Escenarios / Mirar sin ver
Anular por un rato la vista para afinar los restantes sentidos es el objetivo de los espectáculos de "teatrociego". Dos propuestas en el circuito porteño muestran las diversas posibilidades del género
Por Natalia Gelós | Para LA NACION
Cuando se cierran los ojos, se abre el telón. En realidad, no hay telón: hay oscuridad plena, y en esa negrura absoluta, los otros sentidos se despejan: hay sonidos, olores, sensaciones. Por estos días, hay dos caminos para conocer el "teatro ciego": la obra Ojos cerrados , de la compañía AviTantes, en el teatro La Comedia, y Diálogo en la oscuridad , una exhibición que se realiza en diversas ciudades del mundo y que aquí tiene lugar en la Ciudad Cultural Konex. El primero embarca al espectador en una especie de viaje onírico, una avalancha sensorial que no se atiene a una trama estructurada, sino que estimula el subconsciente. El segundo, en cambio, busca concientizar al visitante sobre lo que significa carecer de visión. Lo hace de la manera más efectiva: lo pone en escena. Así, el espectador deambula por una ciudad a oscuras, por un barco, por un parque, sólo asistido por un bastón y por su sentido del tacto. Cuenta con la ayuda de un guía, que es ciego, pero que sabe moverse con destreza en esa carrera de obstáculos en que puede convertirse el andar cotidiano. Los dos espectáculos persiguen diferentes objetivos a partir de una idea similar: despertar los otros sentidos, aunque sólo sea por un rato.
"Se trata de confiar, de entregarse..." Es sábado a la noche y uno de los AviTantes les habla a los espectadores minutos antes de la función de Ojos cerrados . Entre el público se percibe cierto nerviosismo, un estado de alerta sutil pero palpable, que vibra en el ambiente y crece cuando comienza el ingreso a la sala, cuando los ojos, ahora sí, son tapados con un antifaz. De no se sabe dónde, aparecen un brazo y una mano que guían a los recién llegados con suavidad hacia alguna dirección. Podría ser el norte o el sur. Lo mismo da. Lo cierto es que ahí quedamos sentados, a la espera de que algo, no se sabe bien qué, empiece.
El espectáculo es una sucesión de, como ellos los llaman, "paquetes sensoriales", o "significantes plenos". Son "estímulos flotantes", una oleada de aromas, sonidos, música, cantos, destinados a influir en la imaginación de quienes la reciben. La escena puede transcurrir en el patio de una escuela, en un templo budista en el bosque helado de alguna ciudad japonesa. La acción se puede estar desarrollando en un castillo del Medioevo o en una taberna regenteada por hadas perversas, en una kermés, bajo la lluvia mansa de una noche de verano. Puede ser algo de esto o no. Porque no hay trama, ni diálogos, ni significados fijos. Todo está ahí, a la espera de que el público le dé forma.
Ojos cerrados es la culminación de una década de trabajo del grupo AviTantes, que hizo sus primeras exploraciones desde la improvisación. "Propusimos que cerraran los ojos para que se abriera la percepción. Después se nos ocurrió que era necesaria una relajación previa. De alguna manera, tratábamos de ablandar a los espectadores, de afinarlos, de que se desintoxicaran del ruido de todos los días. Después de mucho improvisar juntamos toda la experiencia y armamos una obra con paquetes sensoriales. Uno de nosotros se sentaba en el medio de la ronda con los ojos cerrados y recreaba un texto que nos había gustado. Elegíamos los que mejor funcionaban. Así fue surgiendo la obra. Después les agregamos olores a los sonidos. En la primera función, les pedimos a los espectadores que cerraran los ojos, pero la segunda ya fue con venda, porque algunos los abrían y eso los hacía volver a la tierra. Ahora hay una estructura fija, pero mantenemos momentos abiertos, para improvisar", cuentan los integrantes del grupo.
Se podría decir que en las funciones hay dos mundos: el del público, que recibe estímulos con los que dibuja escenas imaginarias, y el de ellos, los AviTantes, que circulan por ahí, como productores pero también como testigos de un espectáculo diferente. Ellos sí ven a los espectadores, expectantes, con sus antifaces, tienen acceso a la intimidad de esas personas abandonas a sus mundos internos: "Nos damos cuenta de la enorme responsabilidad que esto representa. La persona nos está dando su confianza. Está entregada. Lo ves hasta en la actitud corporal. Es un tesoro lo que tenemos ahí. Si notamos que una persona se emociona, dejamos de cantar o de hacer lo que estemos haciendo y nos quedamos con ella. Uno tiene que tratar de ponerse una venda interior para sentir esa energía. Es como transformarse en el canal de la emoción ajena", explican.
Cargando energía
En la Ciudad Cultural Konex, un jueves por la tarde, hombres y mujeres esperan vivir una hora diferente. Ignoran lo que ocurrirá. En los momentos previos al comienzo de Diálogo en la oscuridad , el guía, que es no vidente, muestra a los asistentes dónde están sus bastones blancos. Se presenta. Advierte que, en breves minutos, su voz será la única brújula. Al entrar en la sala, la oscuridad es cerrada. Aquí no hay antifaces: no es necesario. Ni un mínimo haz de luz se filtra en el ambiente. Uno tiende a cerrar los ojos: un reflejo innecesario, que se tiene porque la oscuridad intimida. Pero abrirlos o cerrarlos da igual: todo es negro, impenetrable, una especie de nada en la que se pierde noción hasta del propio cuerpo. Después de unos minutos de adaptación, el guía indica la primera parte del recorrido: un bosque o un parque, algo con plantas, con agua, con pájaros. Al menos eso es lo que nos sugieren los pies, que deben desplazarse sobre pequeñas piedras; las manos, que tocan plantas, y los oídos, que escuchan el canto de los pájaros. El guía controla la situación, pregunta cómo están todos, recuerda los nombres. Tranquiliza saber que él sabe dónde estamos. Hay titubeos, dos o tres personas chocan en una esquina, se piden disculpas, siguen su exploración. Viene a la mente Ensayo de la ceguera , la novela de José Saramago en la que un día, porque sí, todo el mundo enceguece. ¿Dónde termina el cuerpo? ¿Qué espacio ocupa realmente?
Diálogo en la oscuridad parte de una premisa: hay una cultura poco conocida, la de las personas ciegas o parcialmente ciegas, un planeta sin imágenes, y el objetivo es iniciar al visitante, al sujeto que viene de una cultura en la que predomina lo visual, en ese mundo.
Esta exhibición, que nació en 1988, es la creación de Andreas Heinecke, un periodista alemán. Ya ha sido presentada en más de 110 ciudades. Heinecke buscó integrar los dos mundos y generar, además, trabajo para los guías no videntes. El recorrido dura cerca de una hora. Hay nueve guías que se ponen al frente de los distintos grupos que recorren la exposición. El destino final es un bar, también a ciegas, en el que se puede tomar o comer algo mientras se habla con la persona que guió al grupo, que se ofrece a las preguntas de los visitantes. Es interesante este momento, porque en la oscuridad las preguntas circulan desinhibidas: "¿Cómo soñás?", "¿Tenés novia?", "¿Cómo hacés para andar solo por la ciudad", "¿Cómo te quedaste ciego?". El guía responde con naturalidad. Por ejemplo, Diego Morel, que tiene 19 años, que es ciego casi desde su nacimiento y que practica varios deportes -equitación, atletismo, fútbol, natación-, dice: "Vivo a todo o nada. Soy osado, trato de manejarme lo más independientemente posible", y: "Los colores no tienen tanta importancia como aparentan". Todo cumple con el objetivo de la muestra. Bruno Lehmann, responsable de la organización, lo explica: "Esto ha estado en varios países. La integración social está planteada desde la empatía, desde el respeto al otro. La idea es salir lleno de energía. Hay entretenimiento, pero se deja un mensaje. Uno viene acá a divertirse, a pasar un buen rato y, como bonus track , está el mensaje de inclusión, que no es solemne".
Son trayectos diferentes, sí. Ojos cerrados es un viaje interno, hacia los laberintos personales. Diálogo en la oscuridad hace el recorrido inverso: el visitante es arrojado al mundo del otro, a un mundo no visual. Ambos, sin embargo, movilizan en igual medida y justifican preguntas que podrían parecer imposibles antes de asistir a estos espectáculos: ¿hasta qué punto la vista no es una limitación? ¿Cuánto nos adormece abandonarnos a la mirada? Es inmenso el camino para explorar fuera del predominio de las imágenes. La Argentina lleva cierto camino transitado. Aquí nacieron obras como la cordobesa Caramelo de limón , creada por Ricardo Sued en 1991, y el ya clásico Teatro Ciego, en el que José Menchaca adaptó La isla desierta , de Roberto Arlt, de la mano de Gerardo Bentatti y del grupo Ojcuro, formado en 2001 a través de una convocatoria de la Biblioteca Nacional para Ciegos. Todos prueban que en la oscuridad, qué ironía, pueden esconderse luces deslumbradoras.
Diálogo en la oscuridad
Durante marzo, miércoles a domingos de 17 a 22 (los miércoles, degustaciones de vino entre las 19 y las 22). En Ciudad Cultural Konex. Sarmiento 3131.
Ojos cerrados
Jueves a las 21. Viernes y sábados a las 23. En La Comedia, Rodríguez Peña 1062
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1458215-ojos-bien-cerrados
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