EL FRACASO, DE BLAS ARRESE IGOR
Con actuaciones dispares, momentos de lucidez autorreflexiva sobre el teatro independiente y zonas de experimentación interdisciplinaria, ardió en la sala Tacec la obra que tardó diez años en ver la luz de los espectadores
Diez años, varios elencos y siete presidentes después de lo planeado, “El Fracaso” vio las luces de una sala colmada y se encontró con el componente que completó su puesta largamente esperada: el público. Porque el teatro no existe sin público, suelen decir los teatreros. Y tampoco existiría el teatro si no existiese el fracaso y el éxito, esos dos vaivenes en los que un artista puede sumergirse por su talento, la bondad de su público o la providencia. La pócima de una y otra consagración constituye un misterio que todo mortal quiere develar en algún momento de su vida. Uno de la mano del otro, en veredas opuestas pero cercanas, en planillas de rating que los intercalan y juegan a atraparlos en el minuto a minuto. Puntos fugaces en el horizonte de cualquier proyecto, luces lejanas que sirven de norte y al verlas de cerca, en general, encandilan y confunden el paso.
De todo eso nos habla la obra de Blas Arrese Igor, director, guionista y uno de los protagonistas de la obra que se estrenó en el TACEC en el marco del Festival “La Plata Arde”, los pasados 16 y 17 de marzo. De un director –él- que sueña y prueba y ensaya y se esfuerza por poner en escena una obra pero las contramarchas de la vida cotidiana le allanan el camino. Y ese camino se hace sinuoso, cambia de rumbo, transita cuesta arriba, modifica su curso. Pero llega el día del estreno y la obra, finalmente, es el proceso de construcción de una obra. Y de deconstrucción.
Con actuaciones dispares –un sólido protagonista y otras participaciones que parecieran de amateurs- la apuesta es arriesgada y apunta a la multiplicidad de escenarios. Un recurso efectivo que se erige muy similar al utilizado por Lola Arias en Mi vida después, en la que Arrese Igor brilla como uno de sus protagonistas.
Es que todo transcurre en una casa que también es un negocio de pieles como lugar principal, y también un podio sobre un costado con mampostería de cine, así como de hacer uso del extremo del escenario para las apariciones de la bizarra mujer pájaro y el acordeonista, e incluir en el montaje a sonidista y director. Además de todo esto, se mechan proyecciones en pantalla de video en lo alto, que tiñen la historia con la reflexión de los actores sobre el proceso actoral en la obra, los propios fracasos y el proceso creativo del director son repasados con pastillas de comicidad que sirven para descontracturar una historia de relaciones fallidas, dependientes, apegadas, enfermizas.
Con una argumento fellinesco (consagrado en el mítico film 8 y 1/2) de mamushkas teatrales –la historia de la frustración de un director y su proceso creativo, en este caso en torno a una fallida obra de teatro que no puede salir a la luz-, Blas Arrese Igor se mofa de los tics del teatro independiente y consigue configurar un diálogo cómplice con el espectador que lo posiciona en una zona de permisividad. Todo es lícito, aún la ausencia de brillo en la trama y en la composición, porque al fin y al cabo, de lo que se trata es de reflexionar sobre los artistas, sobre la valentía de llevar a cabo proyectos propios, y de cómo se puede conseguir éxito con la crónica de un fracaso anunciado.
Fuente: http://sites.google.com/site/laculturosa/el-fracaso
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