Publicado el 18 de Febrero de 2011
Por Mercedes Méndez
Instalado en Mar del Plata durante el verano, esta gran figura del teatro reflexiona sobre la tarea del actor, el vértigo del mundo actual y el momento político del país.
Mientras habla de teatro, Alfredo Alcón mira el mar. Está en el balcón de un hotel, en el barrio Playa Grande de Mar del Plata, y cuenta lo bien que le hace caminar por esa zona, ver los árboles, las calles tranquilas, las plantas coloridas que se asoman desde las casas, las piedras que cubren las paredes, y la luz profunda y extensa que entra a toda hora en el cuarto que lo aloja durante los dos meses de temporada teatral.
No descansa, no va a la playa, no toma sol, pero el principal referente de la actuación en la Argentina está en un permanente estado de reflexión. Piensa todo el tiempo, incluso cuando lee Ningún hombre es una isla de Juan Forn, Cuando entonces de Juan Carlos Onetti y Mi último suspiro de Luis Buñuel. Y si todavía no está concentrado, enciende su minicomponente y escucha los tangos viscerales de Goyeneche, la voz profunda de María Callas o el piano intenso de Horacio Salgán.
En una misma oración, puede contar una anécdota de Stanislavski, explicar cómo Lorca luchó contra la estupidización de la gente y por qué cuando se lee a Dostoievski hay que concentrarse tanto en los personajes. Alfredo Alcón se oculta en su habitación o entre los árboles de las calles que rodean el hotel, frente a los flashes y la superficialidad de las ciudades turísticas durante el verano. Dice que las vacaciones llegarán cuando terminen las funciones de Los reyes de la risa, que protagoniza junto a Guillermo Francella. Y piensa que a veces es mejor el silencio, se queja de los ruidos de la sociedad y mantiene casi como un ritual su costumbre de ir dos horas antes de la función al teatro.
–¿En qué consiste esa preparación antes de salir a escena?
–Siempre voy dos horas antes al teatro, pero no porque crea que es lo que hay que hacer, sino porque es lo que yo necesito. Un actor puede llegar sobre la hora y estar mejor que yo. A la tarde, mientras leo, me viene el pensamiento de lo que va a pasar esa noche, pienso que le voy a contar a un montón de gente un cuento que a mí me gusta. De todos modos, es muy subjetivo: hay días que siento que estoy muy metido y me sale mal. Hay que dejarse llevar por las olas, como si estuvieras en el mar.
–¿Siente miedo al público?
–No es miedo al público. Es miedo a no estar a la altura de mis sueños. Cuanto mejor es el texto, más altos son los imposibles. Nunca nadie llega a la altura de un Shakespeare; se hacen intentos de subir, como quienes llegan a ciertos puntos del Aconcagua. No siento miedo por el público, tengo miedo de no estar a la altura de la historia.
–Usted ya debe estar acostumbrado al aplauso ni bien entra a escena. ¿Lo aplauden porque es Alfredo Alcón?
–Ese aplauso me señala hasta qué punto es grande lo que me juego esa noche. La gente enseguida me manda fuerza para que vuele. Yo siento que me están diciendo: “Tengo ganas de que nos cuentes el cuento.” Para mí, eso es un alimento. No me doy cuenta si es una carga. Siento que es un acto de fe, no me mandan nada pesado.
–¿Se siente más fuerte en el escenario que en el resto de su vida?
–En el escenario la vitalidad se expande. En la vida cotidiana, si vas a un café pedís un café normal, no lo pedís recargado. En el teatro, la energía está ahí, esperando que llegue el momento de jugar con ella. Y después, cuando llega el aplauso final, siento que me reencuentro con la gente. Me gusta sentir al otro lo más cerca posible, según lo que permita la distancia de un teatro.
–¿Tiene métodos para actuar?
–No. Todo vale. Stanislavski, por ejemplo, no hizo ningún método, porque era demasiado inteligente para tratar de inventar un método. Después, los intelectuales le pusieron a eso “el método”. Pero él entendía que la actuación era parte de un camino; no quería hacer recetas. Stanislavski cuenta que para un importante actor italiano la mejor forma de estar en situación era tocar el terciopelo de la bambalina. A mí, lo que me parece aberrante es la memoria emotiva. No estoy de acuerdo con que se use la muerte de mi abuela para llorar porque murió Julieta. Es no apelar a la imaginación y me parece de mal gusto.
–¿Los actores todavía utilizan esa herramienta?
-Sí, y la siguen enseñando en las escuelas de teatro. También me preocupa cuando veo a actores que cuando termina la función no saben quiénes son. Yo les sugiero que vayan al médico. Porque esto es un juego profundo, terrible, oscuro y luminoso, pero no enfermo. Si un actor cree que es Otelo cuando termina la función, entonces tiene que ir al médico. No tiene nada que ver con el arte.
–¿Cómo ve a los más jóvenes?
–Hay artistas con mucho talento. A veces les toca hacer textos que no los enriquecen. Pero los jóvenes tienen muy claro lo que buscan, mucho más que los que ya encontraron. No me gustan los actores que saben que ya encontraron algo y salen a escena pavoneando su dominio del oficio. Me aburren terriblemente. Les falta riesgo. Se creen señores y maestros de la escena y entonces no tienen miedo. ¡Si no tenés miedo, no tenés imaginación! Me aburren los sabios. Es muy peligroso apoyarse en la experiencia, porque te podés perder la vida. Cada amanecer es de una manera: depende de tu capacidad de ver y darte cuenta de lo cambiable, rica e imposible de definir que son los seres y las cosas.
–¿Logra distinguir este mundo en transformación?
–Hay mucho ruido alrededor de nosotros. Cuesta mucho vivir. Hay mucho ruido en la calle. Y son cosas que nos sacan de nuestra vida. La gente no puede escuchar su propio sonido. Las personas no se dan cuenta de que están vivas, porque siempre están apuradas. Se piensa en el éxito y en comprarse cosas, entonces nos alejamos más de saber qué es lo que queremos. La última película de Fellini, La voz de la luna termina diciendo: “¿Y si hiciéramos un poco de silencio? ¿Y si habláramos más bajo?” ¡Tantas cosas cambiarían si uno hiciera sólo eso! Pero para que se atenúe el ruido, quienes dominan al mundo tendrían que preferir que el hombre piense, no que se aturda. Lo que buscan los dominantes es que las personas se aturdan para que se soporte la injusticia.
–¿Piensa que tiene defectos como actor?
–No tengo todo resuelto con la actuación. La gran pregunta es cómo ser líquido, cómo ser transparente. Y que las cosas que uno quiere expresar salgan con belleza, con holgura y que tengan tintes. Yo agradezco que la gente tenga una manera afectuosa conmigo, aunque nunca paré el tránsito con mi presencia.
–¿Cómo ve este momento político del país?
–Me siento con muchas ganas de que le vaya bien a Cristina Kirchner. Se lo deseo desde lo mejor de mí mismo. Cuando oigo hablar a la presidenta escucho un pensamiento. Y en general, cuando escucho a la oposición son peleas de vecinas barulleras, no hay un pensamiento. A pesar de todos los pesares, la presidenta habla a partir de una idea. Seguí el velatorio de Kirchner por televisión. Era muy impresionante ver el afecto de la gente. La presencia de ella y de sus hijos fue un momento donde uno veía hasta qué punto la política no le es ajena a la gente. También se veía a mucha gente joven entusiasmada con un proyecto de trabajo.
Fuente: http://tiempo.elargentino.com/notas/no-tengo-todo-resuelto-con-actuacion
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