Por ALEJANDRO FONTENLA
Se presentó en La Plata, en el Teatro Estudio, Sangre en las tierras de Navarro, de Jorge Rodríguez, una obra que recupera el hondo dramatismo de la historia, centrada en el fusilamiento de Manuel Dorrego ordenado por Juan Lavalle hacia fines de 1828. En la ficción, pues el encuentro entre ambos nunca ocurrió, el prisionero escapa de su celda e irrumpe en la oficina de Lavalle a requerir los motivos de tal decisión. Se abre así un tenso y apasionante diálogo en el que dos hombres, antiguos camaradas y amigos, se encuentran presos de los enfrentamientos que dividen al país.
Sostenida por el convincente trabajo de Juan Pablo Pereira (Dorrego) y Gustavo Portela (Lavalle), la puesta en escena de Gastón Marioni recrea no solo la intensidad dramática del episodio y su gravedad histórica, sino también la riqueza de matices de un enfrentamiento humano en situación límite.
El episodio que narra Sangre en las tierras de Navarro arrojó consecuencias que atraviesan la historia argentina hasta hoy. En agosto de 1828 la legislatura provincial, dominada por los federales, eligió a Manuel Dorrego gobernador de la provincia de Buenos Aires, para disgusto de los unitarios, que lo consideraban un salvaje, contrario a todo lo europeo. Sin embargo Dorrego, pese a su fama de impulsivo, se movió con llamativa moderación intentando la conciliación de todos los sectores con el objetivo de pacificar el país.
Cuando los unitarios perdieron el poder, y ante perspectiva de no recuperarlo, promovieron un golpe de Estado, convenciendo a Lavalle para que lo lleve a cabo. El general Juan Galo Lavalle, soldado apasionado y héroe de la independencia, el mismo que llevando la mano a su sable había hecho callar a Bolivar. Los dos ejércitos se encontraron en Navarro el 9 de noviembre de 1828, donde las tropas veteranas de Lavalle dispersaron a las escasas milicias federales, obligando a Dorrego a huir, aunque poco después sería tomado prisionero y entregado a Lavalle. El 1 de diciembre Lavalle proclamó el derrocamiento de Dorrego, y en una elección fraudulenta pasó a ser Gobernador, adoptando como primera medida disolver la Legislatura y a continuación, temeroso de la popularidad de Dorrego, cometió el trágico error de fusilarlo sin juicio previo.
El principal mérito de esta puesta radica en que traduce tanto los sentimientos y repliegues interiores de ambos personajes, como los respectivos paradigmas que representaban, portadores ambos de una doctrina vital implícita e irreconciliable, una diferente concepción de la vida y de la nacionalidad. Como lo recuerda Tomás de Iriarte en sus Memorias, “unos se consideraban aristocráticos, los otros eran populares. Unos portaban nuevas ideas, mucho más brillo y palabrería, vivían de acuerdo a la moda y al espíritu del siglo, pero estaban dominados de un espíritu antipático, el del exclusivismo; y con sus doctrinas liberales formaba contraste la más profunda y chocante intolerancia; respiraban por todos los poros un necio orgullo, una fatuidad incompatible con el saber, y la apariencia de una prepotencia insultante los había hecho del todo impopulares. Los federales en cambio, en general, eran criollos netos, apegados a la rutina de la vieja escuela, todo lo demás olía para ellos a extranjerismo y hasta a traición a los deberes de la rancia nacionalidad”.
En la conmovedora composición de los personajes que asumen Gustavo Portela y Juan Pablo Pereira, nadie tiene la razón final, ninguno de los dos prevalece, incluso un hálito de verdad circula de uno al otro alternativamente. Pese a sus diferencias y distintas responsabilidades ambos son hijos de la misma tierra, ambos respiran y transmiten su entraña palpitante, lo que constituye el profundo pathos de la obra y muestra el carácter siniestro del antagonismo. En su concepción de la puesta, Gastón Marioni se aparta de toda versión panfletaria, grandilocuente o simplista, y en cambio permite sabiamente que afloren tanto las convicciones como las vacilaciones y dudas de los personajes, sus grandezas y miserias, creando un clima ajustado en el cual, casi como una tragedia griega, planea sobre los hombres la fatalidad de la historia.
El desenlace de Navarro constituyó una bisagra en la historia argentina. Con él los unitarios, como más tarde los liberales en tiempos de Mitre, quedaron manchados con el crimen, y además perdieron credibilidad en sus proclamas de moralidad y civilización que supuestamente los diferenciaba de la barbarie. En nombre de la democracia y la libertad derrocaron a un gobierno electo, inaugurando la larga sucesión de quiebras institucionales, desatando la ilegalidad y la violencia.
Los antagonismos siguieron luego entre Urquiza y el sinuoso Mitre, entre Sarmiento y Alberdi enredados en furibundas polémicas, y entre tantos y tantos otros, con la agravante que las disidencias entre las “grandes personalidades” arrastraban la vida y la muerte de grandes contingentes. Antagonismos que, como una peste, contaminaron la historia del país desde sus orígenes hasta el presente, sin cesar de alimentar conflictos, al punto que la unión de todos los dirigentes en beneficio de un proyecto común parece, en estas tierras, un escenario imposible.
Fuente: http://www.aquilaplata.com.ar/destacados/at.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario