domingo, 16 de enero de 2011

Vivir en todos lados y en ninguno a la vez

Crazy circus, en 7 y 85

15.01.2011 | La historia de los Spinella, una familia de sangre circense que hoy para en La Plata

Para la mayoría de la gente son personajes, pero ellos detestan que los llamen así. Se definen como comunes y normales, lo que sucede es que son minoría. Nacen donde el trabajo sorprendió a sus padres. Pueden llegar a ser alumnos de más de treinta escuelas en un año. No conocen la sensación del desarraigo. Despertar todos los días en un mismo lugar los espanta, tanto como la rutina. Para ellos no existe el médico de cabecera, ni los muchachos del barrio, porque ni siquiera existe el barrio, tal cual lo conoce el común de la gente. Y son los dueños de una nueva categoría que crearon para definir a quienes no son como ellos; esos otros son “los estables”.

Una familia circense oriunda de todas partes compartió con Diagonales la experiencia de nacer, criarse y vivir en un circo. Y explicó la esencia del ser cirquero desde su carpa instalada en 7 y 85, donde los fines de semana Crazy Circus despliega su magia.

Héctor “Palito” Spinella, quien por los años ‘80 supo ganarse el aplauso de chicos y grandes como un payaso que domaba un bandoneón, y que hoy oficia como espectador crítico de sus sucesores, define: “El circo es la familia. Para quienes amamos esta profesión, la familia es lo más importante del mundo; está por sobre todas las cosas”, insiste.

En torno a la carpa donde se emplaza el Crazy Circus se erigen las casillas rodantes donde viven las familias. Para ellos, el barrio. “El circo es un barrio con las puertas para adentro –explica “Palito”–, si no, mirá”, dice, y con un movimiento de cabeza y brazos que todo lo quiere abarcar invita a contemplar la escena completa: “Estamos con las lonas (de la carpa) levantadas y yo veo desde mi casa la casa del otro y así nos autoprotegemos”.

Una de las cosas que más aprecian los cirqueros es la de rodar por el mundo: “Lo bueno de la vida del circo es que no tiene rutina. Lo que pasa es que nosotros mudamos el barrio. Somos como el caracol, vivimos con la casa a cuestas”, indica Héctor. Y agrega: “Un día amanecemos en la montaña, otro en el mar o en una estación de servicio”, bromea, dado que es lo primero que ve cuando asoma su nariz por la ventana de la casilla rodante durante su estadía en La Plata.

Esa circunstancia hace, por ejemplo, que sus hijos hayan nacido desaparramados: una en Lomas de Zamora, otro en Alta Gracia, Córdoba, y otro en Urdampilleta, Buenos Aires. Y que él se haya casado con América Vitale en Bernasconi, La Pampa, donde, casualmente, el circo estaba de gira. El hombre que conoce la geografía del país como el médico la anatomía humana, remata: “La vida del cirquero es envidiable. No hay nada que se compare”.

América Vitale, esposa y compañera de ruta de “Palito”, invita a su casa. Acababa de sacar la ropa del lavarropas y maldecía que el aparato se hubiese descompuesto. “Si me sacás de acá, me matás”, dice.

El matrimonio tiene su casa de material en Buenos Aires y alquilada. “La tenemos porque la heredamos, pero nuestra casa es ésta. Tenemos todo lo que necesitamos acá”, afirma América, quien se describe como una estrella de tablas de noche y ama de casa de día, “como una mujer normal”.

En tren de definiciones, Marcelo Eguino, también heredero de la sangre circense, asegura: “El circo es una enfermedad incurable y la única profesión del mundo que es imposible aprenderla si no te gusta”.

Todas las noches, Marcelo protagoniza, junto a su mujer, un número emparentado con la acrobacia pero que incorpora grandes figuras geométricas que hace desplazar. Cuenta que en sólo dos oportunidades vivió por un año como “estable” (persona que habita una casa inamovible en un barrio de un lugar localizable en el mapa): una en Mar del Plata, de niño, y otra en Lima, Perú. “Pero no hubo caso. No pude vivir fuera del circo y volví”, afirma. “Es que, explica, al cirquero lo mata la rutina”.

–¿Cómo es para vos haber nacido, crecido y ahora vivir y trabajar en un circo?

–Natural.

Tan contundente y obvia –que descoloca a quien pregunta– es la respuesta de Mariano “Astillita” Spinella, hijo de “Palito” y heredero de su profesión. Mariano no puede pensarse viviendo de otra manera. Porque para él, amancer cada quince días en paisajes distintos es tan natural como respirar.

“Astillita” comparte con su papá no sólo la pasión por el circo, sino también el haber nacido el mismo día, pero de diferente año. Ayer, uno festejó los 37 y otro los 66 con pizza y cerveza, después de la función.

En un año, Mariano fue alumno de 32 escuelas diferentes. La escolaridad de los hijos es de las pocas cosas que preocupan a los cirqueros, porque no siempre son destinatarios de los beneficios que tienen los hijos de los “estables”. Sin embargo, la esposa de Mariano, la chilena Ántika Cárdenas, indica: “La escuela es como una guía, pero los padres son los verdaderos profesores de los chicos. Yo les enseñé a mis hijos a sumar, restar, dividir y multiplicar”. Ántika estudió administración de empresas por mandato de su padre, y “mirá dónde estoy”, bromea. “Es que todo en el circo me atrapa. No podría decir algo específico, ni puedo describirlo con palabras. Se siente y se lleva adentro”, asegura. Y dice que a sus hijos les va a poner delante las posibilidades de estudiar o de trabajar en el circo, y que ella no dirá nada. “Yo les doy la educación y el circo. Ellos deciden”, afirma.

CONFORT. La vida en un circo no es como hace dos décadas atrás. Tan dura. Hoy, los cirqueros cuentan con casillas rodantes con electricidad, y sus habitantes aseguran que tienen todo lo que necesitan para vivir bien. “Tenemos lo mismo que cualquiera pero en un espacio más reducido. Televisión, cocina, lavarropas, microondas. Lo que pasa que todo es en miniatura”, aseguran.
“Antes, para comunicarme con mi familia en Chile lo hacía por medio de la Policía. Hoy están los celulares”, explica Ántika.

DESARRAIGO. “Qué te puedo decir de mis pagos si no conozco el pueblo donde nací”, cuenta Marcelo, quien dice conocer la ciudad salteña de Cafayate, donde su madre parió, por las etiquetas de los vinos que compra en supermercados.
Por su parte, Héctor “Palito” Spinella afirma: “El desarrarigo no existe. Lo que nos cambia es el horizonte, pero nuestra raíz está debajo de la lona del circo”. Es claro. Los cirqueros van y vienen por todos lados, pero no vuelven a ninguna parte.

Fuente: http://www.elargentino.com/nota-122403-medios-122-Vivir-en-todos-lados-y-en-ninguno-a-la-vez.html

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