Publicado el septiembre 17th, 2013 | por De Garage
Un director de cine local le aporta sofisticación e ideas al porno nacional y se transforma en la única esperanza del género.
Por Juan Barberis
Hasta principios del siglo XXI, las páginas pegadas de la historia del cine porno nacional estuvieron allanadas por la presencia de Victor Maytland, el director más prolífico y visible del género. Abriéndose paso como un vikingo avasallante en el arte de hacer frotar cuerpos, ficcionar orgasmos y soltar títulos con sorprendente incontinencia, Maytland -un realizador sin demasiadas ambiciones estéticas ni narrativas- fue durante mucho tiempo un mesías sin oponente dentro de una industria casi inexistente. Bajo su gerencia, la producción argentina estaba sentenciada a acumular un porno rancio, bizarro y de bajo calibre.
Después llegó César Jones.
“La industria porno argentina nunca acabó de serla, es una larga historia de torpezas y mezquindades”, dice Jones, de 42 años, un tipo de estatura baja, rubio y menudo. “Maytland facturó un tipo de porno de muy baja gama, muy despreocupado de sus calidades realizativas, y el público tomó la parte por el todo y dedujo que ese era el porno argentino”.
Sentado en un sillón de dos cuerpos en su departamento ubicado a escasas cuadras de la zona roja local, este hombre es quien desde principios del 2001 -con su ópera prima “Las fantasías de… Sr Vivace”, en la que actúa hasta él mismo- ensayó un acercamiento al porno de una manera inédita en el país. Jones, a través de su productora LPsexxx, decidió aportar análisis, criterio estético y reflexión en una materia que hasta el momento no parecía requerirlo. “Es una necesidad de contar mi mirada cambiante respecto de mí y mi relación con el mundo”, dice Jones. “En definitiva, todo lo que va operando en mi tránsito por la vida termina en una de mis películas”.
Aunque César se haya criado en el colegio San Luis, uno de los establecimientos educativos más conservadores y reaccionarios de la ciudad, el arte, la literatura, la música y el porno siempre fueron parte esencial de su vida. Durante su juventud en los años 80, pleno auge de los videoclubs, robaba películas condicionadas del local del padre de un amigo y las registraba con ojos agudos. “Eran unas maratones enfermizas”, recuerda. “Ahí aparece uno de los nodos más felices del porno que es cuando toda esa excitación sexual que provee y promueve se encauza desde un entorno propiamente cinematográfico”.
Fanático de Spinetta, Jones -que participó en algunas bandas de pop y rock-, tuvo que sufrir un breve paso por Derecho hasta llegar a la Facultad de Cine, donde empezó a canalizar sus inquietudes a través de un lenguaje que siempre le resultó familiar. La intención de empezar a producir porno, sin embargo, llegó sobre el final de la carrera. “Se dio de manera muy natural, era la caída de un fruto que ya estaba maduro. Ya habíamos incorporado códigos y técnicas narrativas que estaban muy emparentadas con el porno. No había ánimo de hacernos los transgresores”.
Jones y sus compañeros rápidamente fueron el comentario de la facultad completa. “La reacción era de una sonrisa cómplice frente a un grupo que se había avenido a cometer una travesura, pero en realidad no era eso: estábamos abrazando una experiencia muy intensa, muy lúdica y placentera, que finalmente se transformaría en un oficio y una vocación a la vez”, dice César.
Recién una vez terminada “Las fantasías de… Sr Vivace”, Jones empezó a investigar el estado del porno nacional y la ausencia de una industria sólida, con el solitario reinado de Maytland. La irrupción de un nuevo director resultaba una pitada de aire fresco para las escasas productoras locales, aunque el cine de Jones cargara con algunos ticks que no convencían del todo a los hombres del negocio. Es que desde el inicio, las películas de Jones se caracterizaron por la incertidumbre pulsional: no se sabía dónde empezaba y dónde terminaba el derrotero sexual de cada uno de los personajes. A diferencia de la producción mainstream del género, donde los rótulos -sexuales y sociales- aparecen bien marcados, en las películas de Jones, en cambio, todo parece cabalgar sobre lugares difusos. “En mis películas ese camino esta plagado de una incertidumbre que es la que experimento yo en la vida. Que no todo este sabido de antemano es un ingrediente crucial para el devenir erótico, ya no sólo de nuestra vida sexual, sino de nuestra vida a secas”.
Con un claro trazado académico y un amplio gusto por directores que van de Andréi Tarkovski a Gerard Damiano, Jones le redobló la apuesta al porno nacional. “César Jones es un cineasta sofisticado. En su obra, pueden verse las venas abiertas de un tipo lleno de inquietudes, de un explorador del vado, de un Indiana Jones de los márgenes”, dice Hernán Panessi, periodista y autor de “Pornopedia”, libro de salida inminente que repasa la historia completa del porno nacional. “Su escuela es la universidad, lo académico, lo formal. Y su discurso -su verba letrada- complementan sus películas perfectamente. Ahí, busca y revuelve en los sueños, en los discursos, en los meta-relatos, en la intersexualidad. Le endilgan ser el Lars Von Trier argentino: es, ni más ni menos, que la pata intelectual del porno nacional”.
Escenas como la que abre “Temporada alta” (2007), son sólo una muestra de hasta dónde está dispuesto a llegar Jones: ahí están madre e hija desayunando jugo y tostadas en la cocina cuando de repente baja papi y las dos le empiezan a chupar la pija con un hambre voraz mientras le acercan el suplemento deportivo o le llenan la taza de café. Era todo calentura hasta que Jones te planta en pantalla un cariñoso incesto y empiezan a caer las preguntas. “Lo que yo pretendía era hacer confrontarnos a nosotros mismos, no es una apología en favor del incesto, eso sería una torpeza”, puntualiza César. “Lo que me proponía era recordarnos el carácter cultural y contingente del incesto. En vez de presentarlo como dado dentro de una familia desquiciada, lo presento mostrando un mundo otro en el que el incesto no sólo no está reprobado sino que es lo deseable en las buenas familias”.
Ahora Jones está a punto de lanzar “Visiones de un erotómano”, su film número 15 en doce años de trayectoria, que representa el decurso masturbatorio de un narrador fuera de campo. Victoria Luna, una morocha recurrente en los films de Jones, vuelve a ser una de sus protagonistas. “Esto siempre requiere de cierta destreza y desinhibición”, dice ella, que asegura haber entrado al porno de grande, y que bajo las órdenes de Jones encarnó la madre de “Temporada alta”, y participó de “Teatro Genital” y “La Zona Cautiva”. “La gente ve en mi una persona tranquila, divertida y racional, no doy con el perfil de una actriz porno. Es verdad que mi familia preferiría menos exposición, pero respetan lo que yo decido, porque además de la mujer que aparece en un DVD o en Internet, está la persona que es de verdad y que existe en la realidad, además de si está o no en tu sueños”, dice Luna.
En “Visiones de un erotómano”, Victoria es, nuevamente, uno de los elementos de deseo favoritos de Jones. Según el director, la trama “representa el fluir de alguien que se está masturbando largamente, que está disfrutando con ese proceso, y el salto de las imágenes caprichosas y cambiantes que vemos es el decurso afiebrado del acto masturbatorio del narrador, por eso los personajes son sus voceros intermitentes y van y vienen de acuerdo a los rasgos de su personalidad, de manera tan caprichosa como caprichoso es uno cuando se está haciendo una paja”.
¿Se trata de tus propias fantasías?
-Todo lo que aparece en cada una de mis películas está en mi, soy yo, por eso el proceso creativo, más allá de cómo salga, es un proceso intenso y de gran aprendizaje. Muchas veces es una prueba de fuerza y de cierto coraje, porque cuando te volcás honestamente sobre la obra y decís proyectarte con honestidad, estas corriendo velos de escenas que te habitan que muchas veces no son precisamente de esas que te van a poner en un lugar estimable frente a los demás. Muchas veces uno se desnuda y se ve de maneras que resultan hasta pavorosas para uno mismo.
Vos fuiste testigo de la llegada de Internet… ¿En cuánto lo modificó al porno?
-En su momento parecía el fin, reinó un clima apocalíptico. El porno casero iba a terminar con la industria. Pero el porno amateur suele llegar hasta donde llega el legítimo narcisimo de quienes lo protagonizan, así que finalmente no resultó así. Por otro lado, sí cambió mucho la capacidad de concentración, es mucho más breve. Por eso, “Visiones de un erotómano” intenta la combinación de dos tipos de relatos que hoy existen en el porno: la potencia inmediata y desnuda de ese relato que podríamos llamar Youporn, y el relato erótico esmerado y extendido en el tiempo y en su espesor que tiene que ver con el porno concebido como un largometraje.
Se suele disparar al porno por la cosificación de la mujer, ¿qué pensás al respecto?
-El porno es un dispositivo aplicado al goce, y en ese sentido la cosificación es validísima. La cosificación la practicamos nosotros intermitentemente y necesariamente, cada vez que tenemos sexo con una persona. ¿Cuántas veces nos abocamos solamente a la adoración de una parte del cuerpo de nuestro acompañante y nos olvidamos de todo el resto? Además también omiten decir que, en todo caso, es algo que también se da en el hombre y la mujer.
¿Buscás generar algún cambio con tus películas?
-No, no me propongo como punta de lanza para lograr algún tipo de transformación social con mis películas. Yo le doy cause a mi propia inquietud erótica. Después, cómo eso resuena al ser visto es algo que no sólo escapa a mi control sino también a mi deseo. No tengo ninguna aspiración mesiánica de ser el que le vaya a alumbrar el camino erótico a la sociedad.
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