Niní Marshall
200 Argentinos05.06.2011 | La transgresión hecha humor
Sin escribir ni pronunciar jamás una mala palabra, se rió de todo y de todos. Actriz y cantante, la llamaron "Chaplín con polleras". Fue figura estelar en radio, cine y televisión. Sufrió censura y disfrutó la reivindicación. Su inmortalidad puede comprobarse en Facebook.
Rodolfo Braceli
Niní Marshall vivía en estado de humor. Sin despeinarse, transgredió usos y temas y costumbres. Transgredió a diestra y siniestra, cuando la palabra transgresión no estaba todavía de moda. Metió su dedito en la llaga y en el ventilador y en otras partes absolutamente peligrosas también. Escribió y encarnó el humor de todos los colores. Con el humor negro se manejaba como quien toma un café con leche. Tuvo el coraje de meterse en el grotesco hasta las pestañas: su fineza salió siempre ilesa. Medio siglo antes de que estallara en el país la comodidad de proferir chistes de gallegos, ella los hacía, personajes mediante. Medio siglo antes que nadie se metió con lo que no se puede: por ejemplo, ironizó sobre las colectividades con una soltura y un atrevimiento dictado no por la mala leche, no por el fácil racismo, sino por una capacidad de observación que sólo tienen los que ven más allá de sus narices y más acá también.
No escribió una sola "mala palabra" en su vida. Ni una.
Fue una radiógrafa tiernamente impiadosa de nuestra entretenida fauna. La transgresión no pasaba por sus declaraciones. La transgresión era hábito, un estilo de vida: estaba en sus ojos, en lo que conseguían ver sus ojos.
Era una diabla.
A Lino Patalano (su representante, y casi hijo en su última etapa) le hizo varias granujadas. Cierta vez, Lino la invitó a ver un espectáculo de Julio Bocca en el Luna Park. Quedaron en que al finalizar la función irían a una reunión en su casa. Niní al recital fue. Pero eran las dos de la mañana y en la casa de Lino no aparecía. Gran preocupación. Hasta que suena el teléfono. Atiende Lino, es Niní que le dice: "Ay, Lino, por fin me puedo comunicar. ¡Estoy en la comisaría! ¡Perdí el coche que mandaste y perdí a mi nieta que me acompañaba y me quedé sola en la calle! Entonces me vio un policía y me preguntó: ‘¿Quién es usted?’ ‘Soy Niní Marshall’, le contesté. Como no tenía documentos, me dijeron: ‘Usted miente, vieja loca’. Y acá estoy, Lino, en la comisaría 37". ¡¿Cómo en la comisaría, Niní?! "No te hagás problema, Lino. Me están tratando bien aquí. Ahora me trajeron una mantita." Lino se puso verde, o azul. Después de un rato Niní le dijo: "No, Lino, no te asustés. Estoy en casa. Es mentira lo que te dije".
Tuve la fortuna de entrevistarla cinco veces: la primera en 1962, para el diario Los Andes de Mendoza. Niní era chiquita de estatura, pero entonces estaba fuerte, tenía realmente formas apetitosas: su natural belleza se traspapelaba en los personajes que encarnaba. Recuerdo, en aquel primer reportaje, cómo se puso a discutir con su entonces marido y productor, a discutir olvidándose de mí. Después, la entrevisté en 1982, en 1990 y en 1994; y tuve, finalmente, el privilegio de estar a su lado, viendo la función en el Maipo el día que Marilú Marini estrenaba Mortadela, con sus personajes antológicos. Niní, ya muy viejita, decía simultáneamente, moviendo apenas los labios, los textos que sucedían en el escenario. Y cada tanto murmuraba refiriéndose al atrevimiento de sus ocurrencias de cuatro o cinco décadas atrás: "Qué bestia".
En varios de aquellos encuentros, en los que Niní siempre mostró una timidez que no podía ni trataba de disimular, hablamos del humorismo: "Sobre el humor no se me ocurre ningún discurso. Yo vine con humor pero me faltó estatura. Y eso es todo".
Cuando le pregunté sobre la frecuente confusión entre el chiste y el humor, me respondió: "Para mí el chiste vale cuando nace desde un personaje. Los personajes son válidos cuando tienen una psicología definida. Yo siempre he escrito a partir de caricaturas, de personajes. Cándida era muy torpe, Catita era conventillera y metereta. Los chistes de mis personajes son intransferibles".
Cuando le pregunté de dónde sacaba los personajes que escribía y actuaba, me dijo: "Cuestión de mirar y de oír más allá de las narices. Cuestión de observar. A Catita la encontré entre la gente que esperaba a los actores, en el vestíbulo de la radio, para pedirles autógrafos. Cándida era una empleada llamada Francisca, una institución en mi casa. A propósito de Catita recuerdo dónde encontré la punta del hilo: una señora y su hija, Catita las dos, pedían una prueba para cantar en la radio. Pero la madre advirtió: ‘Cantar ahora no puede cantar porque tiene las amígalas flemonadas’. De esa frase me nació el personaje. Nada del otro mundo".
Cuando le pregunté quiénes habían influido en su humor-sociología, me dijo: "Tuve un tío torero".
Cuando le pregunté su opinión sobre el humor que se maneja en la radio y en la televisión, me dijo: "¿No va a servirse más café?".
Cuando le reiteré la pregunta, me dijo: "No puedo ofrecerle más café porque todavía tiene su taza llena".
Cuando le pregunté por tercera vez, me dijo: "Me produce escalofrío la inspiración a sueldo". Después, ya liberada de la pregunta, me contó: "Yo siempre escribía por la mañana y en la cama, y en un block de papel ordinario. Para no desentonar".
Cuando le pregunté por qué era tan pero tan tímida que se permitía ruborizarse a los 90 años, me dijo: "Sí, muy tímida... Humorista por parte de madre. Tímida por parte de padre. Soy tan tímida que creo haber inventado mis personajes para esconderme detrás de ellos".
Cuando le pregunté si se parecía a algunos de sus personajes, me dijo: "Dios me libre".
Cuando le conté que Federico Luppi me había dicho que ella, como autora y como actriz de sus personajes, era alguien tan genial como Chaplin, se ruborizó realmente, se tapó la cara y me dijo: "Chaplin es único. Dios mío".
Cuando le pregunté si creía en Dios, me dijo: "Dios me libre".
La Niní del final tenía los ojos como dos brasitas. Esos ojitos se le mojaban ante el menor golpecito de emoción. Estaba tenue.
Sus personajes hablaban y hablarán por ella, sin pedirnos permiso, así, redepente:
"Pobre Pascual, flor de zapatero... Ay, yo me quedé hecha un yelo cuando me dijeron que había muerto. Le tenía tanto afeto. Pa’ mí era más que un zapatero. Pa’ mí era una madre... Ya ven, me vine al velorio como estaba, de espor. Disculpenmé, apenas pude traerme a los chicos para que vieran un velorio, que nunca habían visto. Y están ahí, fasinados con el muerto... Pobre don Pascual. ¿Y cómo fue? Redepente, de un ataque sincopado. Se acostó vivo y se dispertó muerto. Ay, qué triste morirse sin avisar. Morirse de incónito... Se le cortó la digestión después de comer. Por eso digo: es mejor hacer la disgestión antes de comer... Ay, pobre don Pascual, lo enterramos esta tarde... No, no pusieron el aviso fúnebre en el diario porque le dijeron que le cobraban trescientos mil pesos el centímetro, y como el finado medía un metro ochenta, calculen. (...)
La que no vino al velorio es la Gladys, la que tuvo un desengaño con el novio. Sí, hace años tuvo un desengaño con el novio, pero el desengaño ya está grande, ya va al colegio...
El domingo fuimos al cine. Como no conseguimos entradas, nos fuimos al cementerio, a visitar las tumbas, y pasamos una tarde en contato con la naturaleza. Una naturaleza muerta, claro... Había cada tumba... Estaba la tumba de Filemón García, el mago del mandoneón. Tenía encima un mandoneón pedestre, o sea de piedra, y esta espresión: ‘En este mundo tocaste el mandoneón cuando te sorprendió la negra parca. No te aflijás, querido Filemón, porque en el otro mundo tocarás el arpa’. ¿Se acuerdan de Filemón? Cómo tocaba ese istrumento, día y noche. En el barrio le decían gusano porque tenía podrida a toda la manzana.
Cuando llegué al centro de espiritistas ‘Alma Centena’, que dirige el doctor Sensafiore, el salón de atos, o sea, el comedor, estaba escuro. Y alrededor del trípoli, o sea, la mesa de tres patas, los clientes de los espíritus se tocaban la punta de los dedos para producir la corriente manética que le dicen... El doctor Sensafiore dijo: ‘Si hay un espíritu presente, que dé un gorpe. Si no hay ninguno, que dea dos gorpes’. Entonces ¡prum! Apareció el espíritu de mi tía Carmela... Mi tía Carmela, hablando materialmente, se murió de un cayo malino; el cayo se le infestó, le vino la grangrena y hubo que cortarle las dos piernas. La infeción era en una sola, pero el dotor dijo: ‘Ya que estamo le corto la otra. Para emparejarla’. Un dotor muy prolijo. ¿Que cómo quedó mi tía Carmela? Así de bajita. Vino a quedar como la Venus del Mirlo, manca de las piernas. Porque a la Venus del Mirlo, o sea, la diosa de los muñones, unos dicen que le cortaron los brazos porque se le infetaron las vacunas, otros dicen que porque se metía los dedos en la nariz. A mi tía Carmela, después que se murió le hicieron la autosia para ver si se había muerto o eran mañas...
¿Saben que yo quedé viuda en plena luna de miel? Habíamos ido a Bariloche. Un día, subiendo el Tronador, marido mío pierde el pie y se cae en el fondo de un precipicio. Al día siguiente encontramos tirada sólo la mitad del cuerpo, felizmente la mitad donde llevaba la cartera con toda su fortuna. Así que gracias a Dios, mi marido no perdió nada más que la vida.
Las otras noches salí sola a caminar y tres hombres me secuestraron... pero en el primer farol encendido me largaron.
Mi último marido se me murió de una nada, un resfrío. Lo atendieron cinco médicos. Y no se pudo defender.
Así escribía, así pintaba, así desvestía, Niní.
Fuente: http://www.elargentino.com/nota-140825-Transgresion-y-humor.html
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