estos pibes pertenecen a la tercera generación de familias desocupadas o subocupadas. Sobre las consecuencias de esa dureza algo sabemos, intuimos, vivimos, sufrimos. Y digo "algo" porque si usted está leyendo esto en papel o en Internet es porque, seguramente, pertenece a un realidad social y económica que esos chicos observan desde lejos.
Hablemos de la riqueza de estos cinco pibes. El Pola es Jonathan da Rosa. Cuando baila tiene un movimiento de brazos subyugante. "Eso lo aprendí de mi viejo, que me enseñó un montón de cosas de karate. Está rejoya. Juan [Onofri] una vez me vio haciendo esto y le gustó. Mi viejo fue militar, en Uruguay. Estuvo dos años más o menos en la milicia. Después lo despidieron porque se mandó un moco." En su casa escucha desde Rata Blanca hasta cumbia villera. También hace beat-box (sonidos con la boca).
Lucas Araujo tiene 16 años. Durante la obra tiene un solo conmovedor: con el escenario vacío y en silencio, él baila de espaldas al público escuchando música en su mp3. Es una de las tantas escenas en las que la propuesta se llena de verdad. "En ese momento bailo una música como de danza, tipo electro dance, que me pasó Juan. ¿Y viste que hay como dos sombras? Bueno, yo las copio." Se enganchó con esto porque le gusta bailar. A sus amigos les contó levemente el motivo por el cual, tres veces a la semana, estuvo yendo a La Plata. ¿No pintó contarles qué hacés? "Y... más o menos. Pero no creo que quieran saber ni nada de eso." Lucas vive en el Kilómetro 36.
El Jhonny es Jonathan Carrasco. Es un grosso. Es el que, cuando termina la pasada y en medio de una charla grupal, reconoce: "Yo me quedo con unas ganas de bailar, me quedo". Junto a Alejandro Albarenga, imponen una prestancia, una calidad de movimiento y una manera de proyectarse en el espacio que hipnotizan. Podrían hacer baile callejero en el Bronx y filmar de vez en cuando algún video clip junto a alguna estrella del momento para juntarse sus buenos dólares, pero son de Catán. Ale, al terminar la pasada, de buenas a primeras se manda un movimiento que resuelve como si tuviera hora de prueba. ¿De dónde sacaste eso? ¿Lo ensayaste en tu casa? "Naaaaaaaa, ¡qué voy a practicar en casa! El otro día Juan hizo algo así y vi cómo había puesto el pie y cómo acomodó los brazos", dice, con la misma naturalidad con la que acaba de hacer la pirueta.
El quinteto se cierra con El Dani, Daniel Leguizamón. Al final de la pasada tiene otro solo que se expande, que atrapa, que enternece. El contrapunto físico y energético con los otros dos grandotes se transforma en uno de los vectores de este trabajo. Si le quedó alguna duda de lo que cuento vaya a YouTube, escriba Juan Onofri Km 29 y tómese 4 minutos con 59 segundos para ver un ensayo del año pasado. Hágalo. En serio se lo digo.
Corrimiento
Todo el grupo se viene tomando mucho más tiempo para ensayar. No, error. Los pibes no dicen ensayar, dicen "entrenar". El leve desplazamiento semántico les sirve para evitar cualquier mala interpretación entre sus pares. Lo que se dice, gente inteligente conocedora del código.
El km 29 de la ruta 3 es un punto de transbordo. Allí, desde bien temprano, llegan combis y colectivos que trasladan a infinidad de trabajadores hacia Buenos Aires. Por la noche, es territorio de travestis y prostitutas. El año pasado, Km 29 hizo funciones en el Festival Buenos Aires Danza Contemporánea bajo el formato de trabajo en proceso. Iba a hacer una función, pero tuvieron que ser dos. En la primera, El Dani estaba nervioso. Después, dice que la disfrutó. Esa noche, de buenas a primeras, se topó con una sensación que desconocía: la del aplauso. Ahora, camino hacia el teatro, recuerda esa situación y se le encienden los ojos, aunque el tajo y el mareo le molesten. Esa noche, en medio de la ovación final, al Jhonny, un pibe con pinta de duro de domar, se le cayeron varias lágrimas. Y cuentan que con los ojos en llamas agradeció a cada uno de sus compañeros de ruta. Jhonny es el mismo que decía: "Yo me quedo con unas ganas de bailar...". Tenés razón, después de verlos cualquiera se queda con ganas de bailar.
Km 29 , como la misma rotonda de la ruta 3, parece convertirse en un punto de confluencia. Ellos vienen de la cumbia villera, el rap, el reggaetón, el hip hop y el rock pesado. Onofri toma todo eso (de hecho, la coreografía le pertenece al grupo) y les pasa videos de danza clásica y contemporánea, de deportes y de street dance como parte de un largo aprendizaje.
A veces, algunos de ellos no van a ensayar porque se quedaron cartoneando o porque algún etcétera se coló en un kilómetro de la ruta. En otras oportunidades, llegar hasta La Plata es un problema porque, aunque se les hayan conseguido pases para el colectivo, no tener DNI y la portación de rostro les complican las cosas. Para esa infinidad de vericuetos, Juan Onofri, Matías Sendon y Marina Sarmiento (los que, en términos de producción, sacan adelante todo esto) actúan como si fueran madres, padres, tutores y encargados de este micromundo tan endeble y maravilloso. En cada una de las personas que están acá se percibe una historia de amor y valor.
Km 29 se estrenará en mayo, en La Plata. Si los sueños se cumplen, luego irá a El Perro, la sala que Juan tiene en Colegiales. Si la realidad del ensayo del otro día logra seguir afirmándose, Km 29 dará que hablar. Yo sé que, en términos de la objetividad periodística, no está bien afirmar algo sin haber visto el resultado final. Pero en este caso, sabrá usted disculpar, poco me importa.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1356066-km-29-una-obra-que-cruza-fronteras?utm_source=p-toi7225
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