Por Pola Suárez Urtubey
Jueves 31 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa
"A la ópera hay que cambiarla a partir de propuestas de riesgo". Es, más o menos, lo que acaba de declarar a este diario el señor Alex Ollé, codirector y uno de los fundadores de La Fura dels Baus, que ha llegado a Buenos Aires para el frustrado estreno en el Colón de El gran macabro de Ligeti. También se advierte en ese texto su convicción de que "nos hemos convertido en un referente de la renovación operística", renovación necesaria a su juicio porque la ópera es elitista y un medio "un poco antiguo" (claro, tiene cuatro siglos de vida) y además "reaccionario". El público, entendámoslo bien, es decir nosotros, somos "reaccionarios". Esto significa, según la RAE, que "propendemos a restablecer lo abolido", que somos "opuestos a las innovaciones".
Bien, estamos ante salvadores de la patria, aunque sin fondo musical verdiano. En síntesis, los fureros han llegado al mundo de la ópera, hace ya quince años, para salvarla. Enhorabuena.
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Digamos ante todo que la crítica a la ópera es tan vieja como el género mismo. Nacida bajo el ideal del drama griego, cualquier exceso que la alejara de aquellos adustos antecedentes era atacado. Ese rechazo tomaba diferentes forma
s: ensayo estético, sátira o parodia. La sátira, picante y mordaz, comenzó tempranamente en Italia, pero alcanzó su mayor agudeza en el sarcástico Teatro alla moda (c. 1721) de Benedetto Marcello, en el que se arrojan irónicos consejos a libretistas, compositores, cantantes y traspuntes. Nadie se salva. Luego llegarían, en el XVIII, dos históricas reformas que maduraron al género, porque apuntaban a un ideal de unidad y coherencia dramática (la de Zeno y Metastasio), y a la búsqueda de un equilibrio entre drama y música (la de Gluck) que libere a esta última de caprichos y ornamentaciones inútiles, con lo que se aseguró al teatro lírico una potencia trágica desconocida.
s: ensayo estético, sátira o parodia. La sátira, picante y mordaz, comenzó tempranamente en Italia, pero alcanzó su mayor agudeza en el sarcástico Teatro alla moda (c. 1721) de Benedetto Marcello, en el que se arrojan irónicos consejos a libretistas, compositores, cantantes y traspuntes. Nadie se salva. Luego llegarían, en el XVIII, dos históricas reformas que maduraron al género, porque apuntaban a un ideal de unidad y coherencia dramática (la de Zeno y Metastasio), y a la búsqueda de un equilibrio entre drama y música (la de Gluck) que libere a esta última de caprichos y ornamentaciones inútiles, con lo que se aseguró al teatro lírico una potencia trágica desconocida.
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Que la Fura dels Baus haya aportado propuestas muy originales desde el punto de vista escénico es innegable. Personalmente siento una gran admiración por su fuerte creatividad. Pero que se jacte de desafiar al "público tradicional" o de "generar fricciones", es asunto de ellos. En estos días se exhibe en el Avenida una Carmen espléndida, por la ejemplar versión musical de Alejo Pérez, por el nivel de su protagonista y por la puesta fresca, creativa, desafiante, de Marcelo Lombardero. El "público tradicional" de Buenos Aires Lírica aplaudió a rabiar. Festejemos la presencia furera en el Teatro Colón y ojala puedan retornar en mejores condiciones, que se las merecen. Pero no nos preocupemos por la ópera, en constante renovación. Porque de su excelente salud se ocupan los literatos y los compositores.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1361526-los-salvadores-de-la-opera
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