Hay unas 40 intervenciones de Luxor Magenta en ahora coloridas paredes de la ciudad, todas tienen un mensaje feminista
Luxor Magenta
20.03.2011 | Un grafittero de alto contenido social que desparrama por las calles de la ciudad mensajes feministas llenos de colores.
El magenta es indescriptible. Entre fucsia, rosa y violeta, hay sólo una certeza en su composición: no se puede llegar a él mezclando otros colores. Es único. Es primario. Cuando al magenta se le agregó Luxor, hace un año, la combinación hizo eclosión en los muros más insulsos de La Plata. De pronto, la calle resplandeció, se tiñó de mensajes con pájaras, con nenas de rulos. Nació un artista callejero con ideas para esparcir a la ciudad y contarle a los transeúntes que la seguridad está de la puerta para afuera.
Es morocho, ancho, lleva cresta y un aro de plástico enrulado en la oreja izquierda. Anda en moto y trabaja como administrativo en la Facultad de Veterinarias, pero a la tarde llena su mochila de pinturas y sale a conquistar los muros que habitan su lugar en el mundo.
¿De quién es la calle? “Es como con las personas, todo lo que yo puedo ver de una persona para mí no es privado, salvo su interior”, ensaya el pibe, que tiene 27 y que jamás soñó con dedicarse a dibujar y pintar en serio. De chico lo practicaba como hobbie, al crecer pasó por las carreras de Plástica y Diseño Multimedial, hasta que en marzo de 2010 dejó sus estudios y saltó de lleno hacia la universidad de la calle. “Para mí el frente blanco de una casa es violencia, yo quiero colores, un arte público. Son elecciones de vida. Los colores son de-construcción de la violencia, de la desidia del blanco y de lo liso. Las paredes blancas expresan no expresarse, el color expresa”, se anima Luxor Magenta.
Como lema, sostiene: “señora, done la pared al arte callejero”. Es que las primeras pintadas salían íntegramente de su bolsillo “y a base de comer mucho arroz”. Pero en los últimos meses, Luxor desarrolló una original rutina de trabajo que volcó su obra aún un poco más hacia lo colectivo: “a los que van conociendo mi obra y me piden que les pinte alguna pared de su casa, lo que les pido es que compren los materiales para su pintura y un excedente con el que después pinto en la calle”, cuenta.
“Lo que yo pinto es un poquito de lo que hago con cada persona que conozco, comparto, colaboran con lo que hago. Es una obra desde lo individual a lo colectivo. Lo colectivo como un conglomeramiento de cosas que coexisten”. Con esa misma idea sostiene que la libertad de uno se expande con la de la otra persona, y así se fomenta la libertad colectiva.
El motor de sus dibujos fue su relación con feministas de la ciudad. Antes, desde el prejuicio, consideraba que todas ellas eran histéricas. “Pero conocer de cerca a esas mujeres que le ponen el cuerpo a la militancia me llevó a acompañarlas en su lucha. El feminismo va para adelante, si hay un cambio social y una revolución tiene que ir de la mano de las mujeres”, entiende. Para el grafitero, todos los hombres son machistas. “Tratar de deconstruir eso es lo que me llevó a pintar mis graffitis y a saber que estamos ejerciendo violencia contra la mujer en muchos aspectos en nuestra vida”.
Como hombre, cuestiona su lugar de poder. “Es muy fácil ser hombre y hablar sobre la libertad de la otra persona, cuando la violencia sexista y machista no la vivís vos”, dice, y reelige acompañar a las mujeres, “a las pibas. Desde un lugar dinámico, no estático. La gente piensa que militar al feminismo desde un lugar de chabón es super retrógrado y aburrido. Para mí son mis compañeras, mi objetivo es divulgar un mensaje de empoderamiento hacia ellas”.
–¿Los hombres no sufren violencia de género?
–Es muy difícil que quienes ejercen violencia sufran la violencia. Es corta la bocha. El hombre es violento porque el patriarcado es violento. Lo que yo hago lo hago en contra del patriarcado, en contra de los hombres. Y ojo que yo soy hombre.
Cuando se le pregunta de dónde salen sus dibujos, Luxor hace una pausa, busca las palabras exactas. “Mis obras son una idea que va entre la metáfora y el mensaje forzado”. Y el mensaje, claro, siempre es político. Sobre todo el que se vuelca en una pared en la calle. Para él, la metáfora en la calle siempre es política, sea una obra “bella” o “no bella”, entendiendo a esta última como una pintada instituida: “que un pibito salga y ponga ‘dale Boca’, los graffitis menos convalidados, eso para la gente es no belleza, para mí es belleza. Es lo mismo, todo tiene un mensaje y por algo está en la calle. La calle está viva, no muerta”.
Por eso elije la calle. “En la calle no hay verdades, mi verdad se cruza con la verdad de otra persona. Salir a la calle es salir al dinamismo, es vivir de manera no estática. La calle está sujeta a interpretaciones de los que la habitan. Hay que pensar la calle como seguridad, y adentro como inseguridad, es quedarse en la casa sin hacer nada, seguridad es salir a compartir, no a criminalizar al que está en la calle. A mí nunca me pasó nada en la calle”.
Luxor aún mantiene fresco el recuerdo de la primera vez que salió a hacer una pintada, el marzo del año pasado. Lo que coloreó aún interpela a los que pasan 8 y 65, adonde fue con un aerosol y un pincel finito para plasmar detalles y líneas. “Hoy lo veo y me parece inmundo”, remata sobre esa obra que le llevó más de tres horas de trabajo a la luz del día. Porque Luxor elige el día y no la noche para desarrollar esa especie de adicción en que se convirtió el graffiti en su vida. “El graffiti es una droga: te cambia el estado de ánimo, el sentir, a mí me divierte, me hace sentir muy bien”, explica.
“Ilegal es el hambre, la miseria, la violencia, la pintura es legal. Entre comillas porque la legalidad o ilegalidad no lo definimos nosotros sino la institución. Alguna que otra vez vino a decirme que estábamos haciendo algo ilegal, pero no tuve problemas, pude seguir pintando”, dice sobre no pintar de noche y a escondidas de nadie.
Hay en La Plata más de 40 murales de Luxor. A veces, cuando se aburre, los tapa. O los tapa otro: “La calle está viva, puede hacerlo, no puedo ponerme en una actitud paternalista con lo que hago”, aclara, pero advierte que preferiría que en vez de taparse entre unos y otros, sería más constructivo que las obras vayan siendo intervenidas por todos. “Que el municipio te tape una pintada es censura. Que un compañero te lo haga es un garrón, porque hay un montón de paredes”, explica, y propone “hablar entre nosotros a través de las obras, no tapar. Generar un diálogo”.
Los casos en que sintió personalmente la censura fueron pocos: en 13 y 72, adonde la Municipalidad borró uno de sus murales para reemplazarlo por carteles publicitarios, también en 4 y 63, adonde había pintado cuatro nenas sobre la diagonal “y alguien lo pintó todo de verde milico”. Y la tercera vez fue en la Unidad 33 de Los Hornos, donde había pintado una pajarita para las presidiarias que el director del penal decidió tapar, aunque esa acción le costó el puesto.
La pintada de la ciudad que más lo identifica es una que dice: “comprar un aerosol 15 pesos, pintar esta pared 200 pesos, pintar en la calle no tiene precio”. Y otra que dice “‘Lesbiana y feliz’. Esa pintada me encanta. Me inspira mucho”, afirma. En su obra que conjuga su inspiración con la pertenencia a la calle y el legado estético, no hay un componente sin que haya el otro, y no puede categorizar una característica como más importante que otra.
–¿Qué es lo que prevalece: el mensaje, la estética o que esté en la calle?
–La tres. No puede haber una sin la otra.
Fuente: http://www.elargentino.com/nota-130913-Soy-el-hombre-que-pinta-paredes-en-contra-de-los-hombres.html
quiciera saber cuanto cobra para pintar en las paredes?
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