Se estrenó en el Argentino El ángel de la muerte, una obra de jerarquía excepcional dentro del arte lírico argentino
Domingo 17 de agosto de 2008 | Publicado en edición impresa LA NACION
Opera en dos actos El ángel de la muerte, de Mario Perusso (estreno mundial). Libreto de Marcelo Perusso, basado en el drama de Jean Cocteau. Elenco: Alejandra Malvino (la Reina), Marcelo Puerta (Azrael), Patricia Gutiérrez (Noemí), Enrique Folger (Oskar), Leonardo Estévez (Ricardo), Alicia Alducín (Archiduquesa), Oreste Chiopecki (Jefe de Brigada), Claudia Montagna y Roxana Deviggiano (Damas). Diseño y dirección escénica: Marcelo Perusso. Vestuarios: Stella Maris Müller, Iluminación: José Luis Fiorruccio. Orquesta Estable. Director concertador: Guillermo Scarabino. Teatro Argentino de La Plata. Ultima función: hoy, a las 17.
Nuestra opinión: excelente
La idea de Mario y Marcelo Perusso de tomar la obra de Cocteau como motor inspirador del drama para una ópera, resultó el primer acierto del espectáculo ofrecido en La Plata. Luego, todos los aspectos de la versión resultaron óptimos y en este sentido es un hecho verdaderamente poco frecuente en la historia del arte lírico mundial. Es que rara vez se ha dado apreciar un montaje escénico impecable en todas sus especialidades, en medio de una versión musical superlativa, tanto en la faz sinfónica como en la del canto, con voces de calidad y una llamativa y pareja capacidad actoral de cada uno.
En primer término, cabe señalar la prolijidad de la versión musical ofrecida por Guillermo Scarabino desde la concertación general y al frente de la orquesta del teatro que tuvo un desempeño brillante al traducir con pericia y sin mácula una partitura de muy rica orquestación y de lenguaje nada sencillo pero subyugante. Mérito del director fue el equilibrio sonoro con el palco escénico, el logro perfecto de las tensiones y distensiones de la partitura, de la que surgió claramente toda la experiencia en el terreno de la ópera que tiene el autor. De ahí que la batuta, además del perfecto balance, logró el refinamiento y la poesía de varios momentos del discurso musical, así como los climas de misterio y suspenso que el autor plasmó con mano maestra.
Otro pilar fundamental fue la actuación vocal de los cantantes, con una Alejandra Malvino en uno de los dos roles de mayor peso protagónico (el otro es el del tenor), la Reina, que se enfrenta a una circunstancia imprevista y fantástica que no conviene adelantar, ya que el texto en idioma español y la impecable articulación de las palabras del elenco, ayuda y aporta mayor interés. Pero lo cierto es que la mezzosoprano argentina dio vida a su personaje con excelencia en el canto y simultáneamente ofreciendo una caracterización ideal. La grácil estampa de la artista, su naturalidad y la calidad de su canto fueron los méritos de quien transita su mejor momento artístico.
Grata sorpresa provocó el tenor Marcelo Puente en el difícil personaje de Azrael, que manifestó igualmente convicción actoral y magníficos medios vocales. En este sentido, y en razón que la obra le otorga un gran protagonismo a la pareja central, su canto en los dos grandes dúos con Malvino pusieron en evidencia un avance incuestionable en su carrera. Tanto es así, que el joven tenor ha dejado la evidencia de una superación firme y oportuna.
No menos positivos fueron las actuaciones de Patricia Gutiérrez como Noemí, de Enrique Folger en el papel de Oskar de Grössenbach y de Leonardo Estévez como Ricardo de Streber, ya que cada uno de ellos actuó con llamativo aplomo en la caracterización y dejó oír impecable emisión y segura musicalidad, virtudes que también se advirtieron en los personajes de flanco a cargo de Alicia Alducín y Orestes Chlopecki, así como en las dos jóvenes damas Claudia Montagna y Roxana Deviggiano.
Por fin, para coronar un espectáculo global como debe ser una ópera, Marcelo Perusso creó una puesta escénica notable, con un boceto sugerente, sumamente bello e inteligente, en la que, además, la iluminación de José Luis Fiorruccio tuvo vital importancia para crear luces y sombras con carga de matices poéticos alternados y un diseño del vestuario de Stella Maris Müller, de exquisito refinamiento y colorido.
Sin embargo, ninguno de estos aportes podrían haber sido concretados, tanto en la faz musical como visual, sin la existencia de diestros maestros internos y talleres técnicos como los que posee, en apabullante ritmo creciente de calidad, el Teatro Argentino, razón por la cual son dignos del mejor elogio también los directivos de mayor jerarquía de la institución.
Fue significativa la cálida ovación tributada por el público y la consiguiente sensación de felicidad, imperante en la escena y en la sala.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1040485
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