Bailarina, coreógrafa, joven dueña de una vida que bien podría ser argumento cinematográfico. Intensa agenda de viajes y actuaciones, mucha, muchísima dedicación y decisiones tomadas -apenas salió de la adolescencia- que la llevaron a perfeccionarse en la Argentina y en otros países. Hoy, de regreso en su ciudad natal, comparte una tarde con Aquí La Plata.
Como corresponde a todo buen desarrollo argumental, comenzamos por el principio.
Aquellos primeros pasos y lo que vino después
-Celia, cosmopolita pero platense de origen, ¿podemos saber qué barrios fueron los de tu infancia?
-Cuando nací, mi familia vivía en un departamento en 6 y 56. Después viví muchos años en 10 y 49. Más adelante, cuando estaba estudiando en el Instituto Superior de Arte del Colón y prácticamente yo vivía en Buenos Aires, mi familia se mudó a una casa en la zona de Plaza España, 7 entre 66 y 67.
-¿Cómo está compuesto tu grupo familiar?
-Mis padres, un hermano un año más grande y yo. Lo que se dice una “familia tipo”.
Esta espigada morena, educada y culta pero sencilla y afable al rememorar sus inicios, sigue narrando cómo fue el crescendo de su carrera.
- A los cinco años empezaste a bailar ¿Cuál fue el lugar de tus inicios?
-Cuando vivíamos en 10 y 49, tenía cerca de La Protectora. Allí daba clases una profesora que también vivía en 10 y 49. A veces me llevaba mi madre y me traía de vuelta la profesora o, a veces, al revés. Recuerdo que yo era muy movediza. Tanto, que me decían que era más para circo que para danza. Porque cuando se empieza danza clásica hay que trabajar mucho y muy duro, hay que agarrarse a la barra, trabajar los piecitos, se siente como un proceso muy lento. Y yo, en la mitad del proceso, me aburría y me ponía a dar vueltas carnero. Por supuesto, me hacían volver a la barra.
Escuchando a Celia, imagino a sus primeras profesoras “ver” cómo esa niña movediza podía llegar a ser una bailarina disciplinada y capaz de grandes esfuerzos para proseguir su carrera. Lo demostra-ban, según nos cuenta, cuando en las galas de fin de año le reservaban siempre alguna parte de solista para que se destacara y pudiera salir de la rutina de la barra.
-¿Cómo fue tu llegada al Colón? ¿Viajabas desde La Plata o vivías en Buenos Aires?
-Antes de eso, cuando tenía la edad ingresé a la Escuela de Danzas de La Plata. Ahí fue cuando me empezó a gustar cada vez más. Todo me resultaba poco y empecé a tomar clases particulares en Buenos Aires para perfeccionarme. Viajaba con una compañera mía y nuestras madres se turnaban para acompañarnos. Ellas nos enseñaron a viajar solas, cosa que hicimos los sábados a los doce años. Me enteré de la existencia de la Escuela del Colón de la que decían que era la mejor del país. En ese momento, mi profesor en la Escuela de Danzas era Ismael Hernández. La llamó a mi madre y tuvo una charla con ella. Yo pensé “qué habré hecho que la llama a mi mamá”. Resulta que el motivo era preguntarle acerca de las posibilidades económicas de mi familia para ver si me podía mandar al Colón. Le comentó que me veía muy talentosa y que, a su parecer, la educación del Colón era lo más adecuado para mí.
Celia Millán ingresó en 1990 al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón del que egresó con las calificaciones más destacadas.
-¿Cuál fue la reacción de tus padres ante el consejo de Ismael Hernández?
-Al principio no estaban muy convencidos. “Pero cómo, decían, si va al Colón tiene que dejar los estudios secundarios”. Pero yo quería ir y me preparé. Iba a Buenos Aires primero una vez por semana, después dos, después tres. Paralelamente hacía el secundario en el liceo Víctor Mercante. Y resulta que entré al Colón. Es un examen muy arduo. Lo logré, se presentaron más de trescientos chicos y entramos solamente cuatro.
Ahí fue cuando mis padres dijeron “Bueno, qué hacemos ahora”. Ellos estuvieron ahí, vieron lo que era el Colón, una institución de privilegio, con maestros de primera línea. Tuve que dejar el secundario. Tercero, cuarto y quinto año los di libres. Preparé todas las materias y me recibí de bachiller. Yo vengo de familia de profesionales: mi padre y mi madre son médicos, mi abuelo también. Sé que no entendían mucho lo mío, pero nunca se opusieron, al contrario, me apoyaron en todo cuando vieron la seriedad con que yo encaraba mi vocación y paralelamente hacía estudios secundarios. Viví esa época disfrutándola a pleno: no me hacía nada levantarme a las cuatro de la mañana para ir a la Terminal. Y antes de terminar mis estudios en el Colón, con 17 o 18 años, entré al Teatro Argentino de La Plata. Fue en la época de Esmeralda Agoglia.
Una beca a Francia, luego Alemania y el regreso
En 1997, a los 19 años, Celia Millán fue becada por la Embajada de Francia y la Fundación Estela Erman. Partió a ese país para incorporarse al Ballet de la Ópera de Burdeos.
-¿Cómo fue tu experiencia en esa ciudad? ¿Hiciste amigos, pudiste arraigarte?
-Aquellos fue duro en un sentido. Fui al Teatro (bellísimo, el segundo teatro de Francia después de la Ópera de París) y me dirigí directamente a la Compañía, dirigida por Charles Jude, que es de mucho nivel. Resulta que era la más joven y la única extranjera. Los franceses son muy nacionalistas y más en el ambiente de la danza. Esto sucede porque, como en la Argentina, tienen una muy buena escuela y quieren prioridad para los puestos laborales. No encajaba mucho en el tema social. Además, al Director de la Compañía le gustaba mucho cómo bailaba y me daba roles de solista.
-¿Por qué te interesó Alemania?
-A mí ya me estaba “picando” el temita del ballet neoclásico. Por mi forma de bailar, por mis posibilidades técnicas en lo moderno. No obstante, me gustaba mucho el bailar en punta, el desafío técnico que representa la zapatilla de punta. Ya estaba en la búsqueda de algo que fuera mi estilo. Esto no lo tenía en Burdeos porque era una Compañía muy clásica. Me pregunté ¿qué más hay? Y en Alemania es donde hay más teatros, más coreógrafos, es decir más posibilidades. Por lo tanto, en 1998 para allí rumbée. Bailé en la Ópera de Chemnitz como solista. En la Komische Oper de Berlín conocí a Gonzalo Galguera, el coreógrafo cubano. Estuve en el Anhaltisches Theater de Dessau. Fui solista y primera figura, hicimos giras y galas intercontinentales. Bailé en España, Cuba, Brasil, Colombia.
-Tenés una personalidad fuerte y con ideas claras que van más allá del hecho de ser bailarina: sos también coreógrafa.
-Bueno, ese es el motivo por el cual vuelvo a la Argentina. Un poco, mi despedida de Europa fue en Rusia con la Filarmónica de Moscú. Sucede que en Alemania era una bailarina en un teatro, donde tenía un coreógrafo, tenía un director. Yo sabía que este potencial que tengo en algún momento iba a explotar. De a poco, llegó ese momento. Ahora estoy acá haciendo mis propias experiencias.
Celia decidió volver a La Plata para quedarse y volcar su experiencia en su tierra. Su vida personal y la profesional aparecen en armonía. Casada con un ingeniero civil alemán -junto a ella en esta etapa del regreso- ambos son padres de un niño pequeño.
Celia Millán y el Neoballet
El sábado 28 de mayo, nuestra ciudad tuvo la oportunidad de apreciar un ballet de estética diferente y novedosa.
El lugar fue el muy agradable Coliseo Podestá cuando, ante numeroso y entusiasta público, Celia Millán presentó a su Neoballet, junto a la Orquesta Municipal de Tango Ciudad de la Plata. El título del espectáculo, que remitía a nombres conocidos, era “De Piaf a Piazzolla”. Celia, su creadora y coreógrafa, estuvo acompañada por Bautista Parada, Darío Lesnik, Elizabeth Antúnez, Federico Fleitas, Juan M. Ortiz, Larisa Hominal y Mariana García, de quienes habla con afecto y elogios. En algunos temas, las coreografías eran de Ángel Blasco, Gaetano Posterino eIrene Schneider y Federico Fleitas, en colaboración con Celia.
-Este espectáculo, aplaudido y vivado como pocas veces se vio ¿Cuándo y como nació?
-Nació de a poquito, cuando hablé de este espectáculo con el Director del Coliseo Podestá, el Dr. José Cipollone, quien me dio libertad absoluta desde lo artístico. Junto con Federico Fleitas, mi ladero artístico acá en la Argentina, empezamos a pensar qué se podía hacer desde las posibilidades. Porque yo quiero hacer muchas cosas, pero empezando paulatinamente. Entonces, lo posible era un máximo de ocho bailarines. La orquesta la teníamos (lo que no es poco, es muchísimo). Había que ver cómo combinábamos todo eso y que no fuera un descuelgue.
Tenía algunas coreografías, relacionadas con las canciones de Edith Piaf, que bailé en Europa y ciertas cosas que queríamos hacer relacionadas con el tango. También poner algo bien diferente como la música electrónica. Aunque parezca no tener que ver con la línea del espectáculo, para mí iba a sumar, a darle un color distinto, como es Colage von “C7”. También música de Bach, que me parece preciosa.
Estuve en el Coliseo Podestá esa noche del 28 de mayo, con un lleno casi total. El público escuchó conmovido composiciones inolvidables de Astor Piazzolla pero además aplaudió con entusiasmo la videodanza, austera y minimalista, creada por el uruguayo Héctor Solari. Se hará realidad, entonces, que el sueño de Celia Millán de incorporar lenguajes nuevos a través de su Neoballet se cumpla y siga creciendo.
Entrevista: Pampi Curuchaga
Fotos: Guillermo Genitti (apertura), Rita Haile (cierre)
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