sábado, 11 de diciembre de 2010

Había una vez un circo

TENDENCIA. Algunas compañías presentan espectáculos en nuevos espacios y con características propias del teatro.

Desde el circo criollo hasta aquí, la actividad circense ha pasado por glorias y penas. Ahora, un resurgimiento llega de la mano de nuevas generaciones.

Por LUJAN FRANCOS

Para gran parte del público de hoy puede resultar difícil imaginar que alguna vez el circo y el teatro convivieron y que cada uno contaba con su propio espacio en el mismo escenario: era el denominado circo criollo, que nació en la segunda mitad del siglo XIX y que tenía como una de sus características principales una pista, pero también un escenario. En la pista se desarrollaba la “primera parte”, con las participaciones de los trapecistas, contorsionistas y payasos, propias del denominado circo tradicional. Una vez terminada esta etapa y luego del intervalo, el público accedía al escenario, donde se representaban obras de teatro de diversos géneros, que conformaban la “segunda parte”.

Existen diferentes versiones entre los historiadores a la hora de establecer el nacimiento del circo criollo. Hay quienes sostienen que surgió de la mano de Sebastián Suárez, que nació en 1840 en una embarcación en jurisdicción brasileña, pero que fue anotado en Buenos Aires. Una experiencia de circo en su infancia lo impulsó para armar la primera carpa abriendo bolsas de arpillera. Con la cara pintada se convirtió en tony y se presentó en su Circo Flor América, que fue para algunos el primer circo criollo.

Para otros, el nacimiento del circo criollo es exactamente el 1 de abril de 1886, en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, con la representación de Juan Moreira, obra de Eduardo Gutiérrez a cargo de los hermanos José Juan y Gerónimo Podestá, hijos de genoveses que llegaron a Montevideo y que luego se instalaron en Buenos Aires algunos años. Tan significativos fueron los Podestá para este arte, que el 6 de octubre se celebra el Día del Circo en honor al nacimiento de José Podestá.

“El circo criollo fue único en el mundo porque tenía teatro. El teatro nacional nace en el circo y cuando al circo se le agregó la obra de teatro fue una revolución”, recuerda Jorge Videla, que pertenece a la tercera generación de una familia circense. En 1980, fundó junto a su hermano Oscar la Escuela de Circo Criollo, que fue la primera en el país y la segunda en América (la primera está en Cuba). “El circo criollo no viajaba tanto, se quedaba un mes o dos en cada pueblo. Llevaba un repertorio de veinte o treinta obras de teatro completas, la gente venía todas las noches a ver una obra diferente”, dice Videla. “Hasta 1960 había en la Argentina 200 circos criollos”, continúa, y sostiene que su desaparición se debió a los costos elevados y no al gusto de la gente. “Al artista le convenía más continuar con la parte del circo, de trapecio y no tener que trasladarse con diez baúles de vestuario para representar las comedias. Salía carísimo.” Muchos años han pasado desde aquella época y las características del espectáculo circense han ido modificándose. La aparición de las escuelas de circo, hace ya varios años, marca un hito importante en este sentido. El Polo Circo de Buenos Aires se sumó a esta movida. “Se agrandó el espectro de gente que se metió en el mundo del circo, sobre todo gente que no es de familia de circo, y eso para mí generó una enorme oxigenación”, cuenta Gerardo Hochman, director de la Escuela de Circo La Arena y “creador de espectáculos de circo”. “Cuando se acerca al circo alguien que no viene de familia de circo, tiene que inventar algo con sus propias influencias y eso fue generando un quiebre y una renovación en la creatividad. Antes las cosas se heredaban de los mayores, incluso a veces se heredaba exactamente el mismo formato del número de los padres, repetían lo que ellos hacían”.

“Cuando empieza la escuela, se produce el cambio, porque el circo deja de ser un saber de una familia, hay una renovación de la sangre”, coincide Gustavo Alejandro “Mono” Silva, al finalizar la clase de acrobacia aérea que da en La Arena. Y cuenta que lo que más le interesa transmitir a sus alumnos es la mística de la troupe y, por supuesto, que se cuiden.

Además de la posibilidad de estudiar circo, algunas compañías internacionales marcan tendencia al presentar espectáculos en nuevos espacios y con características propias del teatro. Si bien el circo tradicional sigue vigente, hay un gran crecimiento de espectáculos circenses que han reemplazado algunos elementos típicos como la carpa, la figura del presentador, la participación de los animales, los vestuarios con brillos, las mallas y lentejuelas y la música en vivo. “En realidad el circo está tomando fuerza en el mundo entero gracias al Cirque du Soleil, hay un resurgimiento”, asegura Fabián López, fundador del Cirque XXI junto a su hermano Sebastián y quinta generación de artistas circenses argentinos. “Hablamos de tradicional cuando el circo tiene un picadero, tiene animales y un locutor. Cuando no es así, se toma como más moderno. Pero el espectáculo de circo no deja de ser el espectáculo de acrobacia para la familia, con una mezcla de teatro y danza. Sólo se le ha agregado un poco de arte, se incorporó la tecnología con luces robotizadas. Tiene una magia que, tal vez, no tiene el teatro, porque no hay guión. Sólo se ha modificado la puesta en escena”, asegura López, que sigue utilizando la carpa, aunque en una versión más moderna. “Estamos con una carpa tensionada, eso ha avanzado mucho. Es italiana y no tiene palos adentro para que la gente tenga una mejor visibilidad.” “Cambió mucho el circo, evolucionó, está más técnico hoy. Me parece que la idea del nuevo circo es ir hacia la técnica mezclada con la parte artística y teatral”, afirma Gabriela Battiato, profesora de acrobacia de 25 años del Circo Trivenchi. “Tratamos de aprender todo del circo tradicional, también aprendemos mucho en la calle, porque algunos trabajamos en plazas, otros en semáforos, también en eventos”, dice Claudio Daniel Arias “Sugus”, responsable del circo junto a la cooperativa de trabajo Trivenchi y también payaso. Este circo es un espacio cultural donde se presentan espectáculos a la gorra y también se dan clases. Actualmente, están esperando la sentencia por el pedido de desalojo que recibieron hace casi dos años por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, según cuenta Arias. “El circo tradicional es más para entretener y el contemporáneo, que apareció ahora especialmente por las escuelas de circo, quiere dejar un mensaje, busca decir algo y eso es lo que está cambiando en toda la movida del circo”, según Agostina Medde, alumna de la Escuela de Circo Criollo, que practica parada de manos y monociclo y, además, tiene un dúo de acrobacia.

Para Hochman es fundamental utilizar la habilidad del artista para comunicar algo y no para que lo admiren por la destreza que tiene. “Lo que a mí me preocupa en el momento de crear cada una de las escenas de un espectáculo es que la habilidad de los artistas sea un medio para comunicar algo y no un fin en sí mismo. Creo que ésa es la única gran diferencia que yo siento, porque podría trabajar también en una carpa, con un presentador, con vestuarios que remitan al universo del circo”.

“En general los espectáculos que hago convocan a todas las disciplinas del circo. Siempre va a haber acrobacia, malabares o algo que trasciende los malabares, que es la manipulación de objetos. A veces no aparece el malabarista, pero hay un sombrero que pasa por todos los personajes y se maneja de una manera muy hábil. Me gustan mucho los trabajos aéreos también. Yo vibro mucho con el circo y me gusta cuando viene un espectador que le gusta el circo tradicional y no se siente defraudado. En el circo tradicional había especialmente coreografía. Estaban los números del circo y, de repente, entraban las veinte bailarinas a hacer una coreografía propiamente dicha. Pero también los números estaban coreografiados, el malabarista hacía su rutina y terminaba justo. En general, era con música en vivo, ésa sí es una gran diferencia”, cuenta Hochman.

Jorgelina Videla –hija de Jorge– es la cuarta generación de artistas de circo y trabaja desde los 6 años. “Tengo incorporado el circo tradicional pero particié de ambos circos. He trabajado en el Circo de la Costa, que era la versión argentina del Cirque du Soleil hace doce años y que fue lo primero que vino a la Argentina como circo moderno. Venía acostumbrada a usar bikinis, con piedras, strass , lentejuelas, brillos. Ahí usaba en los malabares ropa de tenista futurista con cascos de látex, ropa de lycra , zapatillas. En mi vida había trabajado con zapatillas, siempre estaba de taco y brillos”, relata.

“El circo se está preguntando cosas que otras artes se preguntaron en otro momento. Por ejemplo, los artistas más jóvenes se están preguntando si hay que trabajar con música o no, si tienen que estar coreografiados todos los movimientos o si pueden improvisar. Y hay otra gente que va más allá y se pregunta si se tiene que subir al escenario para hacer circo”, remata Hochman.

Risas argentinas con acento inglés

El célebre payaso Frank Brown nació en Brighton, Inglaterra, el 6 de septiembre de 1858. Más conocido como el payaso inglés, este hijo y nieto de payasos que tantas risas provocó entre el público argentino se radicó en Buenos Aires en 1884. Tal vez su sello característico haya sido lanzar golosinas de una canasta a los chicos que estaban en la tribuna al final de los espectáculos, mientras ellos gritaban “A mí, a mí Fran Bran”, llamándolo en un claro y tierno intento de idioma inglés. Las pruebas más conocidas de este acróbata y empresario circense fueron “El lucero del alba” y el “Salto de las bayonetas”, aunque cumplieron su ciclo en 1893, cuando sufrió un accidente que lo llevó a dejar la acrobacia y a especializarse en ser payaso.

Eran pruebas arriesgadas; en la primera iba sobre dos caballos que corrían, mientras él llevaba encima a cinco chiquitos de la compañía. Y el “Salto de las bayonetas”, que lo hacía sin previo ensayo debido a su alto riesgo, consistía en saltar sobre treinta soldados que tenían su bayoneta y cuando él estaba girando en el aire, los soldados disparaban.

Trabajó en el circo de los hermanos Carlo y también con el más famoso payaso criollo, el uruguayo José Podestá, conocido como Pepino el 88. Su vinculación con la familia Podestá fue mucho más allá de lo exclusivamente laboral, ya que se casó con la reconocida ecuyère Rosita de La Plata que había estado casada con Antonio Podestá, uno de Risas argentinas con acento inglés los nueve Hermanos Podestá.

Brown se dio el gusto de proponerse como candidato durante la campaña electoral de legisladores de 1884 en Buenos Aires a través de un espectáculo en clave de sátira. Este payaso mítico dejó sus recuerdos en muchísimos espectadores que reían hasta las lágrimas con sus presentaciones. En su honor tiene una calle de una cuadra con su nombre en la zona del Bajo Flores, a metros de la Autopista 25 de Mayo. El clown británico modificó su vestuario, originalmente muy colorido, y lo reemplazó por un traje blanco con volados. Los tonos colorado, negro y blanco no desparecieron del todo, sólo cambiaron de lugar y alegraban su imagen desde la pintura de su cara. En 1910 levantó la carpa de su circo para celebrar el Centenario de la Revolución de Mayo en la calle Florida, pero el circo fue
quemado intencionalmente por un grupo de fanáticos que estaban en contra de la presencia de un extranjero en estos festejos nacionales. El mismo Rubén Darío lo elogia en su autobiografía, en la que manifiesta que este clown ha divertido a tres generaciones de argentinos.

También el poeta Raúl González Tuñón le dedicó una de sus obras titulada “A los veteranos del circo”, en la que cuenta que ha probado los chocolatines de Brown y que lo ha visto en los trapecios y trampolines. Murió en Buenos Aires el 9 de abril de 1943 y está enterrado en el sector británico del Cementerio de la Chacarita.

Fuente:http://www.revistaenie.clarin.com/escenarios/titulo_0_383961645.html

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