domingo, 9 de octubre de 2011

Más público, menos obras

La excelencia se logró con Eraritjaritjaka, del suizo Heiner Goebbels, en el San Martín.

Domingo 09 de octubre de 2011 | Publicado en edición impresa


Teatro / Balance del Festival Internacional de Buenos Aires

Se vendieron 40.000 entradas para 48 propuestas; las mejores fueron las de Chile, Suiza, Alemania y Brasil

Ayer culminó la VIII edición del Festival Internacional de Buenos Aires. En términos de la programación internacional, verdadero nervio del encuentro, podrá ser recordado por la capacidad histriónica del actor alemán Robert Beyer ( Hamlet ), la fuerza poética de la experiencia escénica dirigida por Heiner Goebbels ( Eraritjaritjaka ), la infinidad de matices que maneja la chilena Paulina Urrutia ( La amante fascista ), el compromiso histórico devenido en reflexión escénica de su compatriota Guillermo Calderón ( Villa + Discurso ) -con tres actrices maravillosas-, la visita de dos montajes de Peter Brook (figura icónica del teatro de vanguardia de la década pasada), o por la presencia de la compañía de danza de San Pablo. En definitiva, una acumulación de ricas subjetividades que, en el mejor de los casos, favorecen al debate. Claro que no vino Patrice Chèreau, tal como estaba anunciado, pero su ausencia se suplió con el excelente unipersonal de la alemana Miriam Goldsmith, dirigida por Peter Brook (ver aparte).

Sin embargo, hay varios indicadores que dan cuenta de cierto retroceso en el diseño del festival escénico más importante del país. En la franja de espectáculos internacionales, se programaron menos obras que la edición anterior (de 21 se pasó a 14), vinieron solamente dos espectáculos de danza y de música (cuando el festival "condensa la diversidad artística expresada en las nuevas búsquedas estéticas y tendencias del teatro, la danza, las artes visuales y sonoras", según dice la página oficial) y contó con una única intervención en un espacio público con entrada gratuita (la de los mexicanos en la Plaza de la República). En lo que hace a la programación nacional, y siguiendo con parámetros numéricos, entre las dos secciones centrales (obras ya estrenadas y las ganadoras del concurso) se ofrecieron 28 montajes (la misma cantidad del anterior). Desde otra perspectiva, el FIBA versión 2011 recuperó la cantidad de público que observó con cierta distancia a la edición de hace dos años. De hecho, según datos oficiales, se vendieron 40 mil entradas en los 48 espectáculos programados.

"Estoy muy satisfecho, la programación fue elogiada por distintos sectores, y hubo excelente respuesta en la venta de entradas para la mayoría de los espectáculos. Además, hemos recibido una gran devolución por parte de las compañías internacionales, agradeciendo por la atención y felicitando el trabajo del Festival. Y el público, nuestra gran prioridad, acompañó y demostró su entusiasmo permanentemente", señaló Darío Lopérfido, director artístico del FIBA, con buenos ojos y mucho enstusiasmo.

Sin embargo, durante el reciente encuentro no existió (o si hubo, no se comunicó a la prensa y tampoco figuró en el pobre catálogo del festival en el cual ni siquiera incluía a sus autoridades) el punto de encuentro que suele tener todo festival. El público debió contentarse con el librito-folleto que se repartía por todos lados, aunque dos de los espectáculos hubieran cambiado de lugar y no se haya dado a conocer ese cambio a tiempo, como era debido. Tampoco hubo fiesta de apertura o de cierre. Desde 1997, cuando se realizó el primer FIBA, el punto de encuentro corrió suertes diversas; pero siempre estuvo allí como una manera de entender que los marcos informales también son hechos objetivos que fomentan la producción artística. Lo mismo que las tradicionales fiestas de apertura y cierre que, más allá de cualquier lectura superficial sobre este tipo encuentros, sirven para fortalecer el lazo entre creadores, productores, curadores y periodistas. Sumado a esto, hubo pocas actividades paralelas que no contaron con la difusión necesaria. Parecería ser que el festival se encerró en sí mismo.

Semanas antes de comenzar, se decía que el FIBA no contaba con el presupuesto suficiente. A juzgar por una serie de hechos, el rumor parece cierto.

De la gestión anterior (a cargo de Rubén Szuchmacher y Alberto Ligaluppi) a la actual -producidas ambas por el mismo gobierno-, uno de los pocos signos de continuidad es que ambas seleccionaron montajes extranjeros que, abiertamente, aceptaban una lectura política. Lo cual es llamativo para un gobierno que ganó ampliamente las últimas elecciones apelando a un discurso que evitó toda confrontación política.

La reciente edición del FIBA se realizó en pocos meses (Lopérfido asumió en agosto del año pasado). Es de esperar que, para el noveno encuentro escénico, la dirección del festival -dependiente del Ministerio de Cultura porteño- comience ya a trabajar para no repetir errores que la trayectoria del Festival Internacional de Buenos Aires no merece.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1413072-mas-publico-menos-obras

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