Rosario Berman (en primer plano), María Inés Sancerni y Beatriz Thibaudin, tres actrices en peligro permanente Foto:Alfredo SánchezSábado 30 de octubre de 1999 |
Publicado en edición impresa Entre actuaciones dentro de una bañera o ratas en escena, cada vez hay más obras de teatro en el país que utilizan el peligro como elemento estético De poner el cuerpo en un escenario se trata esta historia. Con convencimiento, con energía, con rigor y con talento. Actrices de otra raza. Es más, da la sensación de que no le temen a nada. Parece ser que si viniera un director y les pidiera que se tiraran de un quinto piso, y que cayeran sobre la vereda sin pisar excremento alguno, ellas lo harían. De hecho, cada una de las entrevistadas lo está haciendo. Y para atreverse aseguran que requieren de un elemento fundamental: estar convencidas.
Beatriz Thibaudin tiene 72 años y en "1500 metros sobre el nivel de Jack", la obra de Federico León que se presenta en el Teatro del Pueblo, se la pasa 50 minutos adentro de una bañera.
En "Unos viajeros se mueren", la obra de Daniel Veronese que se ofrece en el Callejón de los Deseos, María Inés Sancerni se pega contra el piso en unos frenéticos movimientos. La misma actriz, en "Dens in dente", se ponía unos aparatos en la boca que le deformaban la cara mientras decía: "Haceme una extracción, mamá. Haceme una extracción ahora mismo". Mientras, su madre, personaje a cargo de María Inés Aldaburu, relataba una historia sobre la Santa Apolonia, la patrona de los odontólogos. Una escena de una singular belleza en que la dos actrices también se encargaron de la dramaturgia con Mariana Obersztein, directora del montaje.
Rosario Berman es una de las actrices de "Cuerpos A banderados" (sic), el trabajo de Beatriz Catani que hoy realizará su última función en el II Festival del Rojas. En esa obra, esta formal abogada del Palacio de Justicia de La Plata manipula dos ratas vivas o se pasa por la boca un pescado muerto sin ningún temor. Los otros tres personajes también se las traen:uno hace de muerto y, cual bolsa de papas, va de acá para allá (obvio, no habla, está muerto). Y las otras dos actrices, que hacen de hermanas, hasta orinan en escena.
Para que estas tres actrices hagan lo que hacen quedan dos alternativas: o les falla algo o son unas inconscientes de la escena. Es cierto, quedan otras opciones. Por ejemplo, que entiendan que esas obras necesitan de otro tipo de actuación, en la que el cuerpo es mucho más que una herramienta de expresión y se transforma en un todo, en otro texto.
Eso sí, se impone una certeza: todas son talentosas, arriesgadas y forman parte de una camada en la que meter el cuerpo es fundamental. ¿Novedoso? No tanto. Esa energía atrapante ya estaba presente en varios espectáculos de los ochenta.
En definitiva, la fuerza indepilable (así se presentaban a sí mismas) del grupo Gambas al Ajillo o la entrega furiosa de los actores del cordobés Paco Giménez algo tiene que ver con lo que hacen estas mujeres.
Pero necesitan de un texto que las acompañe, que potencie semejante entrega. Algo parecido a lo que ocurre con los últimos trabajos de Humberto Tortonese o de Alejandro Urdapilleta en "Almuerzo en la casa de Ludwing W.", cuyo cuerpo vibra con una intensidad impresionante agregando nuevos matices a la palabra de Thomas Bernhard.
El cuerpo otra vez. Sacudiéndose. Golpeando al texto. Construyendo una estética personal.
Cuando Federico León comenzó a ensayar su última obra, casi casualmente dio con Beatriz Thibaudin,cuyo primer trabajo como actriz fue reemplazar a Ana María Giunta: "Como verás, todo lo opuesto", dice esta señora delgada y paqueta. "Comenzamos a ensayar en marzo. Esto es muy especial. Soy una mujer con otra trayectoria actoral, estudié con Lito Cruz y Augusto Fernandes y acá me ves...", agrega, casi con orgullo por su nuevo destino.
-¿Y cómo se mueve en estas nuevas aguas?
-Fantástica. El agua ayuda a mantener la flexibilidad. La bañera es mi escenario, un escenario muy cómodo. Cuando ensayábamos sin agua no podía encontrar al personaje, me trababa. Es muy difícil moverse en una bañera sin agua, tenía que hacer una fuerza terrible.
-Está durante 50 minutos en el agua, ¿no se muere de frío?
-Para nada. El agua está calentita. Supongo que el calor de las luces mantiene la temperatura.
Y al hecho de estar casi una hora sumergida en el agua ella hasta le encontró beneficios adicionales. "No sabés lo bien que te hace. Ya se lo recomendé a mis amigas", destaca con cara de autoayuda.
La señora de la bañera habla de León con una admiración/ chochera cercana a la que tiene por sus 10 nietos. Pero de si familiaridad se trata, la platense de "Cuerpos Abanderados" trata a sus ratas como si fueran sus hijas. Eso sí, vale una aclaración: para los lectores impresionables más vale que salteen el próximo párrafo y, como en el Juego de la Oca, pasen al subtítulo que dice "Diente por diente".
"Ahora les tengo un amor a las ratas...", dice casi en un suspiro.
-¿Tienen nombre?
-Les digo Las chicas , pero fue todo un proceso. Primero me compré guantes, luego las tocaba con un palito, vi videos...
Y para afianzar el vínculo con los roedores, tuvo una frase de autoconvencimiento fundamental: "El rechazo es una cuestión cultural. El rechazo es una cuestión cultural", se repetía como si fuera una de las tantas afirmaciones de Nacha Guevara. "Es más. Antes de venir para la nota pensé en las chicas porque hace un calor fuertísimo."
-¿Las tenés en tu casa?
-No, ahora no. Es que, ¿viste?, son ratas, dan olor. Las tuve un tiempo en la cocina, pero son hembras. Lo único que me faltaba era que se me llenara la casa de ratas. ¿Te imaginás? Ahora están en el estudio donde ensayamos bajo un control estricto de alimentación. Es como tener una mascota. Pero con este calor sufren... Y bueno, el hombre es un animal de costumbre; las ratas, también. Ahora me resulta tan natural tocarlas... No me muerden, no me hacen nada... Como vos con el agua", le dice a la señora de la bañera con suma naturalidad. Porque, con verla, uno tiene la certeza de que Rosario Berman no se hace la moderna, ni la superada, ni la snob. Es así: tómala o déjala.
Diente por diente
Sus trabajos se prestan a las anécdotas, siempre más fuertes que los conceptos. Por eso, María Inés Sancerni prefiere parar la pelota y aclarar: "El riesgo real es el lenguaje de la obra en sí más que la cuestión física. El mundo de "1500 metros..." es increíble. Es riesgosa la idea como tal. Poner el cuerpo en esa idea es, simplemente, estar en el mismo código. El amor entre las dos hermanas de "Cuerpos A banderados" es más riesgoso que el contacto con las ratas. ¿Se entiende? Es necesario hacer esa diferencia".
Se entiende.
De todos modos, en los espectáculos mencionados se imponen ciertas preguntas primarias. Preguntas que, inevitablemente, pegan en el cuerpo del espectador. Por ejemplo, en "1500 metros..." el piso del escenario está mojado y sobre él hay un cable de electricidad. Consecuencia lógica: la preocupación. Las ganas de desenchufar ese maldito aparato. ¿Ese diálogo interno no distrae?
"No. Potencia -continúa Sancerni-. Si hay una escena con un manejo de cuchillo y sé que corta, no sé si me copa mucho. Cuando veía "1500 metros..." me di cuenta del enchufe, pero sabía que León no podía dejar pasar un detalle de ese tipo."
-Pero vos no sos una espectadora común...
-Es cierto. Quizá sea una mirada perversa la mía, porque no puedo dejar de ponerme en el lugar de los que actúan. De todos modos, esas imágenes apuntan a la conmoción. En "Cuerpos..." las ratas generan una situación muy incómoda para el espectador y está bien que sea así. Estoy cansada de la comodidad del público.
Sancerni habla de lo perverso y, en realidad, esa situación se traslada a la platea. Lo cierto es que pocas veces el público huye enojado. A lo sumo, tuvieron problemas con la Asociación Protectora de Animales. De todos modos, el trabajo fue seleccionado para representar al distrito bonaerense en la Fiesta Nacional de Teatro que se desarrolla en Córdoba.
"Mi mamá me contó que, viendo la obra, todo el tiempo estuvo diciéndose: "Que no mate a la rata, que no la mate". Eso es lo que buscábamos. Si el espectador no sintiera todas esas sensaciones, la obra no tendría sentido. El riesgo fundamental es que el público se conmueva sin apelar a una agresión gratuita", comenta Rosario Berman.
Más allá de sus valores, que los tienen, y son muchos, los tres espectáculos en cuestión son básicamente inquietantes. Toda una virtud en estos tiempos. Ycomo inquietantes que son, generan una batería de preguntas. Por ejemplo: ante semejante cantidad de estímulos, ¿no se pierde el texto? Sancerni vuelve a tomar la delantera: "Uno puede poner el cuerpo porque tiene algo que decir. Lo que no está expresado en palabras se traduce en una estética. El caso de Alejandro Urdapilleta es el más claro. Se inscribe como actor en el mismo segundo en que dice una palabra con su gesto único".
Para ellas, la barrera del ridículo no es una traba, a lo sumo, un desafío que les sirve para construir otra estética. "Yo soy muy coqueta -acota Beatriz cuando, con sólo verla, no hace falta aclararlo-. Voy al supermercado siempre arreglada. Pero cuando León me contó la obra yo le pregunté: "¿Voy a salir con el pelo mojado y sin pintarme?" Después lo entendí. Además, tuve que practicar para quedarme 40 segundos bajo el agua, ahora me parece gracioso todo esto. Imaginate, yo vengo de hacer "La casa de Bernarda Alba"..."
Para Sancerni -discípula de Bartis y directora y actriz de "Remanente de invierno" y "Raspando la cruz", de Rafael Spregelburd-, "cuando pasás la barrera tonta y moral del ridículo se produce algo extraño. Uno puede producir belleza con el ridículo en escena. Cuando en "Mamita querida" Tortonese hacía de tonto vistiendo unos zapatones enormes se volvía hermoso por oposición".
Y quizá por esa misma oposición, estas tres actrices hacen bellos a sus personajes, ricos de matices, cautivantes. La lógica consecuencia de poner el cuerpo.
Alejandro Cruz
Como otro elemento dramático Fin de siglo, época en la que no están en juego pasiones políticas ni estéticas. Los cuerpos están retirados. Paradójicamente, aparecen experiencias en las que poner el cuerpo como un elemento dramático. ¿Una paradoja? "En un momento como el actual -apunta la talentosa María Inés Sancerni-, que aparezcan ideas riesgosas, en las que hay que asumir un riesgo corporal, me parece muy bueno. En ese sentido, Federico León es el mayor exponente frente a un tipo de teatro casi radiofónico. Pero no es inventar nada nuevo sino deshacerse del lugar cómodo que ofrece el teatro. Así surgen estéticas interesantes, como la "1500 metros al nivel de Jack", "Cachetazo de campo" o "Faros de color". Trabajos inquietantes, que ponen nervioso al público. En lo personal, me conmueven, me hacen ingresar en un mundo con otra teatralidad." Ella habla de León, pero quien mucho tiene que ver con este estilo de actuación es Ricardo Bartis. En varios discípulos del director de "El pecado que no se puede nombrar" el manejo corporal aporta una nueva escritura enriquecedora del texto. Thibaudin aporta otro dato: "En "1500 metros..." el público está dentro del baño, forma parte de nuestro mundo. Eso lo sentís, no sé explicarlo, pero está". Y esa proximidad de la que habla la actriz se pone en juego en todos los trabajos mencionados. Un teatro íntimo, que necesita de cómplices más que de espectadores comunes.
Fuente: La Nación