Foto:SEBASTIÁN DUFOUR El Teatro San Martín: Entre risas y lágrimas
Cumple 50 años y estrena nueva conducción, pero sufre por el ahogo financiero y por la decadencia de sus instalaciones
Viernes 26 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Pablo Gorlero
LA NACION
Cuarenta años atrás, quien esto escribe tenía que elegir cada semana entre estas tres propuestas de salida que le hacían sus padres: ir al cine, al teatro o al San Martín. Es decir, ir a ver los dibujitos en continuado, a las distintas salas que ofrecían obras infantiles o, todo en uno, al San Martín. La última opción, claro, era una salida más sofisticada y menos previsible. En el San Martín se podían ver las obras de Roberto Aulés, las de Liliana Paz, y clásicos cinematográficos infantiles como Crin blanca y El globo rojo , en la sala Lugones. Para los porteños que elegíamos seguido esa propuesta, el San Martín sigue siendo el ícono cultural por excelencia, el gigante con corazón de escenario que se rodea de librerías y cuevas discográficas. Es el sitio en el que comenzó la pasión de muchos teatristas, el lugar donde todos los actores quieren estar.
El San Martín es un dandi que este año cumplió 50, a lo largo de los cuales ha atesorado un legado espléndido. Hoy en día, algo maltrecho, hace esfuerzos por mantener esa apariencia señorial. Pero siempre ha sufrido de una dolencia persistente: la política.
Un edificio revolucionario
Allí donde había un enorme garaje, en un predio de 30.000 metros cuadrados de la avenida Corrientes, entre Paraná y Montevideo, se comenzó a construir en 1953 el edificio del teatro. La obra estuvo detenida más de tres años por cuestiones presupuestarias, pero pudo inaugurarse finalmente el 25 de mayo de 1960.
Muchos especialistas sostienen que en aquel momento no había teatro en el mundo con el refinamiento de este gran complejo. Su sala mayor, la Martín Coronado (nombre de uno de los pioneros de la dramaturgia argentina), era la más completa del mundo. El gran mérito de los arquitectos Mario Roberto Álvarez y Macedonio Oscar Ruiz fueron sus logros escenotécnicos. Se lanzaron al desafío de montar dos salas superpuestas con mecanismos escénicos impensados en los años 50 y una técnica de construcción de vanguardia. Para ello, se aprovecharon trabajos realizados años antes, para el trazado del subte B. Pero había que neutralizar cualquier ruido o vibración del exterior. Álvarez y Ruiz no sólo lo lograron, sino que dotaron a las salas Casacuberta y Martín Coronado de condiciones acústicas excelentes. Tal vez muchos espectadores no sean conscientes de esto, pero el San Martín es un gran pozo. La sala Cunill Cabanellas, la más pequeña (construida en 1979), está situada en el tercer subsuelo, donde en un principio había una confitería.
Cuando se inauguró el San Martín, con el espectáculo Más de un siglo de teatro argentino , en el que todos los grandes actores de la época representaban fragmentos de piezas nacionales, su director, Osvaldo Bonet, al advertir que la enorme sección central era levadiza, exclamó: "Yo ni loco trabajo en un pozo". De todos modos, lo hizo y nada malo ocurrió. El escenógrafo Luis Diego Pedreira se las había ingeniado para aprovechar al máximo cada una de las posibilidades que ofrecía esa sala, la Martín Coronado, con capacidad para 1049 espectadores. Era un desafío nada despreciable. Pedreira tenía a su disposición más y mejores artilugios que ningún otro escenógrafo antes que él. El escenario a la italiana de la sala mayor del San Martín tiene una extensa boca de medidas variables (entre 11 y 16 metros de ancho por siete de altura), con una impresionante sección central que puede desplazarse verticalmente, en forma total o parcial, mediante nueve ascensores que actúan simultánea o separadamente; un par de discos giratorios de nueve y diez metros de diámetro, respectivamente, y un foso levadizo para la orquesta.
La segunda sala lleva el nombre de Juan José de los Santos Casacuberta, para muchos el primer actor de la escena argentina. Tiene capacidad para 566 personas y su conformación es semicircular, con un declive ideal. También aportó innovaciones, con el tablado levadizo que antecede a la sala y que puede ser escenario, piso de platea o foso de orquesta. El enorme escenario tiene 20 metros de ancho por cinco de altura y seis de profundidad. Por su parte, la sala Leopoldo Lugones, dedicada al cine, fue inaugurada el 4 de octubre de 1967, con la proyección de La pasión de Juana de Arco , de Carl T. Dreyer. Tiene capacidad para 233 espectadores y, desde sus comienzos hasta hoy, fue y es un templo del cine arte. Para su pantalla, el crítico Luciano Monteagudo programa películas de grandes maestros, como Chaplin, Griffith, Keaton, Visconti, Murnau, Kurosawa, Bergman, Truffaut, Godard, Herzog y Fassbinder.
Pero el San Martín no sólo ofrece arte y cultura en sus salas. Sus pasillos, su hall central, sus oficinas, sus archivos y sus talleres son núcleos creativos. Además, generan (o generaban) mucho trabajo. De los talleres de vestuario, zapatería y utilería surgieron varias generaciones de artesanos.
Los murales del San Martín son imponentes gigantes. El foyer de la Martín Coronado tiene un altorrelieve de cemento coloreado de siete metros de ancho y 2,80 de altura, titulado "Alegoría al teatro", obra del escultor José Fioravanti. En las paredes laterales de la sala se pueden ver las esculturas "El drama" y "La comedia", realizadas por Pablo Curatella Manes. Por su parte, en el hall de la sala Casacuberta, un gran mural de Luis Seoane ocupa 32 metros de ancho y 11 de altura. Es "El nacimiento del teatro argentino", una obra que no se debe dejar de contemplar.
Al atravesar las puertas vaivén, el mundo del San Martín saluda a los espectadores a través de su hall, que es algo así como un salón de fiestas. Allí cientos de artistas -bailarines, músicos clásicos y populares- han actuado en espectáculos de entrada libre y gratuita para darle sonido y movimiento a ese enorme ámbito, flanqueado por atractivas fotogalerías.
Las primeras décadas
Carmelo Tornello fue el primer director general del teatro. Las visitas del exterior no se hicieron esperar. La primera de ellas fue la de The Theatre Guild American Repertory Company, de Estados Unidos. Al año siguiente se presentó Vivien Leigh con The Old Vic Company, de Gran Bretaña, para hacer La dama de las camelias y Noche de reyes . Más adelante, llegarían John Gielgud e Irene Worth, The Brenda Bruce Company, la Comédie Française y Marcel Marceau.
En esa etapa, la Comedia Nacional, en la que trabajaban Eva Dongé, Gianni Lunadei, Alejandro Anderson y Rafael Rinaldi, se presentó varias veces en los escenarios del San Martín, debido al incendio del Teatro Nacional Cervantes, ocurrido en junio de 1960. Armando Discépolo montó Relojero , su propia obra, en la Martín Coronado. En 1962, y hasta 1967, Cirilo Grassi Díaz sucedió a Tornello. Después lo siguieron, entre otros, Máximo Mayor, César Magrini, Juan Carlos Muiño, Fernando Lanús, Osvaldo Bonet, Iris Marga y Emilio Villalba Welsh.
Una de las obras de mayor calidad artística representada en esos años fue la Yerma protagonizada por María Casares y dirigida por Margarita Xirgu. En el elenco estaban Alfredo Alcón, José María Vilches, Eva Franco y Thelma Biral. También hay que destacar, entre muchas otras propuestas de excelencia, Becket , de Anouilh, con Lautaro Murúa, Duilio Marzio, Norma Aleandro y Alicia Berdaxagar, dirigidos por Mario Rolla; Coriolano , con el memorable trabajo de Carlos Muñoz y La pucha , de Oscar Viale, con Norma Bacaicoa, Luis Brandoni y Julio De Grazia.
El reinado de Kive Staiff
En noviembre de 1971, durante la presidencia de facto de Alejandro Agustín Lanusse, Kive Staiff asumió por primera vez la dirección general del teatro. Reemplazado durante el período peronista, retomó su puesto en 1976 y lo conservó durante toda la dictadura militar y bajo la presidencia de Raúl Alfonsín. Después pasó por la Cancillería y por la dirección del Teatro Colón, pero en 2000 regresó al San Martín.
En el documental que se acaba de lanzar en conmemoración de los 50 años del San Martín, muchos artistas dicen que fue un refugio para muchos actores perseguidos o señalados por la dictadura. Allí, en 1976, se estrenó Nada que ver , una contestataria pieza de Griselda Gambaro que dirigió Jorge Petraglia. "Desarrollamos un enorme trabajo teatral e ideológico", dijo Kive. Años después, en 1980, subió a escena un Hamlet con enfoque más libertario, en el que el príncipe de Dinamarca luchaba contra la dictadura de su tío. Los mensajes eran sutiles, pero significativos e intensos para la época. Entre tanta oscuridad, tanta muerte y tanto ocultamiento, el San Martín fue en los años de plomo un hálito de vida para los artistas.
"Tomé el personaje de Bernarda Alba como un símbolo de la dictadura. Sin cambiarle una sola letra al texto, el espectador se daba cuenta de que estábamos hablando del autoritarismo y del terror que producen las dictaduras", explicó tiempo atrás Alejandra Boero sobre su versión de La casa de Bernarda Alba , estrenada en 1977, con un elenco integrado por María Rosa Gallo, María Luisa Robledo, Elena Tasisto, Juana Hidalgo, Estela Molly, Graciela Araujo, Hilda Suárez, Alicia Berdaxagar y Rubi Monserrat.
"Yo no era progobierno militar. Hubo claros intentos de desplazarme, pero tuve buenos defensores. Siempre digo que, afortunadamente, el brigadier Osvaldo Cacciatore, un intendente con un sentido un poco feudalista en su manejo de la ciudad, me consideraba parte de su gente. De modo que fue un buen paraguas, una buena protección", dijo Kive Staiff a LA NACION.
Los elencos estables
Paradójicamente, en sentido contrario a lo que ocurría en el país, el San Martín tuvo sus momentos cumbre en los años 70. En la segunda mitad de esa década, Staiff creó los tres cuerpos centrales: el Ballet Contemporáneo, el Grupo de Titiriteros y el Elenco Estable. Mientras que este último cuerpo fue eliminado en 1989, los otros continúan funcionando. El Ballet Contemporáneo, actualmente dirigido por Mauricio Wainrot, tiene ya 33 años ininterrumpidos de vida. Oscar Aráiz dirigió su elenco de danza entre 1968 y 1971, la compañía estable continuó con la dirección de Ana María Stekleman hasta 1982. También pasaron por ese cargo Norma Binaghi, Lisu Brodsky y Alejandro Cervera.
En 1977, Staiff convocó al gran titiritero Ariel Bufano para montar David y Goliat , de Sim Schwarz. A partir de esa exitosa experiencia, junto con Adelaida Mangani, decidieron crear un elenco estable de titiriteros que contara con el apoyo económico y técnico necesario para desarrollar ese arte. Mangani dirige el grupo desde 1992, luego del fallecimiento de Bufano.
El elenco estable del San Martín estuvo conformado por una treintena de primerísimos actores, como Elena Tasisto, Walter Santa Ana, Osvaldo Terranova, Graciela Araujo, Juana Hidalgo, Pachi Armas, Fernando Labat, Jorge Mayor, Roberto Mosca, Roberto Carnaghi, Osvaldo Bonet, Ingrid Pelicori, Horacio Peña, Alfonso De Grazia, Jorge Petraglia, Horacio Roca, Roberto Castro, Aldo Braga, Mario Alarcón, Patricia Gilmour, Oscar Martínez, Alberto Segado, Hugo Soto y Leopoldo Verona.
Aunque la proyección internacional del elenco estable del San Martín había comenzado años antes, se afianzó en 1982, cuando se realizó una gira por la Unión Soviética (otra paradoja política) con El reñidero , de Sercio de Cecco, y La casa de Bernarda Alba , de García Lorca. Un dato curioso: el elenco fue protagonista inesperado de los funerales de Leonid Brézhnev, el premier soviético, en Moscú.
Durante los años 90, el San Martín continuó con su tradición de excelencia y dio también espacio a grupos emergentes, como La Organización Negra, y nuevos realizadores, como Ricardo Bartís, Rafael Spregelburd, Javier Daulte, Mauricio Kartún y Claudio Hochman.
En 2000 el Gobierno de la Ciudad porteño creó el Complejo Teatral de Buenos Aires, una organización que fusionó artística y administrativamente las cinco salas teatrales de dependencia oficial, es decir, el San Martín, el Presidente Alvear, el Teatro de la Ribera, el Regio y el Sarmiento.
Hoy, el CTBA no sólo brinda excelencia en sus propuestas culturales, sino que también edita libros y revistas, tiene un programa de televisión y otro de radio, entre tantos otros emprendimientos. Como una vivienda lacustre, está sostenida para que no la alcance la inundación. Sus hacedores tratan de sostener toda esa gran estructura de la mejor forma. A veces se puede, otras veces no. Depende de las autoridades conseguir que esta historia pueda proseguir. Porque los porteños y el resto de los argentinos estarán siempre orgullosos de su Teatro San Martín
DIEZ AÑOS DE CAÍDA EN PICADA
Tal vez la crisis sea una oportunidad de crecimiento, pero tiene un peso muy fuerte en el presente del San Martín. El propio director saliente, Kive Staiff, admite que hubo achicamiento de personal y que el complejo teatral ha perdido en los últimos tiempos más de un centenar de miembros. Ni siquiera fue posible festejar el medio siglo de vida como es debido, ya que todo el presupuesto fue destinado a la reapertura del Teatro Colón. Los andamios siguen vistiendo su fachada, las filtraciones en las salas no cesan, el desmantelamiento de los talleres propios es insostenible y el dinero nunca llega. Entretanto, la congoja es notoria en el personal del edificio. "La escasez del presupuesto es nuestra marca en el orillo. Eso nos restringe en la actividad básica y nos impide incrementar la actividad -afirma Staiff-. Antes hacíamos giras por el exterior. Llegamos a la Unión Soviética y recibíamos propuestas interetantísimas de grandes figuras, como Tadeusz Kantor y Pina Bausch. Uno puede hacer milagros, pero hasta cierto punto. Llegado el momento, si no están los diez pesos en el bolsillo no se puede cambiar ni siquiera una lamparita". La caída presupuestaria fue creciendo desde principios de siglo. Se repiten los presupuestos, sin tomar en cuenta la inflación anual. Hoy el Ejecutivo porteño espera que la Legislatura apruebe dos proyectos que pueden ayudar, uno sobre la venta de inmuebles para afrontar la restauración del edificio y otro sobre la autarquía.Hay cambios estructurales: eso puede ser esperanzador. Pero las respuestas tardan y las soluciones no se concretan. En el fondo, lo que más duele es la indiferencia.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1328107-entre-risas-y-lagrimas