La Bohéme", de Giacomo Puccini, en el escenario del Teatro Argentino de La Plata Foto: Teatro Argentino
Opera "La Bohéme", de Giacomo Puccini. Libreto de Giuseppe Giocosa y Luigi Illica, basado en "Scénes de la vie bohéme", de Henri Murger. Elenco: Teresa Musacchio (Mimí), Antonio Griecco (Rodolfo), María Bisso (Musetta), Luciano Garay (Marcello), Luis de Sa Leito (Schaunard), Oreste Chlopecki (Colline), Sebastián De Filippi (Benoit), Alberto Jáuregui Lorda (Alcindoro), Christian Casaccio (Parpignol), Mauricio Thibaud (Sargento) y Leonardo Palma (Aduanero). Régie e iluminación: Constantino Juri. Escenografía: Milan David. Vestuario: Mini Zuccheri. Coro Estable y Coro de Niños, con la dirección de Eduviges Picone y Oscar Escalante, respectivamente. Orquesta Estable del Teatro Argentino de La Plata. Director: Mario De Rose. Teatro Argentino de La Plata. Próxima función: pasado mañana.
Nuestra opinión: regular
Después de superar las medidas de fuerza dispuestas por sectores gremiales que obligaron a reprogramar las primeras funciones de "La Bohéme", de Giacomo Puccini, las autoridades del teatro platense vivieron horas de incertidumbre al producirse una caída por accidente del tenor Juan Carlos Vasallo que no revistió gravedad, pero que obligó a su atención en un centro asistencial donde recibió el consejo de guardar reposo.
La solución se encontró sobre la primera función gracias a la buena voluntad y el arrojo del tenor Antonio Griecco -médico de la ciudad de Mar del Plata, que desde siempre cultiva afición por la ópera y el canto ejercido por placer- que, sin la posibilidad de realizar ensayos suficientes, tanto de escena como musicales, salió al toro, como se dijo por parlantes cuando se explicó la contingencia, provocando lógicamente un aplauso de comprensión y agradecimiento.
El cantante cumplió una muy meritoria actuación al abordar con musicalidad y discreción el personaje de Rodolfo, pero dejando escuchar una muy lógica debilidad en la emisión y poca consistencia sonora provocada por sus escasos recursos técnicos y el comprensible nerviosismo frente a tamaña responsabilidad. Por eso mismo fue rudimentaria su actuación dramática. De todos modos, su esfuerzo y buena predisposición merecen el mejor elogio y así fue testimoniado por los asistentes, al ofrecerle una muestra de estímulo.
La soprano Teresa Musacchio, encarnando a Mimí, reiteró la excelente impresión que causó su intervención del año último como Micaela en "Carmen", de George Bizet, por su timbre vocal de muy grato matiz y color, refinada línea de canto, segura musicalidad, expresión en el decir, bella estampa y simpatía, así como convincente comportamiento de actriz, condiciones indudables que han de perfeccionarse con la experiencia al avanzar en una carrera que seguramente podrá ser de nivel internacional.
Sin embargo, en un título como "La Bohéme", donde todo el elenco participa de un modo concertado, esas virtudes no fueron suficientes para compensar la falta de emotividad de la versión musical y para disimular las varias incoherencias de la puesta escénica. Fue sí Musacchio la figura más jerarquizada de un elenco al que le faltó convicción, naturalidad y prestancia vocal.
La soprano María Bisso, de buenas aptitudes, fue lanzada quizá prematuramente en un personaje como Musetta, que requiere experiencia para trasuntar sus cambiantes estados de ánimo, en tanto que el barítono Luciano Garay ofreció un correcto Marcelo hasta el punto de haber sido el más desenvuelto personaje masculino, pero sin brillar en el aspecto vocal. Oreste Chlopecki, como Colline, cantó una sobria versión de "Vecchia zamarra..." aunque del mismo modo que Luiz de Sa Leitao, como Schaunard, no lograron despegar de una representación donde los personajes dieron la sensación de encontrarse incómodos y descolocados. Sebastián De Filippi como Benoit y Alberto Jáuregui Lorda como Alcindoro cumplieron con discreción mas con poca vis cómica.
Resultó otro aspecto poco feliz la concepción estética musical del director Mario De Rose, que contrariamente a lo esperado por sus antecedentes de músico vehemente y enérgico, dio una lectura excesivamente lenta en los tempi, siempre retenidos y sin atisbo de un caminar flexible para hacer más bella la melodía pucciniana y facilitar el canto de los solistas y del conjunto coral. Fue un detalle curioso escuchar pasajes entrecortados a cargo de los cuatro amigos bohemios como si no hubiera habido tiempo para una preparación rigurosa y un buen ejercicio de memoria.
La batuta pareció no acertar con el espíritu de la música de Puccini al transitar un discurso a la vez pesado y apático, con una sonoridad en general monocorde en los matices y poco expresiva; con una llamativa ausencia de justeza, tanto en la masa orquestal como en la relación con el palco escénico. El coro del Argentino tampoco se escuchó en el segundo acto con su habitual solvencia. En la abigarrada imagen de su ubicación escénica, se percibió una escena de conjunto confusa e imprecisa.
Por su parte, las ideas del escenógrafo Milan David reiteraron su obstinado estilo en valorizar un piso excesivo de tonalidad clara a lo largo de las cuatro escenas, dibujar una buhardilla de amplia dimensión con grandes vidrios y un cielo donde no faltaron la luna y las nubes llevadas por la brisa, y un lugar incierto donde supuestamente se encontraría el Café Momus, en París, del que tanto se habla en el libreto.
Fue como ofrecer una imagen novedosa para que el público imagine, completando lo que falta y ocultando lo que sobra.Sólo el vestuario de Mini Zeccheri marcó la atmósfera del lugar geográfico de la historia, aunque pareció dudoso que la costurerita protagónica, pobre y enferma, pudiera vestir trajes con volados y telas que parecían de gente adinerada.
Para este ejercicio de ideas nuevas, el escenógrafo contó con la ayuda del prestigioso director de escena argentino Constantino Juri, a quien no se le puede negar algunas iniciativas audaces, como la de haber dispuesto unas cuantas mesitas del café más adelante del telón de boca, casi sobre el filo del foso, que contribuyeron a que el segundo acto fuera un desorden y un ejemplo de confusión y de incoherencia visual. En el último acto, la presencia de una modelo recostada en un sofá semidesnuda para que el pintor Marcelo pudiera inspirarse, que se retira vestida una vez finalizado el dúo de tenor y barítono, fue un detalle femenino no imaginado por el autor en su inmortal galería de damas.
De todos modos, como ocurre cada vez que se representa "La Bohéme", tanto con visiones nuevas como ajustadas a la más rigurosa tradición, el público participó espiritualmente de la conmoción provocada invariablemente por la tierna y dolorosa historia, ofreciendo un cordial y sostenido aplauso a Giacomo Puccini.
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