Jueves, 31 de marzo de 2011
MUSICA › U2 INICIO EL TRAMO ARGENTINO DE SU 360º TOUR CON UN RECITAL NOTABLE
Ante 58 mil fans, la banda volvió a dar una lección de cómo conjugar gran espectáculo y sensibilidad musical. U2 hizo que, más allá del megashow, primara la sensación de que nada tendría sentido si no fuera por las canciones.
Por Eduardo Fabregat
Imagen: Alejandro Elías
“La idea es llegar a un punto en el que la gran estructura desaparece”, dijo Bono en el almuerzo del lunes con periodistas argentinos. Bien, U2 ha llegado al punto: cerca de la medianoche, The Claw es un aquelarre de luces, destellos y movimientos, pero lo único que importa es el círculo sagrado que forman cuatro tipos en el núcleo de toda esa parafernalia. Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton están lanzados al épico final de “Where the streets have no name”, justo allí donde las calles no tienen nombre (o más bien sí, pero nadie los recuerda). La multitud está en éxtasis, 58 mil pieles de pollo, un nudo en el alma que se concentra allí, en el medio, donde todo sucede.
El público argentino está ante la estructura más descomunal puesta jamás al servicio de un concierto de rock. Y lo único que importa es una guitarra, un bajo, una batería y una voz que invita al coro general que canta, grita que sí, que las calles no tienen nombre y estamos construyendo e incendiando. Y ahí vamos de vuelta, llevados por el viento.
Prendidos fuego.
Está terminando el primer show de la tercera visita de U2: ¿alguien podía dudar que todo iba a terminar así? A los cínicos y a los superados, los que gustan jugar el juego de estar más allá de todo, les encanta ningunear a una banda capital en la historia de la música contemporánea. Está bien, cada cual tiene el derecho de quedarse en los pasillos de ciertas cosas. Pero otra vez, como en el PopMart, como en el Vertigo Tour, el cuarteto irlandés dio lecciones de cómo conjugar gran espectáculo y sensibilidad musical, cómo hacer que el megashow conforme la expectativa del público de rock de estadios, pero al cabo prime la sensación de que nada de eso tendría sentido si no fuera por las canciones.
Y U2 tiene algunas canciones. El arranque de la noche fue la perfecta amalgama entre su primera etapa de honda ruptura estética y musical (“Even better the real thing”, suerte de nave insignia de Achtung Baby), la prehistoria de “I will follow” y la ardiente actualidad de la banda: si hubo algunos críticos que enarcaron las cejas con el material de No line in the horizon, la potencia y coherencia de “Get on your boots” (donde la banda se lanzó a recorrer con elegancia el territorio exterior de la puesta) y la épica “Magnificent” borró toda duda. No resultó nada casual que fuera “Moment of surrender”, otra de las canciones más recientes, la que liquidara la faena un par de horas después: melancólico moño, recargadísimo emocionalmente por la sentida dedicatoria de Bono “con nuestro amor, para Gustavo Cerati”: se cerraba una montaña rusa de emociones contenidas en los hitos que la banda ha sabido atesorar.
En algún pasaje, incluso, ese concepto de “montaña rusa” es tremendamente gráfico: : promediando la velada, Bono lanzó ese celebérrimo absurdo de “uno, dos, tres... catorce!”. Y cuando todos estaban ganados por ese clima rockerísimo, la discotequera versión de “I’ll go crazy If I don’t go crazy tonight” irrumpió y modificó el clima del estadio con una naturalidad ciertamente increíble para semejante combinación. Y todo parece una gran disco, pero la versión –radicalmente diferente a la del álbum– termina con el redoble más conocido de la carrera del grupo, y “Sunday bloody Sunday” hace retemblar La Plata. Como si nada, la banda se mueve entre aguas tan diferentes y lleva a todo el mundo de las narices.
El Estadio Unico que se estrenó como sede de grandes citas ayudó a que el natural poder de las cancions del grupo se multiplicara. Al comienzo incluso en exceso, cuando hubo que trabajar un sonido que se ensañaba con el techo y la estructura metálica. Pero a medida que los melones se acomodaban, la explosión de otra tanda de clásicos llevó a una conclusión natural: a los 25 minutos de show, U2 tenía el partido dominado, ganado y jugaba a voluntad.
En el show hay momentos clave, que no varían en toda la gira: el núcleo duro de un concierto en el que hay modificaciones todas las noches, entran y salen diferentes piezas del cancionero irlandés. Está claro que no puede faltar ese mortífero bloque que arranca con “Mysterious ways” (¡Qué bien envejece, o mejor dicho añeja, Achtung baby!), sigue con un “Elevation” que hace sentir a todos que sí, efectivamente flotan un metro sobre el piso, y cierra con “Until the end of the world”. Ese otro clásico del disco que abrió los ’90 y reformuló el sonido del rock y las puestas de estadio propicia el momento en el que Edge y Bono se torean, uno cantando y el otro punteando, ya no a través del escenario sino desde dos puentes móviles que se acercan hasta dejar sus manos a unos centímetros.
Tampoco puede faltar la emoción inenarrable de “One” –que enciende un mar de pantallitas de celular– y “I still haven’t found what I’m looking for”; ya no está la preciosa versión acústica que hacían de “Stuck in a moment” en la primera parte de la gira, pero sí “In a little while”, gran momento de All that you can’t leave behind, la última canción que escuchó Joey Ramone antes de morir, y que en la capital provincial detiene los relojes, la rotación de la tierra, todo: recién cuando termina y el grupo se embarca en la cabalgata de “City of blinding lights”, con la pantalla estirándose en prismas hasta casi alcanzar a los músicos, la gente parece volver a respirar.
No se trata solo de canciones. En escena, donde se ven los pingos, el cuarteto demuestra que cuando hay talento los años no pasan en vano. Presentados por “Carlitos Tevez Bono” como “el más joven en U2, La Pulga Larry Mullen Jr.; el Pipita Adam Clayton, el hombre sin nombre, el que está en todos lados y siempre en el lugar justo, el Pupi Zanetti The Edge”, los cuatro U2 transitaron ese sauna de lava eléctrico con la sapiencia de viejos zorros y la presencia de una banda de rock sin fisuras, cuatro usinas de carne y hueso en medio de tanta tecnología. Ese tremendo cierre con las calles sin nombre, esa sensación de estar viendo, escuchando, experimentando algo que no tiene nombre, tuvo su justo complemento en una tanda de bises que hiló la furia de “Hold me, thrill me, kiss me, kill me” con la altísima emoción de “With or without you”, con el estadio hecho una sola voz.
U2 puso en La Plata algo más que la maquinaria de The Claw. Puso el fuego de los grandes de verdad, garra de campeón. Como sus admirados Clash, vino a reclamar en el siglo XXI el título de La única banda que importa ver. Nada menos.
10-U2
360º Tour
Músicos: Bono (voz, guitarra), The Edge (guitarra, voz), Adam Clayton (bajo), Larry Mullen Jr. (batería, coros).
Director de la puesta: Willie Williams.
Público: 58 mil personas.
Duración: 150 minutos.
Banda invitada: Muse.
Estadio Unico de La Plata, miércoles 30. Repite el sábado 2 y domingo 3.
Menos caro que para los vecinos
Las localidades para los recitales de U2 en la Argentina aumentaron considerablemente en dólares en relación con los precios abonados en 2006, pero aún así son más baratas que en otros lugares de Latinoamérica.
En marzo de 2006, cuando U2 presentó su Vertigo Tour en River Plate, la entrada más barata costaba 83 pesos (o bien 27 dólares, si se considera que cotizaba a 3,07), mientras que el nuevo espectáculo en el Unico de La Plata cuenta con localidades desde 155 pesos (38 dólares), lo cual implica que el acceso más económico se encareció en un 41 por ciento, según detalló un informe de la consultora abeceb.com. Al continuar con la comparación entre los cinco años transcurridos, el informe consigna que la platea preferencial, la ubicación más cara en ese entonces, costaba 275 pesos (90 dólares) y ahora ese lugar de privilegio tiene un valor de 1300 pesos (320 dólares). Cuando la evaluación se realiza a nivel regional, los seguidores argentinos de U2 pueden quedarse más tranquilos: en Chile la localidad más popular se vendió a 40 dólares y la más cara se elevó hasta los 375. En Brasil, donde la gira continuará luego de pasar por la Argentina, es donde las entradas están más caras: las ubicaciones privilegiadas cotizan a 603 dólares y las más populares, en tanto, valen un 10 por ciento más que en la capital bonaerense. Los tickets para asistir al espectáculo en el Estadio Azteca de México DF se encuentran en un punto medio entre los precios observados en Brasil y Chile. Mientras que la entrada preferencial llega a 478 dólares, la más económica es aún más barata que en la Argentina: se consigue a 35 dólares.
MUSICA › LOS BRITANICOS MUSE CUMPLIERON CON SU ROL DE TELONEROS
El aperitivo de una fiesta ajena
Aunque confinada al rol no siempre prestigioso de “telonera”, la banda británica Muse ratificó anoche en el Estadio Unico de La Plata que posee atributos suficientes para ser el acto central de cualquier encuentro rockero (con excepción, claro, de una noche que tenga a U2 como protagonista). A una escala indudablemente menor que la impuesta por el cuarteto irlandés, Muse mostró sus pergaminos: la actitud interpretativa del rock en confluencia con el clasicismo compositivo del pop. Un cóctel interesante que terminó diluyéndose en la realidad incontrastable de la jornada: el 99 por ciento del público había ido a ver otra cosa. De todos modos, un sentido y respetuoso aplauso despidió a estos cuatro músicos británicos que no se sintieron acobardados por el marco.
Ya conocían al público argentino, aunque en su visita de 2008 se habían encontrado con sus fans incondicionales y ahora debieron rebuscárselas como aperitivo de una fiesta ajena. Con el material de su disco Black Holes And Revelations (de 2006) como eje, Muse tocó solamente ocho canciones, que le bastaron para dar cuenta de su estilo: un rock filoso, atravesado por ciertas reminiscencias progresivas y una búsqueda conceptual orientada hacia la épica. Arrancó con “Uprising”, que despertó –especialmente en las primeras filas del campo– un entusiasmo nunca convertido en euforia. En ese sentido, puede decirse que el pico de su presentación se vivió con “Starlight”, cuando el público replicó batiendo palmas el característico pattern de redoblante. Claro, es el máximo hit del combo británico. Y llegó casi sobre el final del set, cuando prácticamente el 70 por ciento del estadio ya estaba completo. Otras canciones reforzaron el espíritu que Muse tenía para transmitir: “United States of Eurasia”, “Hysteria” y “Knight of Cydonia”.
El rato que les tocó a los ingleses sirvió para que el cantante Matt Bellamy se luciera, no sólo frente al micrófono, sino también incursionando en los teclados y entregándose a raptos de violencia guitarrística. El sonido disminuido (una constante que sufren las bandas teloneras desde tiempos remotos) afectó particularmente al bajista Christopher Wolstenholme. Una pena, porque junto al baterista y percusionista Dominic Howard constituye una sólida base rítmica que no pudo apreciarse en su plenitud. Muchas de las sutilezas que la banda registra en estudio quedaron esta vez eclipsadas por la pobreza sonora general.
En definitiva, un buen show que no alcanzó el nivel (ni la conexión) logrados por Franz Ferdinand (su equivalente en el difícil rol de teloneros de U2) cinco años atrás. El aplauso general que los despidió expresó, de todos modos, un consenso aprobatorio.
Producción: Luis Paz
Imagen: Alejandro Elías
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-21235-2011-03-31.html
MUSICA › U2 INICIO EL TRAMO ARGENTINO DE SU 360º TOUR CON UN RECITAL NOTABLE
Ante 58 mil fans, la banda volvió a dar una lección de cómo conjugar gran espectáculo y sensibilidad musical. U2 hizo que, más allá del megashow, primara la sensación de que nada tendría sentido si no fuera por las canciones.
Por Eduardo Fabregat
Imagen: Alejandro Elías
“La idea es llegar a un punto en el que la gran estructura desaparece”, dijo Bono en el almuerzo del lunes con periodistas argentinos. Bien, U2 ha llegado al punto: cerca de la medianoche, The Claw es un aquelarre de luces, destellos y movimientos, pero lo único que importa es el círculo sagrado que forman cuatro tipos en el núcleo de toda esa parafernalia. Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton están lanzados al épico final de “Where the streets have no name”, justo allí donde las calles no tienen nombre (o más bien sí, pero nadie los recuerda). La multitud está en éxtasis, 58 mil pieles de pollo, un nudo en el alma que se concentra allí, en el medio, donde todo sucede.
El público argentino está ante la estructura más descomunal puesta jamás al servicio de un concierto de rock. Y lo único que importa es una guitarra, un bajo, una batería y una voz que invita al coro general que canta, grita que sí, que las calles no tienen nombre y estamos construyendo e incendiando. Y ahí vamos de vuelta, llevados por el viento.
Prendidos fuego.
Está terminando el primer show de la tercera visita de U2: ¿alguien podía dudar que todo iba a terminar así? A los cínicos y a los superados, los que gustan jugar el juego de estar más allá de todo, les encanta ningunear a una banda capital en la historia de la música contemporánea. Está bien, cada cual tiene el derecho de quedarse en los pasillos de ciertas cosas. Pero otra vez, como en el PopMart, como en el Vertigo Tour, el cuarteto irlandés dio lecciones de cómo conjugar gran espectáculo y sensibilidad musical, cómo hacer que el megashow conforme la expectativa del público de rock de estadios, pero al cabo prime la sensación de que nada de eso tendría sentido si no fuera por las canciones.
Y U2 tiene algunas canciones. El arranque de la noche fue la perfecta amalgama entre su primera etapa de honda ruptura estética y musical (“Even better the real thing”, suerte de nave insignia de Achtung Baby), la prehistoria de “I will follow” y la ardiente actualidad de la banda: si hubo algunos críticos que enarcaron las cejas con el material de No line in the horizon, la potencia y coherencia de “Get on your boots” (donde la banda se lanzó a recorrer con elegancia el territorio exterior de la puesta) y la épica “Magnificent” borró toda duda. No resultó nada casual que fuera “Moment of surrender”, otra de las canciones más recientes, la que liquidara la faena un par de horas después: melancólico moño, recargadísimo emocionalmente por la sentida dedicatoria de Bono “con nuestro amor, para Gustavo Cerati”: se cerraba una montaña rusa de emociones contenidas en los hitos que la banda ha sabido atesorar.
En algún pasaje, incluso, ese concepto de “montaña rusa” es tremendamente gráfico: : promediando la velada, Bono lanzó ese celebérrimo absurdo de “uno, dos, tres... catorce!”. Y cuando todos estaban ganados por ese clima rockerísimo, la discotequera versión de “I’ll go crazy If I don’t go crazy tonight” irrumpió y modificó el clima del estadio con una naturalidad ciertamente increíble para semejante combinación. Y todo parece una gran disco, pero la versión –radicalmente diferente a la del álbum– termina con el redoble más conocido de la carrera del grupo, y “Sunday bloody Sunday” hace retemblar La Plata. Como si nada, la banda se mueve entre aguas tan diferentes y lleva a todo el mundo de las narices.
El Estadio Unico que se estrenó como sede de grandes citas ayudó a que el natural poder de las cancions del grupo se multiplicara. Al comienzo incluso en exceso, cuando hubo que trabajar un sonido que se ensañaba con el techo y la estructura metálica. Pero a medida que los melones se acomodaban, la explosión de otra tanda de clásicos llevó a una conclusión natural: a los 25 minutos de show, U2 tenía el partido dominado, ganado y jugaba a voluntad.
En el show hay momentos clave, que no varían en toda la gira: el núcleo duro de un concierto en el que hay modificaciones todas las noches, entran y salen diferentes piezas del cancionero irlandés. Está claro que no puede faltar ese mortífero bloque que arranca con “Mysterious ways” (¡Qué bien envejece, o mejor dicho añeja, Achtung baby!), sigue con un “Elevation” que hace sentir a todos que sí, efectivamente flotan un metro sobre el piso, y cierra con “Until the end of the world”. Ese otro clásico del disco que abrió los ’90 y reformuló el sonido del rock y las puestas de estadio propicia el momento en el que Edge y Bono se torean, uno cantando y el otro punteando, ya no a través del escenario sino desde dos puentes móviles que se acercan hasta dejar sus manos a unos centímetros.
Tampoco puede faltar la emoción inenarrable de “One” –que enciende un mar de pantallitas de celular– y “I still haven’t found what I’m looking for”; ya no está la preciosa versión acústica que hacían de “Stuck in a moment” en la primera parte de la gira, pero sí “In a little while”, gran momento de All that you can’t leave behind, la última canción que escuchó Joey Ramone antes de morir, y que en la capital provincial detiene los relojes, la rotación de la tierra, todo: recién cuando termina y el grupo se embarca en la cabalgata de “City of blinding lights”, con la pantalla estirándose en prismas hasta casi alcanzar a los músicos, la gente parece volver a respirar.
No se trata solo de canciones. En escena, donde se ven los pingos, el cuarteto demuestra que cuando hay talento los años no pasan en vano. Presentados por “Carlitos Tevez Bono” como “el más joven en U2, La Pulga Larry Mullen Jr.; el Pipita Adam Clayton, el hombre sin nombre, el que está en todos lados y siempre en el lugar justo, el Pupi Zanetti The Edge”, los cuatro U2 transitaron ese sauna de lava eléctrico con la sapiencia de viejos zorros y la presencia de una banda de rock sin fisuras, cuatro usinas de carne y hueso en medio de tanta tecnología. Ese tremendo cierre con las calles sin nombre, esa sensación de estar viendo, escuchando, experimentando algo que no tiene nombre, tuvo su justo complemento en una tanda de bises que hiló la furia de “Hold me, thrill me, kiss me, kill me” con la altísima emoción de “With or without you”, con el estadio hecho una sola voz.
U2 puso en La Plata algo más que la maquinaria de The Claw. Puso el fuego de los grandes de verdad, garra de campeón. Como sus admirados Clash, vino a reclamar en el siglo XXI el título de La única banda que importa ver. Nada menos.
10-U2
360º Tour
Músicos: Bono (voz, guitarra), The Edge (guitarra, voz), Adam Clayton (bajo), Larry Mullen Jr. (batería, coros).
Director de la puesta: Willie Williams.
Público: 58 mil personas.
Duración: 150 minutos.
Banda invitada: Muse.
Estadio Unico de La Plata, miércoles 30. Repite el sábado 2 y domingo 3.
Menos caro que para los vecinos
Las localidades para los recitales de U2 en la Argentina aumentaron considerablemente en dólares en relación con los precios abonados en 2006, pero aún así son más baratas que en otros lugares de Latinoamérica.
En marzo de 2006, cuando U2 presentó su Vertigo Tour en River Plate, la entrada más barata costaba 83 pesos (o bien 27 dólares, si se considera que cotizaba a 3,07), mientras que el nuevo espectáculo en el Unico de La Plata cuenta con localidades desde 155 pesos (38 dólares), lo cual implica que el acceso más económico se encareció en un 41 por ciento, según detalló un informe de la consultora abeceb.com. Al continuar con la comparación entre los cinco años transcurridos, el informe consigna que la platea preferencial, la ubicación más cara en ese entonces, costaba 275 pesos (90 dólares) y ahora ese lugar de privilegio tiene un valor de 1300 pesos (320 dólares). Cuando la evaluación se realiza a nivel regional, los seguidores argentinos de U2 pueden quedarse más tranquilos: en Chile la localidad más popular se vendió a 40 dólares y la más cara se elevó hasta los 375. En Brasil, donde la gira continuará luego de pasar por la Argentina, es donde las entradas están más caras: las ubicaciones privilegiadas cotizan a 603 dólares y las más populares, en tanto, valen un 10 por ciento más que en la capital bonaerense. Los tickets para asistir al espectáculo en el Estadio Azteca de México DF se encuentran en un punto medio entre los precios observados en Brasil y Chile. Mientras que la entrada preferencial llega a 478 dólares, la más económica es aún más barata que en la Argentina: se consigue a 35 dólares.
MUSICA › LOS BRITANICOS MUSE CUMPLIERON CON SU ROL DE TELONEROS
El aperitivo de una fiesta ajena
Aunque confinada al rol no siempre prestigioso de “telonera”, la banda británica Muse ratificó anoche en el Estadio Unico de La Plata que posee atributos suficientes para ser el acto central de cualquier encuentro rockero (con excepción, claro, de una noche que tenga a U2 como protagonista). A una escala indudablemente menor que la impuesta por el cuarteto irlandés, Muse mostró sus pergaminos: la actitud interpretativa del rock en confluencia con el clasicismo compositivo del pop. Un cóctel interesante que terminó diluyéndose en la realidad incontrastable de la jornada: el 99 por ciento del público había ido a ver otra cosa. De todos modos, un sentido y respetuoso aplauso despidió a estos cuatro músicos británicos que no se sintieron acobardados por el marco.
Ya conocían al público argentino, aunque en su visita de 2008 se habían encontrado con sus fans incondicionales y ahora debieron rebuscárselas como aperitivo de una fiesta ajena. Con el material de su disco Black Holes And Revelations (de 2006) como eje, Muse tocó solamente ocho canciones, que le bastaron para dar cuenta de su estilo: un rock filoso, atravesado por ciertas reminiscencias progresivas y una búsqueda conceptual orientada hacia la épica. Arrancó con “Uprising”, que despertó –especialmente en las primeras filas del campo– un entusiasmo nunca convertido en euforia. En ese sentido, puede decirse que el pico de su presentación se vivió con “Starlight”, cuando el público replicó batiendo palmas el característico pattern de redoblante. Claro, es el máximo hit del combo británico. Y llegó casi sobre el final del set, cuando prácticamente el 70 por ciento del estadio ya estaba completo. Otras canciones reforzaron el espíritu que Muse tenía para transmitir: “United States of Eurasia”, “Hysteria” y “Knight of Cydonia”.
El rato que les tocó a los ingleses sirvió para que el cantante Matt Bellamy se luciera, no sólo frente al micrófono, sino también incursionando en los teclados y entregándose a raptos de violencia guitarrística. El sonido disminuido (una constante que sufren las bandas teloneras desde tiempos remotos) afectó particularmente al bajista Christopher Wolstenholme. Una pena, porque junto al baterista y percusionista Dominic Howard constituye una sólida base rítmica que no pudo apreciarse en su plenitud. Muchas de las sutilezas que la banda registra en estudio quedaron esta vez eclipsadas por la pobreza sonora general.
En definitiva, un buen show que no alcanzó el nivel (ni la conexión) logrados por Franz Ferdinand (su equivalente en el difícil rol de teloneros de U2) cinco años atrás. El aplauso general que los despidió expresó, de todos modos, un consenso aprobatorio.
Producción: Luis Paz
Imagen: Alejandro Elías
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-21235-2011-03-31.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario