lunes, 22 de noviembre de 2010

La escena porteña goza de buena salud

Entrelíneas

Existen 170 salas en los 202 km2 que conforman la Capital, y el mayor crecimiento se nota en los barrios, en el circuito conocido como off

Domingo 21 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa

Por Susana Freire

Cada crisis social, política y económica que sacudió al país incidió forzosamente en la buena salud de las artes en general. Pero de todas estas, el teatro tuvo duros y a veces largos períodos de convalecencia que confirmaron una vez más que "lo que no te mata, te fortalece". De ahí que, en estos momentos, la ciudad de Buenos Aires pueda sentirse orgullosa de contar con más de 170 salas distribuidas en todo su territorio. Pero este logro no es producto de la causalidad, sino de algo elemental que los gobernantes de turno no suelen tener en cuenta o prefieren ignorar: el importante papel que tiene el teatro en la cultura de los pueblos. "El pueblo que no protege a su teatro, si no está muerto, está moribundo", dijo Lorca. Y Buenos Aires demuestra gozar de muy buena salud.

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No siempre fue así con el arte dramático. Hace más de 26 siglos, cuando en Atenas, entre los siglos VI y V a. C., en un pequeño hoyo de forma cóncava -que los protegió de los fríos vientos del monte Parnaso y del calor del sol matinal-, los atenienses celebraban los ritos en honor a Dionisio no preveían que estas primitivas ceremonias rituales llegarían a constituir uno de los grandes logros culturales de los griegos. Este es el comienzo del teatro occidental, pero ya antes de su nacimiento existían otras manifestaciones escénicas en el mundo: los bailes, las danzas, que constituyen las más remotas formas del arte escénico. Estas primeras expresiones dramáticas son las prehistóricas danzas mímicas que ejecutaban los magos de las tribus, acompañándose de música y de masas corales en sus conjuros, con el objeto de ahuyentar los espíritus malignos, y otras pantomimas y mascaradas.

Con un libro de historia en la mano, es posible armar el derrotero que llevó al teatro desde aquellos primitivos tiempos hasta épocas de gran esplendor y otras de gran retroceso. Compartió la decadencia del Imperio Romano de Occidente; padeció el castigo que le infligió la Iglesia a comienzos de la era cristiana por su carácter pagano. Posteriormente, hibernó durante épocas oscuras para renacer con toda su fuerza en renovados siglos y en países que actualmente son reconocidos como del Primer Mundo. Soportó guerras e invasiones; se erigió sobre los escombros bélicos para hacer oír su voz; atravesó todos los mares para insertarse en la cultura de todos los pueblos y llegó al Nuevo Continente.

Existen pocos datos sobre la existencia de un teatro prehispánico, pero se sabe que la mayoría de las manifestaciones espectaculares de los pueblos precolombinos tenían un carácter ritual; por lo tanto, más que espectáculos en sí, eran formas de comunión que se celebraban durante las festividades religiosas. Las representaciones rituales precolombinas consistían, básicamente, en diálogos entre varios personajes, algunos de origen divino y otros, representantes del plano humano.

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Todo este largo prolegómeno viene a cuento porque algo similar y en menor escala padeció el teatro argentino, castigado por males propios de las dictaduras militares que amordazaron la voz escénica con persecuciones, atentados y terror. Pero, latente y en estado catatónico, sobrevivió a los gobiernos de facto, a la ignorancia de los funcionarios, a todas las crisis económicas, a los recortes presupuestarios, a las inflaciones más devastadoras, para encontrarse hoy más revitalizado que nunca, especialmente dentro de los límites de los 202 km² que conforman la Capital Federal.

De esto dan testimonio las más de 170 salas teatrales, entre comerciales, oficiales e independientes, que tiene oficializadas el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, al menos las que se han registrado como "salas" propiamente dichas, sin contar los espacios escénicos que albergan los centros culturales distribuidos por barrios y que llegan a las cuatro decenas.

Pero esto no revestiría una novedad, ya que los responsables cuentan con subsidios que otorgan tanto el gobierno nacional como el porteño. Lo importante es observar que la zona del centro ha perdido hegemonía y que la actividad teatral se ha diseminado por varios barrios de la ciudad, una expansión que fortalece la actividad, estimula a la población local, al mismo tiempo que es una variante que impacta en el núcleo social.

Ya no es necesario un traslado forzoso para llegar a los teatros de la avenida Corrientes, que concentra a la mayoría de las salas comerciales. Las salas independientes, por muchas razones -entre ellas, por supuesto, la económica-, se han irradiado a las zonas aledañas, para constituir lo que alguna vez se llamó off Corrientes. Uno de los barrios que primero tomaron la iniciativa fue San Telmo, que tuvo su momento de esplendor en los años 60 y 70, para luego apagarse.

Los vientos democráticos estimularon la necesidad de los teatristas de contar con espacios propios para desarrollar su creatividad y con el apoyo de leyes se fueron multiplicando lentamente hasta llegar a sumar más de 170 salas, con una variada capacidad que puede albergar tanto a miles de espectadores como a sólo 30.

San Nicolás, es decir, el circuito teatral más relevante, cuenta con 45 salas; le sigue Balvanera, con 24; Almagro y Palermo, con 16; San Telmo, con 12; Villa Crespo, con 10; Monserrat, con 9; Retiro, con 5; Chacarita y Boedo, con 4; La Boca, Recoleta y Caballito, con 3, a las que siguen Barracas, Núñez, Constitución, con 2, y Belgrano, Colegiales, Flores, Montecastro, Parque Avellaneda, Parque Chas, Paternal, San Cristóbal, Saavedra, Villa del Parque, Villa Gral. Mitre, Villa Mitre, Villa Urquiza, con 1.

De esta forma, Buenos Aires se transformó en una ciudad teatral que puede brillar orgullosa frente a otras grandes ciudades del mundo, como Nueva York, Londres, París, Madrid, porque sabe que su producción escénica está sostenida, desde antes que el país fuera país, por una población movilizada por esta actividad artística. A pesar de los agoreros de turno que han pronosticado, más allá de factores políticos y económicos, el deceso del teatro frente al video, el cine y la televisión, hoy en día se puede asegurar -y lo reiteramos- que el teatro argentino está vivo y goza de muy buena salud.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1326703

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