29/06/10
Crítica Rigoletto. La ópera de Verdi, en manos de Pablo Maritano, obtiene óptimos resultados dramáticos.
Por Sandra De La Fuente. Especial Para Clarín
La historia cuenta que Verdi, apremiado por su obsesión dramática, gritaba y soltaba las más espantosas crueldades a su elenco hasta que lograba lo que buscaba. Se asegura también que con su insatisfacción y perfeccionismo cambió el modo de concebir la ópera, que hasta ese momento sólo atendía la más correcta interpretación de la música.
Según dejan ver las numerosas fotos que ilustran el programa de mano, el director de escena Pablo Maritano no necesitó perder el humor para obtener óptimos resultados dramáticos en esta nueva producción de Rigoletto que subió al escenario del Teatro Argentino en La Plata.
Afortunadamente, Maritano parece haber seguido a Verdi en espíritu, pero no en carácter. Fue directamente al asunto y sin obertura se zambulló directamente en la tragedia.
Sin medias tintas, el palacio del Duque es oscuro y sórdido. Escaleras arriba apenas los cuerpos desnudos en bacanales orgías y la seda de los vestuarios dan color, brillo y calor. Escaleras abajo, es el pálido rosado de la ingenua Gilda el que ilumina la escena. El resto es drama exquisitamente interpretado por el cuerpo de cantantes e instrumentistas dirigidos por la batuta de Guillermo Brizzio.
Aunque no es fácil asegurarlo, es probable que la poca proyección de las voces en las escenas del palacio -apartadas de la boca de escenario-- se deba antes a fallas acústicas del teatro que a la pericia de los cantantes. En más de un pasaje la orquesta reducía al mínimo su rango dinámico para dar más aire al canto y es necesario apuntar que en algunas ocasiones, al menos desde la platea baja donde estaba esta cronista, el objetivo se cumplía a medias.
Pero más allá de este asunto al que el oído termina habituándose, el desempeño musical fue extraordinario. Las voces siguen los rasgos de su personaje. En la de Lisandro Guinis, el genial Rigoletto de esta puesta, se filtran las rugosidades del atormentado antihéroe. Y en la de la española Sabina Puértolas, Gilda, el tono cándido de una adolescente enamorada.
Darío Schmunck, el Duque de Mantua, parecía lidiar con los cambios de registro y sin duda su emisión fue la más afectada. Sin embargo, su Duque brilló endurecido en la lujuria y pareció rendirse ante la incondicionalidad de un amor.
La entrega dramática alcanzó también a las figuras comprimarias tanto a Christian Peregrino --en la piel de un implacable Sparfucile-- y a Mónica Sardi --la audaz y embriagadora Maddalena- como al resto del elenco. El coro también tuvo un desempeño magnífico.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario