Iñaki Urlezaga
07-10-2008 / El bailarín internacional, coreógrafo y director de compañía propia asegura que el retiro de Julio Bocca no lo benefició. Los festejos por el centenario de un Colón cerrado, la lucha contra los divismos del ambiente y su paso por ShowMatch. Vive dividido entre la Argentina y Europa
Por Ana Peré Vignau
El Príncipe encantador”, “el bailarín de los giros precisos e interminables”, “nueva joya de la danza mundial”. Iñaki Urlezaga agotó las definiciones entusiastas y extravagantes a lo largo de su carrera, sobre todo en la época en que recién empezaba, contratado por el Royal Ballet de Londres. Cuando las recuerda, el bailarín se ríe de alguno de esos comentarios: “Sigo haciendo de príncipe, pero también hago otras cosas más. Es muy complicado cuando encasillan a un artista y él no quiere repetirse. De todas maneras, no soy como esas heroínas que lloran en las telenovelas y eso les resulta y entonces hacen siempre lo mismo. Me aburre eso, pero no reniego de los príncipes, son algo innato en mí y los sigo haciendo”.
Fama internacional, público devoto y compañía propia –el Ballet Concierto Orquesta– desde hace de diez años. Iñaki está feliz con la idea de ser el director de colegas y de sí mismo. “Ya no podría tener un programador que me dijera qué hacer, lo cachetearía”, advierte el bailarín y también coreógrafo que trabaja para el Ballet Nacional de Holanda. Pero ser su propio jefe no le impide vivir sometido a una agenda militar que arma con un año de anticipación. Imposible menos.
Con la novela de Octavio Paz El arco y la lira y una caja de Factor Angina (“hace días que estoy engripado”, aclara) en una misma mano, Iñaki llega a la nota algo afónico: “Trabajé ayer domingo para poder hacer la entrevista, sólo tengo permitido un día de descanso”, advierte. En vaivén continuo entre Europa y la Argentina, vino presentar Carmina Burana en el Ópera (24, 25 y 26 de octubre). La obra forma parte de la celebración de los cien años del Teatro Colón: “Pongo el Ballet y el Colón a la orquesta y el coro. Es una linda fusión”, sintetiza.
–¿Cómo recibió la noticia de que se festeje en el Ópera el centenario del Colón que está sumido en una renovación que se va a estirar hasta el 2010?
–Que esté cerrado es lógico. El edificio necesitaba mantenimiento. El tema es que luego lo puedan manejar bien.
–¿Volverá a ser el teatro que era?
–Si reabriera con su esplendor sería estupendo. Hay que esperar y darle tiempo a la nueva gestión. Es un lugar estatal, que nunca tuvo una visión comercial detrás. A lo mejor ahora con Macri, que viene de un lugar privado, le cambie la mirada.
–¿Qué le aporta a un bailarín tener su propia compañía?
–Todo. A mí me dio la libertad de trabajar con quien yo verdaderamente quiero. Tengo total elección de lo que hago. Puedo manejarme de una manera menos burocrática, más dinámica, cumplir mis deseos profesionales. No tengo un programador que me dice: “Este año vas a hacer tal y tal ballet”, soy yo el que decide qué bailar y de qué manera. Hoy mi forma de ver la carrera es más libre.
–¿Cómo se lleva con los viajes continuos?
–Me trastornan y me complican la vida. Trabajar en Europa y al mismo tiempo acá, es siempre complicado. Tengo que armar mi agenda con un año de antelación. Sólo eso me permite poder manejar la situación. Hay que ser muy seguro para calcular qué tiempo te va a llevar la preparación de cada ballet y tener una conciencia muy aguda para poder programar de acá a un año lo que vas a hacer cada día.
–¿A qué hay que renunciar para llevar una vida tan programada y nómada?
–Todo el tiempo voy y vengo, pero yo lo quiero así. No querría estar allá o estar acá nada más. Ya me acostumbré a eso. Pero lo que no me gusta es la vida acelerada, nunca me acostumbré a vivir rápido. Todo no se puede tener: si yo quiero hacer esta carrera a este nivel, este es el ritmo que tengo que llevar, no me queda otra.
–¿Cómo le va en su rol de jefe de otros bailarines?
–Me llevo bien. Y esta actitud de ir por más me llevó también a coreografiar. Nunca fui de planear cada paso por separado. En mi vida siempre se dio todo de manera simultánea. A los 20 años inicié a la gente además de iniciarme a mí mismo. Todo con mucha naturalidad. Eso pasa porque siempre supe muy bien lo que sé hacer.
“Delfín de la danza argentina.” También se dijo eso de Iñaki. Su nombre asomó atrás de la férrea fila que formaron Julio Bocca y Maximiliano Guerra y terminó por llenar varios Luna Park y funciones del Colón. El año pasado consiguió reclutar para la danza nuevos públicos. Lo logró al incorporar a la obra Giselle a una figura clave: Paula Robles.
–¿Había imaginado que convocar a la esposa de Marcelo Tinelli atraería tanta atención del público y de los medios?
–No, tanto no. Y no lo pensé porque yo llamé a Paula Robles, no a Marcelo Tinelli. No pensé que ella era tan conocida en el público local. Antes de Giselle la conocía poco, por amigos en común, gente del under. Como ella venía de la televisión pensé que podía haber diferencias y no, al contrario: puntual, jamás faltó a un ensayo, fue muy ubicada y trabajadora. Resultó fantástica su actuación, porque se dedicó a la obra y no a aprovechar lo que generaba estar ahí.
–¿Con esa versión mediática de Giselle le sacó al ballet su halo de elitista?
–Eso no lo sé. Lo que sé es que si llenás un Luna Park y también un Colón no se trata de que te etiqueten como artista popular: estás más allá de todo eso. Un artista popular llena un Luna Park y no un Colón, entonces debe haber algo de mucho más peso detrás. Si bailás hace años y tu talento va creciendo ya no estás para una clasificación de ese estilo. Lo que vale es la calidad del espectáculo que das.
–Lo cierto es que convocar a Paula Robles le permitió bailar en ShowMatch y ganar promoción extra.
–Fueron unos minutos de algo que yo puedo hacer dormido (N. de R.: una coreografía de Bob Fosse). Cualquier bailarín de mi nivel lo haría tranquilamente, eso no es un mérito para mi carrera. Muchas veces fui a la televisión a presentar cosas, pero lo hice en ShowMatch y a la gente le dio la sensación de que nunca había bailado en televisión.
–¿Y ve Bailando por un sueño?
–No, me levanto tempranísimo. Y además llevo una vida que no tiene nada que ver con el mundo de la televisión. Nada.
–¿Lo dice porque ganar popularidad en el universo mediático en nada se parece a ser exitoso en la danza?
–La gente en este país salta a la fama en quince días y no por algo que haya realizado como profesional. Por cualquier cosa los catapultan como si fueran el Papa. La danza es todo lo contrario: se necesita mucho trabajo. Todo se logra con sacrificio. Es una cosa muy seria, rigurosa, tediosa. Y también hay millones de cualidades que uno tiene que tener en un corto tiempo. Que seas un artista fantástico no significa que llegues al público. El éxito va más allá. Viene con los años y a muchos nunca les sucede.
–¿A mayor experiencia, menos ensayos y trabajo diario?
–Trabajo todos los días. Un día a la semana es lo único que se puede descansar en esta profesión. Hasta el último día que uno baila es así. Primero el trabajo y después todo lo otro.
–¿Hay poca vida fuera del ballet?
–Muy poca. Pero la locura termina a los 40.
–Pero empieza de manera precoz.
–Sí, demasiado. Es tan raro que un nene a los ocho años ya sepa que quiere bailar. Es muy extraño, nunca comprendí muy bien eso.
–Julio Bocca se relamía al pensar que no bien dejara la danza iba a comer de todo. ¿Qué tipo de renuncias le cuestan?
–No tengo tantos problemas con la comida ni con la carrera. Julio lo vivió como una tortura. Yo algún tiempo para algún amigo cada tanto tengo. Trato de vivir de una manera normal, me gusta sentirme una persona común: tener 15 minutos para leer el diario, aunque sea 10 para mandar un e-mail y una vez por semana alguna cena con alguien o un cine. Trato de hacer cosas para sentirme real. No me gusta pasar por un extraterrestre. Hay algunos bailarines que se sienten únicos, a mí me parece que no es así. Lo que hago es producto de una vocación pero eso no me ubica más allá de la gente. Ahí es cuando el éxito te come la cabeza y empieza a aparecer la ignorancia y la soberbia. Y después termina rápido. Ojalá muchos bailarines se dieran cuenta durante la carrera de que esto ocupa poco tiempo de su vida y después sucederán otras cosas. Hoy está y lo podés disfrutar como nadie, pero el día de mañana no va a estar. Y ese día yo no quiero el abismo, quiero seguir siendo persona. Entonces me interesa manejarme como tal.
–¿Lo benefició el retiro de Bocca?
–No. Si se hubiese retirado cuando yo tenía 20 años supongo que sí, porque yo tal vez hubiera ocupado su lugar –mal, porque nunca nadie ocupa bien el lugar de otro–. Pero hoy ya tengo a mi propio público. Nunca hemos tenido dificultades de manejar ambas carreras de forma paralela. ¿Qué teatro me quedaría por llenar? No iría a estadios más masivos porque la danza se pierde a kilómetros de distancia. No se puede apreciar. Y más las obras que yo hago, que son gestuales.
–¿Está en sus planes la actuación?
–Actuar a través del cuerpo, sí; pero agregarle la voz, nunca. Ya hay demasiados mamarrachos que creen que pueden hacer todo bien sin estar preparados para que yo alimente eso. Mucha gente me ha pedido que actuara, pero me niego. No lo haría bien y no me gusta hacer lo que no me sale bien. Siempre fui muy cuidadoso de estar en el lugar correcto, no ocupar un espacio que no debo. No por el hecho de tener un nombre hay que utilizarlo para cualquier cosa.
–¿Qué noción tiene el público argentino hoy de un bailarín?
–A partir de Julio (Bocca) se desdramatizó más la carrera, los bailarines llegaron más a los medios. Antes eran íconos que no salían del Teatro Colón, no se sabía qué era de sus vidas. Hoy todo es más natural. No existen más los divos, abajo del escenario hoy los bailarines son personas despojadas de todo el séquito y las maneras que tenían antes. Hay que tener ciertos rasgos para subirse a un escenario, eso es indiscutible, pero antes se vivía sólo para aparentar ser divo. Hoy por suerte no. Y eso me convierte en alguien más real.
Fuente: http://www.elargentino.com/Content.aspx?Id=9605
No hay comentarios.:
Publicar un comentario