LA CONVERSACIÓN
Pepe Soriano no tiene tiempo para aburrirse: de noche sube al escenario con una obra de Arthur Miller y de día preside la entidad gremial que pelea por los derechos de los intérpretes. Tiene 82 años y cuerda para rato.
Sería casi imposible resumir la trayectoria de Pepe Soriano, uno de los mejores actores de cine, teatro y TV. Y hoy, a los 82 años, se le ilumina la mirada cuando dice estar muy comprometido con la vida, y también con la tarea gremial, en su condición de presidente de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores e Intérpretes (Sagai). Justamente allí trascurre esta entrevista, en una antigua casa que perteneció en el siglo pasado a la familia Pereyra Iraola, ubicada en Marcelo T. de Alvear y Paraná.
–Antes de Sagai su vida tenía una gran riqueza.
–Sí, pero antes estuvo el sindicato, la Asociación Argentina de Actores. Fue una lucha muy dura, porque nosotros iniciamos un movimiento de renovación en el 62 y perdimos esas elecciones porque en la lista de la oposición había un actor entrañable, Ernesto Bianco. Pero en el año 64 ganamos y a partir de ahí traté de integrarme a una tarea que me era muy cara. Por entonces alquilábamos un lugar en la Casa del Teatro, en la avenida Santa Fe, y pensábamos por qué debíamos pagar un lugar en nuestra propia casa. Entonces resolvimos irnos, y encontramos la oportunidad de comprar la casa de Marco Avellaneda, un lugar histórico en la calle Viamonte.
–¿Es cierto que vive en la misma casa donde pasó su infancia?
–Sí, donde nací. Es una casa de barrio que no tiene ninguna presuntuosidad.
–¿No se tropieza con los fantasmas?
–Sí, pero son gente que me quiere mucho y quiero mucho. Están mis abuelos, mis padres, amigos, vecinos. Hay un alma que me ronda que tenía mucho afecto con mi padre, Raúl González Tuñón, que vivía pegado a mi casa y allí murió también. Era un estupendo poeta, pero ante todo era un hombre ético.
–Hoy es un valor al cual aferrarse.
–La moral es un valor personal, y cada cual tiene la suya. Pero la ética es una conducta de uno en relación al otro.
–¿Usted es descendiente de italianos?
–Mis abuelos lo eran. Llegaron entre 1870 y 1880. Mi padre nació en el 98. Eran cuatro hermanos, toda gente muy humilde y de trabajo. Como yo llevo encima una condición reivindicatoria, no quiero olvidarme de que mis abuelos fueron manoseados en este país como tanta otra gente, pero esa historia no se cuenta.
–Es que vivió muchas presidencias.
–En 82 años, muchas. La gente como mis antepasados nunca fue considerada, lo único que sabían era trabajar para comer y le dieron hijos al país, en muchos casos con bastante dignidad. Hay que tener en cuenta que de la inmigración de fines de 1800, más de la mitad volvieron a sus países porque acá no les daban lo que habían prometido. Se quedaron sólo aquellos que no tenían la posibilidad remota de tomarse otro barco. Y mucha de esa gente sufrió la humillación, por su analfabetismo o por su condición de extranjero. Yo reivindico a la gente humilde.
–Alguna vez dijo que la cultura no era política de Estado.
–No, porque hemos reemplazado al Estado por los bancos y hemos dicho muchas veces que gente que tiene fortuna se la ganó trabajando. Y me pregunto: ¿todos esos que andan por la vida trabajando, no han podido hacer la misma fortuna por incapacidad? Me pregunto si no será a costa de la explotación. Los actores, por ejemplo, vivimos al día y encima sin quejas. Lo que yo pido es una repartición más prudente del dinero. Nosotros vivimos en un sistema capitalista que yo no voy a cambiar, y tampoco sabría con qué reemplazarlo. Pero lo que pido es que no haya ensañamiento.
–Impresiona su alegría por presidir la Sagai.
–Lo que quiero es dejar un lugar donde se sientan personas respetadas y que aprendan a defender lo que es su derecho. Lo importante es ir perdiendo el miedo a quedarse sin trabajo, o sentir que no se merece estar en la televisión.
–La legalización de la Ley del Derecho del Intérprete fue fruto del gobierno de Néstor Kirchner.
–Es una de las pocas veces en la historia del espectáculo en que alguien nos escucha.
–A Kirchner lo conoció en el rodaje de La Patagonia rebelde.
–Cuando hacíamos la marcha anarcosindicalista, tuvimos que usar gente de la región. Había muchos chilenos que trabajaban en la esquila, y entre esa gente un día apareció Néstor, como extra. No sabíamos quién era, y en la película hay un fotograma donde aparece detrás de nosotros.
–Quién lo hubiera imaginado.
–El darnos la ley fue un gesto único. O sea, el respeto por nuestra propiedad intelectual. Mi imagen es mía. Yo la presto, pero cuidado que es mía. Si digo: “Esto no va porque lesiona mi imagen”, llega a Tribunales, y por supuesto no va. Además, yo hago un programa, y si he hecho una creación dentro de él, tengo derecho a la explotación racional de ese trabajo. Es lo que tenemos hoy: los convenios con los canales. Lo que antes nos pagaban por una repetición, ahora es un derecho para toda la vida y 50 años más, para los herederos.
–¿Cómo interactúan la Asociación Argentina de Actores y la Sagai?
–Entre ellos y la Sagai tenemos cuestiones en común, como la obra social, en la cual estamos trabajando para mejorar las necesidades de los compañeros, que son muchas. Hablamos de gente que hace años que trabaja, y tratándose de una actividad irregular, no ha tenido la posibilidad de juntar plata. Y, además, hay un momento en que pasa a ser descartable. Ya a los 70 años se empieza a pensar si está en condiciones y finalmente se lo desecha. Se está prescindiendo de una franja enorme de 65 años en adelante. No quiero dar nombres, pero hay muchos actores que han tenido una trayectoria muy interesante y hoy no tienen para comer. Y no se trata de caridad, es el derecho de quien le dio su vida a este trabajo.
–Es su caso, ¿cuándo comenzó a actuar?
–Hace 62 años. Yo estudiaba abogacía y dejé porque era claro que no me interesaba. En ese momento se formó un teatro que dependía de la Universidad de Buenos Aires, y lo dirigía quien era en ese momento el único maestro que había en el país, Antonio Cunill Cabanellas. Un día nos dijo: “Me han nombrado director del Teatro San Martín, y la primera obra que voy a poner es Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, con música de Mendelssohn, y voy a hacer seis funciones de gala en el Colón y después pasamos al San Martín, y vos vas a trabajar”. Yo no lo podía creer, ¡si no me conocía nadie! Sólo tenía esa amistad juvenil con Asquini, con Alterio, con Gené.
–Y mucho talento, para quienes tuvimos la ocasión de admirarlo. Y hoy, a la TV no la quiere ni ver.
–No es así. Sigo pensando que es un medio maravilloso, lo que me preocupa son los contenidos. La TV pasó a ser un hecho comercial, y dejó de tener la excelencia del producto que iba entre la publicidad de un jabón y la de un chorizo. Hoy es prioritaria la venta del jabón adelante y el chorizo al final. Lo del medio, da igual. Esto trajo improvisación, y hasta desconcierto en el público.
–¿Cuándo se fue a España?
–En tiempos de Alfonsín. Me contrataron para hacer la película sobre Franco, y después empezó a salir trabajo y me quedé siete años. Primero disfruté a ultranza de ese tiempo, hasta que me di cuenta de que no pertenecía a ese lugar, y que pese al cariño que me habían depositado, no dejaba de ser un actor extranjero. Entonces, en pleno éxito de un programa que se llamaba La farmacia de guardia, que tenía más de 50 puntos de rating, un número hasta ahora no superado, volví a la Argentina en el 93. Y no estoy para nada arrepentido, pese a dejar mucho amor en Madrid. Tuve amistad con gente muy hermosa, como Fernando Fernán Gómez, que dejó una marca muy fuerte en mi vida.
–Pensaba que se había ido en la época de la dictadura.
–La dictadura me la comí acá, con muchas dificultades. Es un capítulo aparte, del que tenemos que reivindicar lo que se pueda: seguir buscando nietos, encontrando desaparecidos y seguir castigando, tenemos la ley para eso. Yo no estoy para el lamento, a mí me tocó como a millones de argentinos y otros que no lo pueden contar porque están muertos. No tengo rencor, creo que hay que hacer todo lo posible para aclarar bien el período y que no vuelva a ocurrir nunca más. Esa memoria nos tiene que dejar espacio para proyectar hacia adelante: ahora tenemos que pelear con el pensamiento, con la verdad y con el trabajo, y demostrar que podemos, contra las fuerzas que todavía están y van a seguir, porque vivimos en un mundo capitalista y salvaje. Tenemos que darle vivienda y dignidad a la gente. Nunca vi tantos jóvenes hablando otra vez de política. Y nunca me voy a olvidar de cuando murió Kirchner. Cuando murieron Perón o Evita cayeron sobre nuestras cabezas cielos plomizos. Cuando murió Kirchner iluminó la cara de millones de chicos que hoy están debatiendo, equivocándose, acertando, peleando por ser seres políticos, en el mejor sentido de la palabra. Ahora desde este rinconcito de Sagai estamos trabajando para incorporar gente joven. Esto es para el futuro, no para mí, que no hago televisión desde hace diez años. Si hay alguien que no cobra un centavo acá, soy yo. Pero estoy trabajando para los que hacen televisión, porque aspiro a que los jóvenes empiecen a hacerse cargo de esta entidad y le den dignidad al oficio de actor.
–Hoy sale caro ir al teatro.
–Cuesta 120 pesos la localidad. Ahí aparece otra necesidad: que el Estado se haga cargo del hecho cultural teatral, invirtiendo, no dando dádivas. El teatro no debe ser un gasto, debe ser una inversión en la cultura de un país. Debe ser un reclamo permanente: más teatro, más subvenciones. Necesitamos que nuestros actores vivan de su trabajo, tenemos un 84% de actores que no ganan 6.000 pesos por año. La Ley de Medios puede ayudar mucho, sobre todo en el interior. Esta ley no tiene discusión posible, era absolutamente necesaria, ahora hay que instrumentarla.
–¿Le gusta viajar?
–Sí, ahora planifico un viaje a la India. Me produce una gran inquietud todo lo diferente. Siempre me conmueve lo nuevo, y me abro para preguntar qué es: hasta hace poco hice unos cursos de reiki, y todo eso me interesa mucho.
–Se lo ve tan vital, pese a que le tocó pasar las malas.
–Sí, muy malas, pero como a todo el mundo. El precio, la obra que estoy haciendo, habla de eso: la vida tiene un precio, y yo pasé circunstancias difíciles. Conocí aproximadamente la locura, y estuve internado. Conocí no hace tanto un cáncer, y aquí estoy. Y están las relaciones con la gente, que a veces te va bien y otras mal.
–Es una timba.
–Exacto. Pero esos dos acontecimientos no son tan frecuentes, y el dolor puede marcarte. A mí ambas situaciones me dieron la posibilidad de tratar de vivir la vida con alegría. Quiero seguir trabajando porque estoy bien, y creo que se me ve bien. Acabo de hacer una película, una participación con Soledad Silveyra, Imanol Arias y Natalia Oreiro, y otra en Salta, que vamos a ver si se estrena en la Argentina, porque es una coproducción con España. Y hago teatro, ¿qué más puedo pedir?
Por Cristina Zuker
Fuente: http://www.carasycaretas.org/2260/n5.html
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