
Ella, recostada sobre el piso. El, sentado en una silla negra. Los dos de blanco. Actúan desde que el espectador entra a la sala del teatro Viejo Almacén El Obrero. La puesta no es una obra clásica en donde será fácil descubrir la introducción, el nudo y desenlace. Todo transcurre en un instante. Son pequeños fragmentos de segundos que completan casi cincuenta minutos de obra que invitan a la reflexión, a la retrospección y a preguntarse qué significan esos dos cuerpos que conforman un rompecabezas de incertidumbres: Ofelia y Laertes.
El mismo volante que te entregan en la puerta te avisa que (entre) es una producción escénica que integra el teatro postdramático con la experimentación estética: “poetiza en instantáneas la experiencia del ser y la soledad”.
El primer sonido de la puesta es una barco que bien podría delimitar el espacio del tiempo: un inicio y un fin, pero como les dije al comienzo, la obra es una apuesta jugada –para nada convencional- que dudo de que el público local esté entrenado. Sin dudas podría decir que se trata de una obra de arte en donde la recepción poco importa. El acento está puesto en la incomunicación de esos dos personajes que bien podrían ser dos hermanos, dos amigos, marido y mujer o dos absolutos extraños tratando de decirse no sabe bien qué.
La respiración fuerte de Ofelia y su perfecta interpretación de la voz en eco abren la puesta de Gustavo Radice que se tomó su tiempo para volver a dirigir. Después de 18 años, el director demuestra que tiene ganas de contarnos qué le pasa al mundo de hoy en pleno auge de las comunicaciones. En la era de las tecnologías comunicacionales Radice postula la incomunicación. Ni más, ni menos.
Qué dicen esas palabras sueltas que salen de las bocas y gestos preocupados –como en crisis- de Ofelia y Laeretes. Qué pasa con esos movimientos sutiles que se deberían ver dos veces para comprenderlos. La linealidad del tiempo se vuelve un círculo en perfecto equilibrio pero con algunas cuestiones no resueltas: el drama que postula por momentos se vuelve caótico y no se termina de comprender. Tal vez los gritos y las exaltaciones de los dos únicos actores en escena juegan de detonante.
La composición total de la puesta juega con un excelente recurso muy bien utilizado de proyecciones digitales. La naturaleza, la vida y la metamorfosis se plasman en esas imágenes sutilmente elegidas que bien podrían ser Borgianas, Kafkeanas o Cortazarianas. Hay algo en (entre) que se tiene que unir como un rompecabezas interno que puede resultar confuso pero que es una excelente oportunidad de repreguntarse el sentido de la vida. Bien podría ser la temerosa duda de Descartes lo que Radice tiene en mente. No se sabe.
Inés Sbarra (Ofelia) tiene un dominio de la escena completo. No deja lugar a dudas ni siquiera cómo mueve cada pestaña. Sus manos hablan de una manera única que tal vez desentona con la actuación un tanto rígida de Emilio Guevara (Laertes), que si bien domina el personaje, por momentos da muestra de su elasticidad corporal, pero deja en carencia el grado dramático de su composición.
Dos personajes. Ella recostada en el piso. El sentado en una silla. Los dos de blanco. Suena la bocina del barco. (entre).
Ficha técnica:
Ofelia: Inés Sbarra
Laertes: Emilio Guevara
Dramaturgia: Guillermina Mongan
Edición de video: Hernán Arrese Igor
Edición de sonido: Hernán Arrese Igor y Natalia Di Sarli
Dispsotivo escénico y luces: Hernán Arrese Igor
Vestuario: Julia Vásquez
Asistencia técnica: Hernán Arrese Igor y Natalia Di Sarli
Gráfica: Luis Wilson
Asistente de dirección: Mariana Quintero
Dirección: Gustavo Radice
Fuente: http://www.eldia.com.ar/cultura/ampliar.aspx?id=604
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