25.01.2011 | Entrevista a Federico D´Elia
De chico solía agarrarse a trompadas, le gustaba. Con el tiempo, además de abandonar la práctica, dejó de estar tan pendiente de la mirada de los otros. Se siente más liviano. Tanto como para decir que sólo volvería a hacer Los Simuladores, si así se hiciera millonario.
Por Jorge Belaunzarán
De chiquito quiso ser futbolista, como la mayoría de los chicos. Pero a diferencia de la mayoría de los chicos, a él lo frenó Patricio Hernández, un número diez de Estudiantes de La Plata, un zurdo destacado que llegó a jugar en la Selección y en el fútbol italiano. Un día le dijo lo que era el fútbol, el fútbol que va más allá de la cancha, los papelitos, los cánticos de recibimiento. Entonces hizo vida de adolescente. No en todo: le gustaba pelearse; sí, sí, a las trompadas (“a veces la salida era casi a buscar para cagarte a trompadas, es que La Plata tiene algo de Far West”). Y si bien a poco de cumplir la mayoría de edad abandonó el vicio, sigue reconociéndose polvorita. En ese mix entre la honestidad aprendida de Hernández y el directo verbal que le sale por temperamento, produce la gracia de quien dice verdades en el momento menos esperado.
-Le gusta el fútbol. Y como entre varones casi todo puede ser comparado con el fútbol, la asociación es que esta nueva etapa de “Todos eran mis hijos” vuelve prácticamente sin pretemporada.
-La pretemporada que se hace cuando cortás tan poco tiempo es la que hicimos nosotros: dos días de encontrarnos, ensayar y de ver si nos habíamos olvidado mucho, poco o nada.En algún punto, si no te olvidás de las cosas, está bueno que sea así. El otro día cuando hicimos la función dijimos qué bueno fue cortar un mes y medio sin ensayar demasiado; la cosa fluía de otra manera. No sé qué pasa en las obras en general. En esta que es un dramón, una tragedia, llega un momento que como actor sentís el desgaste. Te cansás de tanta tragedia y tanto dolor, y llega un punto que te jode. No es que me afecta, sólo estoy cansado. Siento muchas veces que estoy menos orgánico a la hora de laburar con la repetición y la repetición. Quieras o no el actor repite. Después aparecen cosas diferentes en cada pasada. Venía cansado con esos primeros seis meses y esto fue como un oasis.
-Algunos actores dicen que a medida que avanza la repetición se acercan a la cima de lo que pueden dar.
-No digo que no, lo que digo es que más allá de eso, hay un cansancio. Que no tiene que ver con que esté bien o mal; la gente venía y le gustaba la obra. A mí me pasaba que llegó un momento que decía: bueno, al teatro, a hacer la obra, a bancarme este rato que estoy ahí arriba; venía cansado. Y realmente vino bárbaro este parate. La primera función de regreso salió muy linda. O no sé si es la sensación. Uno siente demasiadas pequeñas diferencias que el espectador a lo mejor no ve. Pero como actor te digo que fue una función como fresquita, dentro de lo fresca que puede ser esta obra. Pero lo fue en cuanto a la relación arriba del escenario.
-En el fútbol cuando el cuerpo se empieza a fatigar, si se fuerza, se rompe. ¿Cómo se maneja eso en teatro?
-El público no se entera de que puedo estar cansado, porque a la hora de salir a escena es como en la tele: acción y listo. Vos laburás, no estás pensando que estás cansado. Me doy cuenta cuando termino, cuando tengo salir de casa. Pero una vez que estás arriba del escenario es mágico. Llegué a hacer funciones con dolor de muela, y en la hora y pico que duraba la obra no me dolía la muela. Salía y me volvía a doler. No era chiste. Y en general noto a que a muchos les pasa esto arriba del escenario. Debe ser la adrenalina, no sé, pero algo hace que sea un momento separadísimo de la vida. Un día estaba viendo los cuartos de final de la Copa Libertadores del año pasado, Estudiantes-Inter (otra de las cosas que pienso siempre: la gente que está viendo la obra puede estar angustiada o no, y yo viendo el partido mientras tanto). Estaba por entrar, Estudiantes estaba pasando a las semifinales, y cuando me paro para salir nos meten el gol del empate. Imagínate la bronca. Yo lo podía usar, por cómo es mi personaje, cómo entra; tenía una calentura que me moría. Igual todo eso lo tenés que acomodar a lo que te pide la obra. Y la obra salió normalmente, ninguno de mis compañeros me dijo: che estabas caliente arriba del escenario. Y sinceramente estaba prendido fuego; cómo carajo hago la obra, me decía. Entrás ahí y tenés compañeros que te van llevando, uno no puede escaparse demasiado.
-¿Eso lo fue aprendiendo o siempre fue una característica suya?
-No soy de los actores que necesita concentrarse mucho para salir a escena, pero sí en esta obra me tomo un tiempito: cinco minutos antes estoy aislado y no escucho a nadie. No tuve ese descubrimiento particularmente. Lo puedo charlar ahora porque surge el tema. Siento que estoy cómodo laburando hace unos cuatro o cinco años, como más seguro de lo que quiero hacer, contar, proponer en un ensayo. Y a lo mejor hasta hace cinco, seis años estaba más atento a la mirada del otro, a ver qué dirán. Y la verdad que últimamente me estoy cagando mucho en el qué dirán, y me ayuda. Me ayuda mucho sacarme el peso de la mirada del otro. A veces uno se mete en una trampa: esa mirada es mucho más simple y tranquila y buena que la que uno cree que lo está mirando. Me pasó en esta obra el día del estreno, que por lo general son hinchas, molestos, actores, que vos decís: bueno, viene la crítica, viene el ojo crítico, y fue una función más para mí. Me importa la opinión, obviamente, pero me importa mucho más cómo estoy yo, si estoy bien, si tengo ganas de hacer la obra. Y en general siento que da resultados. Uno está más relajado, más liviano para laburar. Esto es lo que uno tiene que empezar a aprender, a manejar y darse cuenta de que no es una mierda sino pasa como lo pensábamos. No es tan grave. Creo que a veces ponemos como una lupa en todo.
-¿Al bajar la autocrítica encontró nuevos caminos?
-¡Sííí! Seguro que te hace estar mucho más sensible a todo, más abierto. Sin duda. Porque el trabajo del actor es jugar y tratar de tener la menor cantidad de barreras o inhibiciones posibles. La veías a Norma Aleandro haciendo Agosto y decías: la puta madre, uno sabe que tiene sus años y resulta que tiene una libertad para laburar que es una nena arriba del escenario. Y es fundamental en este trabajo eso. El sacarte peso, mochila de encima, hace que uno pruebe y tire un montón de cosas que si tenés una mirada no lo hacés; empezás a probar y vas por un caminito más seguro. Y acá es jugarse a que un día te digan: qué estás inventando. Si uno puede llegar a romper con eso, estoy seguro que empieza a buscar y bucear desde otro lugar, no desde el camino seguro. Me parece fundamental para el actor empezar a sentirse inseguro. Cuando vas a lo seguro se repiten los laburos, se da siempre lo mismo de las personas, del actor.
-¿Eso lo aburre?
-No creo que siempre la pasás bien. Y que no depende sólo de la obra y el hecho artístico. Depende del grupo con el que estás laburando, y de un montón de otras cosas. Los tipos que hacen una obra de teatro como ésta, que es un éxito, y estás tres años seguidos, yo me aburriría. Pero nunca me bajo de un proyecto por eso. Me encantaría bajarme. Pero lo padezco solo jaja, gritando me aburro, me aburro. Por ejemplo para mí las novelas deberían ser de tres meses. A los tres meses me entro a aburrir. Y puedo estar en el mejor elenco. Ahora estaba haciendo “Caín y Abel”, y la verdad que nos llevábamos bárbaro, con mi compañera que tenía todas las escenas me llevaba bárbaro y sentíamos que estaba bueno lo que hacíamos, así y todo antes de que baje, todavía no sabíamos que la levantaban, een una escena y nos miramos como diciendo listo, cuánto más de esto va a haber. Una tira medio año es mentira, hay algo ahí que empieza a fallar, te estás mordiendo la cola.
-¿Ahora que tiene más posibilidades de elegir, chequea el elenco?
-Todo. Cada vez más me pasa eso. Antes a lo mejor estaba en un segundo plano por la necesidad. Hoy diría que está casi a la par del proyecto que me dan. Uno convive muchas horas en la tele, en el teatro. En el teatro más todavía, es más intenso. En la tele podés estar más horas pero hacés lo tuyo y te vas a tu casa. En el teatro no: en épocas de ensayo menos, estás en buscar, buscar, buscar; el proceso es lindo pero hincha pelotas a veces, porque estás movilizado por encontrar lo que estás buscando.
-Al explicar el final y el no regreso de Los Simuladores, usted hablaba de buscar caminos nuevos. ¿Cómo se sale de semejante éxito?
-Yo no sé cuánto de nuevo hay. El trabajo del actor en algún lugar está bueno porque son materiales distintos los que uno trabaja, pero en la tele hacés tele, pocas veces tenés la suerte de hacer algo que sea diferente, que te modifique de alguna manera. “Los Simuladores” fue muy difícil de hacer, más allá de todo lo bueno que tuvo, del resultado, de lo que pasó con la gente. Parece que cuando la cosa va bien todo es fantástico y te cagás de risa y no, es un quilombo a veces. Hay más exigencia, éramos un grupo, éramos muchos con diferentes miradas del asunto. Y cuando algo está bueno y funciona bien, la gente misma, el medio, los amigos te dicen: hay que hacer Simuladores. Y no, porque en algún punto me deja vacío. Y tuvo más cosas buenas que malas, por lejos. Pero está bueno poder cortar, decir hasta acá llegué. A mí me pasa en general con todas las cosas, me aburro. Sí quiero hacer Simuladores en cine, pero no en televisión. Siento que no voy a descubrir nada nuevo, es para el placer del otro. Para la mirada del público, que para eso laburamos, pero para mí no, no es que me sienta que me estoy perdiendo algo. Al contrario. Entonces si vuelvo a hacerlo en tele, me tengo que hacer millonario. En ese sentido nuestro laburo es agradecido: termina algo y empieza otra cosa que la ilusión y el entusiasmo está. A mí en una época me gustaba mudarme de casa, me encantaba. Ahora tengo casa, pero bueno… me voy a mudar jajaja. Eso porque creció la familia.
-¿Y se proyecta qué quisiera hacer en los próximos años?
-No. No siento que me quede por hacer algo en cine, o Shakespeare. No. Si hay algo bueno en este laburo también es lo sorpresivo que tiene. Ahora no tengo contestador automático en casa, pero a mí me encantaba entrar y ver si la lamparita titilaba. ¿A ver si es un laburo? Y la mayoría de las veces no era laburo, jaja. Pero esa de proyectar, de programar, nunca la tuve. Muchas veces me digo: soy actor, me gusta el laburo, pero es una profesión y una carrera guacha también, porque a cierta edad lo que es televisión te convocan menos, y ves que es difícil. Qué hago mañana si nadie me convoca para laburar. Y pienso en producciones como Los Simuladores, que así nació aunque después actuamos, o la radio, que ya hice y a lo mejor hago este año de nuevo. Lo veo como posibilidades ante esto y también para poder decir que no si algo no te convoca. Uno tiene que buscar esas cosas. Con la radio está bueno, tenés un micrófono que te ponen ahí y vos podés quedar manco, o sin un ojo y te sentás y nadie se entera cómo estás. Y es placentero, está relacionado a esto, porque la radio es un espacio que los actores deberían utilizar mucho más, no para hacer actuaciones o personajitos, no, sino porque es pura fantasía. Yo estoy aprendiendo. Yo busco esos lugares, intento encontrar en esos espacios para ver si el día de mañana también me sirve para vivir. Esto lo tomo como un laburo, pero si me tengo que ir, me voy, no tengo ningún problema.
Fuente: http://www.elargentino.com/Content.aspx?Id=123567
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