domingo, 12 de diciembre de 2010

El lugar de la experimentación

Los treinta años del Centro Cultural Recoleta: Junín 1930 (C.P. 1113) Buenos Aires L. a V de 14 a 21 hs. Sábados, domingos y feriados, de 10 a 21 hs. | Tel.: 4803 1040

Icono de la cultura porteña, se creó (como el CCCB de Barcelona, o el Pompidou parisino) como el espacio por excelencia para las vanguardias artísticas en la Ciudad. Escenario de buena parte de los más importantes episodios culturales de las últimas décadas, cumple treinta años y lo celebra con una muestra homenaje a los arquitectos/artistas que remodelaron el viejo convento y la capilla: Testa, Bedel y Benedit. Además, las opiniones de artistas y una encuesta sobre cuál fue la mejor muestra que vieron en el CCR.

Por Mercedes Urquiza

Hay lugares en torno de los cuales se podría contar la historia cultural de una ciudad. O al menos una parte. Y el Centro Cultural Recoleta es uno de ellos. Este antiguo convento, convertido durante la década de 1980 en espacio de exhibición y experimentación artística, ha sido escenario de una buena porción de los más importantes episodios culturales de Buenos Aires durante las últimas décadas. Este diciembre, el Recoleta cumple treinta años y revisar su historia implica también contemplar la evolución de la danza, el teatro, las artes y la cultura urbana de nuestra ciudad, en una línea de tiempo jalonada por nombres de la talla de León Ferrari, Yoko Ono, Miquel Barceló, Marta Minujín, Horacio Coppola, Pablo Suárez, Marcia Schvartz o De la Guarda, por mencionar a sólo unos pocos de los cientos y cientos de creadores que han pasado por sus salas.

En el principio hubo un viñedo. Y a su alrededor, hacia finales del siglo XVI, se construyó un convento, con su correspondiente capilla, que presumía de huerto propio, gracias al generoso visto bueno del rey de España. El tiempo pasó y el viejo convento se fue adaptando a distintas funciones –según las apetencias de cada gobierno–, hasta que el 4 de diciembre de 1980, cuando la dictadura militar atravesaba su etapa final, el predio fue remodelado para albergar al Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires (CCCBA), que con el tiempo comenzó a ser conocido simplemente como “el Recoleta”.

Desde aquel día de 1980, nueve gestiones diferentes han llevado las riendas, cada una con sus aciertos y desaciertos, pero el Recoleta se mantuvo siempre como un hito de la cultura y faro de la vida de la Ciudad.

Un gran centro cultural para una gran ciudad. Buenos Aires, en su condición de usina cultural a gran escala, tiene la obligación de contar con un espacio referencial donde contener, generar y dar visibilidad a las nuevas pulsiones artísticas que emergen desde sus entrañas. Sin las obligaciones formales de los museos (que tienen que conservar obras y armar colecciones), los centros culturales son lugares vivos, activos, de movimiento constante, sitios en los que se cruzan permanentemente actividades y públicos de diferentes disciplinas. Son espacios donde está permitida la prueba y el error, la experimentación, donde se cruzan lo académico con lo callejero, la alta cultura con las nuevas tendencias, lo lúdico con lo educativo, la vecina curiosa con el artista de vanguardia.

A lo largo de su historia, el Centro Cultural Recoleta nunca terminó de tallar un perfil definitivo (ha tenido muchos diferentes; demasiados, quizá), sino que ha ido transitando entre las aguas de la contemporaneidad a veces de forma más arriesgada y otras más convencionales, ofreciendo cobijo a expresiones perdurables tanto como a fenómenos indiscutiblemente desechables. Depende la gestión de turno. Más allá de esto, sus principales salas supieron albergar una cantidad importantísima de grandes muestras, muchas de ellas fundamentales para la historia reciente del arte argentino. Lo que no es poco.

Los espejos del Recoleta son (o deberían ser) esos selectos grupos de espacios que dan albergue a la cultura contemporánea en ciudades que tienen un latir similar al de Buenos Aires. Sitios como el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, La Casa Encendida de Madrid, el Pompidou de París o el Centro Cultural de San Pablo. El común denominador de estos espacios es ser al mismo tiempo laboratorios y centros de exposición, ámbitos en los que la creación contemporánea se percibe como algo en estado de elaboración y en donde los oídos están siempre atentos al rumor de las nuevas tendencias estéticas, conceptuales y tecnológicas. La ventaja que algunos de estos espacios le llevan al Recoleta es que han sido mucho más estables, más “largoplacistas”, a la hora de dotarse de rasgos de identidad. Y la desventaja es que pocos de ellos cuentan con esa fenomenal usina de expresiones culturales que tiene Buenos Aires.

Distintas gestiones. El Recoleta ha estado muchas veces a la altura de la complejidad cultural de su ciudad. Y muchas no. El arquitecto Osvaldo Giesso fue el primero en intentar dotar al Recoleta de una identidad relacionada con fenómenos culturales emergentes.

Durante su gestión (entre 1983 y 1989) se abrió la puerta a grupos que experimentaban con los nuevos lenguajes de las artes escénicas, como La Organización Negra, embrión de De la Guarda y de FuerzaBruta. En esta gestión, que en muchos sentidos fue marcada por el ánimo efervescente de la recuperación democrática, se realizó la primera Bienal de Arte Joven y se crearon espacios dedicados a disciplinas como el diseño, la fotografía y el cine experimental.

La breve gestión del arquitecto Rodolfo Livingston tiene como mayor curiosidad el hecho de que fue reflejada en un libro muy bienvendido. Su experiencia de poco más de cinco meses quedó plasmada en Memorias de un funcionario, que llegó a tirar seis ediciones, donde se narraron iniciativas como la creación de los espacios de diálogos entre artistas y público, coordinados por psicólogos, a los que se llamó “conversódromos”.

Fue bajo la dirección de Diana Saiegh (1990-1992 y 1993-1996) cuando todo se rebautizó. El lugar pasó a llamarse Centro Cultural Recoleta, la sala más amplia del centro recibió el nombre de Cronopios y al auditorio de la antigua capilla se le puso El Aleph. Durante la gestión de Saiegh, también arquitecta, hubo muchas y muy buenas exposiciones y tuvieron lugar las tres ediciones del proyecto “a, e, i, o, u”, una serie de mega-exposiciones en las que se fusionaban artistas de distintas disciplinas. Uno de los puntos más altos de ese período fue la versión que el director Roberto Villanueva hizo de la obra La pirámide, de Copi.

Miguel Briante fue el primer director del Recoleta que no venía del ámbito de la arquitectura. Era escritor y crítico de arte, y su gestión es una de las más recordadas, debido a su carácter arriesgado y poco convencional. Entre otras cosas, Briante creó el Espacio Oesterheld, una sala en la que artistas como Liliana Maresca o León Ferrari realizaban instalaciones con relación a acontecimientos políticos recientes, como la Guerra del Golfo.

Durante la dirección de Teresa Anchorena (1997-1999) se da mucho espacio a los artistas nacionales. Y, al mismo tiempo, es la primera gestión que tiene la posibilidad (y la iniciativa) de concretar exposiciones internacionales de alto vuelo, protagonizadas por artistas de la talla de Miquel Barceló, Yoko Ono, Alex Katz y el brasileño Tunga, quien para un buen número de artistas, críticos y curadores protagonizó uno de los episodios artísticos más reveladores que se vivieron en el Recoleta.

El nuevo milenio entra bajo la dirección de Nora Hochbaum (1999-2006). Tienen lugar las recordadas retrospectivas de Roberto Aizenberg, Liliana Porter y Roberto Elía y muestras internacionales muy interesantes, como las dedicadas a la vanguardia rusa y al arte brasileño. Pero el gran momento, por encima de cualquier otro, fue esa antológica muestra de León Ferrari, que derivó en escándalo público y en debate sobre la intolerancia religiosa, ya que la exposición fue violentada por agrupaciones cristianas, censurada, clausurada, y vuelta a abrir.

Por su parte, bajo la dirección de Liliana Piñeiro tuvieron lugar interesantes intercambios con el tan moderno como prestigioso Palais de Tokio de París y el festival multidisciplinario, nacido en Londres, One Dot Zero.

En síntesis, un conjunto de momentos, expresiones y creadores que dan cuenta de un espacio cultural de validez excepcional. El desafío pendiente es, acaso, que el Recoleta acabe por construir una identidad que trascienda a las gestiones de turno y que acabe de afirmarlo como uno de los centros de referencia de la cultura contemporánea en América latina.

http://centroculturalrecoleta.org/ccr-sp/

Fuente: http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0531/articulo.php?art=26009&ed=0531


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