Ópera y autoparodia: la excelente iniciativa de estrenar «Il viaggio a Reims» de Rossini se coronó con una puesta brillante.
Por: Margarita Pollini
«Il viaggio a Reims, ossia lalbergo del giglio doro», ópera cómica de G. Rossini. Libreto: L. Balocchi. Orquesta del Teatro Argentino. Puesta en escena: E. Sagi (reposición: E. Courir). Dirección musical: S. Monterisi (Teatro Argentino de La Plata, 17 de julio).
A casi dos siglos de su première en el Théâtre des Italiens de París en 1825 («He aquí una ópera como se la pedimos hace tiempo a Rossini», celebró Stendhal), el domingo tuvo lugar el estreno sudamericano de «Il viaggio a Reims» por iniciativa de la dirección del Teatro Argentino de La Plata, y según la producción originalmente creada por Emilio Sagi para el Rossini Opera Festival de Pesaro con escenografía de Daniel Bianco y vestuario de Pepa Ojanguren.
Curioso es el destino de esta ópera nacida como parte de los festejos por la coronación de Carlos X de Francia que tras pocas representaciones durmió un sueño de 150 años (y varios de cuyos números fueron retomados por Rossini en «Le comte Ory»). Paradójicamente, su carácter de divertimento donde no hay grandes conflictos que resolver, lejos de restarle interés le otorga una dimensión metalingüística: todo se transforma en una parodia del genero, sus mecanismos y clichés, su anti-naturalidad, sus divos y divas, y también de la aristocracia a la que supuestamente celebra.
Nadie mejor que Rossini, que dominó todos los matices del género, para saltar de la cantilena belliniana (asignada al papel de Corinna, que estrenó triunfalmente Giuditta Pasta) a la coloratura más vertiginosa, del concertato a capella a 14 voces al virtuosismo instrumental, pasando por las citas de himnos nacionales y otros graciosos giros.
Imposible entonces llevar a buen puerto una realización acabada de esta ópera sin 18 cantantes capaces de afrontar casi todo el tiempo las mayores dificultades. El Argentino cumple al reunir dos elencos, el primero de los cuales, con figuras nacionales y algunas extranjeras, es casi ideal. Brillan especialmente Paula Almerares, excelente como la poeta Corinna, Marisú Pavón, deslumbrante en su Condesa de Folleville, Nidia Palacios como una exquisita Marquesa Melibea, Luis Gaeta aportando su gracia y buen gusto en el canto como el Barón Trombonok, la joven Victoria Gaeta encarnando con profesionalismo y encanto a la Signora Cortese, los tenores Francisco Brito (notable Belfiore) y Alessandro Luciano (delicioso Libenskof), el bajo Ricardo Seguel en un memorable Don Profondo y Luciano Miotto, descollante como Sydney. Certero en la concertación de estas voces y en la conducción de la orquesta, el director italiano Sergio Monterisi se lleva gran parte del mérito en esta producción.
Sobre un único dispositivo consistente en una pasarela que se alza sobre el foso de la orquesta (y resuelve de paso algunos de los inconvenientes habituales de ensamble general y da una mayor presencia a las voces), los personajes se desenvuelven a sus anchas como concurrentes a un spa según el concepto de Sagi, uniformados sucesivamente por batas y trajes de fiesta, y siguiendo una elaborada marcación escénica. Lo teatral contribuye así también al éxito del «Viaggio» rossiniano, un festín de tres horas en el que la protagonista absoluta es la voz humana y que esperaba un desembarco triunfal como éste en nuestras playas.
Fuente: http://ambito.com/diario/noticia.asp?id=593105
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