domingo, 5 de octubre de 2008

La ópera por dentro

Cómo es el detrás de escena del Teatro Argentino mientras sus músicos, bailarines, vestuaristas, técnicos y escenógrafos ultiman los detalles para el inminente estreno de Nabucco. Fotos Gozalo Mainoldi

Por FACUNDO BAÑEZ

-No, no, no. Así no. No estamos haciendo la corchea. Estamos en otra cosa.

El gran maestro Dante Anzolini se revuelve el pelo con las manos y mira a sus músicos como si los quisiera entender. Están en la sala de ensayo y el director de la orquesta estable del Teatro Argentino parece más cansado que nunca. Son las 5 de la tarde y la música vuelve a sonar. Arrancan los violines, sigue el arpa, se suman los chelos y en cuestión de segundos ya están las flautas traversas poblando el aire musical y caluroso de la sala.
-Dirección, dirección -pide Anzolini, y apunta a los flautistas como señalando algún camino. De golpe oye el tiempo de los chelos y niega con la cabeza. Imita con la boca el sonido que pretende pero no hay caso. Se toca el pelo. Se refriega la cara. Da unos pasos hacia adelante. Vuelve hacia atrás. Les echa una última mirada a los chelistas y mueve las manos para detener todo otra vez.
-No, no, no. Así no.
Frunce el ceño y se inclina hacia los músicos para decirles algo que no se llega a oír del todo. Entonces vuelve a su atril y mira a su izquierda, donde están los violinistas. Los estudia un segundo y asiente conforme:
-Ustedes sigan así -les dice-. Está perfecto. Suena hermoso. Ese es el movimiento del arco. Ese. Estamos cerca. ¿Vamos otra vez? ¿Vamos?

“Para Nabucco hay dispuestos 300 trajes. Es una obra que requiere de un despliegue importante. Pensá que sólo de coro tenés que vestir a cien personas”

A unos metros de ahí, en el primer subsuelo, casi medio centenar de personas cumple una tarea muy distinta pero con el mismo objetivo: llegar de la mejor manera al estreno de la ópera. Lo que funciona en este nivel del teatro son los talleres de sastrería, zapatería, maquillaje y ropería.
-De nosotros se olvidan siempre -dice María Inmaculada, que trabaja en el área de ropería, lavado y tintorería del Argentino desde hace 34 años-. Se olvidan pero somos como el corazón del teatro. Si nosotros no tenemos la ropa lista para cada función, no hay ópera que se pueda estrenar...
María Inmaculada lo dice con una sonrisa pero tiene razón. Como también tendría razón si lo dijera algún sastre o el propio Dante Anzolini, que a esas horas se revuelve el pelo una y otra vez y sigue tratando de encontrar en el aire alguna corchea perdida. Es que ellos integran ese universo mítico y muchas veces ignorado que se abre del otro lado del telón. Un universo formado no sólo por bailarines, músicos y coristas, sino también por escenógrafos, asistentes de sala, sastres, zapateros, maquilladores, peluqueros, carpinteros, pintores, vestuaristas y hasta herreros. Un universo sin público, pero que palpita a diario con el mismo objetivo: tener todo listo en cada función.
-Ahora andamos a las corridas por el estreno de Nabucco -cuenta María Inmaculada, rodeada de telas y del humo vaporoso que sale de las tablas de planchar-, pero siempre pasa lo mismo: cuando se acerca un estreno el trabajo es más intenso. Ahora tenemos que planchar todas las túnicas negras que se van a usar para la función del 17...

A los trajes que se lavan y planchan en esa sección se los prepara del otro lado del pasillo, en el taller de sastrería.
-Para Nabucco hay dispuestos 300 trajes -cuenta Mariano Toffi, coordinador de vestuario del Argentino-. Es una obra que requiere de un despliegue importante. Pensá que sólo de coro tenés que vestir a cien personas.

En el territorio que maneja Mariano, donde trabajan a diario un total de casi cien vestuaristas, la postal suele ser la misma: cuerpos encorvados frente a las máquinas de coser y el ruido infaltable de las tijeras yendo y viniendo contra las telas. El circuito de los trajes es simple: de las manos de los sastres al escenario, y de ahí a la sala de ropería, donde se guarda el vestuario que acompañó al Argentino desde su primera función, allá en 1890, hasta la más reciente, realizada hace apenas un mes.

EL OTRO LADO

Ni bien se traspasan los camarines ubicados detrás del escenario de la sala Ginastera y se desciende hacia los subsuelos del Argentino, todo lo que va apareciendo dentro de esa mole de cinco pisos hace pensar en un descomunal trabajo de hormiga. Silencioso, anónimo y ante los ojos de nadie, pero clave y vital para que se haga realidad todo lo que, algunos metros más arriba, el público verá una vez que los artistas salgan a escena. Y para que lo que se vea sobre las tablas sea deslumbrante, se apunta, el trabajo invisible tiene que ser colosal, tanto o más que el que se despliega sobre el escenario.
-Hay que estar en todos los detalles -dice Gustavo Macedo, quien supervisa los trabajos que se hacen en la sección de peluquería y maquillaje desde hace 13 años. Allí hay 18 personas dedicadas a tener preparadas las pelucas y los postizos que se usarán en la función, y si bien los preparativos comienzan casi un mes antes de cada estreno, todos en ese taller del Argentino saben que la verdadera tarea comienza el día que se descorre el telón.
-Ese día se intensifica todo el trabajo -cuenta Gustavo-. Hay detalles del peinado o de las barbas que por ahí el público no llega a apreciar, pero que nosotros sabemos que tienen que estar diez puntos. Nosotros mismos solemos ser nuestros peores jueces.
El Argentino es una mole que por estas horas tiene a casi toda su gente trabajando para lo mismo. En distintas cosas pero para lo mismo. Son cerca de 600 personas, entre músicos, personal de sala, técnicos, vestuaristas, sonidistas, iluminadores y escenógrafos.
Pasando las nueve salas de ensayo del segundo piso y las cocheras instaladas en el tercero, se llega al cuarto nivel inferior del edificio, sector ganado precisamente por los talleres de escenografía, los enormes galpones de construcciones escénicas y los aún más imponentes salones de efectos especiales y herrería teatral.
En cada uno de estos sectores se le da vida por estas horas a los distintos mundos que recrea el teatro en cada función. Se pintan horizontes desolados, cielos violetas poblados de estrellas o lagos de aguas infinitas; pero también se levantan columnas historiadas que nos llevan a la antigua Roma o se ornamentan con paciencia los escenarios donde en apenas unos días los personajes de Fenena o Zacarías le darán vida a la obra de Giuseppe Verdi.
En la sección de construcciones escénicas se preparan los decorados de madera como portones, vigas, arcadas o carruajes, mientras que en la de efectos especiales y herrería teatral, las enormes montañas de telgopor se convierten, según el caso y a fuerza de medir, serruchar, esculpir y pintar, en estatuas de alturas increíbles o en balcones a donde van a morir los enamorados.
El circuito que seguirá cada uno de estos paisajes y fachadas ficticias también es simple y conocido: dada la pincelada final por el último de los escenógrafos, se los subirá en los enormes montacargas que van y vienen por los subsuelos y se los montará sobre los pisos móviles del escenario central para que, como marca la costumbre, los cuerpos estables se vayan acostumbrando a lo que será su nuevo universo una vez que se descorra el telón.
-El público sólo ve una parte de la obra -dicen desde la dirección del teatro-, pero a veces ni se imagina todo el trabajo que hay detrás de ella.

ANTES
DE LA FUNCION

300 trajes sólo para una obra y más de 600 personas dedicadas a pleno para que todo salga perfecto el día del estreno.
-Es un trabajo silencioso y que no se ve -dice María Inmaculada-, pero es tan importante como el que van a realizar los artistas una vez que se suban al escenario.
Mientras habla, la mujer se hace paso entre percheros altos de donde cuelgan cientos de vestidos largos, capas, togas y sombreros de ala ancha. En total son unos 14 mil trajes que reposan en silencio desde el primer día de vida del teatro Argentino.
-Son hermosos -dice María Inmaculada como para sí misma-. Son la verdadera reliquia del teatro, la joya que hay que cuidar...
Pese a la luz tenue que a esas horas golpea sobre el enorme ventanal de la sección ropería, el salón donde se guardan todos los trajes del Argentino parece tener brillo propio; el brillo colorido que le aportan las polleras y las túnicas que invaden y desbordan el salón. El celeste pastel de La Bohéme combina con el azul de Otelo, y los rojos furiosos de Aída hacen contraste con los blancos que alguna vez se usaron para La Traviata o El lago de los Cisnes.

“El público sólo ve una parte de la obra -dicen desde la dirección del teatro-, pero a veces ni se imagina todo el trabajo que hay detrás de ella”

A unos metros de ahí, siguiendo por los pasillos laberínticos del primer subsuelo, no menos brillo tienen los talleres de zapatería y maquillaje. En el primero descansa y se repara el calzado de los bailarines junto con el de los cantantes líricos o el que usan los figurantes. En el otro, donde Gustavo Macedo va y viene para que no quede ningún detalle librado al azar, los compartimentos espejados lucen repletos de peines, cepillos y cosméticos. Todo reposa como si fuera la punta de un iceberg inmenso y desconocido. Un iceberg que asoma sobre el escenario pero que comienza a palpitar varios metros más abajo. Palpita en los músicos que ensayan con Dante Anzolini, pero también con las lavanderas de la ropería, con los sastres que ya le están dando la puntada final a los trajes o con los carpinteros que recién ahora están terminando de construir paisajes de Nabucco. El Argentino palpita por dentro. En silencio. Sin público. Mucho antes de que se descorra el telón y comience una nueva función.

Una obra inspirada en el Antiguo Testamento

La ópera “Nabucco” fue escrita por Giuseppe Verdi (1813-1901) en una etapa particularmente difícil de su vida. Acababa de perder a su esposa y a dos pequeños hijos y, agobiado por el dolor, pensó en no volver a componer. Fue entonces cuando llegó a sus manos, por decisión de Merelli, el director artístico de la Scala de Milán, un libreto de Temistocle Solera (1815-1878) basado en el Antiguo Testamento. Según cuenta el creador de “Aída” en un relato autobiográfico, al llegar a su casa lanzó el texto sobre la mesa y el libreto se abrió justo en la página donde se podía leer el ya famoso “Va pensiero”. En ese preciso instante a Verdi se le ocurrió la inmortal melodía y se puso a componer la partitura casi sin descanso. La historia impresionó vivamente al músico y su simpatía por el pueblo hebreo sometido lo llevó espontáneamente a establecer una analogía simbólica con la situación de los italianos que vivían en las zonas entonces ocupadas por los austríacos. Una vez concluida, la pieza tuvo su estreno triunfal el 9 de marzo de 1842, en el gran escenario de La Scala de Milán.

Quiénes estarán en el escenario

La obra que se prepara desde hace un mes en los subsuelos del Argentino no es otra que Nabucco, la gran creación de Giuseppe Verdi que se estrenará el viernes 17 a las 20.30 en la Sala “Alberto Ginastera” del Teatro Argentino, dependiente del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires. La dirección musical estará a cargo de Carlos Vieu y la régie de Marga Niec. La escenografía e iluminación le corresponderá a Enrique Bordolini y el vestuario a Imme Möller. El Coro Estable contará con la preparación de Sergio Giai. El reparto estará constituido por Haydée Dabusti y María Florencia Fabris como Abigaíl; Leonardo López Linares, Homero Pérez Miranda y Enrique Gibert Mella se alternarán como Nabucodonosor; Ricardo Ortale y Mario De Salvo como Zacarías; Pablo Skrt y Norberto Fernández como Ismael; Alicia Cecotti y Gabriela Cipriani Zec como Fenena; Vanesa Tomas y Raquel Weinhold como Anna; Víctor Castells y Fabián Veloz como Gran Sacerdote de Baal y Sergio Spina y Christian Cassaccio como Abdal. El público puede obtener mayor información sobre la obra comunicándose gratuitamente al Tel. 0800-666-5151.

Fuente: http://www.eldia.com.ar/catalogo/20081005/revistadomingo0.htm

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