Por Belén Blanco
Por Revista SH Publicado el 06/10/2011No se puede explicar lo que se siente al ver telenovelas con una sola palabra. Hay muchas sensaciones en juego, algunas provocadas por leyes universales del género, otras por características individuales de cada trama. Yo creo haberlas sentido todas. Ver telenovelas tuvo relación con mi profesión de actriz, aún mucho antes de saber cuál iba a ser, y por lo tanto, con lo que es hoy mi vida. Me metí de lleno en ese mundo siendo muy chica. Me gustaban ‘El derecho de nacer’, ‘Topacio’, novelas con actrices de alta entrega emocional como Lupita Ferrer, Janet Rodríguez, Grecia Colmenares y Verónica Castro, una mujer que de nena me hizo llorar. La recuerdo haciendo a una mina muy humilde, casi una ciruja, con unos valores altísimos que los ricos no tenían. Todo lo que ella merecía, era para otros.
Una mujer a la que maltrataban y humillaban por estupideces como comer con las manos y, pese a eso, se mantenía noble y buena, con un sentido de la moral que la enaltecía. Grecia Colmenares en Topacio componía a una ciega muy pobrecita, que era engañada de una manera tan vil y rastrera como sólo en una telenovela se puede concebir. ¿Quién se va a creer que Topacio no se daba cuenta de que el hombre al que pretendían unirla era un ser monstruoso, algo parecido al de la película ’El hombre elefante’?. Había una escena recurrente en la que ella quería tocarlo y él no permitía que le tocara la cara.
Y ante eso el espectador se siente culpable porque conoce el secreto que Topacio no. Entre las argentinas, me gustan mucho ‘Rosa de lejos’, con Leonor Benedetto y ‘Amándote’, con Arnaldo André en un gran momento. Todas las que seguí no tenían ninguna pretensión cultural —pero creo que hicieron un aporte mas interesante a la cultura que muchas obras que se hicieron en el teatro San Martin— y me maravillaba que fueran algo tan universal como para poder ser comprendido casi por cualquiera. Siempre prefería las románticas, clásicas, con mensajes claros, con algo de cuento que no trata de exceder su propio universo.
Las desventuras del amor que transitan las telenovelas se basan mucho en un regodeo que hace que en cada capítulo el final de la sensación de que todo está por resolverse, para iniciar al día siguiente ese tira y afloje en el que no se define nada. Yo sé esperar, siempre pude soportar la llegada al capítulo siguiente, como tantas personas.
Como siempre me gustaron, siempre tuve ganas de hacer una porque me interesa el abordaje sobre temas universales y el planteo que se hace de la actuación desde otro lugar.
Esa técnica de actuar mal que no tiene nada que ver con profundizar en el personaje o entender sus motivaciones. Siento que entraría en una especie de forma de trabajar que tiene algo de colectiva y que tiene mucho que ver con dejarse llevar y entregarse de un modo muy absoluto, algo que es muy nutritivo para un actor. En la telenovela la estrella no aporta sus ideas, es más bien un transmisor que no puede objetar cuestiones que escapan a la mayoría de las lógicas como que un personaje se muera y vuelva a aparecer. Hay una tensión, una especulación en la que uno se encuentra —entre capítulo y capítulo y también durante el transcurso de cada uno— diciendo cosas como: ¿Pero cómo no lo ve? ¿Cómo no se da cuenta? ¡Si ya se lo dijeron!
La telenovela, más allá del contexto en el que se sitúe la historia, unifica a espectadores de realidades, países y edades diferentes. No importa si la acción ocurre en una mansión, en un estudio de abogados o en el campo. La cuestión es que el espectador es alguien que puede contemplar y expresar su punto de vista, alguien que se deja manipular con gusto para después dar su opinión. Esa opinión es la que siente el actor en la calle, en el barrio. Opinión que los productores tienen en cuenta para avanzar o retroceder o cambiar el camino que tenían pensado. La telenovela es una máquina que va rápido, es un pin pong entre lo que se produce y lo que eso provoca.
Además, la telenovela tiene un lugar en el público que no tienen el cine y el teatro, porque obliga al espectador a intimar con los personajes por un montón de tiempo, y con un nivel de compromiso enorme.
Lo mejor es saber que va a terminar bien, así era por lo menos en las que yo veía. Sería frustrante pasar un año mirando algo que va a terminar horrible. Todos queremos que triunfe el amor.
Quizás lo que me resulta más interesante de la telenovela es que las cosas no se resuelvan fácilmente, encuentro placer en la espera y el trascurso. De hecho, lo que pase cuando la heroína logró casarse con el galán ¿a quién le interesa?
Fuente: http://www.revistash.com/notas/149390-que-se-sientever-telenovelas
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