24 de Octubre de 1999
"El Amateur", de Mauricio Dayub. Supervisión autoral: Mauricio Kartún. Intérpretes: Mauricio Dayub y Vando Villamil. Música: Jaime Roos. Escenografía y vestuario: Graciela Galán. Iluminación: Alfredo Morelli, Graciela Galán. Dirección: Luis Romero. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
"El Pájaro" (Dayub) tiene una idea fija: resistir 130 horas pedaleando, sin prisa y sin pausa. No hay nada que le interese más, ninguna otra meta. Eso es lo único que le da sentido a su vida. No se trata de un mero capricho ni de un berretín pasajero, sino de una verdadera necesidad existencial, de un impulso vital y primario que nada ni nadie podrán detener.
Dentro de su ingenuidad y simpleza, Pajarito sueña, y en sus sueños vuela como Icaro, acercándose -también él- peligrosamente al sol. Conoce el estado alterado de conciencia que sobreviene tras permanecer despierto más de dos días seguidos, ese estado en que uno cree estar flotando, levitando, despegado de los objetos y de las conductas habituales, relativizando la realidad aparente de las cosas. Por eso él sabe muy bien que la peor ignorancia es creer que lo que se ve es lo único que hay para ver.
Cuentan los maratonistas que, si uno logra sobreponerse al tremendo esfuerzo inicial que significa correr durante horas y kilómetros, llega un momento en que el atleta experimenta un genuino placer, un goce profundo, una suerte de "nirvana" en el que el corredor fluye sin dificultad y se deja llevar por sus propias piernas, que más bien parecen ajenas. La mente se aquieta por completo y uno recupera el armónico sentimiento de unidad.
Algo similar le debe ocurrir al andinista solitario que desafía las altas cumbres y -tras vencer obstáculos e inclemencias- llega finalmente a la cima. O al que cruza a nado un caudaloso río o un gélido mar. Porque más allá de los trofeos y de figurar en el Libro Guinness, el desafío es con uno mismo. Explorar los propios límites, probarse, superarse, animarse, jugarse a todo o nada por una ilusión, demostrarse que uno es capaz de lograr todo lo que se propone, atreverse.
Y el Pájaro se atreve. Claro que no está solo. Cuenta con un compañero de ruta, otro marginado como él quien, algo escéptico al principio, termina embarcándose con su amigo en esta loca aventura. "Lopecito" (Villamil), por un rato larga el Tetrabrick y el desaliento, para dejarse contagiar por el entusiasmo de ese Pajarito a quien la vida no logró cortarle del todo las alas.
Dos formidables trabajos actorales sostienen esta obra que destila valores tan positivos y perdurables como la amistad, la ternura, el compañerismo, la perseverancia, la ilusión, los sueños. No todo está perdido si uno se las ingenia para fijarse una meta y meterle para adelante, contra viento y marea; si uno no se deja abatir por los agoreros de turno; si uno mantiene viva la llamita de la esperanza, protegiéndola de los vendavales del desencanto.
Dayub y Villamil componen dos personajes muy nuestros, reconocibles, queribles, entrañables, memorables. La pieza, como buen melodrama, conjuga el humor con la emoción, logrando así divertir y conmover. La ingeniosa escenografía y la precisa puesta de luces, como así también la sofisticada maquinaria, construyen el marco adecuado para la acción dramática, que arranca a ras del suelo y culmina en las alturas. La dirección alterna los climas con equilibrio, y sorprende con más de un golpe de efecto.
"El Amateur": mucho más que una proeza ciclística.
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/19991024/espectaculos4.html
"El Amateur", de Mauricio Dayub. Supervisión autoral: Mauricio Kartún. Intérpretes: Mauricio Dayub y Vando Villamil. Música: Jaime Roos. Escenografía y vestuario: Graciela Galán. Iluminación: Alfredo Morelli, Graciela Galán. Dirección: Luis Romero. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
"El Pájaro" (Dayub) tiene una idea fija: resistir 130 horas pedaleando, sin prisa y sin pausa. No hay nada que le interese más, ninguna otra meta. Eso es lo único que le da sentido a su vida. No se trata de un mero capricho ni de un berretín pasajero, sino de una verdadera necesidad existencial, de un impulso vital y primario que nada ni nadie podrán detener.
Dentro de su ingenuidad y simpleza, Pajarito sueña, y en sus sueños vuela como Icaro, acercándose -también él- peligrosamente al sol. Conoce el estado alterado de conciencia que sobreviene tras permanecer despierto más de dos días seguidos, ese estado en que uno cree estar flotando, levitando, despegado de los objetos y de las conductas habituales, relativizando la realidad aparente de las cosas. Por eso él sabe muy bien que la peor ignorancia es creer que lo que se ve es lo único que hay para ver.
Cuentan los maratonistas que, si uno logra sobreponerse al tremendo esfuerzo inicial que significa correr durante horas y kilómetros, llega un momento en que el atleta experimenta un genuino placer, un goce profundo, una suerte de "nirvana" en el que el corredor fluye sin dificultad y se deja llevar por sus propias piernas, que más bien parecen ajenas. La mente se aquieta por completo y uno recupera el armónico sentimiento de unidad.
Algo similar le debe ocurrir al andinista solitario que desafía las altas cumbres y -tras vencer obstáculos e inclemencias- llega finalmente a la cima. O al que cruza a nado un caudaloso río o un gélido mar. Porque más allá de los trofeos y de figurar en el Libro Guinness, el desafío es con uno mismo. Explorar los propios límites, probarse, superarse, animarse, jugarse a todo o nada por una ilusión, demostrarse que uno es capaz de lograr todo lo que se propone, atreverse.
Y el Pájaro se atreve. Claro que no está solo. Cuenta con un compañero de ruta, otro marginado como él quien, algo escéptico al principio, termina embarcándose con su amigo en esta loca aventura. "Lopecito" (Villamil), por un rato larga el Tetrabrick y el desaliento, para dejarse contagiar por el entusiasmo de ese Pajarito a quien la vida no logró cortarle del todo las alas.
Dos formidables trabajos actorales sostienen esta obra que destila valores tan positivos y perdurables como la amistad, la ternura, el compañerismo, la perseverancia, la ilusión, los sueños. No todo está perdido si uno se las ingenia para fijarse una meta y meterle para adelante, contra viento y marea; si uno no se deja abatir por los agoreros de turno; si uno mantiene viva la llamita de la esperanza, protegiéndola de los vendavales del desencanto.
Dayub y Villamil componen dos personajes muy nuestros, reconocibles, queribles, entrañables, memorables. La pieza, como buen melodrama, conjuga el humor con la emoción, logrando así divertir y conmover. La ingeniosa escenografía y la precisa puesta de luces, como así también la sofisticada maquinaria, construyen el marco adecuado para la acción dramática, que arranca a ras del suelo y culmina en las alturas. La dirección alterna los climas con equilibrio, y sorprende con más de un golpe de efecto.
"El Amateur": mucho más que una proeza ciclística.
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/19991024/espectaculos4.html
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