Aunque nunca fueron masivas, las jam sessions (sesiones en la que los músicos de jazz se reúnen para improvisar) suman más de 25 años de vigencia y continuidad en La Plata, junto una rica historia en la que dialogan nombres legendarios, como los del recordado baterista Pocho Lapouble o el trompetista Bill Hart, con los de músicos de nuevas generaciones. Características y códigos de una movida con identidad propia.
Por: OMAR GIMENEZ
Alguna vez no hubo escenario. Apenas un espacio poco diferenciado del resto del local, donde se disponían los músicos cerca de la puerta del baño de hombres, siempre dispuestos a hacerse a un lado cuando un cliente rumbeaba para el clásico cartelito que dice "caballeros". Alguna vez la cita fue en un centro cultural de barrio adonde los que llegaban debían insistir largos minutos con el timbre hasta que conseguían ser oídos por los que en el interior de la casa improvisaban. Alguna vez fueron más los que tocaban arriba del escenario que los que abajo escuchaban. Alguna vez los números dejaron de cerrar y lo que cerró fue el bar que los albergaba, con lo que se hizo necesario emprender un nuevo éxodo y volver a transitar el frío del destierro hasta encontrar otro espacio. De estos y otros obstáculos está escrita la historia de las jam sessions (sesiones de improvisación que reúnen a músicos de jazz) platenses, que aún así se las arreglaron para sumar más de 25 años de vida continuada en la Ciudad, convirtiéndose en ese lapso en escuela, laboratorio experimental, semillero y punto de reunión indiscutido para los cultores del género en la región.
Pocos podrían discutir el postulado de que La Plata es una ciudad con mucha música. Y sobre todo una larga lista de centros de formación musical. Sólo la carrera de música popular (una de las pocas en su tipo en América Latina) incrementó su matrícula desde su creación en 2006 hasta hoy hasta poner a las carreras musicales al tope de las estudiadas en la Facultad de Bellas Artes por primera vez en la historia. A los alunnos de Bellas Artes se suman los inscriptos en el Conservatorio Provincial y en escuelas privadas que convocan hasta alumnos del exterior. En este contexto no es raro que las jam sessions hayan conseguido en los últimos años una regularidad inédita, con fechas fijas y la movilización de decenas de personas cada semana, entre músicos y público.
Antes de seguir conviene definir una jam sessions: una manera apropiada sería decir que se trata de la reunión de un grupo de músicos de jazz sobre un escenario, quienes, en base a una melodía por todos conocida (standards propios del género, basados en el blues y en las canciones de las comedias musicales de Broadway) tocan sin ensayo previo y con la improvisación como consigna. Esas reuniones comienzan con un grupo de apertura y son abiertas a la participación de todos aquellos instrumentistas o cantantes que quieran sumarse.
Músicos platenses de distintas generaciones que integran o han integrado grupos de base para esas sesiones, como el contrabajista Chelo Fridman, el saxo tenor Hernán Samá, el saxofonista Pablo Ledesma o el guitarrista Waldo Brandwajman, coinciden en ampliar la definición. Y consideran a la jam session una escuela del género, tanto como un laboratorio experimental, una vidriera y un semillero del jazz.
"La jam sesion es una escuela donde uno puede practicar y al mismo tiempo experimentar y medir sus capacidades con relación a otros músicos en un momento dado. Es a la vez un semillero de nuevas figuras y una vidriera donde mostrar lo que se hace", dice por caso Brandwajman, quien en los años ´90 integró una cooperativa de músicos platenses responsables de instaurar las primeras jam sessions regulares de la ciudad.
Con todo, y frente a las jams porteñas, las platenses tienen sus propias características: suelen ser menos participativas, con grupos de apertura que permanecen más tiempo sobre el escenario. Y en ellas no se plasma cabalmente uno de los elementos más enriquecedores de estas sesiones: el intercambio generacional.
Si en su libro "Jazz al Sur", el historiador platense Sergio Pujol destaca el papel de Enrique Mono Villegas participando de jams con músicos "un poco más jóvenes que él que ya lo veían como un viejo maestro un tanto extravagante pero nada aburrido" y si el joven guitarrista platense Ignacio Cacace idealiza desde la mesa de un bar los encuentros entre un consumado Lester Young y un joven Charlie Parker, nada de eso modifica la realidad de las jams platenses, donde no es muy común la reunión de músicos de distintas generaciones.
Para Hernán Samá, esto tiene que ver con una postura frente al jazz en general que los diferencia: "la generación anterior a nosotros venía de otra música, de la fusión y a través de ella llegaron al jazz. Nosotros sólo nos interesamos por el jazz, vamos a las raíces". Para Pablo Ledesma, saxofonista enrolado en la generación influída por la fusión y que esporádicamente sigue visitando el escenario de las sesiones, la razón es otra: "la jam es sinónimo de juventud, es propia del músico que se está formando, abierto a escuchar e incorporar cosas nuevas; mientras que con el paso de los años, uno se va definiendo por un estilo".
UN POCO DE HISTORIA
La historia de la continuidad de las jams platenses se remonta a los años ´80, recuerda el saxofonista Pablo Ledesma, y entre las figuras destacados que participaron en ellas se cuentan músicos como Enrique Mayer, Bill Hart, Walter Malossetti, Pocho Lapouble y el dibujante y también clarinetista Hermenegildo Sábat.
"Las primeras jams fueron en un local que se llamaba Colt Club, aunque no eran anunciadas: tocaban bandas de jazz, generalmente de estilos tradicionales y al final de la actuación se sumaban otros músicos y se armaban espontáneamente las sesiones de improvisación", afirma Ledesma.
Más tarde, ya en los ´90 y a partir de la irrupción de otra generación de músicos más vinculados al jazz-fusión, se instauran las jam sessions semanales, que se hacían regularmente en el bar Scat y que convocaban a un público conformado principalmente por músicos y estudiantes de música, pero también por oyentes amantes del género.
Actualmente, alrededor de 30 músicos conforman los grupos base encargados de abrir las dos jams semanales que se hacen en la Ciudad: los viernes en el bar La Mulata, de 55 entre 13 y 14 y los miércoles en el bar Oporto, de 7 y 56. Allí suelen integrar los grupos de apertura músicos que rondan los 30 años, entre los que se cuentan Bernardo Casagrande (saxo), Juani Puente (guitarra), Alberto Fontana (batería) y Nicolás Pasetti (contrabajo).
Si se tiene en cuenta a los integrantes de los grupos de apertura y a los invitados, la mayoría tiene entre 25 y 40 años y es mucho más fuerte la presencia masculina que la femenina, aunque hay nombres de mujeres que se van instalando, como los de la pianista Wendy Flores o las saxofonistas Romina Rodriguez y Paula García.
"Para formar parte de una jam hay un solo requisito y es conocer el lenguaje del jazz. Pero mucha gente malinterpreta este concepto y no se acerca a tocar porque cree que lo que se exige es determinado nivel de ejecución. Lo importante es abrir la cosa y que más músicos participen", dice Fridman.
En el momento en que las jam sessions se hicieron masivas en el mundo -entre los años ´44 y ´60, cuando el empresario musical y cinematográfico Norman Granz las llevó de los sótanos donde los músicos de las grandes orquestas improvisaban fuera de horario a los grandes escenarios- adquirieron fama de ferozmente competitivas. Esto es porque aquella iniciativa, que llevó el nombre de "Jazz At The Philarmonic" consistía en eventos cuasi deportivos, con ganadores y perdedores, donde los músicos se enfrentaban en virtuales batallas de habilidad y el público reaccionaba de manera descontrolada como si estuviera en una pelea de box, según destaca Roy Carr en su libro "Un Siglo de Jazz" (ver aparte).
Sin embargo, pese a ese y otros episodios (ver aparte) que cimentaron esa imagen, las jams argentinas siempre tuvieron otro perfil, asociado a las sesiones subterráneas de las vanguardias (con las que en Estados Unidos permitieron el nacimiento de estilos como el Be-bop) concretadas en bares pequeños y de tenue iluminación. En su libro "Jazz al Sur", Sergio Pujol ubica el apogeo de esas reuniones argentinas en la década del ´60, en ámbitos como los boliches Jamaica o 676, que reunían a las propuestas musicalmente más osadas de la época.
Entre los músicos platenses buscan que el componente competitivo no forme parte de la cuestión. Y que tampoco actúe como un potencial inhibidor de la participación abierta de los músicos en las sesiones.
Con ese argumento buscan favorecer una mayor participación de músicos y estudiantes y -sobre todo- compensar el desequilibrio que se presenta entre ejecutantes de los distintos instrumentos que suele aparecer a la hora de armar una jam.
"Hoy en La Plata faltan pianos y faltan pianistas", ilustra Hernán Samá y agrega, "también cuesta un montón encontrar trompetistas y contrabajistas, mientras lo que abundan son los guitarristas y los saxofonistas".
HACIA UNA ETICA DE LA IMPROVISACION
Armar el grupo base para abrir una jam session suele ser el primer paso de una ceremonia con mucho de ritual y códigos a veces estrictos que deben ser conocidos y respetados por los participantes. Esos códigos que hacen que Fridman hable de un "protocolo" y Samá de una "ética de la improvisación".
¿Qué implica esa ética de la improvisación?: En primer lugar conocer el lenguaje del jazz y las formas de los standards (exposición de la melodía, puente, solos); no excederse con los volúmenes y escuchar a los demás. Como contrapartida no hay límites a la experimentación, respetando esos esquemas, ni tampoco límite de extensión de los solos, lo que determina que muchas veces un standard se prolongue durante larguísimos minutos.
Esto y la necesidad de escuchar con atención y compartir parte del conocimiento de las formas, condiciona, en cierto modo, el acercamiento del público, reconocen los músicos. Y hacen que las jams sean siempre seguidas por unos pocos, aunque siempre fervientes, aunque siempre apasionados seguidores.
"UNA ESCENA CULTURAL MUSICALIZADA POR EL JAZZ"
A Gabriel Vallejos se lo puede ver arriba o abajo del escenario de su bar en los días de jam. Vallejos suele parapetarse detrás de la batería para improvisar algún tema o bien confundirse entre el público de las mesas las noches de jam de la Mulata. Y se nota que lo disfruta.
En el recientemente editado libro "La Plata Ciudad Inventada", coordinado por Celina Artigas, Vallejos se refiere así a las noches de jam platenses y su particular público, por lo general constituído por estudiantes de música, músicos y melómanos amantes del género.
"Los pocos, pero interesados e interesantes clientes tienen una relación casi afectiva, más que con el lugar, con el clima que se respira: humo, escasa luz y melodías suaves que embellecen el escenario austero". Y concluye: "la jam no es solamente un espacio musical, sino el ingreso a una escena cultural musicalizada por el jazz".
Semillero
De entre las fotos de antiguas jams que rescata Pablo Ledesma de su archivo, destaca dos: en una se ve a un pianista, Germán Kusich, que solía participar en sesiones en la antigua sede del boliche "Scat", sobre la calle 12 y hoy brilla en el ambiente del jazz madrileño. Otra foto muestra una jam organizada por estudiantes de veterinaria en un bar de calle 7 a mediados de los `80. Allí se ve al "Pájaro" Juárez, que hoy toca en Estados Unidos, informa el saxofonista.
Y no hay muchas razones para sorprenderse. Las jams suelen convertirse, en La Plata y en el mundo, en semillero de nuevos músicos.
En su libro Jazz al Sur, Sergio Pujol relata el papel que, en ese sentido, tuvieron las jams de los domingos del legendario y porteño Jazz & Pop. Y cita el testimonio del contrabajista Jorge "Negro" González, uno de los impulsores del emprendimiento: "De las jams de los domingos salieron los mejores músicos de los `80 y `90 -destaca González con orgullo- los guitarristas Lito Epumer, Francisco Rivero, Carlos Campos y Armando Alonso; un tecladista de la talla de Mono Fontana, ya entonces vinculado a Luis Alberto Spinetta, o el saxofonista Oscar Feldman, que luego se marchó a Estados Unidos"
Fuente: http://www.eldia.com.ar/edis/20110327/jam-sessions-escuelas-laboratorios-del-jazz-plata-revistadomingo3.htm
Por: OMAR GIMENEZ
Alguna vez no hubo escenario. Apenas un espacio poco diferenciado del resto del local, donde se disponían los músicos cerca de la puerta del baño de hombres, siempre dispuestos a hacerse a un lado cuando un cliente rumbeaba para el clásico cartelito que dice "caballeros". Alguna vez la cita fue en un centro cultural de barrio adonde los que llegaban debían insistir largos minutos con el timbre hasta que conseguían ser oídos por los que en el interior de la casa improvisaban. Alguna vez fueron más los que tocaban arriba del escenario que los que abajo escuchaban. Alguna vez los números dejaron de cerrar y lo que cerró fue el bar que los albergaba, con lo que se hizo necesario emprender un nuevo éxodo y volver a transitar el frío del destierro hasta encontrar otro espacio. De estos y otros obstáculos está escrita la historia de las jam sessions (sesiones de improvisación que reúnen a músicos de jazz) platenses, que aún así se las arreglaron para sumar más de 25 años de vida continuada en la Ciudad, convirtiéndose en ese lapso en escuela, laboratorio experimental, semillero y punto de reunión indiscutido para los cultores del género en la región.
Pocos podrían discutir el postulado de que La Plata es una ciudad con mucha música. Y sobre todo una larga lista de centros de formación musical. Sólo la carrera de música popular (una de las pocas en su tipo en América Latina) incrementó su matrícula desde su creación en 2006 hasta hoy hasta poner a las carreras musicales al tope de las estudiadas en la Facultad de Bellas Artes por primera vez en la historia. A los alunnos de Bellas Artes se suman los inscriptos en el Conservatorio Provincial y en escuelas privadas que convocan hasta alumnos del exterior. En este contexto no es raro que las jam sessions hayan conseguido en los últimos años una regularidad inédita, con fechas fijas y la movilización de decenas de personas cada semana, entre músicos y público.
Antes de seguir conviene definir una jam sessions: una manera apropiada sería decir que se trata de la reunión de un grupo de músicos de jazz sobre un escenario, quienes, en base a una melodía por todos conocida (standards propios del género, basados en el blues y en las canciones de las comedias musicales de Broadway) tocan sin ensayo previo y con la improvisación como consigna. Esas reuniones comienzan con un grupo de apertura y son abiertas a la participación de todos aquellos instrumentistas o cantantes que quieran sumarse.
Músicos platenses de distintas generaciones que integran o han integrado grupos de base para esas sesiones, como el contrabajista Chelo Fridman, el saxo tenor Hernán Samá, el saxofonista Pablo Ledesma o el guitarrista Waldo Brandwajman, coinciden en ampliar la definición. Y consideran a la jam session una escuela del género, tanto como un laboratorio experimental, una vidriera y un semillero del jazz.
"La jam sesion es una escuela donde uno puede practicar y al mismo tiempo experimentar y medir sus capacidades con relación a otros músicos en un momento dado. Es a la vez un semillero de nuevas figuras y una vidriera donde mostrar lo que se hace", dice por caso Brandwajman, quien en los años ´90 integró una cooperativa de músicos platenses responsables de instaurar las primeras jam sessions regulares de la ciudad.
Con todo, y frente a las jams porteñas, las platenses tienen sus propias características: suelen ser menos participativas, con grupos de apertura que permanecen más tiempo sobre el escenario. Y en ellas no se plasma cabalmente uno de los elementos más enriquecedores de estas sesiones: el intercambio generacional.
Si en su libro "Jazz al Sur", el historiador platense Sergio Pujol destaca el papel de Enrique Mono Villegas participando de jams con músicos "un poco más jóvenes que él que ya lo veían como un viejo maestro un tanto extravagante pero nada aburrido" y si el joven guitarrista platense Ignacio Cacace idealiza desde la mesa de un bar los encuentros entre un consumado Lester Young y un joven Charlie Parker, nada de eso modifica la realidad de las jams platenses, donde no es muy común la reunión de músicos de distintas generaciones.
Para Hernán Samá, esto tiene que ver con una postura frente al jazz en general que los diferencia: "la generación anterior a nosotros venía de otra música, de la fusión y a través de ella llegaron al jazz. Nosotros sólo nos interesamos por el jazz, vamos a las raíces". Para Pablo Ledesma, saxofonista enrolado en la generación influída por la fusión y que esporádicamente sigue visitando el escenario de las sesiones, la razón es otra: "la jam es sinónimo de juventud, es propia del músico que se está formando, abierto a escuchar e incorporar cosas nuevas; mientras que con el paso de los años, uno se va definiendo por un estilo".
UN POCO DE HISTORIA
La historia de la continuidad de las jams platenses se remonta a los años ´80, recuerda el saxofonista Pablo Ledesma, y entre las figuras destacados que participaron en ellas se cuentan músicos como Enrique Mayer, Bill Hart, Walter Malossetti, Pocho Lapouble y el dibujante y también clarinetista Hermenegildo Sábat.
"Las primeras jams fueron en un local que se llamaba Colt Club, aunque no eran anunciadas: tocaban bandas de jazz, generalmente de estilos tradicionales y al final de la actuación se sumaban otros músicos y se armaban espontáneamente las sesiones de improvisación", afirma Ledesma.
Más tarde, ya en los ´90 y a partir de la irrupción de otra generación de músicos más vinculados al jazz-fusión, se instauran las jam sessions semanales, que se hacían regularmente en el bar Scat y que convocaban a un público conformado principalmente por músicos y estudiantes de música, pero también por oyentes amantes del género.
Actualmente, alrededor de 30 músicos conforman los grupos base encargados de abrir las dos jams semanales que se hacen en la Ciudad: los viernes en el bar La Mulata, de 55 entre 13 y 14 y los miércoles en el bar Oporto, de 7 y 56. Allí suelen integrar los grupos de apertura músicos que rondan los 30 años, entre los que se cuentan Bernardo Casagrande (saxo), Juani Puente (guitarra), Alberto Fontana (batería) y Nicolás Pasetti (contrabajo).
Si se tiene en cuenta a los integrantes de los grupos de apertura y a los invitados, la mayoría tiene entre 25 y 40 años y es mucho más fuerte la presencia masculina que la femenina, aunque hay nombres de mujeres que se van instalando, como los de la pianista Wendy Flores o las saxofonistas Romina Rodriguez y Paula García.
"Para formar parte de una jam hay un solo requisito y es conocer el lenguaje del jazz. Pero mucha gente malinterpreta este concepto y no se acerca a tocar porque cree que lo que se exige es determinado nivel de ejecución. Lo importante es abrir la cosa y que más músicos participen", dice Fridman.
En el momento en que las jam sessions se hicieron masivas en el mundo -entre los años ´44 y ´60, cuando el empresario musical y cinematográfico Norman Granz las llevó de los sótanos donde los músicos de las grandes orquestas improvisaban fuera de horario a los grandes escenarios- adquirieron fama de ferozmente competitivas. Esto es porque aquella iniciativa, que llevó el nombre de "Jazz At The Philarmonic" consistía en eventos cuasi deportivos, con ganadores y perdedores, donde los músicos se enfrentaban en virtuales batallas de habilidad y el público reaccionaba de manera descontrolada como si estuviera en una pelea de box, según destaca Roy Carr en su libro "Un Siglo de Jazz" (ver aparte).
Sin embargo, pese a ese y otros episodios (ver aparte) que cimentaron esa imagen, las jams argentinas siempre tuvieron otro perfil, asociado a las sesiones subterráneas de las vanguardias (con las que en Estados Unidos permitieron el nacimiento de estilos como el Be-bop) concretadas en bares pequeños y de tenue iluminación. En su libro "Jazz al Sur", Sergio Pujol ubica el apogeo de esas reuniones argentinas en la década del ´60, en ámbitos como los boliches Jamaica o 676, que reunían a las propuestas musicalmente más osadas de la época.
Entre los músicos platenses buscan que el componente competitivo no forme parte de la cuestión. Y que tampoco actúe como un potencial inhibidor de la participación abierta de los músicos en las sesiones.
Con ese argumento buscan favorecer una mayor participación de músicos y estudiantes y -sobre todo- compensar el desequilibrio que se presenta entre ejecutantes de los distintos instrumentos que suele aparecer a la hora de armar una jam.
"Hoy en La Plata faltan pianos y faltan pianistas", ilustra Hernán Samá y agrega, "también cuesta un montón encontrar trompetistas y contrabajistas, mientras lo que abundan son los guitarristas y los saxofonistas".
HACIA UNA ETICA DE LA IMPROVISACION
Armar el grupo base para abrir una jam session suele ser el primer paso de una ceremonia con mucho de ritual y códigos a veces estrictos que deben ser conocidos y respetados por los participantes. Esos códigos que hacen que Fridman hable de un "protocolo" y Samá de una "ética de la improvisación".
¿Qué implica esa ética de la improvisación?: En primer lugar conocer el lenguaje del jazz y las formas de los standards (exposición de la melodía, puente, solos); no excederse con los volúmenes y escuchar a los demás. Como contrapartida no hay límites a la experimentación, respetando esos esquemas, ni tampoco límite de extensión de los solos, lo que determina que muchas veces un standard se prolongue durante larguísimos minutos.
Esto y la necesidad de escuchar con atención y compartir parte del conocimiento de las formas, condiciona, en cierto modo, el acercamiento del público, reconocen los músicos. Y hacen que las jams sean siempre seguidas por unos pocos, aunque siempre fervientes, aunque siempre apasionados seguidores.
"UNA ESCENA CULTURAL MUSICALIZADA POR EL JAZZ"
A Gabriel Vallejos se lo puede ver arriba o abajo del escenario de su bar en los días de jam. Vallejos suele parapetarse detrás de la batería para improvisar algún tema o bien confundirse entre el público de las mesas las noches de jam de la Mulata. Y se nota que lo disfruta.
En el recientemente editado libro "La Plata Ciudad Inventada", coordinado por Celina Artigas, Vallejos se refiere así a las noches de jam platenses y su particular público, por lo general constituído por estudiantes de música, músicos y melómanos amantes del género.
"Los pocos, pero interesados e interesantes clientes tienen una relación casi afectiva, más que con el lugar, con el clima que se respira: humo, escasa luz y melodías suaves que embellecen el escenario austero". Y concluye: "la jam no es solamente un espacio musical, sino el ingreso a una escena cultural musicalizada por el jazz".
Semillero
De entre las fotos de antiguas jams que rescata Pablo Ledesma de su archivo, destaca dos: en una se ve a un pianista, Germán Kusich, que solía participar en sesiones en la antigua sede del boliche "Scat", sobre la calle 12 y hoy brilla en el ambiente del jazz madrileño. Otra foto muestra una jam organizada por estudiantes de veterinaria en un bar de calle 7 a mediados de los `80. Allí se ve al "Pájaro" Juárez, que hoy toca en Estados Unidos, informa el saxofonista.
Y no hay muchas razones para sorprenderse. Las jams suelen convertirse, en La Plata y en el mundo, en semillero de nuevos músicos.
En su libro Jazz al Sur, Sergio Pujol relata el papel que, en ese sentido, tuvieron las jams de los domingos del legendario y porteño Jazz & Pop. Y cita el testimonio del contrabajista Jorge "Negro" González, uno de los impulsores del emprendimiento: "De las jams de los domingos salieron los mejores músicos de los `80 y `90 -destaca González con orgullo- los guitarristas Lito Epumer, Francisco Rivero, Carlos Campos y Armando Alonso; un tecladista de la talla de Mono Fontana, ya entonces vinculado a Luis Alberto Spinetta, o el saxofonista Oscar Feldman, que luego se marchó a Estados Unidos"
Fuente: http://www.eldia.com.ar/edis/20110327/jam-sessions-escuelas-laboratorios-del-jazz-plata-revistadomingo3.htm
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