16 de junio de 2000
Por Eduardo Giorello
Recital de Mischa Maisky. Programa dedicado a Johann Sebastian Bach: Suites Nº 3, en Do mayor; Nº 2, en Re menor y Nº 6, en Re mayor. En la sala Astor Piazzolla del Teatro Argentino. Ciclo de Grandes Artistas Internacionales.
Cuando el arte o más específicamente la música se transforma en un alimento indispensable para el espíritu del hombre, se piensa casi inmediatamente en Juan Sebastian Bach. La simbiosis elaborada por el eminente compositor del período barroco alemán entre vitalidad terrena y cercanía con Dios lo ubican en una estrecha franja donde el todo es imprescindible, nota tras nota, para que la comunión entre cuerpo y alma, antropomorfismo y divinidad concluya en una síntesis perfecta. Una concepción de esta naturaleza parece haber guiado el trabajo del violoncelista estonio Mischa Maisky al encarar la interpretación de las suites del compositor de quien en esta temporada se memora el 250 aniversario de su muerte.
Virtuoso de cepa, Maisky desmenuza con la fineza de un orfebre cada una de las instancias sonoras contenidas en ellas. Casi como un escalpelo, su mano lleva el arco para extraer de su estupendo instrumento maravillosa sonoridad y una profundidad dignas de ser parangonadas con los grandes maestros que lo precedieron (Casals, Rostropovich, Piatigorsky) sin por ello exponer una originalidad de toque personal. De eso se trata quizá. Respetar la tradición aunque encarando el presente con una modernidad que aporte nuevas ideas sobre creaciones que muchas veces fueron concebidas hace más de trescientos años. La suite es un conjunto de danzas barrocas con diferentes dinámicas pero con un estilo similar. Maisky que eligió para este concierto tres de las compuestas por Bach -las números tres, dos y seis, tocadas en ese orden- que a su vez se estructuran en seis movimientos cada una- y tocó como bises dos números más (el preludio de la Nº1 y la Sarabande de la Nº5) exponiendo en esta síntesis un mosaico del pensamiento barroco, que mediado con una técnica superior y una concepción artística elevada, otorgaron al oyente la humanidad palpitante de un legado insustituible para comprender el estilo y las coordenadas epocales pero bajo la atenta mirada contemporánea de un hombre del tercer milenio.
¿Es necesario decir que hubo mayor emoción, garra o refinamiento en esta gigue o esta otra allemande? Creemos que no. Lo que importa es la totalidad. La concepción, casi de rasgos dramáticos, con que fueron encaradas las obras por el genio cierto de este violoncelista de rango superior. Como en toda empresa trascendente, fundacional, es posible que haya discusiones acerca de cómo interpretar estos magníficos materiales. También matices personales que hacen más a la subjetividad del oyente que a su despojada objetividad. Aunque creemos que nadie podrá negar la altura y la pericia virtuosística de este gran artista.
El vigor y la sutileza de su impronta, aquí sí genuinamente masculina, el fraseo decantado, poético de su discurso quedará como uno de los más altos de esta temporada.
Verdaderamente semejante sesión de música quizá no admita ningún comentario extramusical. De igual manera la función periodística hace que no dejemos de lado ningún detalle que hace a este concierto llevado a cabo en la bella sala Astor Piazzolla del Teatro Argentino, para la que habrá que pensar alguna solución por la extrema estrechez de las hileras de sus butacas, algo realmente incómodo para el paso cuando los demás espectadores ya están ubicados.
En referencia al look de Mischa Maisky a más de un espectador le habrá llamado la atención su forma de vestirse para su presentación platense. Ataviado con pantalón negro y una chaqueta -ambos plisados- para el primer número, para el segundo -previo cambio de la butaca en la que estaba sentado y que producía un perceptible y molesto ruido- trocó la blusa gris por una negra, con parecidos detalles geométricos. La segunda parte fue algo más audaz. Una suerte de kimono azul eléctrico, también con detalles plisados despertaron algunos alaridos de los jóvenes espectadores, que los había y muchos, gracias a Dios, en la sala. Para los últimos saludos completó su ropaje con un abanico que le daba aire a tanto calor acumulado en el exigente recital.
Admiramos su desinhibición expresa, que debe responder a un gusto personal o a la adhesión a alguna religión orientalista practicada por el artista de Riga. Fue notable asimismo su respiración acompañando las inflexiones de la música, seguramente respondiendo al yoga que practica sin ninguna duda. Una sesión totalmente atípica que no sólo tuvo que ver con las formas, naturalmente.
Por Eduardo Giorello
Recital de Mischa Maisky. Programa dedicado a Johann Sebastian Bach: Suites Nº 3, en Do mayor; Nº 2, en Re menor y Nº 6, en Re mayor. En la sala Astor Piazzolla del Teatro Argentino. Ciclo de Grandes Artistas Internacionales.
Cuando el arte o más específicamente la música se transforma en un alimento indispensable para el espíritu del hombre, se piensa casi inmediatamente en Juan Sebastian Bach. La simbiosis elaborada por el eminente compositor del período barroco alemán entre vitalidad terrena y cercanía con Dios lo ubican en una estrecha franja donde el todo es imprescindible, nota tras nota, para que la comunión entre cuerpo y alma, antropomorfismo y divinidad concluya en una síntesis perfecta. Una concepción de esta naturaleza parece haber guiado el trabajo del violoncelista estonio Mischa Maisky al encarar la interpretación de las suites del compositor de quien en esta temporada se memora el 250 aniversario de su muerte.
Virtuoso de cepa, Maisky desmenuza con la fineza de un orfebre cada una de las instancias sonoras contenidas en ellas. Casi como un escalpelo, su mano lleva el arco para extraer de su estupendo instrumento maravillosa sonoridad y una profundidad dignas de ser parangonadas con los grandes maestros que lo precedieron (Casals, Rostropovich, Piatigorsky) sin por ello exponer una originalidad de toque personal. De eso se trata quizá. Respetar la tradición aunque encarando el presente con una modernidad que aporte nuevas ideas sobre creaciones que muchas veces fueron concebidas hace más de trescientos años. La suite es un conjunto de danzas barrocas con diferentes dinámicas pero con un estilo similar. Maisky que eligió para este concierto tres de las compuestas por Bach -las números tres, dos y seis, tocadas en ese orden- que a su vez se estructuran en seis movimientos cada una- y tocó como bises dos números más (el preludio de la Nº1 y la Sarabande de la Nº5) exponiendo en esta síntesis un mosaico del pensamiento barroco, que mediado con una técnica superior y una concepción artística elevada, otorgaron al oyente la humanidad palpitante de un legado insustituible para comprender el estilo y las coordenadas epocales pero bajo la atenta mirada contemporánea de un hombre del tercer milenio.
¿Es necesario decir que hubo mayor emoción, garra o refinamiento en esta gigue o esta otra allemande? Creemos que no. Lo que importa es la totalidad. La concepción, casi de rasgos dramáticos, con que fueron encaradas las obras por el genio cierto de este violoncelista de rango superior. Como en toda empresa trascendente, fundacional, es posible que haya discusiones acerca de cómo interpretar estos magníficos materiales. También matices personales que hacen más a la subjetividad del oyente que a su despojada objetividad. Aunque creemos que nadie podrá negar la altura y la pericia virtuosística de este gran artista.
El vigor y la sutileza de su impronta, aquí sí genuinamente masculina, el fraseo decantado, poético de su discurso quedará como uno de los más altos de esta temporada.
Verdaderamente semejante sesión de música quizá no admita ningún comentario extramusical. De igual manera la función periodística hace que no dejemos de lado ningún detalle que hace a este concierto llevado a cabo en la bella sala Astor Piazzolla del Teatro Argentino, para la que habrá que pensar alguna solución por la extrema estrechez de las hileras de sus butacas, algo realmente incómodo para el paso cuando los demás espectadores ya están ubicados.
En referencia al look de Mischa Maisky a más de un espectador le habrá llamado la atención su forma de vestirse para su presentación platense. Ataviado con pantalón negro y una chaqueta -ambos plisados- para el primer número, para el segundo -previo cambio de la butaca en la que estaba sentado y que producía un perceptible y molesto ruido- trocó la blusa gris por una negra, con parecidos detalles geométricos. La segunda parte fue algo más audaz. Una suerte de kimono azul eléctrico, también con detalles plisados despertaron algunos alaridos de los jóvenes espectadores, que los había y muchos, gracias a Dios, en la sala. Para los últimos saludos completó su ropaje con un abanico que le daba aire a tanto calor acumulado en el exigente recital.
Admiramos su desinhibición expresa, que debe responder a un gusto personal o a la adhesión a alguna religión orientalista practicada por el artista de Riga. Fue notable asimismo su respiración acompañando las inflexiones de la música, seguramente respondiendo al yoga que practica sin ninguna duda. Una sesión totalmente atípica que no sólo tuvo que ver con las formas, naturalmente.
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