Espectáculo coreográfico. "Don Quijote", música de Mimkus, versión de Zarko Prebil según la coreografía original de Alexander Gorsky. Bailarines invitados: Elvira Tarasova y Andrei Batalov. Con María Fernanda Bianchi, Gaik Katjberounian, María Massa, Paula Alves, Walter Aón, José Luis Lozano, Nadia Muzyca, Paula Elizondo, solistas y cuerpo de baile del Teatro Argentino. Escenografía y vestuario: producción del Teatro Colón. Diseño escenográfico de Enrique Bordolini. Director de la Orquesta Estable: Javier Logioia Orbe. Directora del Ballet Estable: Mabel Silvera. Teatro Argentino de La Plata.
Nuestra opinión: Muy bueno
LA PLATA.- Nada mejor que "Don Quijote", una obra en la que actúan todos los miembros de una gran compañía, como la del Teatro Argentino, para observar el nivel técnico y la maleabilidad expresiva. La puesta en este caso es superlativa, ya el montaje y la revisión de detalles provino directamente de quien creó esta versión, Zarko Prebil. Dicen que "el ojo del amo aumenta el ganado". Pues aquí incrementó la entrega, impulsó lo máximo en cada uno de los integrantes y bregó por el lucimiento total, en un equipo compenetrado con lo que cuenta la historia y con lo que deben transmitir los personajes.
Por primera vez en la temporada, el Ballet Estable tuvo la sala mayor para una función dedicada a la danza, con una obra célebre del repertorio tradicional.
El chispeante comienzo presenta a los personajes clave y también al cuantioso elenco que los acompañará. En esa plaza cercana al puerto todo es jolgorio. El enjambre de chicas y muchachos conforma el vívido entorno para la entrada de Don Quijote y de Sancho Panza, montados en un caballo y en un burro, respectivamente. El caballero es objeto de risas y chismes: su anticuado aspecto, con armadura, escudo y larga lanza, no es el adecuado para el tiempo en el que transcurre la acción. Panza, con su hambre insaciable que apela a cualquier método para obtener comida, hace contraste con su amo, aparentemente famélico pero majestuoso en sus modales. La "manteada" con la que sorprenden a Sancho hará que el obeso asistente se tranquilice por un rato.
La protagonista es la hija del tabernero, Kitri, enamorada del pobretón barbero Basilio. Con la entrada de ambos, la fiesta se ilumina. Son el uno para el otro. Deben ingeniárselas para que Kitri escape del novio que escogió su padre, Camacho, de alcurnia y vanidosa personalidad.
Interpretada por la rusa Elvira Tarasova, del Kirov, las secuencias de su danza comprenden difíciles saltos y giros, en los que apenas tiene el tiempo para llegar al siguiente paso. En ellos expone la extravertida forma de ser de Kitri. Dinámica, apasionada, pero con rigor implacable. Tarasova supera todo con naturalidad, y, aunque coquetea, su baile está dedicado a su amor y no al arrobado Camacho.
Las íntimas amigas de Kitri, Juanita y Piquilla (María Massa y Rocío Burgos), en una coreografía idéntica, son también muestra de la frescura y el salero de las muchachas, en tanto que el ingreso de El Torero (Gaik Katjberounian) con su cortejo plasma una escena que simboliza la prestancia varonil. Soberbia, María Fernanda Bianchi, como Mercedes, la bailarina de la calle, rezuma sensualidad en su danza: su propósito de hacer caer al Torero en la telaraña de su ardor se cumple de inmediato. Bianchi baila como si viviera cada instante de su personaje. Así, su carisma es poderoso y se vale de iguales armas para atrapar al muy seguro conquistador de arenas y mujeres.
En el segundo acto, la variedad es grande. En la taberna, a la noche, todos se juntan a beber. Kitri y Basilio se deshacen en arrumacos, hasta que el enojado padre de ella la busca para que cumpla con su compromiso con Camacho. Basilio imagina una farsa que da gran comicidad a esta parte cuando simula suicidarse por amor. El llanto de Kitri y la culpabilidad que siente su progenitor logran el final feliz: Basilio se levanta y consiguen la bendición para casarse.
Don Quijote se bate contra un molino de viento creyendo que es su enemigo. Maltrecho y golpeado, cae inconsciente. Su sueño dará lugar al fragmento más clásico de la obra. En él ve a su amada Dulcinea, que tiene la apariencia de Kitri. Tarasova, lírica, con un port de bras elocuente y armónica cadencia, es ejemplar en el estilo. También se destaca Nadia Muzyca, en el papel de la Reina de las Dríadas, y encantadora Paula Elizondo, como Cupido, rodeada por su cortejo, todas pequeñas alumnas del Instituto de Arte del Teatro Colón. El acto final, con el Grand Pas de Deux, es el broche de oro. Tarasova y Batalov traducen la línea que requieren esta escuela y este momento. Es la celebración de su amor, mas no una competencia de pasos. En su variación, Tarasova dio un ritmo vertiginoso y de mecanismo perfecto a los passés. Batalov, en la variación y coda, apela a la bravura en una arrolladora gama de saltos, double tours y piruetas. Ambos, con virtuosismo, dan fuego y magnificencia al famoso dúo. El elenco del Teatro Argentino, tanto en bailes de conjunto como en el del campamento de los gitanos, donde Paula Alves hace impacto en su solo; en la danza de las dríadas, en el que el ensamble femenino trasunta homogeneidad y clasicismo, y en el tercer acto, con la pareja que forman Bianchi y Katjberounian en el Bolero, y la seguidilla y el fandango del plantel, dio muestras de sus dotes y sus ganas para estar acorde con esta grandiosa puesta y las exigencias de Zarko Prebil.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=45687
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