jueves, 24 de julio de 2008

Natalia Oreiro: "Prefiero que me respeten a que me aplaudan"





por pablo perantuono
fotos leandro sanchez

Sentada en la vereda de un pasaje de Palermo  Viejo, Natalia Oreiro acomoda sus chupines azules en el piso, extiende las All Stars rojas e inclina el cabello hacia un costado. Mira a cámara y se dispone a posar, pero enseguida interrumpe la escena con un pequeño gesto. La chica que fue elegida la más elegante en los últimos Martín Fierro arruga la nariz y dice:  "Mmmm, qué olor a meo".

–Hay muchos gatos por acá.

–¡Ma qué gatos! Acá vienen a mear a la noche. 

Enseguida, Natalia explica que ese callejón, a media cuadra de Plaza Serrano y cercano a su casa, oficia de baño colectivo nocturno, cuando cientos de chicos invaden la zona y la cerveza apura por ser desagotada. 

No parece importarle mucho a Oreiro, porque sigue apoyada y posa. Hay una postal allí: un atardecer cálido y anaranjado que refuta el invierno y que parece energizarla aún más. Natalia salta. Natalia rebota. Natalia es intensa. Las hormonas parecen jugar al flipper en su cuerpo, un estallido de posibilidades, el demoledor estilo de una chica trepidante. Sucede lo mismo cuando habla: atropella las palabras, que nacen y enseguida son aplastadas por el pensamiento posterior. Nos sentamos en la vereda de un bar en la esquina de su casa. El look de entrecasa -tipo fan de los Ramones o de Attaque 77–nos deja tranquilos: ninguna de las decenas de personas que pasan nos presta atención.Arranca Natalia, con la cabeza latiendo de proyectos: 

–A finales de agosto comienzo a filmar una película, una comedia romántica, pero antes empiezo con un programa para Internet. 

–¿Sólo para Internet? ¿Es raro, no?

–Para mí sobre todo, que no tengo computadora.

–¿En serio?

–Lo que me pasa con Internet es que me parece un monstruo que te chupa. Lo veo con mis amigos que la usan: se pasan horas. Me parece peligroso relacionarte a través de 
una computadora. 

–¿Y entonces, por qué hacés la serie?

–Bueno, aprovecho la oportunidad, porque me parece una alternativa a la televisión, y está bueno porque es algo que, lógicamente, se puede ver en todo el mundo, que lo ve quien quiere, en el momento que quiere. Eso me parece diferente. Pero es una prueba, es un experimento para ver qué pasa.

–¿Lo hacés para probar algo nuevo?

–Está bueno porque me parece algo diferente. Los que me vinieron a buscar me ofrecieron hacer un programa para televisión, pero yo no quise hacer tele. En un momento hablaron de hacer algo para Internet y como mi cuñado está desarrollando varias propuestas en ese sentido, me interesó probar.

–¿Cómo va a ser la tira?

–Es con Luciano Castro y voy a componer un personaje que se llama Amanda O, para el que colaboré bastante. Es un personaje indefinible: es una superestrella bastante ignorante y déspota, que tiene demasiado ego y que todo el tiempo lo que quiere es verse a ella misma. Es como un Pomelo, pero en actriz. 

–La caricatura de una diva.

–Exacto. Superglamorosa pero patética. En un momento su ego le juega una mala pasada y se convierte en la basura más grande. Ella es actriz y cantante. Una especie de Oreiro (se ríe). Está bueno, porque Internet ofrece una situación más promiscua. Porque la gente no se pone a ver Internet en familia, sino que lo hace solo porque quiere ver algo diferente que no puede verlo en otro lugar. ¿Viste Sunset boulevar?(de Billy Wilder). De alguna manera la inspiración surgió de ahí. Comenzamos esta semana (por la semana pasada). 

–¿Qué pasa con la tele?

–Después de Sos mi vida quería parar. Siempre que hago tele paro uno o dos años. Me quiero cuidar, porque me canso mucho. Yo me acuesto muy tarde, tipo dos de la mañana, y me levanto a las seis. 

–¿Dormís cuatro horas?

–Sí, horrible. Ahora estoy tratando de dormir un poco más. Me gusta la noche, el silencio, me gusta escribir, leer. Y la mañana no me gusta nada, pero cuando estás filmando todos arrancan a las ocho de la mañana, así que no te queda otra. Sos mi vida fue realmente muy intensa en lo físico, hacía boxeo, trapecio. Y además, no es solo el cansancio, sino que creo que la gente se agota de verte. Y 
además a mí me gusta explorar por otros lados.

–La televisión en sí, te asfixia un poco

–Depende cómo lo vivas. La tele no es una forma de vivir. A veces me saturo de la actuación, no solo de la tele. Le tomo el gusto a la tele porque se puede improvisar, de hecho se lo puede hacer la mayor parte del tiempo, sencillamente porque no hay tiempo para ensayar. Para no aburrirme trato de cambiar las cosas que ya dije mil veces.

–Pero te corrés...

–Sí, me corro, y el problema es que cuando me corro me cuesta volver, porque digo: ¿A hacer qué?

–No te entusiasma algo que ya hiciste.

–Uno siempre quiere darle una vuelta más de tuerca a las cosas. 

–Como si fuera difícil mantener la pasión encendida.

–Exactamente, sino te achanchás. Hay gente que hace toda la vida lo mismo y le encanta, y la gente está encantada de eso. Y hay gente que hace toda la vida lo mismo y está harta. Y después estamos los que tratamos de buscar alternativas. 

Ahí vienen los rusos

Reinventarse, moverse, probar, buscar alternativas: la curiosidad parece formar parte del código genético de Oreiro. Como se sabe, además de la actuación, la actriz lleva editados dos discos de canciones, trabajos que vendieron más de dos millones de copias y que la llevaron a recorrer el planeta en escenario. Cantó en el Kremlin de Moscú, y las voces de los fans coreando la letra de los temas tapaban su voz. 

Llenó teatros en Tel Aviv y atiborró plazas en Budapest. 

Como Dios, Oreiro tiene fans en todos lados: se cruzó con uno mientras ingresaba, agachada, al Santo Sepulcro en Jerusalén. "Una cosa increíble", cuenta. Ahora está trabajando en su tercer disco, sin apuros, alejada ya de la discográfica (BMG) con la que trabajaba, relación que no recuerda con cariño. "Me presionaban para que el disco fuera igual al anterior. Devolví el contrato". 

–¿Ya no salís de gira?

–No salgo desde fines de 2005, cuando hice una gira bastante intensa que incluyó dos meses de estadía en Moscú. 

Como la última gira fue para presentar el disco, hasta que no tenga uno nuevo, no voy a hacer nada. Justo ahora me pidieron unos shows nuevos en Rusia, pero me cuesta ir sin nada nuevo, porque ya fui cinco veces. En ese proceso estoy, pero como no es lo único que hago, me tomo un tiempo largo para elaborarlo. Fan de Joni Mitchell, de Elvis Costello, de Laurie Anderson y de Radiohead, la relación de Oreiro con la música excede los límites del escenario. Casada con Ricardo Mollo, líder de Divididos (a quienes va a ver siempre), Natalia tiene una larga trayectoria en recitales ajenos. Hizo pogo con Los Redondos en Huracán, cantó hasta desgañitarse con Pearl Jam en Vélez, se emocionó con Bjork en el Gran Rex y saltó con los Ramones en Obras. 

"A los Ramones también los fui a ver cuando se despidieron".

–¿Cuál de todas, porque tienen más despedidas que Mirtha Legrand?

Oreiro se ríe, pero interrumpe su respuesta para tomar café con leche. No va a decir que sí: la incorrección no forma parte del paisaje de su profesión -de casi ninguna, al menos en público-, un ámbito en el que las envidias o las mezquindades se cocinan,con el caldo del murmullo, en los pasillos y en las mesas, en los camarines y en los cócteles. Natalia -el entusiasmo de Natalia, su éxito, su belleza y hasta una simpatía que algunos, sin conocerla, creen impostada–ha sido objeto de comentarios maliciosos. Es conocida la historia de la entrega de los Martín Fierro del año pasado cuando ella se levantó a recibir su premio a mejor actriz y un par de colegas, como si estuvieran recibiendo al equipo rival, la chifló e insultó. 

–¿Qué te pasa cuando te tiran tanta energía negativa?

–Es algo que influye siempre y cuando vos te quedes parado, recibiéndola y haciéndote cargo de eso que, en realidad, le está pasando al otro. Eso habla de quien te lo dice, no de uno. Uno irradia algo, pero no se puede hacer cargo de lo que le pasa al otro con eso. Sé que esto va a sonar cursi, pero creo en la energía del amor. Además, una sonrisa arregla todo.

–Pero pareciera que el entusiasmo en tu ambiente genera envidia.

–Es probable. A lo mejor soy naife, pero cuando uno tiene una actitud, en un momento eso empieza a virar. He sentido a lo largo de mi vida situaciones que fueron tensas, pero que después se tornaron en respeto. No tiene que ver con gustar o no, sino que tiene que ver con respetar. Prefiero que me respeten a que me aplaudan, porque cuando te respetan te dejan hacer tu camino. Cuando te aplauden están todo el tiempo demandándote. Lo mismo cuando te escupen. Me sale decir: "Eh, loco, ¿qué te genero¿Qué estás esperando...?" Mirá, creo que todo pasa... todo.... el dolor, la plata, la no plata. Pasa tan rápido que.... Nosotros somos nada, un pedo en el espacio. 

–Un pestañeo.  

–Claro, cómo te vas a quedar enroscado en la envidia que le generó al otro tu luz... ya está.Seguimos en la vereda charlando. Nadie interrumpe y, a juzgar por el desenvolvimiento de Natalia, esa parece ser una situación bastante corriente: la indiferencia. Recuerdo una anécdota de una diva de la televisión que viajando por Francia no pudo tolerar el anonimato y le dijo a la cajera de un supermercado: "Señorita, usted no sabe lo famosa que soy en mi país". El ego, dice un amigo, es un enano interno que te pide más y más y que a cambio no te da nada, salvo acompañarte hasta el ridículo. 

–¿Qué te pasa con la fama?

–Yo no pienso que soy famosa. Vivo lo mejor que puedo. Me gusta más salir a andar en bicicleta que meterme en un shopping. Si voy al cine voy al Savoy, aunque las butacas sean incómodas. Salgo a caminar, me siento en una plaza y la gente ni se me acerca. La gente tiene la sensación de que estoy vestida de fiesta, y yo siempre estoy así, como ahora.

–¿Pero qué pasa cuando la mirada exterior es tan importante, no hay algo que se desvía?

–En esta profesión la mirada exterior existe todo el tiempo, pero cuando entra en tu casa se convierte en algo patético. Yo me subo a un taxi y me gusta que el chofer me diga: "Eh, ¿no trabajás más?" Y yo le cuento que estoy haciendo un programa de ecología en Canal 7 -que no mira nadie–y entonces el taxista me dice: "Ah, lo voy a ver". Para la gente si no hacés tele no trabajás. Y está bueno, porque en realidad no hace más que reforzar eso de que puedo correrme y que no me importe. 

–Como que te vas pero no te hace nada.

–Mirá, el año pasado estrené dos películas independientes que me encantaron y, la verdad, hubo muy poca gente que le interesó preguntarme por eso. De hecho, hasta gané un premio como mejor actriz pero nadie se enteró. Y todo el mundo se enteró, en cambio, de que gané un premio como la mejor vestida en los Martín Fierro. Y bueno, es así, y está biennnn. A ver: ¿por qué lo hago? ¿Por qué actúo? Porque me gusta y porque me gusta que le guste al otro. Pero en definitiva, si hacés algo que te gusta y el otro no se enteró, está bien igual. 

–No hay que enroscarse.

–No, porque sino lo que le gusta al otro termina definiendo lo que hacés, y te perdés la experiencia de la búsqueda. 

–Y hasta del error

–Ni hablar. Es más, yo he tenido más propuestas laborales,-de cosas que me interesaban, después de algo que supuestamente fue un fracaso que después de un éxito. Y me empezaron a llamar distintos directores para papeles variados. O inclusive elegí hacer en cine personajes super chiquitos, cuando me habían ofrecido hacer el protagónico, pero era un protagónico que no me interesaba. Uno tiene que dar las señales de lo que quiere y busca. 

–Pero al público, muchas veces, le gusta encasillar.

–Sí, pero lo mejor es variar. Yo laburo con los sentimientos, cuando una persona se emociona o le pasa algo con lo que yo hago, ahí funciona. 

–En definitiva, lo importante es aceptar que puede haber gente a la que puede no gustarle lo que hacés.

–Hay que seguir de largo. En un punto uno quiere gustar a todos. Me pasaba eso, pero hace muchos años que estoy muy crítica conmigo en el punto de decir: "¿por qué estoy eligiendo esto? Porque me es fácil, porque me da plata, porque me da reconocimiento, porque me hace pertenecer". Entonces, en un punto, cada vez que me ofrecen algo, evalúo las razones por las que lo elijo -que pueden ser cualquiera de esas que nombré–y me hago cargo. Soy de enroscarme, y de querer hacer las cosas del modo más difícil porque sé que a la larga, cuando llego a casa, si la tengo muy fácil, me aburro, me enojo conmigo. Digo: "Puta, podría haber hecho otra cosa, podría haber elegido algo distinto". A ver: yo hago trapecio, y es un riesgo, porque dependés de la confianza del otro, pero por otro lado, está buenísimo, es como volar. 

–El riesgo como aliciente...

–Si no hay riesgo para mí es como que no... Mirá: yo trato de ponerme metas que sé que me van a generar un esfuerzo y un aprendizaje, pero que sé que para mí son posibles. Una vez me ofrecieron ir a hacer un casting a Londres para una comedia musical. Me pagaban todo: avión en business, hotel. Lo pensé, pero me dije: "Yo no voy, no puedo hacerlo, para qué les voy a hacer perder tiempo". Habían visto cosas mías de Europa del este y les gustaba, pero dije que no. 

Prendé fuego los papeles

En la última revista Rolling Stone, Chris Martin, líder de Coldplay, cuenta que se reunió con Brian Eno, uno de los productores más importantes de la industria discográfica, porque no estaba conforme con el sonido de la banda y quería mejorarlo para el nuevo álbum. Cuando se encontraron, Eno fue lapidario: le dijo, palabras más o menos, que se olvidaran de todo lo que habían hecho hasta entonces, que se repetían siempre, que eran banales, que sus estribillos eran como comer un churrasco frío. Martin, cuya banda llevaba vendidos 30 millones de discos, aceptó todo y se prestó a volver a tirar los dados de su carrera. No estamos seguros de si Viva la vida es mejor que los anteriores, lo que es seguro es que es distinto. Le contamos la anécdota a Natalia que, fiel a su ansiedad, nos interrumpe:

–¡Brian Eno! ¡Me encanta Brian Eno! Hay un disco que es de música para aeropuertos que es increíble. Durante cinco años me fui a dormir con ese disco. ¿Lo conocés? Finalmente terminamos de contarle la anécdota.

–Perdoname que sea tan tajante, pero yo creo que cualquiera que hace lo mismo siempre (Natalia golpea la mesa: el entusiasmo devino convicción) y que se repite porque lo que espera es volver a gustar con lo mismo, a la larga estoy segura de que se quiere matar, porque está haciendo lo mismo por cobarde.

–Bueno, cuántas bandas de rock hacen lo mismo desde hace 20 años.

–No, no sé.

–Sí, no me vas a contestar, ¿pero pasa o no pasa?

–No sólo en el rock. 

–El tema es el miedo al cambio.

–La gente le tiene pánico a cambiar, porque tiene miedo a no reconocerse. Pero te da una satisfacción.... Además, tengo la sensación (y creo que me fui con cualquiera) de que hoy todo pasa más rápido. Y que de repente decís: "ya es Navidad". Y si repetís siempre todo, y hacés siempre lo mismo, la sensación es peor. ¿Cuántas veces te preguntás para qué?

–Hablás del sentido de la vida.

–Todos trabajamos, trabajamos, trabajamos, y cuando vamos a descansar estamos tan cansados, que no podemos disfrutar. Se pierde el sentido. La cabeza, la cabeza caga todo. Como si tuviéramos que cumplir siempre metas que en realidad no sentimos. 

–Es lo que ocurre con los ritos sociales. 

–Sí, la gente empieza a vivir a través de los hijos, y les ponen una presión tremenda. Desde que tengo 17 años me preguntan cuándo voy a tener un hijo. Y se quedan duros cuando les digo: "No, no tengo ganas". 

–Como si tuvieras que cumplir un mandato. Sin preludios, como disparada por el comentario anterior para elucubrar un pensamiento que parece haber macerado durante años, Oreiro enumera su manual de zonceras del medio pelo femenino argentino: "Te tenés que casar y tienen que venir todos." "Tenés que ponerte un vestido de novia enorrrrrme y tu chico, por más que no quiera y nunca haya usado, se tiene que poner traje.""Todos van a criticar la fiesta, para la cual gastaste lo que no tenés." "Hiciste todo al pedo, sólo para mostrarte."

–¿Para qué, no?

–Para lo que decíamos antes, por la mirada del otro, por la aceptación. "¿Por qué me metí en esto?" El planeta Oreiro sumó una estrella más el año pasado: la inauguración de un negocio de ropa de diseño propio en Palermo Soho (O Palermo Soja, como dice un pasacalles a unos metros de allí). A juzgar por su rumbo, el local de la calle Honduras, punto neurálgico de la afiebrada romería de esa zona, se metió de lleno en el paladar de las chicas. 

–Lo empecé como un juego de chicas. Creí que seguía teniendo 12 años y me hermana 16 y estábamos estudiando corte y confección. Y claro, me di cuenta de que de repente teníamos una empresa y un montón de empleados. Me cuesta mucho, la verdad. Yo solo me junto para definir los colores, la estética del local, los diseños.

–¿Qué fue lo que te empujó a hacerlo? 

–Creo que es una manera muy personal de volver a tener una familia. Porque yo me fui a los 16 años de mi casa y veía a mi familia solo para los cumpleaños. Encima mi hermana se fue a vivir a México y esa relación que empecé a tener con Adriana, se interrumpió. Durante muchos años sentí que mi familia era mi pareja y su familia. Entonces creo que yo generé esto para llenar ese lugar. Claro, después tuvo una explosión mediática impensada. Se me fue un poco de las manos

–Les va muy bien con la marca: acaban de abrir un local en Córdoba.

–Sí. Lo que yo no medí es que, cuando hacés una película, son cuatro meses de laburo; cuando hacés una tira es un año. Acá es tremendo, todos los días tenés un quilombo nuevo y decís "me quiero matar, para qué mierda me metí en esto". No quería abrir en Córdoba, solo quería abrir un local en Palermo que fuera la mitad del que tenemos. Pero bueno, es algo muy mío también, porque ideé todo el proyecto. Además, yo reciclo muebles, voy a todos los mercados de pulgas y tengo predilección por los objetos. Y la verdad es que me da mucho orgullo cuando veo a una colega con un vestido nuestro. O cuando entran hombres para comprarles algo a sus novias. 

–Tal vez los hombres van a comprar con la intención de verte a vos...Natalia lanza una carcajada espontánea, ruidosa, que surge desde el fondo de su cuerpo. Como ocurrió en los mejores momentos de la charla, los ojos de Natalia se agrandan y su interés se hace evidente. Parece que no hubiera filtros para la manifestación de sus pasiones. Lo dice su sonrisa franca y lo subraya su mirada anhelante. Es en esa falta absoluta de solemnidad donde reside su arte. En el humor y en la frescura, en ese soplo vital que llega desde algún lugar de su planeta. 

–Sí, vienen muchos chicos. Incluso compran ropa interior. Y sabés una cosa, la ropa interior la diseño yo.

Fuente: http://www.criticadigital.com/revistacfiles/REVISTA_C_22_paraweb.pdf

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