martes, 12 de agosto de 2008

Olga Zubarry


Nunca hizo de monja, sabe reírse de sí misma y protagonizó el primer “desnudo” del cine argentino. Es, además, una de las actrices más querida del cine argentino clásico, entrevistada por Abel Posadas. 


OLGA ZUBARRY EN TRES HORAS Y MEDIA

Hace ya catorce años que la señora Olga Zubarry -la vasca para todos- se alejó del cine y la TV. No fue por propia decisión sino porque una enfermedad la obligó a hacerlo. Un segundo golpe la aguardaba en 2007 con la muerte de su marido, el Dr. Juan Carlos Garate. En estos días Duilio Marzio le comunicó que a los actores les pagarían un porcentaje por las películas que se pasaran por TV. María Concepción César y Jorge Luz fueron realistas: le anunciaron que. en todo caso, centavos.

Es curioso lo que se experimenta frente a quien fuera la actriz-bisagra por excelencia en el cine argentino. Estuvo allí para dar vida a toda clase de personajes -aunque jamás le tocó en suerte una monja-. Admite lo siguiente:

- “No puedo arrepentirme de nada porque nadie me apuntó con un revólver para que firmara un contrato. Lo hice porque quería. Cuando se estrenó Ahorro y préstamo para el amor (Leo Fleider-1965) íbamos con Juan Carlos caminando por la calle y se me acerca un señor. Me dice muy suelto de cuerpo: “No se aflija después de esa película. Quédese tranquila. Puede seguir caminando sin vergüenza alguna”. Me acuerdo que Juan Carlos tuvo un ataque de indignación y a mí me causó uno de risa”.

Zubarry elige burlarse un poco de sí misma. Cuando se le dice que su cara en el plano final de Invasión (Hugo Santiago-1969) refleja una ambigüedad siniestra, admite que “ambigüedad puede ser porque yo no entendí una sola palabra de lo que estábamos haciendo. Lo de siniestro me parece arriesgado”. Ratifica lo dicho porque Bruno Gelberg la llamó desde Mónaco para preguntarle qué habían querido decir con esa película y ella no supo qué responder, “excepto que podía solicitarle alguna respuesta a Santiago, que se internó en París”. .

Sí, su director favorito es Carlos Hugo Christensen aunque no sabe qué le había pasado cuando regresó al país para rodar ¿Somos? (1982). Lo que sí recuerda muy bien son las horas de trabajo en Lumiton que no tenían fin. La secuencia del baile en Safo (C. H. Christensen-1943) se rodó sin solución de continuidad en un día, una noche y una mañana “hasta que Mecha Ortiz le dijo a Christensen que no soportaba más y que se iba. Yo era una extra y ninguno de la comparsa tenía ni voz ni voto”.

Todavía hoy agradece a la madre de Mirtha Legrand el hecho de que no le hubiera permitido intervenir en El ángel desnudo (C. H. Christenten-1946). El problema, señala, “es que los de Lumiton no querían pagarme sino una miseria. En 1947, cuando todavía no había cumplido 18 años -nací en 1929-, mis padres fueron varias veces a hablar con Guerrico. Se llegó a un acuerdo. Me pagarían mil pesos por película hasta que se terminara el contrato. Debo recordarle que Zully Moreno y Mirtha Legrand andaban por los veinte mil para esa fecha y que lo que me hicieron fue, de veras, explotación pura. En Los pulpos (C. H. Christensen-1948) ya me sentía más segura, aunque me preguntaba adónde iba a ir a parar con esos papeles. No sabía que la de Myrtha, la protagonista, era una carrera como cualquier otra. Hoy terminaría trabajando con Sofovich. Por otra parte, como Lumiton se estaba desintegrando, me dejaron ociosa y luego me metieron en tres películas seguidas de un día para otro. Entre ellas estaba Valentina (Manuel Romero-1950). Romero era un hombre que empezaba a las nueve, si llegaba, y era seguro que terminaba a las cuatro de la tarde como máximo. Salía del galpón y se subía a su auto y todo el mundo a casa. Sabíamos que tomaba drogas fuertes pero no era raro en el ambiente. Lo que no sabíamos era que estaba tan enfermo. Además, hacer una comedia conmigo era perder el tiempo. Tardaría mucho en librarme de las tensiones y en utilizar más la cabeza, requisito indispensable en todo comediante. Antes había hecho Yo no elegí mi vida (1949-Antonio Momplet, que es una película curiosa. Hubo problemas en un comienzo porque en el guión original era Enrique Santos Discépolo el que moría. Pero cuando llegó Arturo de Córdova dijo “Yo soy la estrella y el que muere soy yo y también muere la chica”. La chica era yo”.

¿Cuándo empezó la época de bonanza? “Eso fue cuando volví de Venezuela luego de hacer allá Yo quiero una mujer así (Juan Carlos Thorry-1950). Yo no sabía cuál iba a ser mi destino porque en este ambiente nunca se sabe. Pero me llamaron de Mapol para hacer La Comedia Inmortal (Catrano Catrani-1951) y me ofrecieron cincuenta mil pesos. Dio la casualidad de que Mario Soffici me pidió para tres escenas de El extraño caso del hombre y la bestia (1951). Y ahí también la suma era muy fuerte. Por lo tanto y durante una semana no dormí. Cabeceaba en un banco de Mapol hasta que venían a buscarme de la SONO.

Yo creía haber entendido el personaje pero cuado empieza mi número en el tugurio con Fernando Labat, Soffici gritó ¡Corten!. Ocurría que yo había empezado a dar pasos con buen ánimo y gran soltura. Eso era precisamente lo que Soffici no quería. Luego el montaje de quien iba a ser mi cuñado, Jorge Garate, tuvo gran importancia en la escena del camarín pero la histeria salió bien porque estaba de veras muy pero muy cansada. Juré que nunca más iba a rodar dos películas al propio tiempo”.

¿Y sus compañeros de aquellos años? “Recuerdo mucho a Roberto Escalda. ¡Ah… besar a Escalada! Y lo digo sin ninguna vergüenza. Porque mire que he tenido que besar a cada uno… Por ejemplo, con Alberto de Mendoza nunca me llevé bien porque robaba cámara todo lo que podía. Además, Nelly Panizza es una maravilla de mujer, íntegra y solidaria. Nos reíamos a mandíbula batiente cuando estábamos en los descansos de las tres películas que rodamos juntas: Mercado negro (Kurt Land-1953), El vampiro negro (Román Viñoly Barreto-1953) y Sucedió en Buenos Aires (Enrique Cahen Salaberry-1954). Si Escalada era un porteño de los que ya no quedan, Nelly era y es una mujer con un gran sentido del humor. Estuvimos compartiendo la habitación en el Festival de Mar del Plata de 1954 y nos manteníamos observando a los que querían sobresalir en las fotos. Pero, en general, y en los rodajes en que intervine, no había tantos problemas porque cada uno sabía lo que le tocaba hacer desde el momento en que firmaba el contrato”.

¿En cuánto a los realizadores? Todos nos trataban bien con la excepción de Daniel Tinayre. Me acuerdo que Ana María Lynch me invitó a su casa y me ofreció el rol que luego desempeñó Elisa Christian Galvé. Le pedí que no se enojara, que comprendiera mi situación pero que yo con Tinayre, jamás. Cosa que no fue cierta porque muchos años más tarde hice La Mary (1974). Ana María Lynch podía elegirlo todo: desde el libro a los actores o el director. Y nadie tiene por qué criticarla ya que en este ambiente no se puede tirar la primera piedra: si se trata de plata, todo el mundo está dispuesto a dar el zarpazo. Nadie obligó a Tinayre a hacer esa película y, debo añadir que Julia Sandoval también se negó y como excusa pidió una cifra astronómica. Menos mal, porque si hubiera aceptado, Massimo Girotti me hubiera destrozado un tímpano, cosa que ocurrió con Elisa Christian Galvé”.

Sostiene que “éramos creo que muy profesionales. Por ejemplo: en La simuladora (1955), que dirigió Mario Lugones, primo de Christensen, María Concepción César era mi hermana y estaba casada con Iván Grondona. Pero la muy cretina cometía un adulterio con Lugones –que también anduvo por ahí como actor-. El hecho es que había una muletilla que el personaje de María decía a cada momento_
“Que no lo sepa Claudio”
es decir, el marido, Iván Grondona. A ninguna de las dos, cuando la cámara estaba en funcionamiento se nos ocurría salirnos de los personajes. Pero hasta hoy día, cuando nos hablamos por teléfono, no decimos “Hola” sino que cambiamos el saludo telefónico por “Que no lo sepa Claudio”. Es inútil: aún en rodajes sacrificados como los de exteriores en provincias tiene que haber humor. Eso es algo que el cine fue perdiendo a partir de los años sesenta”

Zubarry considera a Hijo de hombre (Lucas Demare-1961) como su mejor película, aunque el personaje del que más pudo distanciarse es Marianela (Julio Porter-1955). “Creo que en Hijo de hombre, desde el texto de Roa Bastos hasta el último de los extras todo el mundo anduvo a la perfección. Ocurre que a mí me tocó un aria y creo que la canté bien. Lo mismo podría decirse de Rabal, de Jacinto Herrera o de Carlos Estrada o Dora Ferreyro. No sé si una película como esa podría rodarse ya aquí, aunque Tristan Bauer con Iluminados por el fuego (2005) se le aproxima en cuanto a técnica. Lo que no sé es si alcanza la misma intensidad dramática. pero ésta es una opinión muy personal”.

¿Por qué tardó tanto en integrarse a la TV? “Le tenía miedo, es la única explicación posible. Era un ambiente distinto. Aprendí otra vez observando a mis compañeros. No es sólo la cuestión de la velocidad. En la TV el actor tiene que ser todavía más parco que en el cine, más íntimo. No siempre lo conseguí pero siempre he tratado de que no me pescaran actuando. Tuve muy buenos directores en TV y creo que de ellos es el mérito. María Herminia Avellaneda, Alejandro Doria, David Stivel, Diana Álvarez era gente toda que sabía lo que quería. Lo que sí empecé a notar en TV y que no había en cine era una extrema competencia que a mí no me gustaba nada. No voy a dar nombres pero me ha tocado trabajar con algunas manzanas podridas con veleidades artísticas a las que había que soportar. Le voy a dar un ejemplo: a una de esas manzanitas le comenté que Situación límite, que iba por Canal 7 con libro de Nelly Fernández Tiscornia, me parecía excelente. La manzanita en cuestión me respondió: “Sí, pero no es para vos. Es para gente que ha hecho mucho teatro”. Lo tomé como un desafío, llamé a la autora y debuté ahí con Federico Luppi. También debo decir que había gran compañerismo en Alta Comedia, por ejemplo. Cuando hice El mar profundo y azul de Terence Rattigan le dije a Martha Reguera que no había podido estudiar la letra porque estaba filmando y, en 1974 todavía hacía radio. Me animó y debo señalar que Víctor Laplace, Ignacio Quirós y Alberto Argibay me ayudaron y mucho. O sea, que también hay gente macanuda en la TV. Había muy buenos actores como María Elena Sagrera, Alicia Bruzzo, China Zorrilla, Miguel Ángel Solá y Darío Grandinetti o Gianni Lunadei. He trabajado con todos ellos en TV y son excelentes porque trasmiten mucho, dan lo mejor de sí aún en un medio tan rápido como la TV. La idea de De Fulanas y Menganas le corresponde a Martha Bianchi. Me gustaban esos unitarios porque existía la posibilidad de cambiarse el ropaje todas las semanas. No soporto la monotonía y por eso, luego de aquella lejana temporada en 1943, jamás volví a pisar un escenario. Tampoco tenía ganas de ir al Colón con La voz humana de Jean Cocteau, según me propusieron”.

¿Y los actores nuevos? “Envidio la forma que tienen de mover el cuerpo para expresarse. Se nota que han estudiado bastante. Los vengo viendo desde los años 70 y los he visto progresar a casi todos. Me gustan Julio Chávez, Ricardo Darín, Soledad Villamil y Leticia Bredice, entre muchos. Han logrado darle un nuevo estilo a la interpretación cinematográfica. Por supuesto, se precisan directores y, sobre todo, continuidad en el trabajo. Otra cosa que es indispensable es, sencillamente, vivir. ¿Qué se entiende por esto? Es sencillo: no se puede hacer teatro de laboratorio. El actor es un ser humano al que le ocurren cosas y todo eso hay que capitalizarlo. Está prohibido estancarse como también meterse en algo para hacerlo de taquito. Creo que hay una camada de excelentes nuevos actores a los que, por ejemplo, la TV pasa por alto como si importaran”.

Durante la conversación algo extensa han surgido los nombres de Garate, que pareciera estar presente en toda la casa y de sus hijas, Mariana y Valeria. Su nieto mayor, Federico, no cree que su abuela haya sido importante. La abuela tampoco lo cree en el sentido convencional de la palabra. Si uno le dijera que aprendió lo que era interpretación cinematográfica, el darle continuidad a un personaje, gracias a las criaturas que encarnó, sería la primera en sorprenderse.

Publicado en Leedor el 12-08-2008

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