“¿Quién, entre los entendidos, no se ha preguntado cómo surgió la danza moderna?, ¿cómo pudo originarse esta innovadora forma de bailar tan libre, tan polémica (en ciertas ocasiones) y tan disímil al ballet clásico?”
Por María Jimena Molina
Alvin Ailey, compañía con sede de Nueva
Quizás nunca hubo un hecho puntual que le diera un formal comienzo a este estilo de baile; de hecho, ni siquiera el propio concepto de “danza moderna” ha tenido una definición precisa y exacta. Los historiadores la han catalogado como una forma de la danza teatral de occidente que se ha desarrollado, casi por entero, fuera de la tradición del ballet tradicional. Aquí, no se trata de un sistema técnico rígido sino de una forma de moverse en la que predomina una pluralidad de estilos, escuelas, vestuarios, escenografías y hasta incita a los bailarines a armar sus propias coreografías.
Los primeros tiempos de la danza moderna se remontan a principios del siglo XX, aunque su mayor augen se ubica entre 1920 y 1930. Fueron días de aventuras, puesto que los coreógrafos de la época inventaban los bailes a medida que trabajaban, en el momento. Ahora bien, es preciso preguntarse ¿qué fue lo que los llevó, a estos pioneros, a alejarse de la danza clásica y tomar el nuevo camino? Es cierto que este estilo de danza fue surgiendo gradualmente como consecuencia de un proceso que aún continúa evolucionando. El primer paso fue lograr un distanciamiento y desapego de la danza clásica, a la que consideraban conservadora, estructurada, retrógrada y trivial. Tanto en Estados Unidos como en Alemania, la danza moderna empezó a tener un mayor impulso, ya que no sólo se formaron las primeras compañías sino que, además, surgieron diversas escuelas que fueron creando los mismos bailarines modernos.
La tendencia fue siempre evitar cualquier movimiento, ya sea de brazos o piernas, que tuviera alguna coincidencia con el ballet consagrado. Si en éste las coreografías eran suaves y etéreas, aquél intentaba bailar de manera agresiva, sin vuelo y sin ningún encanto angelical.
Otro punto a tener en cuenta es que, en su mayor medida, los bailarines de danza moderna eran mujeres, salvo, por supuesto, algunas excepciones como Harold Kreutzberg en Alemania y Ted Shawn y Charles Weidman en Estados Unidos. El público no toleraba a los escasos hombres que se dedicaban a este arte; en cambio, sí aceptaba a las mujeres, aunque siempre ponía en duda sus virtudes dancísticas.
La danza moderna siempre tuvo como estandarte su enfoque sobre los poderes expresivos del movimiento. Todo era resaltado al máximo de las posibilidades de cada bailarín. Generalmente, la música era compuesta con posterioridad a la creación de la coreografía, otro ítem que refleja la disimilitud con el ballet clásico. El énfasis dominante de la música compuesta para la danza naciente se ponía, sea dicho de paso, en la percusión rítmica. A su vez, se le adosaba al baile un vestuario pobre, simple y sin ningún tipo de refinamiento.
Como anteriormente se mencionó, la danza moderna predominó en Estados Unidos y en Alemania, aunque en este último país los bailarines tuvieron que abstenerse de expresar su arte a partir de un determinado momento, como consecuencia lamentable del totalitarismo nazi, tan proclive a despreciar, prohibir y reprimir todas la búsquedas artísticas experimentales, bajo la triste y antidemocrática excusa de que el arte moderno era pura decadencia del liberalismo, tal y como lo afirmara el propio Hitler. Sin embargo, durante la segunda guerra mundial, la danza moderna fue evolucionando cada vez más en Estados Unidos.
Un ejemplo de ese progreso es la legendaria Martha Graham, la estrella que más brillo desplegó para iluminar el camino en ciernes. Su nombre es sinónimo de danza moderna. Por tanto, es preciso hacer un pequeño paréntesis y enfocar brevemente la vida de esa gran artista. Martha nació en Pittsburgh. Su padre era un médico especialista en trastornos neurológicos y siempre advertía a su pequeña que nunca debía mentirle, ya que él se daría cuenta. Tal parecer hizo que ella siempre se mantuviera fiel a la consigna de decir siempre la verdad, evitando a toda costa la hipocresía. En efecto, siempre siguió el dictamen de sus propias creencias artísticas en cada coreografía que montaba, a pesar de que al público del momento no le agradaran sus obras. Martha se crió en una atmósfera presbiterana, pero esto cambió cuando la familia Graham se mudó a California. Allí, la joven asistió por primera vez a un espectáculo de danza en el que bailaba Ruth St. Denis y, en tal actuación, descubrió que quería bailar. Al terminar la escuela secundaria Martha se presentó en la escuela “Denishawn”. Allí creció y se formó como una bailarina profesional hasta que se independizó para comenzar a armar sus propias obras y a enseñar (sus clases también incluían aprender a tirarse de una escalera bien alta sin lastimarse).
Su técnica, tildada de “angulosa”, se fue construyendo a medida que creaba sus coreografías, tal como lo hicieron los artistas modernos de vanguardia. Martha se destacó por hacer movimientos cargados de tensión, temblores, sacudidas, siempre enfocados en la respiración. Este tema fue fundamental para ella, puesto que se dedicó a estudiar los movimientos que hace nuestro cuerpo cuando inspiramos y exhalamos y luego los incorporó a sus bailes.
Años más tarde, sus obras se fueron suavizando, adquiriendo otros matices. También perfeccionó la música que adoptaba para sus obras; de hecho, muchos artistas de la época compusieron hermosas piezas para ella, como es el caso de Aaron Copland, quien confeccionó una maravillosa pieza musical, quizás la mejor partitura que le hicieron a Martha a lo largo de toda su carrera (Appalachian Spring, 1944).
Graham creó danzas dramáticas, en las cuales los personajes primarios de tales obras eran extraídos de la historia, la literatura y la mitología. Otra forma que tenía de trabajar Martha era escoger un personaje, dividirlo en varias facetas y que esa facetas fueran representadas por diferentes bailarines.
Lo cierto es que Martha Graham fue siempre una figura controversial, amada por muchos y criticada por otros. Pero no fue la única figura relevante del momento. También es menester señalar el trabajo que realizaron otras artistas importantes de aquella época como Helen Tamiris, quien revalorizó la cultura negra en sus bailes; Doris Humphrey, quien se caracterizó por la técnica del equilibrio; José Limón y otros más.
Con el paso de los años la danza moderna fue perdiendo su brillo. Muchos bailarines jóvenes declararon que aquella danza se había convertido en una pantomima y había olvidado la premisa por la cual surgió este nuevo arte: la pasión por el movimiento. No olvidemos que en los albores de este estilo de danza, los bailarines expresaban con sus cuerpos diversos estados de ánimo, emociones, sentimientos y hasta se atrevían a hacer denuncias en sus obras.
Pero, para algunos, todo esto había terminado y como reacción hacia ese debilitamiento de la danza moderna, numerosos coreógrafos tuvieron como objetivo crear obras abstractas, sin ningún tipo de narraciones o evocaciones, algo totalmente innovador y distinto de lo que se venía viendo hasta el momento.
A partir de entonces, las referencias argumentales brillaron por su ausencia. Incluso, tampoco importaba representar alguna configuración emocional específica. Se trataba, pues, del movimiento por el movimiento. Al público le correspondería, en todo caso, dar rienda suelta a su propia imaginación interpretativa. Este renacimiento de la experimentación en la danza moderna comienza a darse con fuerza durante la década de 1950 (Erik Hawkins, Merce Cunningham).
Pero en algún momento impreciso del tiempo ya no se habló más de danza moderna sino de danza contemporánea. La nueva expresión acaso puede servir para designar un nuevo clima de libertad en el que no hay una tendencia más de avanzada o más legítima que la otra, una época en la que pueden convivir la abstracción y la vieja argumentación. Actualmente, los bailarines seguidores de las escuelas fundantes de danza moderna desarrollan con histrionismo diversas obras en las que prevalecen numerosos movimientos, desde los más simples hasta los más complejos, usando cualquier tipo de música, ya sea rítmica o melódica, y algunos se han atrevido a utilizar partituras de los grandes maestros de la música clásica. Incluso, los escenarios usados por los intérpretes van desde los teatros convencionales hasta los lugares públicos de concurrencia masiva, como un parque, un museo, una estación de tren o la escalinata de un edificio estatal, y desde éstos hasta los pequeños recovecos de una iglesia. Todo es posible.
Lo que hace hermoso y enriquecedor a esta forma de bailar es la constante impredecibilidad de rumbos que cada obra puede adoptar, el continuo fluir de estilos, movimientos, músicas, vestuarios. Se asiste a la época en la que las diferentes tendencias de la danza contemporánea (anteriormente moderna) se entremezclan positivamente, a la par que, bajo el nuevo signo de los tiempos, la danza nueva y la clásica se comprenden mutuamente, se tornan dependientes la una de la otra, sobre todo a la hora de lograr una mejor performance y desarrollo del artista. Pero ello no quita que ya no haya lugar para el atrevimiento y la sorpresa de avanzada.
Como alguien dijo muy bien alguna vez: “…aunque las innovaciones de una era de la danza moderna están siendo asimiladas por el mundo de la danza (en general), hay nuevos coreógrafos que están abriendo nuevos surcos. La danza no sería tal si no estuviese en ese estado de constante fermentación”.
Fuente: http://www.quehayendanza.com.ar/MARZO%202012.pdf
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