martes, 7 de noviembre de 2006

Un atractivo Fígaro en La Plata

La pareja central de la ópera bufa mozartiana: Carlos Esquivel y Eliana Bayón Foto: Teatro Argentino

Martes 7 de noviembre de 2006 | Publicado en edición impresa LA NACION

Las bodas de Fígaro,
ópera bufa de Wolfgang Amadeus Mozart, con libreto de Lorenzo Da Ponte, inspirado en la comedia de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais. Elenco: Carlos Esquivel (Fígaro), Eliana Bayón (Susana), Gustavo Gibert (Conde), María José Siri (condesa), Adriana Mastrángelo (Cherubino), Luciano Miotto (Don Bartolo), Vanesa Mautner (Marcelina), Gabriel Renaud (Don Basilio), Juan Barrile (Antonio), Susana Moreno (Barbarina), Osvaldo Peroni (Don Curzio), Laura Martorell y Laura Domínguez (aldeanas). Coro Estable preparado por Miguel Martínez. Dirección escénica: Oscar Barney Finn. Escenografía: María Julia Bertotto. Iluminación: Roberto Traferri. Vestuario: Eduardo Lerchindi. Orquesta Estable. Director musical: Jorge Mariano Carciofolo. Teatro Argentino de La Plata.

Nuestra opinión: muy bueno

Un acontecimiento artístico de relevancia para La Plata fue la primera representación en la historia del Teatro Argentino de Las bodas de Fígaro, de Mozart, una de las cumbres excelsas del trabajo en conjunto del músico con Lorenzo Da Ponte. Es decir, el feliz acercamiento del genio al espíritu latino, detalle incuestionable de la admiración que el compositor sintió desde niño por la Italia del arte, de la luz y el mar, de la vehemencia cálida, algo rústica, y de las emociones eternas.

Como la versión ofrecida tuvo su punto de mayor calidad en los aspectos musicales, los ideales del compositor se respetaron a rajatabla a partir de un audible trabajo de equipo, de estudio meticuloso, un acierto en la distribución de roles y un feliz rendimiento vocal de algunas de las principales figuras del elenco.

De ahí que corresponda señalar como el pilar de la exitosa versión de esta primera función al director de orquesta Jorge Mariano Carciofolo, quien no sólo logró la amalgama mozartiana (en la que las voces solistas se transforman en todo momento en otros instrumentos de la orquesta), sino que transitó además por el más depurado estilo, ya sea por el refinamiento del fraseo o por su respeto frente a las riquísimas gamas de matices y ritmos que brotan de un creador ardoroso e incontenible.

Ya desde la obertura se escuchó seriedad y prolijidad. Luego, las voces de la pareja, Fígaro y Susana (a cargo de Carlos Esquivel y Eliana Bayón) se sumaron sin provocar ninguna ruptura del equilibrio sonoro. La música continuó siendo la protagonista hasta el punto de que las ideas escénicas, la caracterización de los personajes, la iluminación y otros aspectos visuales pasaron a un plano de apoyatura para la mejor audición.

Grandes intérpretes

Buena condición vocal del barítono Esquivel, acaso sin dar la estampa justa de Fígaro y una Susana de lujo a cargo de Eliana Bayón, tanto por su movilidad en la escena como por la riqueza de sus inflexiones vocales. Fue llamativo cómo la soprano le otorgó un paulatino peso al personaje de Susana, no sólo por la variedad de los recursos de actriz, sino también por el encanto que surgió de su musicalidad, precisión en los ataques, impecable afinación y un color de voz ideal para el rol. En este sentido, la artista -que ya transita por una carrera de nivel internacional- fue capaz de transformar a Susana en el personaje central de la obra.

Esto no desmerece en absoluto la muy acertada labor de la soprano María José Siri como la Condesa de Almaviva, quien cantó con seguridad, magnífico fraseo y con una actuación en la escena de primer orden, donde no faltó aplomo, inteligencia y espontaneidad frente a las difíciles situaciones que vive en medio de esta picante historia de enredos amorosos.

Adriana Mastrángelo, como Cherubino, ratificó su calidad musical y la soltura con que domina la escena, en tanto que Gustavo Gibert fue un Conde de Almaviva de cambiante humor, que marcó con acierto todos los rasgos pecaminosos del personaje y cantó con nobleza los momentos más comprometidos. Vanesa Mautner, como Marcelina, tuvo el tino de la sobriedad, tal como aconteció con la mayoría de los personajes, que de todos modos se lucieron de forma más destacada cuando formaron parte de los muchos momentos de conjuntos. Muy seguras resultaron las aldeanas Laura Martorell y Laura Domínguez, al cantar a dúo.

La puesta escénica de Oscar Barney Finn tuvo la ventaja de permitir que los personajes quedaran concentrados a poca distancia, con lo cual el aspecto musical no sufrió debilidades. Tal como ocurrió con la suma de diseño escenográfico, iluminación, utilería y vestuario (fue raro ver un vestido deslucido de espalda y grato de frente) que conformaron una visión fantasiosa y simpática.

Por fortuna, el artista, aunque pretendió darles mayor realismo a las insinuaciones de bajos instintos, se mantuvo en un plano de atinada sobriedad, con lo cual la crítica social, las bajezas y debilidades humanas quedaron expuestas con mayor realismo sólo por la música de Mozart.

Juan Carlos Montero

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=856377

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