jueves, 29 de diciembre de 2011

Entre horizontes conocidos

Jueves 29 de diciembre de 2011 | Publicado en edición impresa

Escena independiente

Por Federico Irazábal | Para LA NACION

"Sencilla" de Santiago Loza, Lisandro Rodriguez

A riesgo de ser injusto en la generalización, diría que probablemente 2011 no sea un año para recordar cuando los historiadores deban dar cuenta de este momento del teatro independiente. En lo que hace a la relación con el público, no hubo ninguna obra que fuera unánimemente recibida ni que se impusiera sobre otra. Ningún nombre nuevo llegó a la escena para marcar un rumbo distinto o, al menos, no es posible percibirlo hoy. La prensa no encontró al creador que le sirva de personaje de tapa, como lo fueran años atrás los ya consagrados José María Muscari, Claudio Tolcachir o Maruja Bustamante. 

En términos panorámicos, diría que la escena independiente no marcó ningún punto de inflexión y se comportó de manera armónica con lo que venía haciendo. Desde lo argumental hasta lo más técnico, se vio una continuidad de años anteriores que en algunos casos podría considerarse repetición y en otros una búsqueda singular desde un código escénico fácilmente decodificable por el público. En tal sentido podría remarcar el cierre de la trilogía de Claudio Tolcachir, que con El viento en un violín clausura lo iniciado en La omisión de la familia Coleman y continuado en Tercer cuerpo .

Tal vez de modo paradójico, es en lo institucional donde podamos marcar un hito. A fines de 2010, el Colectivo Escena logró su anhelada legitimidad y trabajó este año bajo el amparo legal de las habilitaciones provisionales, produciendo un inmenso festival -con 17 sedes y más de sesenta espectáculos- que claramente se impuso en lo estético al oficial.

Cabe señalar la profundización del trabajo que Santiago Loza viene haciendo, como autor, con el director Lisandro Rodríguez, de un teatro tan minúsculo como explosivo, ya que ellos en su sala (Elefante) realizan un teatro que potencia el lugar en el que se desarrolla. La dupla se diferencia porque no acomoda la propuesta al espacio sino que hace estallar la arquitectura con una dramaturgia que, apoyada en el lenguaje y profundizando en lo poético, no encuentra límites. La absorción de las condiciones de producción les permiten ser lo que son: potencia.

Tendencia

Hacia otras búsquedas expresivas

Por Alejandro Cruz | LA NACION

Gracias a la maravillosa cámara de Win Wenders, este año volvió la gran Pina Bausch, aquella figura bisagra del panorama escénico occidental que, en el marco local, permitió que la danza contemporánea se consolidara y se confundiera con las búsquedas teatrales más renovadoras. Con el paso del tiempo, esa línea de expresión logró tener un público propio que, en términos cuantitativos, crece año tras año. Bajo ese marco se entienden los éxitos que durante 2011 tuvieron los montajes realizados por el grupo Krapp, o la última puesta de Juan Onofri Barbato, o el espectáculo La idea fija , de Pablo Rotemberg, que este año hizo la segunda temporada a sala llena.

Hay otro nicho renovador e inquietante que se va consolidando en Buenos Aires: el del nuevo circo. Claro que, a diferencia de lo que cosecha la danza independiente, no logró todavía echar raíces, confundirse, expandirse y fusionarse entre la masa crítica y creativa de la escena alternativa. ¿Será cuestión de tiempo? Seguro. Claro que, como no sucede en el campo de lo teatral ni coreográfico, desde hace tres años, cuando comenzó a funcionar Polo Circo, todos los años llegan las creadores más importantes ligados al nuevo arte circense.

En ese marco, la transexual francesa Phillipe Ménard se dio el lujo de manipular simples bolsas de un supermercado chino gracias a ventiladores comprados en minicuotas. ¿El resultado? Una coreografía dominada por el azar y por la magia que atrapó a los espectadores del Festival Polo Circo. En marzo, unos ángeles bajaron desde las terrazas de los monoblocks de Lugano. Fueron los mismos que el año anterior habían copado la plaza San Martín. Son los integrantes del Cirque de Marsella. Técnicamente perfectos. O la compañía canadiense de Los siete dedos de la mano vinieron con un espectáculo de cruce de lenguajes basado en patologías, adicciones y fobias. Contemporaneidad al palo (la misma contemporaneidad adrenalínica de los australianos de Circa ).

Todas propuestas de un nivel superlativo que merecen un mayor diálogo con el medio.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1436189-entre-horizontes-conocidos

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