6 de junio de 2000
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Cuando se abrió el telón, allí estaba. Vincha, jeans, zapatillas. Informal e inmóvil' Y arrancó con aquel "Puedo aprender de memoria/ con mi boca tu cuerpo/ muchacha de abril". 30 años atrás esa letra fue provocadora. Y hoy, ni los más mimosos folcloristas se atreven a tanto. Porque lo de Favio siempre fue intento, ruptura, tanteo y desafío. Después, llegó todo lo demás.
Su voz arriba está bien. Fuerte y sonora, como siempre. Con ese trazo indomable y desprolijo que fueron su sello. En la media voz casi ni se escucha porque su dicción le juega una mala pasada.
Pero las 500 personas que ocuparon la mitad del Coliseo le rindieron el tributo de un lealtad a prueba de años y tormentas. "Soy un cantor popular de vuelo bajito", dijo Favio, para definir claramente su impronta. Fue un diferente y lo sigue siendo. Siempre más allá del borde y despreciando los circuitos regulares de la exposición y el mercado. Un inclasificable de grandes impactos, un artista forjado a borbotones que a veces choca y a veces pide sosiego. Sus canciones le cantan al amor. Al que se fue, al que está, al que quizá llegue. Y sólo apeló a temas ajenos cuando miró el paso del tiempo, buscando señales para seguir el camino: trajo del oriental Carabajal la inolvidable "Chiquilladas", para evocar esa niñez, "cuando éramos felices con pequeñas cosas"; le pidió prestado a Aznavour "La Bohemia", para recordar la juventud bulliciosa y creativa de los 60; y brindó una emocionada versión de un recordado tango ("Es la última farra de mi vida/ de mi vida muchachos que se fue") para intentar la melancolía de un suave adiós. Y de paso, para enseñar que hay muchos buenos tangos más allá de "Naranjo en flor", "Como dos extraños" y "Los mareados", paradas agotadas e inevitables de todo tanguero recién llegado.
Hace más de treinta años, Favio integraba junto a Sandro y Palito Ortega un colosal y exitoso trío de cantantes populares. Llenaban todo y vendían lo que querían. Después la vida los separó, pero cada uno siguió siendo fiel a esa imagen acuñada en su juventud: Sandro en la balada amorosa, Palito con esa música orillera que anunciaba la bailante, y Favio cultivando la mezcla de rebelde, desordenado y romántico, un tipo al que su talento lo impulsó siempre más lejos, aunque sin cuidar las formas ni los límites.
Los que lo siguen fueron a reencontrar un artista que ha dejado su marca personal en todo lo que emprendió. Fue un actor de éxito a fines de los 50, un cantante de inmensa popularidad diez años después y acaso el mejor cineasta de todos en los 70. Lo suyo es intuición, audacia, creatividad, desafío, pero sobre el dibujo a contramano de un solitario empedernido capaz de hermanarse a fondo con un público fraternalmente identificado con su "popularidad y su vuelo bajito".
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20000606/espectaculos3.html
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Cuando se abrió el telón, allí estaba. Vincha, jeans, zapatillas. Informal e inmóvil' Y arrancó con aquel "Puedo aprender de memoria/ con mi boca tu cuerpo/ muchacha de abril". 30 años atrás esa letra fue provocadora. Y hoy, ni los más mimosos folcloristas se atreven a tanto. Porque lo de Favio siempre fue intento, ruptura, tanteo y desafío. Después, llegó todo lo demás.
Su voz arriba está bien. Fuerte y sonora, como siempre. Con ese trazo indomable y desprolijo que fueron su sello. En la media voz casi ni se escucha porque su dicción le juega una mala pasada.
Pero las 500 personas que ocuparon la mitad del Coliseo le rindieron el tributo de un lealtad a prueba de años y tormentas. "Soy un cantor popular de vuelo bajito", dijo Favio, para definir claramente su impronta. Fue un diferente y lo sigue siendo. Siempre más allá del borde y despreciando los circuitos regulares de la exposición y el mercado. Un inclasificable de grandes impactos, un artista forjado a borbotones que a veces choca y a veces pide sosiego. Sus canciones le cantan al amor. Al que se fue, al que está, al que quizá llegue. Y sólo apeló a temas ajenos cuando miró el paso del tiempo, buscando señales para seguir el camino: trajo del oriental Carabajal la inolvidable "Chiquilladas", para evocar esa niñez, "cuando éramos felices con pequeñas cosas"; le pidió prestado a Aznavour "La Bohemia", para recordar la juventud bulliciosa y creativa de los 60; y brindó una emocionada versión de un recordado tango ("Es la última farra de mi vida/ de mi vida muchachos que se fue") para intentar la melancolía de un suave adiós. Y de paso, para enseñar que hay muchos buenos tangos más allá de "Naranjo en flor", "Como dos extraños" y "Los mareados", paradas agotadas e inevitables de todo tanguero recién llegado.
Hace más de treinta años, Favio integraba junto a Sandro y Palito Ortega un colosal y exitoso trío de cantantes populares. Llenaban todo y vendían lo que querían. Después la vida los separó, pero cada uno siguió siendo fiel a esa imagen acuñada en su juventud: Sandro en la balada amorosa, Palito con esa música orillera que anunciaba la bailante, y Favio cultivando la mezcla de rebelde, desordenado y romántico, un tipo al que su talento lo impulsó siempre más lejos, aunque sin cuidar las formas ni los límites.
Los que lo siguen fueron a reencontrar un artista que ha dejado su marca personal en todo lo que emprendió. Fue un actor de éxito a fines de los 50, un cantante de inmensa popularidad diez años después y acaso el mejor cineasta de todos en los 70. Lo suyo es intuición, audacia, creatividad, desafío, pero sobre el dibujo a contramano de un solitario empedernido capaz de hermanarse a fondo con un público fraternalmente identificado con su "popularidad y su vuelo bajito".
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20000606/espectaculos3.html
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