TESTIMONIOS
Dos argentinas y divas de Latinoamérica, Libertad Lamarque y Niní Marshall, compartieron, además de la amistad, el destino común de ser alejadas del entorno del poder, y finalmente del país, en los años en los que se encendía la estrella política de Perón y Eva Perón.
PATRICIA NARVAEZ
Eva Perón y Libertad Lamarque
Dos acontecimientos recientes acercan con mayor detalle ciertos episodios folletinescos de la historia argentina. El 12 de diciembre, la muerte en México de la rosarina Libertad Lamarque generó obituarios que reconocen la calidad de la obra de la cantante y actriz. A su vez, a principios de este mes, en el centro de Villa Carlos Paz, Córdoba, quedó inaugurada la calle Niní Marshall, en homenaje a la actriz que había muerto el 18 de marzo de 1996.
Los recordatorios traen a la memoria la amistad que unió lejos del país a dos mujeres también enlazadas por sus sinuosas relaciones públicas y privadas. Ambas cosechaban sólidos éxitos en la escena del continente. Intentaban superar primeros matrimonios truncos a causa de las particularidades de sus ex. Alcoholismo y puños levantados con asiduidad, en el caso de Libertad. Adicción al juego seguida de bancarrota, en el caso de Niní. Con una hija cada una -de la misma edad-, se animaron a formar nuevas parejas antes de ser obligadas a emprender la retirada.
Libertad eligió autoexiliarse en México, en 1946. Cuatro años después idéntica ruta tomó Marina Esther Traveso, alias Niní, al regresar sin pasaje de vuelta adonde acababa de ser nombrada la actriz más taquillera de la temporada por Una gallega en México (1949), película de Julián Soler.
Las dos llevaban consigo un equipaje de desconsuelos ante la demoledora demostración de poder que en Buenos Aires recibieron de parte del gobierno peronista. Por lo cual resulta comprensible que La Liber le haya organizado a Niní en 1948, una festiva bienvenida en el aeropuerto de México en la que sonaron mariachis.
La Casa Latinoamericana las albergó. Era un enorme edificio de apartamentos que compartían con otros argentinos —Amanda Ledesma, Juan José Piñeyro, Ulises Petit de Murat y Carmelo Santiago—.
Cosas de la casualidad: de allí debieron mudarse porque un temblor dejó enclenque la casa. No era la primera vez que un remezón de tierra repercutía en sus rutinas. El 15 de enero de 1944 un tremendo terremoto había sacudido a San Juan. Eran casi las nueve de la noche de un sábado. Todo se desplomó y diez mil muertos quedaron sepultados. Enseguida surgieron demostraciones solidarias desde distintos puntos del planeta.
Como otros militares nacionalistas del Grupo de Oficiales Unidos (GOU) Juan Domingo Perón pertenecía al gabinete del presidente de facto Pedro Pablo Ramírez. Ejercía de secretario de Trabajo y Previsión y secretario de Guerra. Ante la tragedia, Perón encabezó una convocatoria dirigida a figuras notorias. "Tengo el agrado de invitar a usted a la reunión que se realizará el martes 18 del corriente mes, a las 17 horas, en el recinto de esta secretaría (Palacio del Concejo Deliberante) a fin de considerar el plan de ayuda de las actrices a favor de las víctimas del terremoto de San Juan." El telegrama dirigido a Lamarque, Marshall, Mecha Ortiz, Iris Marga, Azucena Maizani y Silvana Roth, entre otras, lleva la firma del jefe de Asuntos Gremiales de la secretaría, Horacio Barrere, quien invoca una indicación de Perón.
Finalmente organizó una colecta por el centro de Buenos Aires. Resultó buena la idea de encomendar la misión a las famosas, que visitaron con sus alcancías a cuesta a los comerciantes. Perón reconoció el esfuerzo, decidió entregar una medalla a quienes más recaudaron. Coronó la inicia tiva con un acto celebrado el sábado 22 de enero en el Luna Park.
Según recuerda Angela Edelman de Abregó, única hija de Niní, las dos que encabezaron el listado solidario fueron su madre (4.964,50 pesos más 1.000 aportados por ella misma) y Libertad (3.900 pesos). Todavía conserva el anuncio oficial de la condecoración recibido por Niní.
La tarde del acto fue clave para los hechos que vendrían. El palacio de los deportes estaba repleto. Las versiones sobre cómo consiguió pasar al recinto la actriz secundaria Eva Duarte son varias. Homero Manzi le habría alcanzado una invitación. El casamentero Roberto Galán la habría presentado al general. A pesar del desaire del cantor Agustín Magaldi, sucedido apenas vino de Los Toldos a la gran ciudad, Eva tenía sus contactos: el columnista de Crítica, Edmundo Guibourg, facilitó su ingreso a la compañía teatral de Eva Franco, en la que debutó en el 35 como la mucama de "La familia de los Pérez". Su anterior amor, Emilio Kartulowicz, dueño de la revista Sintonía, la ayudó a entrar a radio Belgrano en el 43, donde después del golpe militar consiguió ascender.
Lo cierto es que esa tarde del 44, molesta por no haber logrado su presencia entre las estrellas, se proponía el arribo hasta el palco de honor. Esperó, aprovechó el momento exacto en que Libertad subió a cantar y ocupó la silla que ésta dejó vacía, al lado de Perón, para retirarse una vez terminado el acto en compañía de su futuro esposo y del mismo Imbert.
La Liber observó el enroque y apenas esbozó una sonrisa apretada. Considerada la estrella máxima e intocable, ella buscaba seducir al general. Sintió que le había mojado la oreja. Probablemente recordó otra sonrisa suya, pícara. En 1940 la opereta Tres valses, de Marchand y Willemetz, marcaba el esperado regreso de Lamarque al teatro. El día del ensayo general asistieron los críticos a El Nacional. Quedaron encantados con la puesta y rescataron a la par las cualidades de la primera figura y de una ascendente Fanny Navarro integrante del elenco. Algo misterioso ocurrió de inmediato: Navarro no llegó al estreno. Fue pasada a otra pieza de la compañía. A la salida del ensayo, Libertad saludó a Fanny con cordialidad. Podría haberle tarareado el tema que abría la obra, llamado El vals del adiós.
Después del Luna Park, se precipitaron otros acontecimientos: el general Edelmiro Farrell reemplazó en marzo a Ramírez y la Argentina declaró la guerra al Eje en el marco de la contienda mundial.
Perón retuvo la secretaría de Trabajo y sumó los cargos de vicepresidente y ministro de Guerra. Acrecentó su popularidad, continuó el noviazgo con Eva. Fue acorralado por otros militares y llevado a la isla Martín García. Vino la movilización del 17 de Octubre del 45, el casamiento y las elecciones generales que le permitieron asumir en el 46 la presidencia. Como primera dama, Eva ideó el Ateneo Cultural Eva Perón para propalar el peronismo en el ambiente artístico. La presidenta fue su íntima amiga Fanny Navarro. La suerte de La Liber, frente a la dupla, estaba cantada.
Se sabe que la gota que colmó el vaso cayó en el 45, mientras Libertad y Eva filmaban La cabalgata del circo, de Mario Soficci. Que Lamarque cacheteó a Eva, que Lamarque la ridiculizó, harta de sus llegadas tarde y de sus aires de vampiresa. Siguen las versiones... Por lo menos cabe tener en cuenta que Libertad admitió haberla frenado y escribió en sus Memorias que se trató de la disputa por un hombre.
Lamarque vio cerrados los contratos laborales. Pronto armó sus valijas y en México acrecentó su fama dentro del cine y la televisión. Al tango, agregó la exquisitez bolerística del dúo con Pedro Vargas. Llegó a ser la indiscutida Novia de América, independientemente de que el mote original perteneciera a Mary Pickford, estrella del Hollywood de los años 20.
Nunca regresó a la Argentina para quedarse. En sus últimos años, alternaba entre sus casas de Miami y de México, el país testigo del hondo lazo que la unió a la Marshall: "Niní es una niña con quien hubiera querido jugar a las muñecas. Es la adolescente a quien hubiera querido leer mi primer poema. Es la joven a quien habría contado mi primer romance. Es la hermana gemela que me hubiera gustado tener para que nos acunara mi madre", dijo a Carlos Perciavalle en un reportaje.
Niní, en cambio, a pesar de Libertad y de lo bien recibida por el público, la crítica y los productores aztecas, necesitaba sondear la posibilidad de la vuelta. De su segundo marido, Marcelo Salcedo, se había separado. Encontró en su vecino Carmelo Santiago el tercer esposo. Pero Angelita, su hija entrañable, vivía en Buenos Aires.
No había quedado clara su historia de censura en la radio en el 43, por "deformaciones del idioma" del lenguaje de sus personajes Cándida y Catita. Tampoco la posterior revocación de sus contratos en cine. Juan Duarte, hermano de Eva, secretario de Perón y novio de Navarro le mandó a decir que se había enterado de que en una cena "de pitucos", Niní había imitado a "la Señora" en términos insultantes. Difícil, a juzgar por la personalidad recatada que Marshall mantuvo en la trastienda.
Sin embargo en 1954, enterado de un viaje a la Argentina de la dramaturga y actriz, Raúl Apold, ex vocero de Sono Film y entonces secretario de Prensa presidencial, la llamó. A solas le informó que su prohibición había sido levantada. Y como prueba le presentó una tarjeta que revelaba el aprecio que le tenía el líder: "Querido Apold —dice—, me aferraron en la Presidencia y tengo para rato. Con gran pena me quedo sin ver a Catita, que debe estar muy bien y muy linda. Le ruego me perdone y me haga perdonar. ¡Otra vez será! Veré Carmen y después les felicitaré. Un gran abrazo. Perón (jefe de la secretaría del ministerio de Guerra)".
Niní apenas pudo disimular el asombro. Ese documento se refería a que Perón no asistiría al estreno de Carmen, de Luis César Amadori, a fines de 1943. ¿Por qué recibía esas disculpas once años después? ¿Por qué Apold decidió cajonearla? ¿Qué sucedió en el medio para que ahora sí pudiera darse por enterada?
Eva había muerto el 1º de mayo de 1952. Niní debió haber atado cabos. Mientras filmaba Carmen, en octubre de 1943, fue visitada por Farrell, entonces ministro de Guerra ("Qué feo", exclamó ella para sí, en el momento del saludo). Lo acompañaba el jefe de la secretaría del ministerio ("Qué buen mozo", pensó, al tiempo que Perón le decía: "Tengo mucho gusto de conocer a Catita").
Tal vez Niní comentó a alguien aquella primera impresión o sólo resultó muy evidente que hubo un cruce de miradas cordiales. Tal vez no era tan descabellada aquella versión en torno del comienzo del romance de Eva y Perón que afirmaba que la presentación durante el acto del Luna Park fue un formalismo, la aparición pública de una pareja nacida unos meses antes y tapada con la argucia de que Eva salía con otro militar.
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