12 de Diciembre de 2000
Por EDUARDO GIORELLO
"Lo que me costó el amor de Laura", opereta criolla de Alejandro Dolina. Puesta en escena Rubén Ricca. arreglos orquestales y corales, dirección musical y piano: Federico Mizrahi. Supervisión actoral: Claudio Hochman. Diseño de escenografía: Evangelina García Zamora. Iluminación: Roberto Traferri. Vestuario: Alicia Briel. Intérpretes: Alejandro Dolina, Guillermo Fernández, Karina Beorlegui, Julia Zenko, Los Huanca Huá, Marián Farías Gómez, coro y orquesta. En la sala Alberto Ginastera del Teatro Argentino.
Se estrenó en La Plata una opereta criolla, o comedia musical, u operita (de alguna manera hay que designarla) de Alejandro Dolina, luego de un sostenido suceso en el Teatro Avenida de Buenos Airs y en otras localidades del interior. Obra agradable ya que no demasiado profunda sobre los esfuerzos de un hombre para lograr el amor de una mujer -la que cita el título con el nombre de Laura- y su progresiva inmersión en un universo fantástico que expone claramente el cielo y el infierno que debe padecer Manuel -el protagonista- para arribar a la estación del amor y comprender que en la misma conquista se halla el germen de la muerte. "Lo que me costó el amor de Laura" apela al recurso del "racconto".
Manuel narra cuáles fueron sus padecimientos y también las dulzuras a que lo obliga la búsqueda. Se interna en el barrio del dolor y conoce sucesivas formas de la tentación, desde el tiempo que circula al revés hasta la vida que pasa en unos segundos, a los habitantes de la calle de la duda donde todo es tal vez, a una pitonisa, a una diosa del conocimiento; es tentado a cruzar el puente por el que sólo transitan los amantes sinceros, se ve a sí mismo cuando era niño y finalmente se enfrenta con la mismísima muerte en persona, que reconoce sus esfuerzos, le entrega la llave del amor eterno, pero también la sentencia del fin, la evidencia de la finitud de la vida enquistada en el nacimiento del amor.
Todo esto en algo menos de dos horas. No es poco. Se sabe que Dolina es un exponente de la filosofía barrial, de la mesa de café, algo que ha difundido largamente en sus audiciones radiales, televisivas y en su literatura de gusto masivo. Aquí la pone en práctica a través de un formato que recuerda efectivamente a la de las operetas. La música, sentimental y bastante adocenada, ilustra la historia sin comprometerse demasiado con el asunto literario. Hay canciones, boleros, coros murgueros, una vidalita (uno de los mejores momentos de la propuesta en la voz de Marián Farías Gómez interpretando a una singular pitonisa), algún aire de tango, de rancherita o valsecito criollo, con un momento conjunto en el final y una larga obertura al iniciarse la obra (demasiado larga para nuestro gusto), que reseña los momentos principales de creación. Si se tiene en cuenta que las canciones poseen independencia, se las puede considerar una especie de arias, luego hay dúos y conjuntos que recuerdan de alguna manera el género de la opereta. La música no es demasiado original y constantemente remite a otras ya conocidas. Desde la dirección musical, Federico Mizrahi trató de darle unidad al todo y logró que la obra se oyera con fluidez. Seguramente nadie saldrá del teatro tarareando ninguna melodía pero no puede decirse que "Lo que me costó el amor de Laura" resulte aburrida o tediosa, lo que no es poco.
Hubo cuidado en la producción del espectáculo. La escenografía con sus transparencias y funcionalidad constituyó un marco atractivo para el desarrollo de la historia de Laura y Manuel. Las luces, el vestuario y la dirección actoral (esta última en manos de Claudio Hochman) fueron justas y sobrias, tanto para las situaciones realistas como las que no lo son. Las nieblas invaden permanentemente el escenario ambientando tanto el sabor del recuerdo como la irrealidad del barrio del dolor con sus calles y encrucijadas. El extenso reparto actuó la obra con ferviente convicción. Hubo algunas performances sobresalientes como la de Guillermo Fernández como "El otro", la mejor voz de la noche que manejó con destreza y volumen. Dolina cantó y dijo con su particular estilo y Julia Zenko ofreció misterio y seducción a su personificación. El resto actuó en consecuencia (Quique Pesoa, Roberto Fiore, Karina Beorlegui, Marcelo San Juan, Los Huanca Huá, Florencia Dodero, entre otros) y el único que faltó sin aviso fue José Angel Trelles, que fue reemplazado por otro actor-cantante.
Es muy posible que los seguidores de Alejandro Dolina hayan gozado y se hayan emocionado con "Lo que me costó el amor de Laura", y sus códigos. La monumental sala del Argentino ofreció su prestigio (aunque se usó amplificación) para dar mayor realce a este producto de esencia popular que un público entusiasta aplaudió con ganas. La ancestral lucha de cielo e infierno, de vida y muerte, de amor sincero y amor fatuo tan viejos como el mundo, retornó a tener vigencia.
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20001212/espectaculos7.html
Por EDUARDO GIORELLO
"Lo que me costó el amor de Laura", opereta criolla de Alejandro Dolina. Puesta en escena Rubén Ricca. arreglos orquestales y corales, dirección musical y piano: Federico Mizrahi. Supervisión actoral: Claudio Hochman. Diseño de escenografía: Evangelina García Zamora. Iluminación: Roberto Traferri. Vestuario: Alicia Briel. Intérpretes: Alejandro Dolina, Guillermo Fernández, Karina Beorlegui, Julia Zenko, Los Huanca Huá, Marián Farías Gómez, coro y orquesta. En la sala Alberto Ginastera del Teatro Argentino.
Se estrenó en La Plata una opereta criolla, o comedia musical, u operita (de alguna manera hay que designarla) de Alejandro Dolina, luego de un sostenido suceso en el Teatro Avenida de Buenos Airs y en otras localidades del interior. Obra agradable ya que no demasiado profunda sobre los esfuerzos de un hombre para lograr el amor de una mujer -la que cita el título con el nombre de Laura- y su progresiva inmersión en un universo fantástico que expone claramente el cielo y el infierno que debe padecer Manuel -el protagonista- para arribar a la estación del amor y comprender que en la misma conquista se halla el germen de la muerte. "Lo que me costó el amor de Laura" apela al recurso del "racconto".
Manuel narra cuáles fueron sus padecimientos y también las dulzuras a que lo obliga la búsqueda. Se interna en el barrio del dolor y conoce sucesivas formas de la tentación, desde el tiempo que circula al revés hasta la vida que pasa en unos segundos, a los habitantes de la calle de la duda donde todo es tal vez, a una pitonisa, a una diosa del conocimiento; es tentado a cruzar el puente por el que sólo transitan los amantes sinceros, se ve a sí mismo cuando era niño y finalmente se enfrenta con la mismísima muerte en persona, que reconoce sus esfuerzos, le entrega la llave del amor eterno, pero también la sentencia del fin, la evidencia de la finitud de la vida enquistada en el nacimiento del amor.
Todo esto en algo menos de dos horas. No es poco. Se sabe que Dolina es un exponente de la filosofía barrial, de la mesa de café, algo que ha difundido largamente en sus audiciones radiales, televisivas y en su literatura de gusto masivo. Aquí la pone en práctica a través de un formato que recuerda efectivamente a la de las operetas. La música, sentimental y bastante adocenada, ilustra la historia sin comprometerse demasiado con el asunto literario. Hay canciones, boleros, coros murgueros, una vidalita (uno de los mejores momentos de la propuesta en la voz de Marián Farías Gómez interpretando a una singular pitonisa), algún aire de tango, de rancherita o valsecito criollo, con un momento conjunto en el final y una larga obertura al iniciarse la obra (demasiado larga para nuestro gusto), que reseña los momentos principales de creación. Si se tiene en cuenta que las canciones poseen independencia, se las puede considerar una especie de arias, luego hay dúos y conjuntos que recuerdan de alguna manera el género de la opereta. La música no es demasiado original y constantemente remite a otras ya conocidas. Desde la dirección musical, Federico Mizrahi trató de darle unidad al todo y logró que la obra se oyera con fluidez. Seguramente nadie saldrá del teatro tarareando ninguna melodía pero no puede decirse que "Lo que me costó el amor de Laura" resulte aburrida o tediosa, lo que no es poco.
Hubo cuidado en la producción del espectáculo. La escenografía con sus transparencias y funcionalidad constituyó un marco atractivo para el desarrollo de la historia de Laura y Manuel. Las luces, el vestuario y la dirección actoral (esta última en manos de Claudio Hochman) fueron justas y sobrias, tanto para las situaciones realistas como las que no lo son. Las nieblas invaden permanentemente el escenario ambientando tanto el sabor del recuerdo como la irrealidad del barrio del dolor con sus calles y encrucijadas. El extenso reparto actuó la obra con ferviente convicción. Hubo algunas performances sobresalientes como la de Guillermo Fernández como "El otro", la mejor voz de la noche que manejó con destreza y volumen. Dolina cantó y dijo con su particular estilo y Julia Zenko ofreció misterio y seducción a su personificación. El resto actuó en consecuencia (Quique Pesoa, Roberto Fiore, Karina Beorlegui, Marcelo San Juan, Los Huanca Huá, Florencia Dodero, entre otros) y el único que faltó sin aviso fue José Angel Trelles, que fue reemplazado por otro actor-cantante.
Es muy posible que los seguidores de Alejandro Dolina hayan gozado y se hayan emocionado con "Lo que me costó el amor de Laura", y sus códigos. La monumental sala del Argentino ofreció su prestigio (aunque se usó amplificación) para dar mayor realce a este producto de esencia popular que un público entusiasta aplaudió con ganas. La ancestral lucha de cielo e infierno, de vida y muerte, de amor sincero y amor fatuo tan viejos como el mundo, retornó a tener vigencia.
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20001212/espectaculos7.html
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