Sábado 28 de septiembre de 2013 | Publicado en edición impresa
Dramaturgia nacional / Aires de cambio
Teatro Abierto: un mito regresa al Picadero
Los productores del teatro comercial suelen apostar por las obras que han sido suceso en el exterior; ahora, un concurso intenta que los autores nacionales logren llevar sus textos a la calle Corrientes
Por Carlos Pacheco | LA NACION
Uno de los acontecimientos más destacados dentro de la historia del teatro nacional contemporáneo es, sin duda, Teatro Abierto, el movimiento de resistencia cultural que en tiempos de la última dictadura militar reunió a autores, directores y actores.
Inaugurado el 28 de julio de 1981, en el Teatro Picadero, con un éxito de público inesperado, el ciclo incluía a 21 autores, otros tantos directores y aproximadamente 150 intérpretes.
Cualquier evocación de aquella gesta audaz debe registrar, para ser justa, los nombres propios que la sostuvieron, muchos de los cuales se constituyeron en lo mejor del teatro argentino del último cuarto del siglo pasado: entre ellos deben anotarse los de los autores Carlos Somigliana, Carlos Gorostiza, Eugenio Griffero, Elio Gandolfo, Aída Bortnik, Eduardo Pavlovsky y Osvaldo Dragún; y los de los directores Carlos Gandolfo, Alberto Ure, Luis Agustoni, Villanueva Cosse, Osvaldo Bonet, Alfredo Zemma y Francisco Javier, entre tantos otros.
La fuerte repercusión que obtuvo el ciclo llevó verdadera inquietud a los círculos más cercanos al régimen. En la madrugada del 6 de agosto, un atentado provocó un incendio que devoró la sala. El episodio no hizo sino fortalecer el estado de ánimo de la gente de teatro. Carlos Rottemberg cedió el Tabarís, de modo que el ciclo se trasladó a la calle Corrientes. Teatro Abierto se convirtió en un verdadero acontecimiento escénico, con infinidad de derivaciones sociales y políticas, que se prolongó hasta el 21 de septiembre de ese año. Se cumplieron, la semana pasada, 32 años de esa gesta.
Teatro Abierto vuelve a ser ahora eje de un proyecto que se llevará a cabo en el renovado Picadero. Sebastián Blutrach, su actual propietario, y Roberto Cossa, uno de los grandes protagonistas de aquel momento, reunieron esfuerzos junto a la Secretaría de Cultura de la Nación y la TV Pública. El resultado es un ciclo que movilizará a nuevos autores, actores y directores a la vez que rendirá homenaje a aquel acontecimiento.
"Cuando comencé a poner en valor el edificio del Picadero, Teatro Abierto se hizo presente", dice Blutrach. "Ese movimiento tiene casi un valor de mito para la comunidad teatral. Hablando un día con Tito Cossa, me propuso rendirle tributo. Pero no descubriendo una placa recordatoria. Quería traer ese movimiento en el tiempo y mantenerlo vivo."
OTRA VEZ
En octubre se verán las primeras tres piezas del ciclo original. Pero, antes, acaba de lanzarse un concurso de obras teatrales (el reglamento puede verse en
www.cultura.gob.ar/concursos), en el que se elegirán dieciocho textos que subirán a escena a partir de marzo. Y también está en proceso la creación de un espacio interactivo, que funcionará en el hall de El Picadero, que permitirá encontrarse con materiales fotográficos y audiovisuales que recuerdan las jornadas de Teatro Abierto 81.
"Es muy movilizador", dice Cossa. "En aquel tiempo vivíamos con mucho dolor. La dictadura era violenta, brutal y, fíjate, nosotros armábamos Teatro Abierto con alegría. Los autores queríamos escribir. Nos habían aislado, nos perseguían. Nuestras obras habían sido prohibidas en los teatros oficiales y eliminadas en los programas del Conservatorio Nacional. Queríamos demostrar que existíamos y eso se transformó, por la pura brutalidad del régimen, en un hecho de resistencia cultural notable. No hay año en que no reciba a investigadores de diferentes países del mundo que me consultan acerca de Teatro Abierto. Esa reivindicación, con el tiempo, fue cauterizando los dolores. Creí que el círculo se había cerrado. Pero, cuando Sebastián recuperó esta sala, sentí que Teatro Abierto estaba vivo. Y este proyecto nos permitirá revivirlo aún porque las nuevas generaciones, seguramente, se apropiarán de él".
Cuando se le señala que vuelven a reunirse creadores y empresarios para crear un hecho teatral, esta vez con la participación del Estado, Blutrach señala que desde hace algún tiempo las asociaciones que agrupan a empresarios, autores y actores, a quienes se sumaron algunos directores, vienen reuniéndose para impulsar la producción de obras de autores argentinos en salas de la calle Corrientes (ver aparte). "La Televisión Pública se sumó a este homenaje, junto con la Secretaría de Cultura. Es responsabilidad de quienes hacemos teatro ver cómo difundimos el teatro nacional y cómo fomentamos a los autores. En épocas de opresión eso resultaba muy difícil. El teatro había perdido cierta identidad nacional. Ahora, es necesario afirmarla."
Cossa es testigo privilegiado de ese momento histórico. "En aquella época, por el sólo hecho de ser un artista estabas sospechado", dice. "Por eso Teatro Abierto fue un fenómeno más político que teatral. En la película País cerrado, Teatro Abierto se ven las ovaciones del público después de cada función y eso aún hoy resulta conmovedor. El ciclo tenía sus desniveles artísticos, pero era bueno. Se trató de un fenómeno antifascista, de verdadera resistencia cultural. Cuando comenzaron los ensayos, invitamos a algunos amigos y las colas eran impresionantes. Los abonos se vendieron enseguida. La gente entendió que era una bocanada de aire. Cuando quemaron la sala, llegamos al Tabarís y el éxito se multiplicó. Hasta la prensa más pacata hablaba del atentado. Después surgieron Danza Abierta, Poesía Abierta, los pintores nos donaron cuadros para recuperar los gastos. Se prolongó el ciclo en el 82 y en el 83, y ahí terminó. Después vino el Teatrazo, impulsado por otros artistas que pretendieron instalarlo como una respuesta al imperialista, pero ya no fue lo mismo."
VOLVER AL RUEDO EN EL ESCENARIO Y LA TV
Tres obras del repertorio de Teatro Abierto, producidas por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, se presentarán en el escenario de El Picadero en octubre y noviembre próximos. Ellas serán: Gris de ausencia, de Roberto Cossa (dirigida por Agustín Alezzo) con Aldo Barbero, Pepe Novoa, Jorge Suárez, Adela Gleijer y Natalia Lifschitz; Decir sí, de Griselda Gambaro (dirigida por Ciro Zorzoli) con Mario Alarcón y Héctor Díaz; y Papá querido, de Aída Bortnik (dirigida por Javier Daulte) con Luciano Cáceres, Gloria Carrá, Julieta Vallina y Esteban Meloni.
La TV Pública, por su parte, presentará un ciclo de programas especiales, conducido por Darío Grandinetti, con trece de las obras que se estrenaron en 1981, adaptadas para TV. Durante la primera temporada y con dirección de Joaquín Bonet, Hugo Urquijo, Alfredo Zemma, Raúl Serrano y Pepe Cibrián, se podrán ver piezas como Mi obelisco y yo, de Osvaldo Dragún; Tercero incluido, de Eduardo Pavlovsky; El acompañamiento, de Carlos Gorostiza; Desconcierto, de Diana Raznovich; y La oca, de Carlos Pais, entre otras.
Una apuesta por la dramaturgia nacional
La casi permanente escasez de obras de autores nacionales en la cartelera es el sempiterno debate del teatro porteño. Sin duda, la oferta de la escena comercial es una de las más atractivas de América latina, pero la superabundancia de dramaturgia nacional continúa refugiada sólo en el prolífico sector independiente. Es esa misma producción local la que, del otro lado del océano, nutre a los más importantes festivales y llena las carteleras de las grandes ciudades; sus creadores son recibidos como celebridades en congresos, cursos, charlas o seminarios.
Pero en la capital argentina la producción comercial parece confiar más en los títulos ya probados en otros países, con la excepción de algunos teatros (como La Comedia o el Multiteatro) y varios títulos más vinculados al género musical o de variedades.
Sin embargo, algo llamó la atención del sector ya que no sólo se anuncia un concurso de nueva dramaturgia para hacer un ciclo en plena calle Corrientes, sino también el retorno de un emblema de la escena nacional: Teatro Abierto, en una nueva etapa que promete devolverle visibilidad masiva a los textos construidos por escritores locales.
En busca del gran público
Por Laura Ventura | Para LA NACION
En 1609, cuando la literatura española alcanzaba el cenit del denominado Siglo de Oro, Lope de Vega pronunciaba -en verso- su discurso de ingreso en la Real Academia Española. A rte nuevo de hacer comedias en nuestro tiempo se convirtió en un clásico en el que el autor proponía una suerte de fórmula infalible para que los dramaturgos contemporáneos escribieran sus piezas "al estilo del vulgo". Lope se explaya sobre la necesidad de consolidar un teatro nacional de excelencia, que supere al de la Antigua Grecia y Roma. Poco después, escribirá Fuenteovejuna , una de las obras más populares de todos los tiempos.
Desde las fiestas dionisíacas, que dieron origen al teatro, hasta la actualidad, siempre cada época y cultura se han preocupado por llegar a grandes audiencias con textos nacionales, es decir, con obras escritas por autores que pertenecieran a la misma cultura que sus espectadores. No es un gesto de patriotismo bobo, sino que se encuentra en la esencia misma del teatro; aquella que propone Aristóteles en su Poética , cuando se refiere al teatro como disciplina superadora de la historia: la primera alude a la narración de los hechos de carácter universal; la segunda, a eventos particulares. Esta preocupación cobra especial relieve en el presente entre los realizadores argentinos: en los teatros comerciales existe una vasta presencia de textos extranjeros en detrimento de piezas de autores nacionales.
Es llamativo que una cultura que se ufana de su teatro, e incluso de la evolución de la dramaturgia como carrera universitaria, no jerarquice a sus autores. Pocas expresiones como el teatro ofician como embajadores de la cultura argentina de manera tan notable. Buenos Aires es la mayor plaza teatral de Hispanoamérica -por la calidad de sus espectáculos y el número de salas- y sus artistas tienen una presencia notable en los escenarios del mundo: desde Elena Roger en Broadway hasta Gerónimo Rauch en el West End londinense y Silvia Luchetti en Madrid. Pero, salvo en algunos casos, la literatura dramática argentina que se escribe en estos días es desconocida por el gran público. Algunas excepciones son Volvió una noche , de Eduardo Rovner, una pieza que batió todos los récords de permanencia en Europa del Este (en cartel desde hace una década en Praga) o Made in Lanús , de Nelly Fernández Tiscornia.
Están quienes argumentan, con alguna razón, que en la actualidad quienes conquistan el border e au son figuras que han tenido un paso muy visible por la televisión, como Flavio Mendoza, Martín Bossi o Fátima Florez; espectáculos infantiles que nacieron en la pantalla chica, como Violetta ; revistas y algunos casos aislados como Más respeto que soy tu madre , el espectáculo de Antonio Gasalla, inspirado en un texto de Hernán Casciari. También aparecen los musicales, claro, con ejemplos recientes como Manzi, la vida en Orsai ; Tango feroz ; Camila, nuestra historia de amor , y las producciones de Pepe Cibrián. El problema está en las llamadas comedias dramáticas o dramas. En otras palabras, las obras de texto.
NACIONAL VS. EXTRANJERO
¿Por qué la dramaturgia argentina no logra un lugar destacado en el teatro comercial? ¿Por qué los productores apuestan a obras extranjeras antes que a las argentinas? Pablo Kompel, quien define la programación del Paseo La Plaza ( Amadeus , Una relación pornográfica , Los elegidos ), ensaya esta hipótesis: "Hay algunos rasgos concretos ligados al perfil de los textos -alejados de temáticas comerciales, aunque no por eso de menor calidad que no están pensados para la industria. Cuando digo industria, debemos quitarle cualquier sentido peyorativo: me refiero a materiales ideales para un público amplio, y desde luego no quiero restarle mérito a nadie por ser un autor taquillero". Y uno de los ejemplos que brinda es el de Red , del guionista y dramaturgo John Logan, pieza que el año próximo se montará en La Plaza, protagonizada por Julio Chávez.
Kompel habla de materiales, no de tópicos. Por ejemplo, la crítica se ha referido con insistencia a la presencia constante de la familia disfuncional en los recientes textos argentinos, quizá como una prolongación del espíritu de La omisión de la familia Coleman , la obra de Claudio Tolcachir, que recorrió el mundo y se presenta a sala llena desde 2005. ¿Por qué razón esta obra continúa montándose en Boedo y no se acerca al centro del teatro comercial?, ¿qué ocurriría si los Coleman se mudasen a la calle Corrientes? ¿No era Agosto: condado de Osage , la pieza de Tracy Letts, que también llevó a escena Tolcachir, un culebrón familiar? El tema de ambas piezas es el mismo; el material, los hilos del texto, no.
Sólo en dos campos los autores nacionales son bienvenidos: en el circuito off y en las salas oficiales. En éstas suelen ser llevados a escena autores ya clásicos, como Griselda Gambaro, Carlos Gorostiza, Roberto Arlt, Armando Discépolo, Tito Cossa o Mauricio Kartun, y otros pertenecientes a una nueva generación, como Santiago Loza, Mariela Asensio, Ciro Zorzoli, Luis Cano o Rafael Spregelburd.
Miguel Ángel Diani, flamante presidente de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores), dice que los productores prefieren apostar a obras de teatro ya probadas en el extranjero porque, de esa manera, creen que tienen el éxito asegurado. "En la Argentina, hay dramaturgos importantísimos que han hecho grandes éxitos. Sería bueno que se confíe más en el autor nacional. El público es fiel a sus artistas", advierte.
Alejandra Darín, presidenta de la Asociación Argentina de Actores (AAA), ofrece ese mismo argumento. "Montar una obra que funcionó afuera es siempre tentador para los empresarios. Los autores nacionales muchas veces no tienen llegada a los productores, o porque los desconocen o porque las vías de comunicación están un poco fragmentadas."
Quizá como un modo de combatir ese inmerecido desdén, en estos días, se anunciará la puesta en marcha de Contar I, una feria teatral destinada a estimular la presencia de autores argentinos en el circuito comercial porteño. Tres sectores imprescindibles de ese circuito (los que reúnen a autores, actores y directores) se encontraron para darle forma al proyecto, un concurso para dramaturgos cuyo jurado elegirá hasta diez obras que subirán a escena entre abril y septiembre de 2014. La iniciativa fue impulsada, entre otros, por Roberto Cossa, Mauricio Kartun, Daniel Marcove y Roberto Perinelli. "Afortunadamente, pudimos juntar partes que a veces parecen estar distanciadas -sintetiza Darín. Todo esfuerzo vale para que la dramaturgia argentina ocupe su merecido lugar."