25.04.2012 | Entrevista a Eleonora Wexler
Vuelve mañana al Complejo Teatral de Buenos Aires para protagonizar la historia de una mujer de avanzada, que en la década del ’20 denunció al marido y a la institución del matrimonio y peleó por los derechos de la mujer.
Por: Mercedes Méndez
U na muñequita. Eleonora Wexler podría haber sido un personaje ideal para la famosa serie estadounidense Amas de casa desesperadas. Siempre elegante, flaca, linda y con una sonrisa. Pero a diferencia de esas señoras de clase alta, Eleonora no camina entre las cercas blancas y prolijas de un country ni hace sonar sus tacos finitos por el piso de mármol de un salón inmaculado. La actriz camina como si estuviera en su casa, pero en el teatro Regio, una enorme sala del Complejo Teatral de Buenos Aires, construida en la segunda década del siglo XX, ubicada en Av. Córdoba al 6000, bien lejos del epicentro teatral porteño, donde hay que pedir permiso para sentarse en una silla de plástico.
Con 38 años, Eleonora Wexler está por cumplir casi 30 años de carrera. Como la mayoría de los artistas, comenzó en el teatro, en 1983, y desde ese momento pasó por los escenarios, el cine y la televisión, casi sin interrupciones. Siempre coherente y comprometida, protagonizó novelas, interpretó memorables villanas, mostró su cuerpo con personajes más extrovertidos –como la Micaela que compuso en Un año para recordar, que vestía calzas ajustadas y soñaba con ser actriz– y fue figura de textos clásicos en el teatro. Su trabajo siempre habló por ella y, así, sigue vigente. Ahora, abandonó las luces y la exposición de la tele para estrenar mañana en el teatro oficial la obra Las Descentradas, una pieza escrita por la argentina Salvadora Medina Onrubia, una escritora poco reconocida que la actriz quiere reivindicar. Su nueva causa.
–Tus últimos trabajos fueron en la tele y en el teatro comercial, junto a Oscar Martínez. ¿Cómo es el cambio ahora a un teatro estatal?
–Hace más de diez años actué en esta misma sala, y también estuve en las otras salas del San Martín. Tengo grandes recuerdos. No hay cambios. El teatro es el teatro, no importa dónde sea. Yo me sigo viendo con “los Morgan”, como les digo a mis compañeros de El descenso del Monte Morgan (la última obra en la que estuvo).
Importan mucho los compañeros, el grupo de trabajo. Estar en un teatro oficial implica tener menos difusión, porque no hay plata para carteles y publicidades, pero también significa una entrada mucho más barata. ¡Ir al teatro ahora es muy caro! Una pareja que quiere ver una obra comercial, tomar un café, ni siquiera digo ir a cenar, comprar dos entradas y pagar el estacionamiento, tiene que invertir un promedio de 500 pesos. Acá la entrada sale 60 pesos y, por lo general, hay repertorio de buena calidad y está la posibilidad de ver espectáculos que probablemente en el teatro comercial no funcionarían. El teatro Regio sobrevive porque tiene su público y funciona mucho el “boca en boca”. El teatro se inauguró en 1929 y esta obra, Las Descentradas, se estrenó en 1929. La sala tiene una estructura barroca, que tiene que ver con la época de los años ’30 y ’40. ¡Hay una cúpula que se abre! Yo no sabía todo esto, pero le da un clima especial para contar la historia de este espectáculo, que recrea toda esa época. Yo me meto en ese ambiente. También es muy significativo para mí que Salvadora, la autora, nació el mismo día que mi hija Miranda, el 23 de marzo.
La historia que tanto apasiona a Eleonora de Las Descentradas, transcurre en Buenos Aires en los años ’20. Tiene como protagonista a Elvira Ancizar (Wexler), una mujer singular, totalmente distinta a su entorno. Ella aborrece a su marido, un ministro, y denuncia sus negocios corruptos. Elvira cuestiona la institución del matrimonio y los mandatos impuestos sobre las mujeres, se manifiesta en contra de las convenciones sociales e intenta un amor más allá de todo lo establecido. Su única aliada es Gloria, escritora y periodista, que aparece como una suerte de alter ego de la misma Salvadora.
–¿Qué es lo que te apasiona de la autora?
–Uno lee la obra y se pregunta cómo hizo esta mujer para hablar de lo que habla en esa época. La autora es una mujer de avanzada para la época. Creo que le llegó la parte “open mind “de la Europa de los años ’20, con los pintores y el movimiento artístico, que acá se empezó a reflejar de a poco en figuras como Alfonsina Storni, Victoria Ocampo y ella misma. Mi personaje se enfrenta a todo, dentro de lo que puede la mujer, que en esa época tenía un determinado lugar. Ella es una mujer de clase alta, casada desde muy chiquitita con este ministro, a quien detesta profundamente.
–¿Por qué detesta ella a su marido?
–Porque ella sufrió lo que era el matrimonio en esa época, donde la mujer no era nada y el hombre lo era todo. La mujer no tenía ninguna posibilidad de expresión, era enjuiciada y ella está inmersa en esa clase alta. Creo que ella lo amaba al marido cuando se casó, pero se encontró con la desilusión y la verdad.
–¿Qué es lo que denuncia sobre el matrimonio?
–Ella empieza a ver los valores del matrimonio y de la sociedad en ese momento: la hipocresía, el cinismo. Es una historia de amor también, porque Elvira termina enamorada del periodista a quien le cuenta toda la información. Había que tener muchos ovarios en esa época para hacer todo lo que ella hizo. Se puso en contra del marido, con la posibilidad de que la metieran en cana o la mandaran a matar. La obra también es un melodrama, porque hay una historia de amor, de amantes e infidelidades.
–¿Interpretás a una mujer rebelde que finalmente se termina enamorando?
–Tal cual. Ella, que siempre se burló de todo lo que es el sentimentalismo, porque no cree en nada, dice que la ilusión del amor dura poco. Ella lucha por ser mujer y no quiere los derechos de los hombres, quiere los derechos de la mujer y mientras pelea por todo eso, se enamora perdidamente. Y termina diciendo: “Voy a ser vulgar, voy a caer en el lugar común en el que caen todas las mujeres.” Pero no lo puede mantener por mucho tiempo, porque es una relación clandestina.
–La obra se escribió en 1929. ¿Qué te parece que tiene de actual?
–Rescato mucho los vínculos que creó esta mujer en la obra y lo que denuncia: la hipocresía de la sociedad, los pocos valores reales, el menosprecio de la mujer. Este tema es contemporáneo totalmente. Elvira, por ejemplo, ya a los 30 años se siente vieja. Hay un discurso que tiene que ver con el apego a la juventud, que a los 30 no hay forma de que seas vieja, pero en tu inconsciente es grande y pesa el tema de la vejez y la condición de la mujer cuando van pasando los años. Es una problemática social de la mujer hoy en día. Yo le agradezco a la directora, Eva Halac, porque para mí es un honor que ella haya confiado en darme este personaje. Pasa por muchos colores. Es un abanico enorme de lucimiento como actriz.
–¿Se podría decir que te sentís realizada?
–Estoy haciendo lo que me gusta, me encanta venir a trabajar, me gustan mis compañeros. Este es uno de esos momentos en los que digo “¡Qué bueno que soy actriz!” También están los otros, en los que decís: “¿Para qué me metí en esto? ¡Por qué no me puse un kiosco!” Los actores tenemos un sube y baja constante. Yo ya lo asimilé. Ahora, disfruto este momento.
La legendaria autora de la obra
Salvadora Medina Onrubia nació en La Plata el 23 de marzo de 1894, fue maestra en Entre Ríos entre 1910 y 1913, y allí comenzó a trabajar como periodista en el Diario de Gualeguay. También colaboró en las revistas Fray Mocho y PBT de Buenos Aires. Anarquista y madre soltera, en 1914 se instaló ya en esta ciudad con su hijo Pitón y estrenó la obra Almafuerte en el Teatro Apolo. Luego vinieron las piezas La solución, Lo que estaba escrito, Las Descentradas y Un hombre y su vida. Desde 1946 hasta 1951 dirigió el diario Crítica, fundado por su marido, el uruguayo Natalio Botana. Publicó, además, La rueca milagrosa y El misal de mi yoga (poesía), El libro humilde y doliente y El vaso intacto (cuentos), Akasha (novela) y Crítica y su verdad, defensa de su derecho a la propiedad del diario Crítica. Murió en Buenos Aires el 21 de julio de 1972. Uno de sus nietos fue nada menos que el dibujante y dramaturgo Copi, a quien aparentemente ella misma le puso el apodo.
Cuenta Wexler: “No es una autora reconocida y no hemos sido justos con ella. Ella fue una mujer muy avanzada. En el golpe de Uriburu la metieron presa y ella le escribió una carta a Uriburu que es maravillosa. Le dice: ‘¿Por qué pierde el tiempo en mí?’ Le habla con una altura, con un lenguaje. Yo pensaba: ‘¡Qué mujer!’ Le hizo una carta a Evita, defendiéndola, aunque fue tomada mal, porque ella era una mujer de clase alta. Hay que valorizar a las mujeres que teníamos en esa época. Creo que es un homenaje a ella y que se sienta orgullosa, donde esté, espero.”
Un año para recordar
Aunque se la podría considerar como una decana de la televisión por su enorme trayectoria en el medio, Eleonora Wexler reconoce que no la consume mucho: “No soy una gran consumidora de televisión, no es algo que me atrape para ver como televidente; consumo más cine y teatro”, dice y empieza a enumerar la cantidad de obras que fue a ver en los últimos meses, muchas de ellas de teatro infantil junto a su hija Miranda. “¡Lloré con La novicia rebelde!”, dice contenta.
El año pasado fue una de las figuras de la tira Un año para recordar, protagonizada por Carla Peterson, que se bajó antes de la pantalla por sus bajas mediciones de audiencia. “Eso es lo que tiene la tele. Uno cree que la apuesta es con esto, que la va a romper y después resulta que es un fracasón. Podés tener un elencazo, una buena historia y la gente no compra la historia por algún motivo que no sabemos cuál es y no funciona. Hace mucho que vengo trabajando en la tele y entiendo la dinámica. Lo que se hace difícil es el ánimo. Yo nunca me engancho con el minuto a minuto porque es enfermante. Te volvés loco, te convertís en el doctor Jekyll y el señor Hyde”, afirma.
Focalizada en el teatro, tuvo que rechazar este año varias propuestas de televisión. Entre ellas, formar parte de Graduados, la exitosa tira de Telefe. “A mí Graduados me encanta, me parece que está bien hecho, con buenos libros, es para toda la familia, es popular, está muy bien actuado, tiene un buen elenco. Ahora voy a hacer una participación. Estoy muy contenta. Por el momento, mi idea es hacer participaciones, entrar y salir. No puedo hacer una tira porque el teatro me exige mucha energía y dedicación. Ahora el teatro es mi motor. Es un lugar de disfrute, que necesitaba.”
Fuente: http://tiempo.infonews.com/2012/04/25/espectaculos-74012-los-actores-tenemos-un-sube-y-baja-constante.php
Vuelve mañana al Complejo Teatral de Buenos Aires para protagonizar la historia de una mujer de avanzada, que en la década del ’20 denunció al marido y a la institución del matrimonio y peleó por los derechos de la mujer.
Por: Mercedes Méndez
U na muñequita. Eleonora Wexler podría haber sido un personaje ideal para la famosa serie estadounidense Amas de casa desesperadas. Siempre elegante, flaca, linda y con una sonrisa. Pero a diferencia de esas señoras de clase alta, Eleonora no camina entre las cercas blancas y prolijas de un country ni hace sonar sus tacos finitos por el piso de mármol de un salón inmaculado. La actriz camina como si estuviera en su casa, pero en el teatro Regio, una enorme sala del Complejo Teatral de Buenos Aires, construida en la segunda década del siglo XX, ubicada en Av. Córdoba al 6000, bien lejos del epicentro teatral porteño, donde hay que pedir permiso para sentarse en una silla de plástico.
Con 38 años, Eleonora Wexler está por cumplir casi 30 años de carrera. Como la mayoría de los artistas, comenzó en el teatro, en 1983, y desde ese momento pasó por los escenarios, el cine y la televisión, casi sin interrupciones. Siempre coherente y comprometida, protagonizó novelas, interpretó memorables villanas, mostró su cuerpo con personajes más extrovertidos –como la Micaela que compuso en Un año para recordar, que vestía calzas ajustadas y soñaba con ser actriz– y fue figura de textos clásicos en el teatro. Su trabajo siempre habló por ella y, así, sigue vigente. Ahora, abandonó las luces y la exposición de la tele para estrenar mañana en el teatro oficial la obra Las Descentradas, una pieza escrita por la argentina Salvadora Medina Onrubia, una escritora poco reconocida que la actriz quiere reivindicar. Su nueva causa.
–Tus últimos trabajos fueron en la tele y en el teatro comercial, junto a Oscar Martínez. ¿Cómo es el cambio ahora a un teatro estatal?
–Hace más de diez años actué en esta misma sala, y también estuve en las otras salas del San Martín. Tengo grandes recuerdos. No hay cambios. El teatro es el teatro, no importa dónde sea. Yo me sigo viendo con “los Morgan”, como les digo a mis compañeros de El descenso del Monte Morgan (la última obra en la que estuvo).
Importan mucho los compañeros, el grupo de trabajo. Estar en un teatro oficial implica tener menos difusión, porque no hay plata para carteles y publicidades, pero también significa una entrada mucho más barata. ¡Ir al teatro ahora es muy caro! Una pareja que quiere ver una obra comercial, tomar un café, ni siquiera digo ir a cenar, comprar dos entradas y pagar el estacionamiento, tiene que invertir un promedio de 500 pesos. Acá la entrada sale 60 pesos y, por lo general, hay repertorio de buena calidad y está la posibilidad de ver espectáculos que probablemente en el teatro comercial no funcionarían. El teatro Regio sobrevive porque tiene su público y funciona mucho el “boca en boca”. El teatro se inauguró en 1929 y esta obra, Las Descentradas, se estrenó en 1929. La sala tiene una estructura barroca, que tiene que ver con la época de los años ’30 y ’40. ¡Hay una cúpula que se abre! Yo no sabía todo esto, pero le da un clima especial para contar la historia de este espectáculo, que recrea toda esa época. Yo me meto en ese ambiente. También es muy significativo para mí que Salvadora, la autora, nació el mismo día que mi hija Miranda, el 23 de marzo.
La historia que tanto apasiona a Eleonora de Las Descentradas, transcurre en Buenos Aires en los años ’20. Tiene como protagonista a Elvira Ancizar (Wexler), una mujer singular, totalmente distinta a su entorno. Ella aborrece a su marido, un ministro, y denuncia sus negocios corruptos. Elvira cuestiona la institución del matrimonio y los mandatos impuestos sobre las mujeres, se manifiesta en contra de las convenciones sociales e intenta un amor más allá de todo lo establecido. Su única aliada es Gloria, escritora y periodista, que aparece como una suerte de alter ego de la misma Salvadora.
–¿Qué es lo que te apasiona de la autora?
–Uno lee la obra y se pregunta cómo hizo esta mujer para hablar de lo que habla en esa época. La autora es una mujer de avanzada para la época. Creo que le llegó la parte “open mind “de la Europa de los años ’20, con los pintores y el movimiento artístico, que acá se empezó a reflejar de a poco en figuras como Alfonsina Storni, Victoria Ocampo y ella misma. Mi personaje se enfrenta a todo, dentro de lo que puede la mujer, que en esa época tenía un determinado lugar. Ella es una mujer de clase alta, casada desde muy chiquitita con este ministro, a quien detesta profundamente.
–¿Por qué detesta ella a su marido?
–Porque ella sufrió lo que era el matrimonio en esa época, donde la mujer no era nada y el hombre lo era todo. La mujer no tenía ninguna posibilidad de expresión, era enjuiciada y ella está inmersa en esa clase alta. Creo que ella lo amaba al marido cuando se casó, pero se encontró con la desilusión y la verdad.
–¿Qué es lo que denuncia sobre el matrimonio?
–Ella empieza a ver los valores del matrimonio y de la sociedad en ese momento: la hipocresía, el cinismo. Es una historia de amor también, porque Elvira termina enamorada del periodista a quien le cuenta toda la información. Había que tener muchos ovarios en esa época para hacer todo lo que ella hizo. Se puso en contra del marido, con la posibilidad de que la metieran en cana o la mandaran a matar. La obra también es un melodrama, porque hay una historia de amor, de amantes e infidelidades.
–¿Interpretás a una mujer rebelde que finalmente se termina enamorando?
–Tal cual. Ella, que siempre se burló de todo lo que es el sentimentalismo, porque no cree en nada, dice que la ilusión del amor dura poco. Ella lucha por ser mujer y no quiere los derechos de los hombres, quiere los derechos de la mujer y mientras pelea por todo eso, se enamora perdidamente. Y termina diciendo: “Voy a ser vulgar, voy a caer en el lugar común en el que caen todas las mujeres.” Pero no lo puede mantener por mucho tiempo, porque es una relación clandestina.
–La obra se escribió en 1929. ¿Qué te parece que tiene de actual?
–Rescato mucho los vínculos que creó esta mujer en la obra y lo que denuncia: la hipocresía de la sociedad, los pocos valores reales, el menosprecio de la mujer. Este tema es contemporáneo totalmente. Elvira, por ejemplo, ya a los 30 años se siente vieja. Hay un discurso que tiene que ver con el apego a la juventud, que a los 30 no hay forma de que seas vieja, pero en tu inconsciente es grande y pesa el tema de la vejez y la condición de la mujer cuando van pasando los años. Es una problemática social de la mujer hoy en día. Yo le agradezco a la directora, Eva Halac, porque para mí es un honor que ella haya confiado en darme este personaje. Pasa por muchos colores. Es un abanico enorme de lucimiento como actriz.
–¿Se podría decir que te sentís realizada?
–Estoy haciendo lo que me gusta, me encanta venir a trabajar, me gustan mis compañeros. Este es uno de esos momentos en los que digo “¡Qué bueno que soy actriz!” También están los otros, en los que decís: “¿Para qué me metí en esto? ¡Por qué no me puse un kiosco!” Los actores tenemos un sube y baja constante. Yo ya lo asimilé. Ahora, disfruto este momento.
La legendaria autora de la obra
Salvadora Medina Onrubia nació en La Plata el 23 de marzo de 1894, fue maestra en Entre Ríos entre 1910 y 1913, y allí comenzó a trabajar como periodista en el Diario de Gualeguay. También colaboró en las revistas Fray Mocho y PBT de Buenos Aires. Anarquista y madre soltera, en 1914 se instaló ya en esta ciudad con su hijo Pitón y estrenó la obra Almafuerte en el Teatro Apolo. Luego vinieron las piezas La solución, Lo que estaba escrito, Las Descentradas y Un hombre y su vida. Desde 1946 hasta 1951 dirigió el diario Crítica, fundado por su marido, el uruguayo Natalio Botana. Publicó, además, La rueca milagrosa y El misal de mi yoga (poesía), El libro humilde y doliente y El vaso intacto (cuentos), Akasha (novela) y Crítica y su verdad, defensa de su derecho a la propiedad del diario Crítica. Murió en Buenos Aires el 21 de julio de 1972. Uno de sus nietos fue nada menos que el dibujante y dramaturgo Copi, a quien aparentemente ella misma le puso el apodo.
Cuenta Wexler: “No es una autora reconocida y no hemos sido justos con ella. Ella fue una mujer muy avanzada. En el golpe de Uriburu la metieron presa y ella le escribió una carta a Uriburu que es maravillosa. Le dice: ‘¿Por qué pierde el tiempo en mí?’ Le habla con una altura, con un lenguaje. Yo pensaba: ‘¡Qué mujer!’ Le hizo una carta a Evita, defendiéndola, aunque fue tomada mal, porque ella era una mujer de clase alta. Hay que valorizar a las mujeres que teníamos en esa época. Creo que es un homenaje a ella y que se sienta orgullosa, donde esté, espero.”
Un año para recordar
Aunque se la podría considerar como una decana de la televisión por su enorme trayectoria en el medio, Eleonora Wexler reconoce que no la consume mucho: “No soy una gran consumidora de televisión, no es algo que me atrape para ver como televidente; consumo más cine y teatro”, dice y empieza a enumerar la cantidad de obras que fue a ver en los últimos meses, muchas de ellas de teatro infantil junto a su hija Miranda. “¡Lloré con La novicia rebelde!”, dice contenta.
El año pasado fue una de las figuras de la tira Un año para recordar, protagonizada por Carla Peterson, que se bajó antes de la pantalla por sus bajas mediciones de audiencia. “Eso es lo que tiene la tele. Uno cree que la apuesta es con esto, que la va a romper y después resulta que es un fracasón. Podés tener un elencazo, una buena historia y la gente no compra la historia por algún motivo que no sabemos cuál es y no funciona. Hace mucho que vengo trabajando en la tele y entiendo la dinámica. Lo que se hace difícil es el ánimo. Yo nunca me engancho con el minuto a minuto porque es enfermante. Te volvés loco, te convertís en el doctor Jekyll y el señor Hyde”, afirma.
Focalizada en el teatro, tuvo que rechazar este año varias propuestas de televisión. Entre ellas, formar parte de Graduados, la exitosa tira de Telefe. “A mí Graduados me encanta, me parece que está bien hecho, con buenos libros, es para toda la familia, es popular, está muy bien actuado, tiene un buen elenco. Ahora voy a hacer una participación. Estoy muy contenta. Por el momento, mi idea es hacer participaciones, entrar y salir. No puedo hacer una tira porque el teatro me exige mucha energía y dedicación. Ahora el teatro es mi motor. Es un lugar de disfrute, que necesitaba.”
Fuente: http://tiempo.infonews.com/2012/04/25/espectaculos-74012-los-actores-tenemos-un-sube-y-baja-constante.php
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