Publicado el 27 de Octubre de 2010
Por Mercedes Méndez
Una fábrica en actividad, una ferretería y hasta un vestuario sirven de escenario para la representación. Las ventajas de la propuesta y la búsqueda de un espectador despierto.
Como en cualquier otro día de trabajo, los lunes a las 18, los obreros de la fábrica de aluminio IMPA, en Almagro, apagan las máquinas y terminan con su jornada laboral. Pero en este espacio recuperado por los trabajadores, que desde hace 49 años funciona como una cooperativa, la actividad no se termina. Una hora más tarde, la sala de corrugado entra en metamorfosis: si en ese lugar antes se hacían paneles y planchas de material, ahora es copado por un elenco de ocho actores que comienza a preparase y a encender 320 velas para iluminar la obra de teatro La Anticrista y las langostas contra los vírgenes encratitas.
El caso del IMPA –donde además de esta pieza los fines de semana se realizan otras ocho puestas teatrales– es un ejemplo de la búsqueda de los directores más jóvenes por desarrollar espectáculos en espacios no convencionales. Con más de 120 funciones y cerca de cumplir dos años en cartel, la obra Un Hueco se presenta tres veces por semana a sala llena en el área de vestuarios del Club Estrella de Maldonado, en Palermo. Hace unos días, se estrenó PH, un lugar común, una obra que funciona en una casa chorizo de Palermo, donde la puerta de entrada y el patio forman parte del espacio escénico. Y en Elefante Club de Teatro hay espectáculos y muestras de arte en una vieja ferretería. Para los directores consultados por Tiempo Argentino, las intenciones son parecidas: lograr un espacio intimista, un vínculo más personal con el espectador y, sobre todo, sorprenderlo y sacarlo del tradicional rol de contemplación pasiva.
“No elegimos este lugar para hacernos los raros”, aclara el director y escritor Gonzalo Demaría, creador de La Anticrista y..., una obra de teatro que, además de innovar con el espacio, está escrita en verso, con una métrica muy precisa y, a su vez, explica el director, relata una historia contemporánea, por momentos vulgar. “Es cierto que esta fábrica recuperada por los obreros es un espacio no convencional para hacer teatro, pero a nosotros nos remite al mundo del teatro medieval y barroco, donde no existían salas teatrales sino que las obras se representaban en los patios de los municipios y en las plazas de los pueblos. Por eso, también recuperamos la tradición del teatro en verso, como una forma de tomar la tradición de los lugares públicos”, dice.
Este fenómeno tiene su origen en el movimiento Parakultural de los ’80 (ver recuadro) y se amplió a los barrios. Ahora, las casas, galpones, garages y hasta fábricas son utilizadas como salas de teatro. Por ejemplo, se encuentran en Balvanera (el teatro Calibán, de Norman Briski), La Boca (El Galpón de Catalinas), en Villa Crespo (Sala de Escalada) y en Palermo (como el mítico Sportivo Teatral de Ricardo Bartís). En muchos casos, los mismos directores acondicionan sus casas en salas teatrales, como El Piccolino del director Oscar Ferrigno, Timbre 4 (la primera casa de Claudio Tolcachir) o como reacondicionó su hogar el director Daniel Veronese y lo convirtió en la sala Fuga Cabrera. El nuevo teatro porteño se plantea como desafío hacer una obra en ámbitos cada vez más distintos y siempre con la idea rebelde de ir contra el sistema de las luces de la Avenida Corrientes.
Lejos de disimular las desventajas de representar una obra de teatro en una fábrica, Gonzalo Demaría las describe y defiende como una estrategia para lograr un espectador más activo. Cuenta que para ver su puesta, el público tiene que subir tres pisos por escalera, sentarse en una silla de plástico y hacer un gran esfuerzo por escuchar, porque se trata de un lugar con una pésima acústica. A esto, hay que agregarle lo complejo que resulta en esta época escuchar un texto en verso y mirar la escena a través de la luz de 320 velas que se prenden por función. Por más que sean muchas, no tienen la potencia de un equipo de luz de teatro. Para el director, “al principio el público se siente exigido, pero después se mete en la experiencia y es muy activo con lo que escucha y lo que ve. Son estas condiciones las que nos ayudan a lograr eso. Si estuviese en una silla afelpada de un teatro tradicional, tal vez se duerme.”
CUATRO PAREDES. A la obra Un Hueco, su director Juan Pablo Gómez la preparó para hacerla versátil a distintos ámbitos no teatrales, pero con una sola consigna: que el lugar, esté dónde esté, sea un vestuario. Así, la pieza se presentó en el vestuario de la Cancha de Atlanta, en el Club Atlético Rafaela y ahora en el Club Estrella de Maldonado, en el área del vestuario de visitantes, donde sólo entran 20 espectadores y con un enorme locker de fondo. “Hay un vestuario de hombres, que se utiliza durante la semana, y los fines de semana cuando no hay actividad lo usamos nosotros. No sería lo mismo si la hiciéramos en una sala, por más que pudiéramos reproducir de la misma manera la escenografía”, explica Gómez. Otro punto que destaca el director es que los espacios no teatrales permiten –además de trabajar el ambiente de otra manera– una regularidad que las obras de teatro independientes no tienen. “Por la alta producción que hay en Buenos Aires, las obras rotan constantemente. Las salas otorgan un tiempo de funciones determinado, no importa que todos los días se den a sala llena. Así, el elenco no amortiza y no se llega a desarrollar un verdadero boca a boca porque los espectáculos están muy poco tiempo en cartel. A nosotros, hacer una obra de teatro en un club nos permite llevar casi dos años de funciones sin interrupciones.”
El poco espacio también se destaca como positivo. Para el director de Un Hueco, que sólo 20 personas puedan ver este espectáculo genera una cercanía entre los actores y el público, que comparten el mismo espacio, sin cuarta pared. Esto desarrolla una predisposición diferente del público, incluso antes de que comience la obra. “El espectador está un poco adormecido de ver teatro en las mismas coordenadas. De alguna manera, con estas propuestas se renueva el contrato de expectación.”
ENTRE TORNILLOS Y PLANTAS. Aunque estas propuestas implican siempre menos espectadores por función, a cada una de las personas que llega a ver la obra la tratan de manera personal. En el Espacio Polonia, que inauguró hace poco el director Claudio Mattos, el público toca el timbre y es recibido con una copa de vino. En su última obra: PH, un lugar común, el espectador puede ver el patio y la puerta de entrada a la casa como espacios escénicos, donde transcurren parte de las acciones. “La gente puede ver el patio como la antesala de la obra y también la cocina. Hace tiempo que me empezó a interesar hacer teatro en cualquier lugar y generar esa intimidad. Los artistas de mi generación buscamos intervenir espacios existentes y trabajar con la geografía que propone el lugar”, cuenta Mattos.
Los directores Santiago Loza y Lisandro Rodríguez convirtieron una vieja ferretería en el espacio cultural Elefante Club de Teatro. “Es un cuadrado que pintamos de negro. Como una caja negra”, cuenta Rodríguez y describe su refugio como un rectángulo de siete por cuatro metros, un patio, un pequeño camarín, una antesala y dos baños. “Este espacio determina las obras. Te condiciona, se le ven los ojos a los actores, se siente el pulso, la respiración. Y nuestro interés es hacer un teatro pequeño, de cámara”, dice.
La escena de Buenos Aires, esa que es tan destacada por su variedad, su producciones y la enorme vocación de sus hacedores que luchan por crear, sin esperar mucho dinero a cambio, se vuelve a renovar con estas propuestas. Muchas de ellas, reniegan de su propia tradición teatral. “Acá sucede algo, no es teatro muerto, porque está vivo el espectador. Me cansé de ver obras de vena costumbrista, una tras otra del termo y el mate. Con esta propuesta, queríamos demostrar la tesis de que se puede hacer un teatro a contrapelo del costumbrismo que ganó las salas en los últimos años”, dice Demaría.
Además de la búsqueda de nuevos lenguajes, los espacios no convencionales son de por sí un gancho para el espectador. Según Juan Pablo Gómez: “Es la primera vez, que tengo una obra en la que no hace falta explicar de qué trata. A la gente le alcanza con saber que sucede en el vestuario de un club.”
Fuente: http://tiempo.elargentino.com/notas/teatro-que-le-escapa-sala-tradicional
Por Mercedes Méndez
Una fábrica en actividad, una ferretería y hasta un vestuario sirven de escenario para la representación. Las ventajas de la propuesta y la búsqueda de un espectador despierto.
Como en cualquier otro día de trabajo, los lunes a las 18, los obreros de la fábrica de aluminio IMPA, en Almagro, apagan las máquinas y terminan con su jornada laboral. Pero en este espacio recuperado por los trabajadores, que desde hace 49 años funciona como una cooperativa, la actividad no se termina. Una hora más tarde, la sala de corrugado entra en metamorfosis: si en ese lugar antes se hacían paneles y planchas de material, ahora es copado por un elenco de ocho actores que comienza a preparase y a encender 320 velas para iluminar la obra de teatro La Anticrista y las langostas contra los vírgenes encratitas.
El caso del IMPA –donde además de esta pieza los fines de semana se realizan otras ocho puestas teatrales– es un ejemplo de la búsqueda de los directores más jóvenes por desarrollar espectáculos en espacios no convencionales. Con más de 120 funciones y cerca de cumplir dos años en cartel, la obra Un Hueco se presenta tres veces por semana a sala llena en el área de vestuarios del Club Estrella de Maldonado, en Palermo. Hace unos días, se estrenó PH, un lugar común, una obra que funciona en una casa chorizo de Palermo, donde la puerta de entrada y el patio forman parte del espacio escénico. Y en Elefante Club de Teatro hay espectáculos y muestras de arte en una vieja ferretería. Para los directores consultados por Tiempo Argentino, las intenciones son parecidas: lograr un espacio intimista, un vínculo más personal con el espectador y, sobre todo, sorprenderlo y sacarlo del tradicional rol de contemplación pasiva.
“No elegimos este lugar para hacernos los raros”, aclara el director y escritor Gonzalo Demaría, creador de La Anticrista y..., una obra de teatro que, además de innovar con el espacio, está escrita en verso, con una métrica muy precisa y, a su vez, explica el director, relata una historia contemporánea, por momentos vulgar. “Es cierto que esta fábrica recuperada por los obreros es un espacio no convencional para hacer teatro, pero a nosotros nos remite al mundo del teatro medieval y barroco, donde no existían salas teatrales sino que las obras se representaban en los patios de los municipios y en las plazas de los pueblos. Por eso, también recuperamos la tradición del teatro en verso, como una forma de tomar la tradición de los lugares públicos”, dice.
Este fenómeno tiene su origen en el movimiento Parakultural de los ’80 (ver recuadro) y se amplió a los barrios. Ahora, las casas, galpones, garages y hasta fábricas son utilizadas como salas de teatro. Por ejemplo, se encuentran en Balvanera (el teatro Calibán, de Norman Briski), La Boca (El Galpón de Catalinas), en Villa Crespo (Sala de Escalada) y en Palermo (como el mítico Sportivo Teatral de Ricardo Bartís). En muchos casos, los mismos directores acondicionan sus casas en salas teatrales, como El Piccolino del director Oscar Ferrigno, Timbre 4 (la primera casa de Claudio Tolcachir) o como reacondicionó su hogar el director Daniel Veronese y lo convirtió en la sala Fuga Cabrera. El nuevo teatro porteño se plantea como desafío hacer una obra en ámbitos cada vez más distintos y siempre con la idea rebelde de ir contra el sistema de las luces de la Avenida Corrientes.
Lejos de disimular las desventajas de representar una obra de teatro en una fábrica, Gonzalo Demaría las describe y defiende como una estrategia para lograr un espectador más activo. Cuenta que para ver su puesta, el público tiene que subir tres pisos por escalera, sentarse en una silla de plástico y hacer un gran esfuerzo por escuchar, porque se trata de un lugar con una pésima acústica. A esto, hay que agregarle lo complejo que resulta en esta época escuchar un texto en verso y mirar la escena a través de la luz de 320 velas que se prenden por función. Por más que sean muchas, no tienen la potencia de un equipo de luz de teatro. Para el director, “al principio el público se siente exigido, pero después se mete en la experiencia y es muy activo con lo que escucha y lo que ve. Son estas condiciones las que nos ayudan a lograr eso. Si estuviese en una silla afelpada de un teatro tradicional, tal vez se duerme.”
CUATRO PAREDES. A la obra Un Hueco, su director Juan Pablo Gómez la preparó para hacerla versátil a distintos ámbitos no teatrales, pero con una sola consigna: que el lugar, esté dónde esté, sea un vestuario. Así, la pieza se presentó en el vestuario de la Cancha de Atlanta, en el Club Atlético Rafaela y ahora en el Club Estrella de Maldonado, en el área del vestuario de visitantes, donde sólo entran 20 espectadores y con un enorme locker de fondo. “Hay un vestuario de hombres, que se utiliza durante la semana, y los fines de semana cuando no hay actividad lo usamos nosotros. No sería lo mismo si la hiciéramos en una sala, por más que pudiéramos reproducir de la misma manera la escenografía”, explica Gómez. Otro punto que destaca el director es que los espacios no teatrales permiten –además de trabajar el ambiente de otra manera– una regularidad que las obras de teatro independientes no tienen. “Por la alta producción que hay en Buenos Aires, las obras rotan constantemente. Las salas otorgan un tiempo de funciones determinado, no importa que todos los días se den a sala llena. Así, el elenco no amortiza y no se llega a desarrollar un verdadero boca a boca porque los espectáculos están muy poco tiempo en cartel. A nosotros, hacer una obra de teatro en un club nos permite llevar casi dos años de funciones sin interrupciones.”
El poco espacio también se destaca como positivo. Para el director de Un Hueco, que sólo 20 personas puedan ver este espectáculo genera una cercanía entre los actores y el público, que comparten el mismo espacio, sin cuarta pared. Esto desarrolla una predisposición diferente del público, incluso antes de que comience la obra. “El espectador está un poco adormecido de ver teatro en las mismas coordenadas. De alguna manera, con estas propuestas se renueva el contrato de expectación.”
ENTRE TORNILLOS Y PLANTAS. Aunque estas propuestas implican siempre menos espectadores por función, a cada una de las personas que llega a ver la obra la tratan de manera personal. En el Espacio Polonia, que inauguró hace poco el director Claudio Mattos, el público toca el timbre y es recibido con una copa de vino. En su última obra: PH, un lugar común, el espectador puede ver el patio y la puerta de entrada a la casa como espacios escénicos, donde transcurren parte de las acciones. “La gente puede ver el patio como la antesala de la obra y también la cocina. Hace tiempo que me empezó a interesar hacer teatro en cualquier lugar y generar esa intimidad. Los artistas de mi generación buscamos intervenir espacios existentes y trabajar con la geografía que propone el lugar”, cuenta Mattos.
Los directores Santiago Loza y Lisandro Rodríguez convirtieron una vieja ferretería en el espacio cultural Elefante Club de Teatro. “Es un cuadrado que pintamos de negro. Como una caja negra”, cuenta Rodríguez y describe su refugio como un rectángulo de siete por cuatro metros, un patio, un pequeño camarín, una antesala y dos baños. “Este espacio determina las obras. Te condiciona, se le ven los ojos a los actores, se siente el pulso, la respiración. Y nuestro interés es hacer un teatro pequeño, de cámara”, dice.
La escena de Buenos Aires, esa que es tan destacada por su variedad, su producciones y la enorme vocación de sus hacedores que luchan por crear, sin esperar mucho dinero a cambio, se vuelve a renovar con estas propuestas. Muchas de ellas, reniegan de su propia tradición teatral. “Acá sucede algo, no es teatro muerto, porque está vivo el espectador. Me cansé de ver obras de vena costumbrista, una tras otra del termo y el mate. Con esta propuesta, queríamos demostrar la tesis de que se puede hacer un teatro a contrapelo del costumbrismo que ganó las salas en los últimos años”, dice Demaría.
Además de la búsqueda de nuevos lenguajes, los espacios no convencionales son de por sí un gancho para el espectador. Según Juan Pablo Gómez: “Es la primera vez, que tengo una obra en la que no hace falta explicar de qué trata. A la gente le alcanza con saber que sucede en el vestuario de un club.”
Fuente: http://tiempo.elargentino.com/notas/teatro-que-le-escapa-sala-tradicional
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