16 de junio de 2000
"ISABEL SIN CORONA", de Kado Kostzer, unipersonal interpretado por Elena Tasisto. Voces en off: Antonio Carrizo e Irene Almus. Escenografía, ambientación y vestuario: Sergio García Ramírez. Realización escenográfica: Pablo Ferro. Diseño de iluminación: Roberto Traferri; Peinados: Ricardo Fasan. Maquillaje: Alberto Schuster. Pinturas: Rafael Landea; Asistente de dirección: Adriana Estol. Puesta en escena y dirección general: Kado Kostzer. Sala Astor Piazzolla, Teatro Argentino de La Plata.
Si existiera un Club de Fans de la familia real inglesa, la protagonista de este monólogo sería -sin lugar a dudas- su presidenta y socia fundadora. Isabel -tocaya, por decisión propia, de la Princesa homónima (año 1948)- remienda la ropa que le manda un tintorero japonés. Atrás quedaron los buenos tiempos de sombrerera de señoras pudientes. Lo de ahora son ruedos, botamangas, dobladillos, cambio de cuellos y puños, zurcidos sobre zurcidos; no son épocas de andar tirando la ropa así porque sí.
Esta vida chata, gris y rutinaria parece no deprimirla, porque Isabel tiene otra vida paralela, mucho más excitante y glamorosa que su triste existencia de modista de barrio. Ella es fervorosa admiradora de la Corona Inglesa, por la que siente absoluta devoción. No hay detalle ni pormenor de la realeza británica que se le escape. Su más preciado tesoro son los álbumes repletos de recortes y fotos de todos sus miembros. Si participara en un programa de preguntas y respuestas sobre ese tema, Isabel arrasaría con todos los premios.
La suerte (?) quiso que la muchacha quedara embarazada justo cuando la Princesa Isabel espera su primogénito. ¿Qué importancia tiene que el padre de la criatura no dé señales de vida? No va a ser la primera ni la última madre soltera del planeta. Además, tal vez estaba escrito que ella y su ídola debieran parir a la par. ¿No sería éste un designio astral?
Pero su hijo (bautizado Carlos, como no podía ser de otra manera) dista mucho del prolijo Principito. Niño díscolo, con problemas de conducta, el Carlitos porteño se convierte en adolescente rebelde y luego en joven descarriado. Inconstante, vago, burrero, ladronzuelo, rodeado de mala junta, su final es coherente y previsible. Salvo para su madre, claro está, que siempre ha vivido con una venda en los ojos; venda que -al caerse- trae aparejado el desmoronamiento de su vida de ilusión y fantasía, como un frágil castillo de naipes.
Esta lograda y vigente obra de Kado Kostzer nos habla del cholulismo endémico que, en mayor o menor medida, padecemos los argentinos (por no incluir a los habitantes de todo el planeta). De no ser así, ¿existirían tantas revistas de Ricos y Famosos, tantos cazadores de autógrafos, tantos insoportables "movileros", tantos indiscretos "papparazzi", tantos programas de chismes en los que se desnuda impúdicamente la intimidad de las celebridades (quienes, a su vez, se prestan gustosos al juego)? ¿No será acaso la farándula la Realeza del subdesarrollo?
Cuando no se tiene vida ni proyectos propios, se viven los ajenos como propios. Lo que se dice una existencia vicaria. Por algo siempre han tenido tan alto nivel de audiencia los culebrones, esos interminables y tortuosos melodramas televisivos que parecen tener una sola línea argumental con mínimas variantes, y que hacen que el ama de casa sensible rocíe con sus propias lágrimas la ropa que está planchando.
Si algo caracteriza la interpretación de Elena Tasisto en "Isabel sin corona" es la delicada sutileza con que aborda la composición de su personaje. Sobria, contenida, medida, apela al pequeño gesto, al detalle casi imperceptible, para traducir el mundo interior de Isabel. Es justamente ese deliberado tono menor lo que la torna creíble y suscita la ternura, la complicidad y la compasión del espectador.
La puesta en escena y dirección de Kostzer también elige la falta de estridencia, el toque cotidiano, el apunte costumbrista, para retratar una realidad fácilmente reconocible. Cuenta para ello con la muy lograda escenografía de García Ramírez, que recrea con rigurosa fidelidad un modesto departamento de los '50. El escenógrafo es responsable asimismo de la copiosa y muy pintoresca muestra "El mundo de Isabel" que se exhibe en el foyer, excelente oportunidad para asomarse a la intimidad de la familia real, y compartir por un ratito la pasión de esta Isabel "made in Argentina".
Irene Bianchi
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20000616/espectaculos13.html
"ISABEL SIN CORONA", de Kado Kostzer, unipersonal interpretado por Elena Tasisto. Voces en off: Antonio Carrizo e Irene Almus. Escenografía, ambientación y vestuario: Sergio García Ramírez. Realización escenográfica: Pablo Ferro. Diseño de iluminación: Roberto Traferri; Peinados: Ricardo Fasan. Maquillaje: Alberto Schuster. Pinturas: Rafael Landea; Asistente de dirección: Adriana Estol. Puesta en escena y dirección general: Kado Kostzer. Sala Astor Piazzolla, Teatro Argentino de La Plata.
Si existiera un Club de Fans de la familia real inglesa, la protagonista de este monólogo sería -sin lugar a dudas- su presidenta y socia fundadora. Isabel -tocaya, por decisión propia, de la Princesa homónima (año 1948)- remienda la ropa que le manda un tintorero japonés. Atrás quedaron los buenos tiempos de sombrerera de señoras pudientes. Lo de ahora son ruedos, botamangas, dobladillos, cambio de cuellos y puños, zurcidos sobre zurcidos; no son épocas de andar tirando la ropa así porque sí.
Esta vida chata, gris y rutinaria parece no deprimirla, porque Isabel tiene otra vida paralela, mucho más excitante y glamorosa que su triste existencia de modista de barrio. Ella es fervorosa admiradora de la Corona Inglesa, por la que siente absoluta devoción. No hay detalle ni pormenor de la realeza británica que se le escape. Su más preciado tesoro son los álbumes repletos de recortes y fotos de todos sus miembros. Si participara en un programa de preguntas y respuestas sobre ese tema, Isabel arrasaría con todos los premios.
La suerte (?) quiso que la muchacha quedara embarazada justo cuando la Princesa Isabel espera su primogénito. ¿Qué importancia tiene que el padre de la criatura no dé señales de vida? No va a ser la primera ni la última madre soltera del planeta. Además, tal vez estaba escrito que ella y su ídola debieran parir a la par. ¿No sería éste un designio astral?
Pero su hijo (bautizado Carlos, como no podía ser de otra manera) dista mucho del prolijo Principito. Niño díscolo, con problemas de conducta, el Carlitos porteño se convierte en adolescente rebelde y luego en joven descarriado. Inconstante, vago, burrero, ladronzuelo, rodeado de mala junta, su final es coherente y previsible. Salvo para su madre, claro está, que siempre ha vivido con una venda en los ojos; venda que -al caerse- trae aparejado el desmoronamiento de su vida de ilusión y fantasía, como un frágil castillo de naipes.
Esta lograda y vigente obra de Kado Kostzer nos habla del cholulismo endémico que, en mayor o menor medida, padecemos los argentinos (por no incluir a los habitantes de todo el planeta). De no ser así, ¿existirían tantas revistas de Ricos y Famosos, tantos cazadores de autógrafos, tantos insoportables "movileros", tantos indiscretos "papparazzi", tantos programas de chismes en los que se desnuda impúdicamente la intimidad de las celebridades (quienes, a su vez, se prestan gustosos al juego)? ¿No será acaso la farándula la Realeza del subdesarrollo?
Cuando no se tiene vida ni proyectos propios, se viven los ajenos como propios. Lo que se dice una existencia vicaria. Por algo siempre han tenido tan alto nivel de audiencia los culebrones, esos interminables y tortuosos melodramas televisivos que parecen tener una sola línea argumental con mínimas variantes, y que hacen que el ama de casa sensible rocíe con sus propias lágrimas la ropa que está planchando.
Si algo caracteriza la interpretación de Elena Tasisto en "Isabel sin corona" es la delicada sutileza con que aborda la composición de su personaje. Sobria, contenida, medida, apela al pequeño gesto, al detalle casi imperceptible, para traducir el mundo interior de Isabel. Es justamente ese deliberado tono menor lo que la torna creíble y suscita la ternura, la complicidad y la compasión del espectador.
La puesta en escena y dirección de Kostzer también elige la falta de estridencia, el toque cotidiano, el apunte costumbrista, para retratar una realidad fácilmente reconocible. Cuenta para ello con la muy lograda escenografía de García Ramírez, que recrea con rigurosa fidelidad un modesto departamento de los '50. El escenógrafo es responsable asimismo de la copiosa y muy pintoresca muestra "El mundo de Isabel" que se exhibe en el foyer, excelente oportunidad para asomarse a la intimidad de la familia real, y compartir por un ratito la pasión de esta Isabel "made in Argentina".
Irene Bianchi
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20000616/espectaculos13.html
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