CULTURA / Con dos funciones programadas para este miércoles y el próximo sábado, la ópera de Wagner que transita sobre la terrible condena a la que está sometido un capitán de barco holandés, culminará sus presentaciones en el Argentino.
16.04.2014 | 12:40
Escena de la ópera El holandés errante
Este miércoles 16 y el sábado 19 de abril, a las 20.30, en la Sala “Alberto Ginastera” del Teatro Argentino de La Plata, se realizarán las dos últimas funciones de la ópera “El holandés errante”, con música de Richard Wagner y libreto del propio compositor (basado en una historia incluida en un capítulo de “Las memorias del Señor Von Schnabelewopski” de Heinrich Heine).
La dirección musical le corresponde a Federico Víctor Sardella y la régie a Louis Désiré (con la reposición de Lucía Portela). La escenografía es de Diego Méndez Casariego, el vestuario de Mónica Toschi y la iluminación de Marcelo Cuervo. El Coro Estable cuenta con la preparación de Hernán Sánchez Arteaga. De las reposiciones escenográfica y de vestuario se encargan respectivamente María José Besozzi y Fabiana Yalet.
El reparto está constituido por Héctor Guedes (El Holandés), Víctor Castells (Daland), Mónica Ferracani (Senta), Enrique Folger (Erick), Roxana Deviggiano -16- y Claudia Casasco -19- (Mary) y Patricio Oliveira (Timonel de Daland).
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Obra clave de un compositor fundamental
Una terrible condena pesa sobre el atribulado capitán de un barco holandés. Por blasfemar invo-cando al demonio deberá vagar incesantemente por los mares. Apenas tendrá como tregua un día cada siete años. Su única posibilidad de redención es lograr en ese exiguo plazo el amor auténticamente fiel de una mujer. Tal la base del argumento, que el propio Richard Wagner convirtió en libreto de ópera, de “El holandés errante” (“Der Fliegende Holländer”), obra también conocida como “El buque fantasma” (“Das Geisterschiff”). Escrita entre 1840 y 1841, su estreno se produjo el 2 de enero de 1843, en la Ópera de Dresde.
En un principio Wagner dijo haberse inspirado en una experiencia personal, el accidentado viaje marítimo que en 1839 lo llevó de Riga a Londres. Escapando de sus deudas, había decidido partir hacia París, con la capital inglesa como escala. Esa travesía transformada en un calvario -al punto que su duración prevista de ocho días fue en definitiva de tres semanas-, que incluyó una furiosa tormenta que arrojó a la nave hacia las costas de Noruega, fue señalada inicialmente como germen de la obra. Pero en documentos anteriores el compositor había admitido basarse en la leyenda que Heinrich Heine recogió en el séptimo capítulo de su novela “Las memorias del Señor Von Schnabelewopski”, publica-da en 1834. Ambas declaraciones eran ciertas, a tenor de lo manifestado por el mismo músico después: “El viaje a través de los acantilados noruegos produjo un maravilloso efecto en mi imaginación; la leyenda del holandés errante, que los marineros conocían bien, adquirió entonces para mí un nuevo color, distinto y extraño, una tonalidad que sólo pudo tomar después de mi propia aventura por los mares”.
La genial obra resultante –la primera en la que el músico emplea sistemáticamente los leitmo-tifs, presentes ya desde la conmovedora obertura- acabó convirtiéndose por sus sobrados méritos en la ópera de Wagner actualmente más representada en los teatros líricos de todo el mundo.
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